martes, 24 de marzo de 2015

Una vida sin mentiras es mentira.

Mentimos a diario, a nosotros mismos y a los demás.

El problema de este constante mentir es que nos cuesta mucho trabajo reconocerlo, no obstante la realidad es que nos mentimos a diario, tanto a los que amamos como a los que no. La mentira es un hábito generacional, heredado. Es un hábito que aprendimos de nuestros padres. Nos educaron y educamos para mentir. No nos damos cuenta de ello debido que vestimos la mentira para no reconocerla. Nosotros, amantes de los eufemismos, hacemos uso de estos para disfrazar la realidad y lo hemos hecho tan bien que hay quienes confunden disfraz con esencia. La admiración, por ejemplo, es el disfraz elegante de la envidia. Pero como nos han enseñado que la envidia es mala la vestimos de admiración. La cortesía es el disfraz elegante de la mentira, pero como nos han enseñado que la mentira es mala, la vestimos de cortesía.

Todos somos corteses y con ello mentirosos. ¿Está mal? No me lo parece. Sin ella nos sería imposible vivir en sociedad. Se mienten los anacoretas, cuanto más nosotros que tenemos un alto nivel de interacción social. Lo que está mal no es la mentira, sino el que no nos demos cuenta de que mentimos, al grado de que podemos llegar a creer nuestras mentiras, migrando poco a poco de la mentira a la mitomanía.

La mentira, nos guste o no, es una realidad. El problema no es la mentira sino la intención de la mentira. El mal para que sea considerado mal, debe reunir dos condiciones: conocimiento e intención. Si no hay conocimiento de que se está haciendo un mal, y no hay la intención de hacer el mal, entonces no hay mal. Hay un hecho que perjudica a terceros, pero el hecho carece de maldad.

En una ocasión mande restaurar un cuadro del siglo XVII. El restaurador me lo llevo a la casa, se lo entregó a la madre de mis hijos y esta lo dejo recargado sobre una pared. Mis hijos que en ese entonces creían que iban a ser futbolistas, atravesaron el cuadro de lado a lado y lo festejaron con un pronunciado gol que tuve la suerte de escuchar justo en el momento en que llegaba a casa. Los felicite por su gol, no obstante cuando llegue al área de juego descubrí que el cuadro tenía un hoyo a la mitad de la tela. Moví el cuadro y tome partido con ellos, cambiando solo la cancha y el escenario. Más allá del daño que el gol le ocasiono a la tela, lo cierto es que ni tenían conocimiento de que era una obra del siglo XVII, ni la intención de dañarla. Hubo un daño, pero no maldad.

La mentira en nosotros tiene conocimiento e intención. Así pues, lo que está a debate no es la mentira sino la intención.

La verdad no es para todos.
El cerebro no está diseñado para buscar la verdad, sino para protegerse de ella. Es por ello que creamos la ilusión y que preferimos vivir en el mundo de lo posible (mentira) y no en el mundo de lo probable (verdad). La verdad es cruda, frontal. No da oportunidad de evasión o escape. La tenemos que afrontar. Por el contrario, el mundo de lo posible es infinito. Nos ofrece múltiples refugios para evadirnos de la realidad, sino permanentemente, si transitoriamente.

Antropológicamente nos es menester entender que la verdad no es para todos. Esta debe ser dicha solo a aquellas personas que tengan la capacidad de:
1) Recibirla, digerirla y dirigirla.
2) Hacer del instante un instante y no una constante.

Usted como padre, dueño de empresa, gobernante o líder le diría la verdad a aquel que no tiene la madurez y la fuerza de carácter para recibir, digerir y dirigir la verdad.

Le diría la verdad a aquel que no tiene la capacidad de hacer del instante un instante, de tal suerte que éste estaría contantemente sacando a flote lo que ya paso…

Lo más probable es que no.

Estrictamente prohibido ser líder sin ser actor.
Como líderes nos vemos en la necesidad de ocultar, omitir o tergiversar la verdad, ya sea porque el otro no la necesita, no le compete o no tiene la madurez para recibirla.

Nos es menester aprender a mentir en palabra y en acto. No podemos ni debemos dejar ver nuestros apremios. Todo lo contrario. Debemos tener la capacidad de contagiar paz en tiempos de crisis y crisis en tiempos de paz.

En ambos casos estaremos mintiendo para lograr un objetivo. No obstante lo que nos tenemos que preguntar es: ¿mentimos para hacer un mal o para lograr el bien del otro y de nosotros mismos?

 

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