martes, 5 de febrero de 2019

Los fantasmas del amor.


Todos tenemos nuestros fantasmas. Los fantasmas son esas ideas, miedos o paradigmas que inconscientemente nos crearon en la infancia y que nos han acompañado en el devenir de la vida. Fantasmas a los cuales hay que agregar aquellos que conscientemente nos creamos en la adolescencia y edad adulta, los cuales, como no, reforzamos con esmero en el día a día de nuestra cotidianidad, al grado que muchos de nosotros hasta nos sentimos orgullosos de ellos.

Los fantasma (miedo e inseguridades conscientes e inconscientes) están en todos los ámbitos del ser. Los encontramos en nuestra relación de pareja así como en la relación con nuestros hijos, socios, amigos y conocidos. No hay forma de que estos no pueblen todos y cada una de nuestras decisiones y actos, no obstante la realidad es que los fantasmas se pueden dirigir, sin embargo primero nos es menester identificarlos, reconocer la forma en que estos inciden en nosotros para poder aceptarlos y dirigirlos.

Recién platique con un joven que está en sus primeros treintas. Este, hasta donde él me había platicado, estaba próximo a contraer nupcias, por lo que para mí lo natural fue preguntarle cómo iban los preparativos de tan especial acontecimiento. Su respuesta fue la propia de una persona que está próximo a ello, no obstante lo que me azoro no fue su respuesta, sino el lenguaje corporal, así como los sutiles pero determinantes cambios que se dieron en la arquitectura de su rostro y los decibelios que uso para comentar el tema.

Pudiera decirles que por desviación de oficio me aboque a explorar el porqué de sus reacciones, sin embargo la realidad es que no fue el gusto por la investigación antropológica lo que me impulso a ello, sino el morbo y la estulticia, ya que, desde fuera se veían como una pareja modelo.

Lo comenté que dese mi óptica la relación de pareja es la decisión más trascendental de un ser humano, por lo que lo prudente es que aun cuando crean que están cien por cien seguros en lo emocional y racional, se den la oportunidad de tomar un poco de tiempo en silencio y soledad para meditar profundamente el tema. Mi comentario no solo hizo que las orbitas oculares llegaran a su máximo, sino que además manifestó un ligero incordio, por lo que me disculpé de inmediato y le pedí que me permitiera explicar el porqué de mi dicho.

Le comenté que en los seminarios católicos se acostumbra, con mucha inteligencia y prudencia, darles a los jóvenes graduandos un año de vida civil fuera del seminario para que experimenten la vida antes de ordenarse como sacerdotes. En la inteligencia de que el que regrese al seminario lo hará después de haber constatado en piel y alma (mente) que lo suyo es el sacerdocio.

Por supuesto que hay quienes no regresan, no obstante estos son vistos por la iglesia como una aportación a la sociedad, ya que son personas que por su preparación y formación contribuyen a formar una mejor colectividad allá donde decidan quedarse. Contagiando, con su forma de ser y hacer, un nuevo marco de referencia para todas aquellas personas con las que trabajan y conviven.   

Así, le comenté, cuando yo te decía que si ya habían decidido darse un espacio de un mes o dos para meditar tan trascendente paso, me refería a ese ejercicio de silencio y soledad que demanda toda decisión y más si es una decisión de vida, como lo es la relación de pareja.

Antes de darle oportunidad de reaccionar a mi comentario, le expuse varias cosas que la pareja debe meditar a fondo, como son los hijos y la relación de pareja. Le hice ver que el cociente intelectual lo heredan de la mamá, la fuerza de dirección (voluntad) del papá; de tal suerte que una mamá inteligente, tienen una muy alta posibilidad de engendrar hijos inteligentes, en donde ella, por ejemplo, debiera analizar no solo el cociente intelectual de él, sino la capacidad para enfrentar las oblicuidades de la vida y la forma en que éste sale adelante de ellas, pues es muy probable que los hijos hereden la forma de él.

