Los
pecados capitales son siete; cinco capitales y dos sensoriales. Los capitales
son: la soberbia, envidia, avaricia, pereza e ira. Los sensoriales son: la gula y la lujuria. Los primeros cinco obedecen a las razones de la razón,
mientras que los dos últimos obedecen al instinto y a los sentidos.
Los
pecados, tal como los conocemos, son y fueron hijos de su época. Si estos
hubiesen sido definidos en el siglo XXI, probablemente serían otros los
nominados como pecados. Y en caso de que coincidieran con los arriba
mencionados (cosa que dudo en mucho), estos estarían acompañados de otros que gramaticalmente
los complementarían y sustancialmente los completarían, como son, por mencionar
un solo ejemplo: la gula y la anorexia.
Este
artículo no pretende hacer una disección de los mismos, sino enunciar que los
pecados capitales son indispensables para vivir. Gracias a ellos es que hoy
estamos como estamos y no viviendo en las cavernas. De ellos, uno en particular
es el que ha hecho que la humanidad avance ininterrumpidamente: la soberbia.
Solo los humildes tienen derecho a ser humildes.
Solo los humildes tienen derecho a ser humildes.
La
soberbia (superbus = por encima de), bien entendida, es el motor que nos
impele a la superación, a no ser conformistas y a buscar siempre lo mejor para
nosotros. Hemos confundido al soberbio con el mal educado, con el pedante, con
el prepotente, sin embargo la realidad es que uno puede ser soberbio -seguro de
sí y de sus capacidades-, y tratar muy bien a los demás.
Más
allá de la soberbia o de la humildad, nos es menester reconocer que hay gente
muy mal educada a la que nadie acusa de soberbia. Los acusan de mal educados,
pero no de soberbios. La soberbia no tiene que ver con la educación, tiene que ver
con la seguridad en sí mismo y con el trabajo que la persona hace consigo misma para ser cada vez mejor.
La
soberbia bien dirigida es la que nos hace querer brindarles una mejor educación
y preparación a nuestros hijos. Es la que nos hace trabajar para crearles un entorno
y una plataforma mejor que la que tuvimos. Lo que soberbiamente pretendemos con
esto es que sean mejores que nosotros y mejores que aquellos con los que van a
competir. Y si esto es ser soberbio, entonces nos será menester reconocer que
todos por instinto somos soberbios, ya que éste nos impele a formar una
dinastía que nos supere y que a su vez pueda formar y dejar una dinastía mejor que las que nos precedieron.
Decía
Sir Winston Leonard Spencer Churchill que solo los humildes tienen derecho a
ser humildes...
Si usted es bueno en algo demuéstrelo. Haga que su trabajo sirva para usted, los suyos y los demás. No lo esconda bajo el lastimero manto de la humildad. Véndalo y haga dinero. Pero hágalo consciente de que siempre habrá alguien o algo mejor que lo que usted ofrece, por lo que tiene la obligación de prepararse día a día para poder ofrecer un producto o servicio que compita y supere a los demás.
Si usted es bueno en algo demuéstrelo. Haga que su trabajo sirva para usted, los suyos y los demás. No lo esconda bajo el lastimero manto de la humildad. Véndalo y haga dinero. Pero hágalo consciente de que siempre habrá alguien o algo mejor que lo que usted ofrece, por lo que tiene la obligación de prepararse día a día para poder ofrecer un producto o servicio que compita y supere a los demás.
Sea educado y atento, pero deje por favor a un lado máscara de la
humildad. No le va a servir para nada, salvo para abaratar lo que hace.
Infancia
es destino.
La
infancia, con todo lo que nos acaece en ella, definirá mucho de lo que seamos
cuando adultos, hasta que insatisfechos con nuestra tendencia decidamos
convertirnos en tránsfugas del origen para edificar un destino mejor que el que
suponía nuestra infancia.
Este cambiar el sino de nuestra infancia tiene que
ver con la soberbia, es decir, con un
no aceptar lo que la cuna nos depara para buscar un futuro mejor.
En este tránsito o mutación de destinos, elegimos modelos que nos sirvan de guía para llegar a donde queremos llegar. Muchos de esos modelos son de primera instancia inconscientes y definidos por el azar. Otros -familiares, próximos y cercanos-, son una elección consciente, no obstante son los primeros, los que obedecen al azar, los que más inciden en el quehacer biográfico de las personas.
En este tránsito o mutación de destinos, elegimos modelos que nos sirvan de guía para llegar a donde queremos llegar. Muchos de esos modelos son de primera instancia inconscientes y definidos por el azar. Otros -familiares, próximos y cercanos-, son una elección consciente, no obstante son los primeros, los que obedecen al azar, los que más inciden en el quehacer biográfico de las personas.
