miércoles, 22 de noviembre de 2023

El Alma: entre la poesía y la realidad.

El concepto del alma ha sido la piedra basal de filósofos, teólogos y poetas. La palabra nos es tan común que hasta los legos recurrimos a ella para indicar la cuantía de un sentir: me duele el alma. Interesante sería que una vez dicha esta expresión fuéramos capaces de definir con toda exactitud la descripción de ese dolor de alma y la parte concreta en la que lo sentimos.

Cuando usted acude a un médico, este pondrá su sapiencia, experiencia y esfuerzo en el diagnostico concreto de su mal, ya que de este depende el tratamiento y medicación, pero: ¿y con el alma? ¿Cómo se diagnóstica, cómo se atiende y, en su caso, se medica?

Los psicólogos dirían que esta se cura hablando (las mujeres saben mucho de esto) y que, para tal efecto, es menester la guía de un especialista en la materia. Dando por sentado que esto es cierto, la pregunta para los psicólogos es: ¿Qué es el alma?

Podría un psicólogo o un filósofo definir el alma con tanta precisión como un cirujano cardiovascular define y describe una cirugía a corazón abierto, un financiero una operación o un arquitecto una construcción. Lo más probable es que no.

¿Será que gracias a que el concepto del alma es tan ambiguo y etéreo, que podemos recurrir a él para expresar lo que no podemos definir con claridad y precisión? Por ejemplo, cuando le decimos a un congénere: te amo con toda el alma, qué es exactamente lo que le queremos decir. Y cabe, en los mismos términos, la interrogante sobre lo que le pasa al alma, cuando, por las razones que sean, dejamos de amar a esa persona: ¿se daña o sigue intacta? Y si se daña: ¿Cómo se daña?

¿Podemos, después de haber amado a alguien con toda el alma, llegar a amar con toda el alma a otra persona? Y si es así: ¿cómo? Cuando amamos a alguien con toda el alma, cómo amamos a los demás: ¿sin alma?

La realidad es que el alma, con su etérea vaguedad en cuanto a concepto y definición, es un término que usamos coloquialmente sin importar si somos filósofos, teólogos, poetas o psicólogos. Lo más paradójico de esto es que lo usamos con tal certeza y autoridad, que cualquiera diría que podemos definir a la perfección lo que es el alma.

Si hacemos un análisis del texto y contexto en el que usamos la palabra alma, descubriremos que el común denominador de todos ellos es el sentimiento. Si damos por cierto esto, podríamos decir, en nuestra calidad de legos, que el alma humana es una sensibilidad antropocéntrica que se alimenta de su entorno y de otros antropocentrismos para expresar y crear lo que solo el ser humano puede expresar y crear.

La famosa inmortalidad del alma que argumentan filósofos, teólogos y poetas no es más que la expresión de un ideal romántico que los seres humanos usamos de consuelo ante nuestra inexorable muerte y desaparición, no obstante, existe, más allá del respetable ámbito de las creencias, la posibilidad de crear un cierto grado de inmortalidad a través del bien que uno hace a los suyos y a través de las obras que uno crea, ya sea un libro, una escultura, una pintura, una cura medicinal, una patente, vacuna, tratamiento o alimento que beneficie a la humanidad.

El alma, decíamos líneas arriba, es una sensibilidad antropocéntrica que se nutre del entorno y de otros antropocentrismos. Es decir, una sensibilidad que se sublima ante un amanecer, la sonrisa de un bebe, las notas musicales de Mozart, Beethoven, Chaikovshy y demás genios del ámbito musical. Una sensibilidad a la que sublima la tesitura de voz de los maestros de ópera, pero también la contemplación de un Rembrandt, Caravaggio, Rodin y demás creadores que se nutrieron del antropocentrismo de otros creadores.

El alma, es pues, una sensibilidad humana que tiene la capacidad de sublimarse ante la nobleza de un acto humano, la belleza de un congénere, la magnificencia de la naturaleza y de la creación de otros creadores, no obstante, para su mejor sensibilidad y expresión, es menester que tengamos resueltas nuestras necesidades primarias y que podamos disfrutar de espacios de ocio, sin estas, poco es lo que el alma puede hacer. No porque se pierda nuestra sensibilidad, sino porque nuestro tiempo y atención va a estar centrado en lo primario.  

Poca atención y tiempo le va a dedicar a la belleza del entorno y a la de las obras de otros artistas y creadores quien no tenga resueltas sus necesidades primarias. Lo mismo acaece con los adictos al trabajo o la actividad por la actividad en sí. La sensibilidad necesita de espacios de ocio para sentir y para expresar. Bien nos los señala el ilustre Miguel de Cervantes cuando en la introducción al Quijote nos dice: desocupado lector. No buscaba Cervantes agraviarnos con esa notación, sino hacernos patente el hecho de que, para apreciar la belleza de las cosas, es menester un cierto grado de ocio.

Lentamente vamos entendiendo en occidente la importancia de los espacios de ocio, tan es así que hemos cambiado el orden económico, dejando de lado un poco las compras de bienes físicos, para retornar, lenta y gradualmente, a las actividades de ocio presencial.

Por último, es menester anotar que, al ser el alma humana antropocéntrica, corresponde al yo de cada individuo, decidir cómo y con que la nutrimos, conscientes de que esto no solo definirá lo que podamos crear, sino la forma en que vamos a vivir con nosotros mismos.

Nos leemos en el siguiente artículo.