El cerebro, le dije, no está hecho para pensar. Está hecho para adaptarse y sobrevivir. Esto quiere decir que al cerebro le tienes que enseñar a pensar, lo cual es de suma importancia, ya que cuando siembras pensamientos, cosechas actos; cuando siembras actos, cosechas hábitos; cuando siembras hábitos, cosechas costumbres y la costumbre termina convirtiéndose en una segunda naturaleza. De tal suerte que si quieres cambiar la naturaleza adquirida, te será menester enseñar a tu cerebro a pensar para que este pueda sembrar pensamientos que terminen manifestándose en una mejor forma de ser y hacer las cosas.

El problema, si se me permite llamarlo así, es que requieres de un espacio de silencio y soledad para escucharte y poner en orden tu mente, y esto difícilmente lo vas a poder hacer en un entorno donde la presión familiar de uno y otro, la emoción propia del proceso, y la presión de amigos y sociedad en general, son las que mandan.

De igual manera está el tema de los fantasmas del amor. Los fantasmas del amor son todos esos miedos e inseguridades que uno carga…, este o no consciente de ellas. Las inseguridades, aquellas que ya tenemos identificadas más aquellas que aún no llevamos a la conciencia, terminaran incidiendo en la calidad de la relación y/o en el futuro de la misma.

Veamos algunos ejemplos: un hombre que por natura adquirida tema que la mujer le pueda ser infiel, tenderá a ejercer tal nivel de control y asedio en la pareja, que esta, inevitablemente, buscará la forma de escapar de él… Y cuando esto suceda, él se dirá a sí mismo: “tenía yo razón”.

Lo malo de esto es que al hacer que ella se escape de él, su profecía cumplida (esas que uno hace que sucedan), le va a servir para reforzar sus fantasmas y con ellos su segunda naturaleza, lo cual, inevitablemente, extrapolará en todas sus relaciones con el sexo complementario.

Como era de esperarse esta fue la parte que lo atrapo; la de los fantasmas del amor. Me hizo un mundo de preguntas al respecto y la forma en que estos inciden en la relación, así como si había forma de manejarlos.

Le comenté que sí, que si había forma de dirigirlos y controlarlos, pero que por razones obvias no podía hablar de los fantasmas de ella, debido a que no tengo forma de hacerlo y que de tenerla, me seria menester que ella estuviera presente y diera su anuencia. Pero que si podía, si él me lo permitía, hablar de los fantasmas de él. En donde lo más importante es que él tuviera claro cuál o cuáles son sus fantasmas y la forma en que estos inciden en él, ya que jamás podrá dirigir y mucho menos cambiar, lo que no conoces.

De inmediato me compartió algunos de sus fantasmas, los cuales al revisarlos no pasaron el filtro, mientras que otros, que eran obvios a mas no poder, jamás los menciono. Le hice ver que los fantasmas (miedos e inseguridades) no son exclusivos del amor. Estos operan en todos los ámbitos del ser, sin embargo, es en el amor donde más inciden, ya que no hay nada más trascendental que el amor. Esté, en cualquiera de sus manifestaciones, es lo que le da sentido a nuestra vida. Todo lo demás, por importante que sea, es funcional, transitorio y accidental.

Le mencione varios ejemplos, de los cuales me circunscribiré a mencionar algunos de ellos: “el miedo al compromiso”. El joven en cuestión me comentó que a él le enseñaron en casa que el “compromiso mata el amor”. En otras palabras, sus cuitas y canguelos tenían que ver más con el miedo a que el compromiso del matrimonio mate el amor que con la boda en sí.

Él creció en un hogar en donde una madre fuera de lo común, le decía a él y a sus hermanos que el compromiso mata el amor. Que el amor debe estar por arriba de cualquier compromiso y que si el amor necesita de un compromiso para ser, entonces no es amor.

La mamá le hacía ver a sus hijos (dos hombres y una mujer) que para la gran mayoría de la gente lo importante no es el otro en si, sino el matrimonio. Y que cuando el otro no da muestras de querer formalizar la relación vía un contrato matrimonial, lo común es que terminen la relación para estar casados con otra persona en muy poco tiempo.

