Los seres humanos estamos llenos de actos inútiles. La
gran mayoría de ellos inconscientes, pero algunos de ellos, los más dolosos,
conscientes. La realidad de las cosas es que todos nosotros hacemos un sinfín
de cosas que sabemos que no debemos hacer y sin embargo no regodeamos
haciéndolas. Estas cosas son, a todas luces, actos inútiles.
Recién me preguntaba un empresario que está próximo a
la sucesión dinástica: ¿cómo le hago para que mis hijos entiendan que la gran
mayoría de las cosas que hace son actos inútiles? Mi respuesta fue tacita: educación,
tiempo y constancia.
El empresario arriba mencionado se encuentra en la
grave disyuntiva de elegir a su sucesor…
Y como todos sabemos, en una sucesión, si te equivocas
de elección, equivocas todo.
En el caso que nos compete la disyuntiva esta entre dos
de sus hijos y un tercero, razón por la cual acudió a mí en busca de consejo.
No obstante tiene tiempo, ya que la sucesión se dará en un intervalo no mayor a
dos años y en dos años pueden acaecer muchas cosas.
La sucesión dinástica.
Es importante entender que cuando se está en la recta
final del camino, resulta muy amargo descubrir que no hemos llevado de la mano
a nadie que pueda continuar lo que iniciamos años atrás. El instinto de
reproducción no se centra exclusivamente en la ingente necesidad de inmortalizar
nuestro potencial genético, sino también en la de perpetuar nuestro punto de
vista intelectual. De hecho, en un ser pensante, este pesa más que el anterior.
La realidad es que cuando estamos en la recta final sentimos una enorme necesidad de trasmitir -por ese sentido de inmortalidad que llamamos trascendencia-, los conocimientos que hemos ido acumulando en el devenir de nuestra vida. Y en ningún acto de nuestra vida es más palpable esto que en la sucesión dinástica. Es por ello que en ésta nos son mucho más importantes las neuronas que los genes. Siempre será preferible suceder lo hecho a una persona inteligente, aun cuando no sea de nuestra sangre, que a un hijo incapaz que heredo en la lotería genética los genes del cuñado idiota.
La realidad es que cuando estamos en la recta final sentimos una enorme necesidad de trasmitir -por ese sentido de inmortalidad que llamamos trascendencia-, los conocimientos que hemos ido acumulando en el devenir de nuestra vida. Y en ningún acto de nuestra vida es más palpable esto que en la sucesión dinástica. Es por ello que en ésta nos son mucho más importantes las neuronas que los genes. Siempre será preferible suceder lo hecho a una persona inteligente, aun cuando no sea de nuestra sangre, que a un hijo incapaz que heredo en la lotería genética los genes del cuñado idiota.
Me es menester hacer un paréntesis para explicarme
ante los puristas y moralistas. Todos tenemos un cuñado idiota. Es ese al que
le preguntas cuanto es dos más dos y requiere más datos. Observe a sus
hermanos. Es probable que alguno de ellos sea el futuro cuñado idiota de alguien,
así que por favor ya no se enoje con él. Al contrario. Sea tolerante y
comprensivo ya que él será su postrer aportación a la sociedad… Va a ser el
cuñado idiota de alguien. Cierro paréntesis.
En el caso que nos compete, al empresario en cuestión desea
decantarse por uno de sus hijos que tiene una especialización en finanzas, al
tiempo que su asesor financiero, a la que coloquialmente llama esposa, desea
que la sucesión decaiga en otro de los hijos, precisamente en el que se parece
al cuñado idiota.
Sirva esto para demostrar que más allá de las
capacidades, son los genes los que nos hacen agotar al máximo las posibilidades
de suceder lo hecho en nuestros hijos, sin embargo, es aquí, en la sucesión,
donde nos damos cuenta que lo que hicimos con nuestros hijos fue instruirlos o capacitarlos,
pero no educarlos, no en la misma medida en la que se les instruyo o capacitó.