Un
cercano a mí que frisa los setentas, me comenta que cuando él tenía
aproximadamente diez años, una persona a la que él admiraba mucho hizo un
comentario sobre él que lo signo por mucho tiempo, hasta que en la crisis de
mediodía rompió con el estigma y pudo, lenta y dolorosamente, ganarse un lugar
consigo mismo y con los demás.
La
persona en cuestión comento en calidad de halago, dadas las circunstancias en
que hizo el comentario, que Juan sería un gran segundo... Es decir, una persona
que haría grande a los grandes. Todos los presentes aplaudieron el comentario, el
cual obedecía a la cultura del momento, sin embargo el problema es que ese
comentario que se hizo con la mejor intención, signo desfavorablemente a Juan.
La
primera mitad de su vida trabajo intensamente para lograr ser un gran segundo. Cuando
por méritos y resultados llegaban las oportunidades, optaba por permanecer como
secundus (atrás del trono), ayudando a otros a hacer lo que tenían que hacer,
ganando con ello el reconocimiento y admiración de sus superiores.
Al
principio todo iba bien. Sus superiores le aplaudían y confiaban en él, tanto
que optaron por dejarlo siempre como un segundo en quien se podía confiar
plenamente, promoviendo a otros a un puesto superior al de él, en la
inteligencia de que el recién promovido tendría a su lado a un hombre que iba a
hacer todo lo necesario para que el recién promovido cumpliera a satisfacción su
encomienda.
Paso
el tiempo y un día se preguntó, en lo más arduo de su crisis de mediodía, el
por qué no había considerado esas oportunidades. Renuncio a la aparente
estabilidad que tenía para analizar y encontrar la razón primera y última de
sus decisiones. Así siguió un tiempo hasta que un día, buceando en las
profundidades de su mente, desvelo la escena, palabras, gestos, olores, sonrisas
y emociones de ese momento en el que su ídolo de antaño vertió tal
comentario.
En una de las sesiones en las que trabajamos con el tema, me comentó que fue muy
revelador darse cuenta de ello. Justo en ese momento entendió por qué había
tomado las decisiones que tomo y actuado actuó. Por supuesto que no culpa de
ello al ídolo de antaño, ya que este no solo no tenía la intención de signarlo,
como no la tenemos nosotros con aquellos a los que inconscientemente hemos
signado.
La culpa es la más inútil de las emociones humanas.
Encontrar un culpable nos ayuda a evadir responsabilidades, no a resolver
problemas. Lo que él necesitaba era encontrar las causas, no las culpas. Y en
este encontrar las causas lo que más le llamó la atención fue el descubrir que
hay palabras, comentarios y eventos en apariencia nimios, que pueden signar la
vida de una persona más allá de lo imaginable.
El
problema más difícil es el que no conoces. Ya una vez que conoces el problema,
tienes la mitad resuelta. La otra mitad requiere inteligencia y voluntad.
Juan,
ya una vez que identifico y clarifico su problema, trabajo arduamente en la
re-programación de su cerebro, lo cual le está permitiendo definir y construir
una identidad obsecuente a su destino. La identidad no la crea el pasado. La
crea el futuro. Y lo que Juan ha estado haciendo es re-definir su identidad en
función del futuro que eligió.
Así pues, infancia si es destino, por lo menos
hasta que decides cambiar las consecuencias de los acaeceres de la infancia.
Todos
somos el secreto de alguien.
Con
frecuencia escucho a la gente lamentarse de algo, y la verdad es que siempre
hay en el lamento una visión muy limitada de las cosas.
El
porvenir no distingue buenos de malos, santos de pecadores, inteligentes de
estúpidos, generosos de egoístas. Lo que diferencia a unos de los otros no son
sus cualidades, sino la forma en que estos enfrentan y resuelven los acaeceres
de la vida.
Por
lo general los que más fácil salen adelante de los avatares de la vida, son
aquellos que tienen la capacidad de capitalizar lo bueno de lo malo. El
acaecer, por muy desventurado que sea o haya sido, siempre tiene un lado bueno
que ofrecernos (experiencia, fortaleza, templanza), amén del ineluctable cambio
de visión que emana de todo redescubrimiento de la realidad. Sirva como ejemplo
de lo anterior el hecho de que en la adversidad es donde se definen los amigos.
La
adversidad siempre nos muestra un lado de la realidad que no habíamos
contemplado, ya sea porque no la habíamos visto o no la habíamos querido
ver, pero siempre, después de un infortunio, nuestra comprensión de la realidad
y de nosotros mismos es mucho mejor que la que teníamos antes.
Nosotros ya no somos los mismos después de una situación antagónica. Nuestra fortaleza
(capacidad para acometer) y templanza
(capacidad para resistir) se maximiza. El carácter se forja en la carencia.
En la bonanza no hay nada que resistir.