Entiendo lo dicho por la madre, ya que efectivamente hay mucha gente para lo cual lo importante no es el boda, sino el novio; no el hijo, sino el bautizo, no el muerto, sino el funeral, sin embargo la realidad es que es muy fácil darse cuenta desde un principio si la otra persona es de aquellas en donde lo importante no es el otro, sino lo que envuelve al otro. 

En alguna ocasión conocí a una mujer que me decía que su sueño era casarse en la catedral, que esta estuviera llena de flores y de gente para que la vieran todas sus amigas, a lo respondí de inmediato: ¿Cómo? Si tú no eres católica. A lo que presto respondió: Y eso que tiene que ver. Lo importante es que me vean mis amigas… El novio y todo lo demás es accidental, puede ser uno u otro, lo importante es que todas mis amigas vean que me case y que tuve la mejor boda del mundo. 

Para este tipo de personas lo común es que las relaciones tengan fecha de caducidad, sin embargo la realidad es que la cada vez más manifiesta fecha de caducidad de las relaciones, ha hecho que esta se convierta en un fantasma del amor que se suma a los ya heredados.

Para ilustrar estos, me abocaré a enunciar algunos ejemplos de gente próxima a mí:

Miriam es una mujer que está en sus primeros cuarentas. A Miriam la signo una supuesta infidelidad de su madre. Cuando ella era una niña vio a su madre platicando con un hombre que no era su papá. Esto la llevo a construir en su mente una infidelidad que nadie más en su casa vivió pero que a ella la signo de por vida.

Esta construcción que hizo en su mente, la ha llevado a ver con muy malos ojos cualquier conducta impropia a sus ojos, aun cuando estas sean comunes y cotidianas en un entorno donde las redes sociales y la comunidad, son la norma.

Si su pareja voltea a ver a alguien que entra a un lugar y esa persona es una mujer, este voltear a ver es una traición. Si este mantiene contacto con compañeras o amigas del pasado, aun cuando no haya en ellas más que una amistad de años, es una traición. Si él le da un “me gusta” a cualquier publicación donde la imagen sea una mujer o sea publicada por una mujer, es una traición. 

Está por demás decir que la relación que sostiene con su pareja no es la mejor, amén de que ella guarda en su mente todos y cada uno de aquellos actos que considera innobles de parte de él. Actos, que sin duda alguna, sanan con el tiempo la herida que lastima, pero que le dejan una cicatriz que recuerda, distorsiona y engrandece el acto. La relación de ellos, huelga decirlo, está condenada al fracaso…. No por algo real, pero si imaginado.

Otro fantasma común es el de la familia de origen. Hay quienes tienen un miedo enorme a perder contacto con su familia, por lo que desde el noviazgo hacen hasta lo imposible para que el otro se integre como parte esencial en la familia de él o de ella.

Rafael es un hombre que está en sus primeros cincuentas y tiene un matrimonio de varias décadas. Para él lo más importante es la familia de origen, es decir, sus papás, hermanos, cuñados y sobrinos. Su esposa e hijos los da por hechos, por lo que todo su esfuerzo se encamina en atender a sus papás y agregados.

Sus hijos, que nacieron y crecieron en ese entorno, lo ven normal, sin embargo la esposa no lo ve así. Y si han durado más de tres décadas se debe a que uno de los fantasmas que rigen la vida de ella, es el de la no disolución del matrimonio. No obstante eso no quiere decir que la relación sea la mejor.

El fantasma del control.
Blanca creció en un hogar donde el control era la norma. Su papá, hombre al que idolatró por sobre todas las demás personas, incluido pareja e hijos, era un hombre con un nivel de control y con una capacidad administrativa inigualable.

Hace algunos años me invitaron a comer a casa de los papas de Blanca. Conocí al señor, platique con él y entre los temas que salieron a palestra, destaco el del oneroso costo de la luz eléctrica. Al responder un servidor que no estaba seguro de que el costo de la misma en el devenir del tiempo fuera en los porcentajes que él mencionaba, se paró de inmediato, fue a su estudio y regreso con una caja en donde tenía archivados todos y cada uno de los recibos de luz pagados en su vida.