Lo paradójico de esto es que por lo general educamos
más a los ajenos que los propios. A los propios los toleramos, a los ajenos les
exigimos. Amén de que nuestros hijos tienen el don de deformarnos la mirada.
Les atribuimos capacidades y virtudes que no poseen y le minimizamos defectos
que si tienen.
Educar tiene que ver con formar. Con esculpir el
cerebro, alma y carácter de la persona y eso no se logra con conocimientos. Se
puede saber mucho de algo y no ser ese algo.
El objetivo del adiestramiento es, como su nombre lo indica,
hacer más diestra a la persona. El adiestramiento desarrolla un hacer mecánico
(memoria muscular) que mejora la eficiencia pero no la eficacia de las
personas. Hacer más no significa hacer lo correcto. Cuando la persona centra
todo su desarrollo en el adiestramiento, los actos inútiles serán en él una
constante, no por demerito de la persona o del adiestramiento, sino porque esta
no buscará ampliar sus horizontes hacia nuevas y mejores latitudes del ser.
El objetivo de la capacitación es lograr que la
persona que la recibe, obtenga un saber específico que le permita saber más de
ese algo en el que se está especializando, ya sea a través de una serie de
cursos, una carrera profesional, maestría o doctorado. No obstante la realidad
es que saber mucho de algo no nos convierte en ese algo. Amén de que el
especialista cada día sabe más de menos. Más de lo suyo y menos de todo lo
demás. Lo cual no está mal. Así es como los necesitamos y queremos.
No obstante estos, al saber mucho de algo pueden, consciente
e inconscientemente, estar más sujetos a actos inútiles que cualquier otra
persona, ya que su saber será su principal enemigo. Su saber les pone unas
mirillas en los ojos que limita su campo de visión y entendimiento. La razón
principal de esto es que estas personas confunden conocimiento con
inteligencia, motivo por el cual los actos inútiles se dan en ellos en mucha
mayor medida y con mucho mayor dolo que
en el grupo anterior.
El objetivo de la educación es extraer lo mejor de la
persona. Para ello es menester ayudarle primero, y enseñarle después, a trabajar
consigo mismo para educar su cerebro, su alma y su carácter.
Educar consiste en enseñar a nuestro cerebro a pensar,
a nuestro carácter a contener y a nuestra alma a sentir. No obstante todo
empieza en el cerebro. Este debe aprender a pensar para poder estructurar las
redes neuronales de eso que hemos llamado mente.
La mente de una persona (tejido de redes neuronales
que se forma o deforma día a día) es lo que le hace ver e interpretar su
entorno desde un cristal que le hará pensar, sentir y actuar de una manera particular
y distinta a la de los demás. Es por ello que cuando dos personas hacen la
misma cosa, ya no es la misma cosa. Así pues, es la mente la que nos hace incurrir
en los más grandes yerros o lograr los más grandes aciertos.
La mente le puede hacer sentir al alma, lo que esta
jamás se imaginó.
Ese tejido de redes neuronales que formamos o
deformamos día a día y al cual hemos llamado mente, nos puede hacer sentir lo
que el alma jamás se imaginó.
No me crea a mí… Créales a los grandes seductores,
vendedores o promotores de ideas. Y si no les quiere creer a ellos, créelas a
ellas.
Las mujeres entienden esto mejor que nadie. A una
mujer se le enamora por el oído. Un hombre puede ser el más feo del mundo, pero
si ha educado su mente, esta forjara en él…, en su hablar…, en su porte…, en su
ser…, una personalidad asaz atractiva a ojos de la mujer, debido, claro está, a
que este hombre sabe que son los oídos los que hacen que los ojos vean lo que
la lengua quiere.
Un hombre elegante (ente que sabe elegir) es aquel que
día a día educa su mente brindándole a su alma una sensibilidad que le
distingue de los demás, formando una personalidad que imana a propios y
terceros. Recuerde que lo único que nadie le da, nadie le quita y que
desaparece con usted al morir, es la personalidad, y es lo único que nunca
trabaja.
