lunes, 2 de enero de 2017

¿En qué creen los que no creen?

No existe en el mundo persona alguna que no crea en algo. Todos tenemos un dios o creencia que nos motiva y sostiene, ya sea un dios religioso, material, económico, humano o de cualquier otra índole de los tantos etcéteras que conforman el quehacer humano.

El ateísmo no existe. Es una figura conceptual que han creado y sostenido los dirigentes religiosos para perseguir y ejercer una acción punitiva sobre todos aquellos que no creen lo que ellos creen, es decir sobre todos esos herejes que han elegido un credo ajeno al de ellos.

La palabra hereje (hereticus), en su acepción correcta, sirve para indicar a aquel que elije diferente. De tal suerte que si usted y yo vamos a un restaurante y usted pide café y yo agua, somos, por elección, herejes el uno del otro. Ya que usted eligió diferente a mí y yo diferente a usted.

Así pues, hereje es aquel que hace una elección diferente a la nuestra, sin importar si la elección es religiosa o de otra índole. Aclarado este insustancial asunto procederé a regresar al tema que nos compete.

Ocurrencias; Ideas y Creencias.
Decíamos líneas arriba que todos tenemos algo en que creer, ya sea un credo religioso, esotérico, exotérico, psíquico o físico, pero todos creemos en algo.  

Antes de entrar a la disección de las creencias y los dioses, ya sean estos dioses de supermercado o dioses institucionales, nos es menester explicar la diferencia entre ocurrencias, ideas y creencias.

Ocurrencia.
Una ocurrencia es algo que como su nombre lo dice, acaece intempestiva e irregularmente en la mente de las personas. La ocurrencia entra y sale del cerebro de la persona sin que en esta haya pasado algo. Es un acaecer fugaz que no encontró acomodo en los parietales del sujeto, ya sea porque ese acaecer no obedece a la persona en sí o porque esta carece de las herramientas intelectuales para retenerla y diseccionarla.

Un ejemplo que ilustra muy bien el entrar y salir del cerebro sin que en este pase algo, es cuando usted está con alguien platicando sobre algún producto o servicio que ha salido al mercado, y ese alguien le dice: esa idea ya se me había ocurrido a mí…

Efectivamente, se la había ocurrido a él…, pero no pasó nada. Se le tuvo que ocurrir a otra persona para que esta la retuviera en sus parietales, la diseccionara en sus partes y la convirtiera en algo útil y funcional.

Así pues, una ocurrencia es algo que entra y sale del cerebro sin que en este suceda algo.

No obstante, la gente suele creer que una ocurrencia es una idea. Nada más lejos de la verdad. La idea es la antesala de la creencia, mientras que la ocurrencia es, paradójicamente, la presencia de la nada.

Idea.
Una idea es una ocurrencia atrapada por nuestros parietales los cuales de inmediato la empiezan a procesar, por lo que a partir de ese momento deja de ser ocurrencia para convertirse en idea, ocupando una muy buena parte de nuestro discurrir intelectual.

Las ideas las tenemos que sostener, las creencias nos sostienen.
Una idea es ese pensamiento o razón que en primera instancia decidimos no rechazar, aun cuando no encaja en nuestro código de creencias. El peso de su lógica y de su fuerza argumental nos hace dudar en si debemos o no considerarla como parte de nuestro equipaje intelectual, por lo que nos es menester diseccionarla hasta sus últimas consecuencias para poder decidir si la aceptamos o rechazamos.

En este proceso asaz difícil por la crisis espiritual e intelectual en la que nos sumerge, nos descubriremos hablando constantemente de la idea que nos ocupa con cuánta gente nos quiera escuchar. En donde la realidad es que este hablar con los demás no es otra cosa más que un hablarnos a nosotros mismos con la finalidad de escucharnos y encontrar la verdad.

Así pues, el estar hablando de la idea que nos ocupa con cuánta gente nos rodea, es por la ingente necesidad que tenemos de sostener la idea hasta que decidamos rechazarla o sumarla a nuestro código de creencias..

Sirva lo siguiente para ilustrar lo anterior…
Cuando usted escucha que una persona está constantemente hablando de dios, del amor, de la caridad, ética, humildad y cuantos etcéteras se le ocurran, no es porque esta persona crea en dios, en el amor y demás menesteres, sino que está hablando de ello para convencerse a sí mismo… El que ya hizo propias esas cosas las guarda para sí, hablando del tema solo cuando es menester.