Me mostró con datos, y con el análisis que había hecho (graficas, porcentajes y demás menesteres), la solides de sus argumentos. Le pregunté si tenía la misma información de los otros servicios (agua, gas, etcétera) y me contesto que tenía todo: agua, gas, despensa, colegiaturas, boletos de avión, tickets de restaurantes y un mundo de cosas más. En ese momento entendí a Blanca y con ello la relación que sostiene con su pareja, la cual, huelga decirlo, esta cien por cien subordinado a ella.

Con quien estar versus con quien ser.
Saúl es un hombre que está en sus primeros cuarentas. Se divorció hace poco más de diez años y de ese entonces a la fecha se ha abocado a sus negocios. Sin embargo, recién hace unos meses en esas oblicuidades que tiene la vida, coincide en un evento con una excompañera de la facultad de leyes que era la causante de sus insomnios, por lo menos hasta que él se fue a estudiar la maestría al extranjero. 

Regreso casado y metió en el cajón de los olvidos a la dama en cuestión. Las cosas no caminaron bien en su matrimonio, se divorciaron en muy buenos términos, conservando una muy buena relación hasta la fecha. Se aboco a los negocios y jamás pensó en sacar del cajón del olvido a persona alguna, hasta que la vida lo hizo coincidir con ella en un evento.

Por azares del destino tuve la oportunidad de trabajar estrechamente con ambos, con él, como socio de algunos negocios y con ella como abogada. En todo ese intervalo, jamás salió a la palestra el nombre de uno u otro al hacer negocios, ya que en todos los proyectos en los que ella me apoyo, no estuvo involucrado Saúl. Y en los proyectos que realice con él, nos apoyábamos en sus abogados y en él mismo.

Mi azoro, cuando los vi juntos en un restaurante, fue mayúsculo, ya que la natura y la mente de uno y otro son diametralmente opuestos y por lo tanto no complementarios. Saúl es mi socio y amigo, por lo que cuando él me compartió su alegría, le escuche con atención y ya una vez que termino su exposición, le hice ver que ambos formaban una pareja impensable.

Le comenté que para mí era un misterio la forma en que iban a cohabitar los fantasmas de uno y otro, y más aún, la mente de uno y otro, pero que me daba mucho gusto por ellos. Al último le dije que no olvidara que lo más importante en el amor, no es con quien estar, sino con quien ser.

Estar, no tiene ciencia, el instinto se encarga de ello, no obstante, ser con alguien, es algo que muy pocos pueden lograr, ya que el ser con alguien demanda que instinto y mente se empaten en una sola persona, amén de que ambos, él y ella, trabajen intensamente en la identificación de sus fantasmas para no permitir que estos echen a perder la relación.

Todos, le comenté, tenemos fantasmas, sin embargo, pocos son los que deciden saltar al abismo del interior… A lo más profundo del yo para buscar en él el origen de nuestros fantasmas, la forma en que han incidido e inciden en nosotros y la forma en que tenemos que dirigirlos. La gran mayoría de nuestros fantasmas, ya una vez identificados de origen, no pasan el tamiz de la lógica y de la razón, son, casi todos son, en esencia, falsas evidencias que hemos hecho reales.  

Retomando el tema, cerré la plática con el joven en cuestión, preguntándole si entendía el porqué de darse un tiempo en silencio y soledad para analizarse a sí mismo; identificar sus fantasmas y dirigirlos, al tiempo que analiza los de ella y evalúa, en función de la historia entre ellos, que tan identificados los tiene para poder recibir retroalimentación de parte de él, pero más importante aún, si ella es la persona con la que puede ser y si él es la persona con la que ella puede ser, ya que estar no tiene ciencia, se puede estar con mucha gente, pero poder ser con el otro y que el otro pueda ser con uno, es algo que poco pensamos, y por ende, poco logramos.

Nos leemos en el siguiente artículo.