Así pues, instruir y capacitar no es lo mismo que
educar. Educar es algo que está más allá del simple saber. Educar tiene que ver
con el ser y el ser se forma o deforma día a día.
La educación nos ayuda, amén de lo ya mencionado, a
hacer conscientes los actos inútiles. Hay, no obstante, algunos que se nos van,
pero la gran mayoría de ellos los detectamos antes de hacerlos, ya que la
conciencia nos avisa que estamos a punto de hacer un acto inútil. A mayor nivel
de educación (cerebro, carácter y alma), menor nivel de actos inútiles.
Uno es suficiente, dos, bastante, tres, multitud.
Uno es suficiente, dos bastante, tres multitud. Esta
frase describe muy bien a esas personas que no tienen problemas con la soledad.
Son individuos que siempre están acompañados de sí mismos. Nunca se aburren,
siempre tienen algo que pensar, leer, escribir o hacer. Distinguen muy bien
entre el sonido y el ruido. El sonido es natural, el ruido artificial. Por lo
general les gusta estar en silencio, acompañados de los sonidos de la
naturaleza, pero no de los ruidos de los hombres.
Son personas a las si nos les alcanza el tiempo para
estar consigo mismos, mucho menos para estar con los demás. Sin embargo la
realidad es que más allá de los apasionantes que sean sus retos y disquisiciones
intelectuales o empresariales, estos seres retraídos, amantes del silencio y la
soledad, suelen ser los que más reservas de amor no utilizado atesoran, así
como los que más necesitados se sienten de entregarlo.
Ya una vez que encuentran a la persona indicada (o
equivocada), se vuelcan a ella como si no hubiera nadie más. Su personalidad se
transforma. Se tornan parlanchines, sonrientes, hablan hasta los codos. Se
entregan y confían en esa persona más que en ninguna otra, lo cual está
perfecto cuando la elección es la correcta, sin embargo, cuando se equivocan,
es tal su necesidad de entrega que no ven lo que los otros ven, hasta que la
cruda realidad les alcanza.
Estas personas suelen cometer actos inútiles crasos en
el combés de lo filial, en cualquiera de sus expresiones. Los cometen en mucha
menor cantidad y frecuencia que los gregarios, pero con mayores consecuencias
para sí mismos y los otros. El mayor daño siempre se lo hacen a sí mismos, y lo
peor del caso es que se dan cuenta de que se lo están haciendo. El Idiota
Interior les avisa que lo que están próximos a hacer no es lo más sensato e
inteligente, pero es tal su orfandad y reserva afectiva, que se entregan, por
lo general, sin reserva ni recato.
Los actos inútiles.
En más de una ocasión se ha preguntado: ¿Por qué hice
esto?
Esto se lo pregunta ya una vez que la emoción le dio paso a la razón. No obstante hay muchos actos en los que ni siquiera se pregunta porque hace lo que hace y esto se debe a que esos actos repetidos se han convertido en hábito, el hábito en costumbre y la costumbre en naturaleza.
Esto se lo pregunta ya una vez que la emoción le dio paso a la razón. No obstante hay muchos actos en los que ni siquiera se pregunta porque hace lo que hace y esto se debe a que esos actos repetidos se han convertido en hábito, el hábito en costumbre y la costumbre en naturaleza.
Estos actos ya son parte de usted. Y lo son a tal
grado que ni siquiera se da cuenta de que son actos inútiles.
Los actos inútiles son aquellos que carecen de
intención de futuro. El único fin que tienen es el del poblar un presente
inmediato y circunstancial. Son actos a los que se le da cabida solo cuando no
se tiene nada que hacer. Son actos que encuentran resonancia en nuestro ser solo
cuando estamos desocupados. Cuando usted tiene algo que hacer, no le da cabida
al acto. No en el instante en que se presenta, sino hasta que termina lo que
tiene que hacer.
Veamos un ejemplo: la comida. Observe su ingesta. Los
días de asueto o descanso son los que más come. ¿Se ha preguntado por qué?