Es
por ello que antropológicamente decimos que lo peor que le puede pasar a una
persona es que le vaya bien, porque cuando le va bien, se sienta. Necesitamos
de la crisis para avanzar, amén de desarrollar el hábito de crearnos crisis.
Crisis inteligentes que nos hagan salir de nuestra zona de confort y que nos
lleven a buscar nuevas y mejores formas.
Recién
platicaba con un amigo de tiempos pasados. Le comentaba que estaba redefiniendo
mis retos para los próximos diez años. Al interrogarme sobre los mismos, le
conteste que estos no tenían nada de extraordinario. Simplemente me fije
objetivos que fueran contra mi inercia, que es el reto más grande al que se
enfrenta un ser humano.
Es
aquí, en la adversidad y en los retos que nos creamos, donde se forja el
carácter y la personalidad. Y es precisamente esa dupla (carácter y
personalidad) la que hace que aun cuando no estemos conscientes de ellos,
seamos el secreto de alguien.
El
síndrome del héroe vencedor.
Todos,
de una forma u otra, aspiramos a trascender. Sabemos que vamos a morir, no
obstante lo que nos preocupa no es morir, sino desaparecer. Es por ello que nos
pasamos la vida tratando de hacer cosas que nos hagan existir más allá de
nosotros mismos.
Para
existir más allá de nosotros mismos nos es menester existir en la mente de los
demás. Desaparecemos justo en el momento en el que dejamos de existir en la
mente de los otros. Por supuesto que hay quienes dejan de existir en vida, no
obstante la gran mayoría dejamos de existir en muerte.
Este
querer existir en la mente de los demás, no es otra cosa más que la soberbia llevándonos en esa dirección. Gracias
a esta es que existimos y persistimos. O acaso un padre que busca dejar una
huella indeleble en el acontecer biográfico de los suyos, no lo hace, además
del instinto, por un dejo de soberbia.
La
soberbia es el motor que subyace en el
ser y quehacer del filósofo, del intelectual, del pintor, escritor, científico,
político, estadista, empresario y demás agentes de cambio del mundo.
Que
acaso no fue la soberbia lo que llevo
a Napoleón a la cima más alta y la sima más profunda. Lo mismo se puede decir de
todos esos grandes hombres y mujeres que viven en nuestra memoria. En la vida
lo mismo que nos lleva al éxito, nos lleva al fracaso. Lo que cambia es la
dosis y la dirección, y en este caso el motor fue el mismo: la soberbia.
La
soberbia fue y ha sido el motor de
todos esos gigantes del ayer y del hoy que han construido y están construyendo
el mundo en el que vivimos.
El
síndrome del héroe vencedor no es otra cosa más que ese inconsciente
afán que tenemos de trascender y la forma en que pudiéndolo hacer, lo echamos a
la basura para buscar trascender de manera equivocada con la gente equivocada.
Cada
uno de nosotros, en calidad de héroe vencedor, nos centramos tanto en nuestros
objetivos que no nos damos cuenta de todos aquellos que nos han elegido como
modelo de éxito en alguna parcela del quehacer humano.
Son personas, que si
reparáramos en ellas, podríamos influir y trascender más allá de lo imaginable.
Al no reparar en ellas es que dirigimos la mirada y la energía a esos otros que nos
ven como un individuo más, pero no como un modelo. Lo que hará que el desgate sea mayúsculo,
ya que el esfuerzo por trascender e influir será dramáticamente mayor que el necesitaríamos
con los primeros.
Retomemos
el caso de Juan.
Si
la persona que incidió en Juan, hubiese entendido la forma en que trabaja el
síndrome del héroe vencedor, es muy probable que este hubiese podido lograr en
él algo mucho mejor que lo que logró.
Por supuesto que no todos estamos
conscientes del modelo, amén de que no podemos saber cómo van a terminar incidiendo
nuestras palabras y actos en la biografía del otro, pero lo que sí sabemos es
que al tener en mente el modelo, seremos muy cuidadosos de lo que decimos y
hacemos enfrente de aquellos que nos han escogido como tal.
Imagine
por un momento todo lo que puede influir y trascender en la biografía de aquellos
que le han escogido como modelo. Estos estarán mucho más receptivos que
cualquier otra persona, amén de que todo el bien que usted haga en ellos,
trascenderá en aquellos que a su vez les escogerán a ellos como modelo.
La
única responsabilidad social que tenemos como persona es formar gente de bien,
empezando por los propios (hijos, hermanos, socios, empelados) para extendernos
con los ajenos (aquellos que nos han escogido como modelo).
Así pues, podemos,
si nos empeñamos en ello, centrar nuestra energía en los que nos han escogido
como modelo. Para ello nos será menester el constante intercambio dialógico
para conocerles y saber de qué forma podemos sugerir para incidir, justo en
aquello que ellos necesitan para ser mejores personas.
Trascendiendo
en ellos, trascenderemos en los demás.
Nos
leemos en el siguiente artículo.