Simple. Porque no tiene nada que hacer. Si usted estuviese realmente atareado,
en lo único que no pensaría es en comer. Pero como en esos días suele estar en un
experimento científico de expansión celular, se sienta frente al televisor a
ver todo aquello que sabe que no puede hacer, y como usted está hecho para
hacer algo, lo que hace es comer. Así, el ejercicio mandibular del fin de
semana ayuda a que se le expandan las células de la cintura, piernas y demás
áreas grasas. Experimento cumplido.
Regresando a la pregunta que me hizo el empresario:
éste me preguntaba que cómo le podía hacer para que sus hijos se dieran cuenta
de que la gran mayoría de las cosas que hacen son actos inútiles.
Lo primero que le hice ver es que la diferencia de
personalidades es importante. El empresario en cuestión es un hombre dado al
silencio y la soledad, mientras que sus hijos están en las antípodas. Son gregarios
por excelencia. Los actos inútiles de ellos y de él son diametralmente opuestos
e incompatibles, por lo que le es menester entender que lo que él ve como actos
inútiles de sus hijos, no lo son para ellos.
No obstante y más allá de si a sus hijos les parecen o
no actos inútiles los que su padre les enuncia, éste debe dedicarse
intensamente a prepararlos para la sucesión, sin dejar de contemplar la
posibilidad de nominar a un tercero, dejando, si así fuera necesario, a los
hijos como accionistas y príncipes herederos, pero no al frente del negocio.
El problema de los seres humanos si es la ignorancia,
pero lo es más, mucho más, la conciencia. Líneas arriba decía que nosotros
hacemos una gran cantidad de cosas que sabemos que no debemos hacer y nos
regodeamos haciéndolas. En esos casos el problema no es la ignorancia, es la
conciencia y la conciencia es individual, no grupal. Más claro, nuestra
conciencia es la que define eso que para cada uno de nosotros es el bien o el
mal.
Si para una persona está bien llenarse de actos inútiles, va a ser muy difícil cambiarle la visión de los mismos. Para lograr esto va a ser menester un arduo trabajo de información, formación y transformación del cerebro, carácter y alma de la persona, es decir, de su conciencia.
Si para una persona está bien llenarse de actos inútiles, va a ser muy difícil cambiarle la visión de los mismos. Para lograr esto va a ser menester un arduo trabajo de información, formación y transformación del cerebro, carácter y alma de la persona, es decir, de su conciencia.
En el caso que nos compete, le comente que son dos las
cosas que debiera hacer:
La primera de ellas es tener a los hijos bajo su
tutela por dos años, para que el contagio vaya haciendo lo suyo.
La segunda, observar detenidamente los actos de sus vástagos. De tal forma que cuando sea testigo de un acto inútil, reaccione de una manera contraria a como lo ha venido haciendo. Más claro, que en lugar de enojarse, les cree el entorno que necesitan para sentarte a platicar y preguntar el porqué de dicho acto.
La segunda, observar detenidamente los actos de sus vástagos. De tal forma que cuando sea testigo de un acto inútil, reaccione de una manera contraria a como lo ha venido haciendo. Más claro, que en lugar de enojarse, les cree el entorno que necesitan para sentarte a platicar y preguntar el porqué de dicho acto.
Preguntar no para juzgar, tampoco para entender, sino
para que ellos se escuchen y lleven lo escuchado a ese tejido de redes neuronales
llamado mente, que es la responsable de hacernos des-cubrir lo que siempre
estuvo ahí. El individuo aprende lo que descubre, no lo que se le dice. Y solo cuando
su mente le lleva a des-cubrir, es decir a quitar el velo que no le deja ver lo
que está haciendo, es cuando los datos se convierten en información, la
información en formación y la formación en transformación.
Para esto es menester que él les haga preguntas
inteligentes. Preguntas que les lleven a descubrir la utilidad o inutilidad del
acto, amén de que con este proceso, se irá dando, sin que estén del todo
conscientes, un proceso de selección natural que hará que la decisión no solo
sea lógica y evidente, sino que además será más amable para todos.
Nos leemos en el siguiente artículo.