No obstante es importante entender que unas son las personas que están en el discurrir intelectual y otras los exaltados que le hablarán día a día de estas cosas pero no para discurrirlas o debatirlas con usted, sino para enrolarlo como adepto en su secta o creencia al tiempo que se forjan una identidad… 

Este tipo de personas son las que por reclutamiento u orfandad psíquica, se suman a la secta o creencia que mejor se acomoda a su patología y a sus emociones.

El otro, el que solo habla del tema porque está en constante debate consigo mismo, dejará de hablar del tema ya una vez que haya finalizado su disección. Al término de la misma decidirá si acepta la idea y la convierte en creencia, o la rechaza para no pensarla más.

Creencia.
Las creencias nos sostienen día a día. Estas son las responsables de nuestro mucho o poco quehacer, así como de nuestros alcances y limitaciones.

El destino de un ser humano está subordinado a un conjunto de creencias que ha seguido consciente e inconscientemente y que le han gobernado la vida.

El problema de las creencias es que estas nos sostienen. No se discurren, no se diseccionan, solo son. No importa si las adquirimos por herencia o por voluntad. Simplemente son y con ello es suficiente para no pensarlas jamás, aun cuando estas son las que definen nuestro horizonte de posibilidad y acción

Por ejemplo, si una persona cree que la Vida es la respuesta, se limitará a recibir, creer y actuar. Jamás se verá en la necesidad de cuestionarse nada. Sera un feliz creyente y seguidor de las normas y criterios de otros, los cuales, a su vez, las heredaron de otros y así sucesivamente.

Por el contrario si una persona cree que la Vida es la pregunta, se cuestionara todo lo que le dicen, todo lo que observe, lea, escuche y piense. Buscando la lógica, razón y pragmatismo de cada pensamiento o cosa.

Los primeros crean religión, los segundos ciencia. Los primeros están orientados a la estabilidad, los segundos al progreso. Unos son conservadores, los otros revolucionarios. En donde la diferencia real entre unos y otros son sus creencias, no sus capacidades.

La primera responsabilidad que tiene un ser humano para consigo mismo es auscultar su código de creencias. Revisar a donde le han llevado estas y decidir si así es como quiere estar, definiendo cuales tiene que conservar, cambiar o desechar. De lo contrario su vida será más biología que biografía.

Veamos otro ejemplo pero este del combés empresarial.
Las empresas te pagan tan cara la dependencia que te hacen incosteable la independencia.

Si una persona cree que no hay nada más seguro que la estabilidad y tranquilidad que le da un sueldo, una pensión y una jubilación, buscará, por sobre todas las cosas, la falsa seguridad de un empleo, prefiriendo vivir en la mísera certeza de la servidumbre que en la angustiosa riqueza de la incertidumbre.  

La estabilidad es para las plantas, la congruencia para las piedras y la seguridad para los débiles.

Por el contrario, si una persona cree que trabajar para otro es subordinar la redacción de su biografía al lápiz de otro escritor, jamás podrá estar en la nómina de persona alguna. Todo lo que estudie o haga, así como la gente con la que se relacione o asocie, será en miras de su independencia y autonomía, ya que para él…, ese el estado normal de las cosas.

Nuestra responsabilidad es revisar constantemente nuestro código de creencias, para ser nosotros los que dirijamos a nuestras creencias en lugar de que ellas nos dirijan a nosotros.

Dioses esotéricos y exotéricos.
El conocimiento en la antigüedad se dividía en dos: el conocimiento esotérico y el exotérico.

El conocimiento esotérico (esoterikos-los de adentro) era y es para los iniciados.
Este se refería y refiere a la filosofía, metafísica, lógica, matemáticas y geometría. Se asumía, y con razón, que este conocimiento no era para todos, ya que no solo requería de una muy buena cabeza, sino que además era necesario que los iniciados fueran a una escuela, como el nombre lo dice, a iniciarse en el conocimiento en cuestión.

Lo mismo pasa hoy. Las Universidades reciben a todos aquellos que desean iniciarse en lo que van a estudiar, ya sea medicina, ingeniería, leyes, física y toda la suma de etcéteras que se enseñan e imparten hoy.

Si usted es un físico matemático y va a impartir una cátedra especializada en el que vaya a informar de los últimos avances de la física cuántica, será menester que acudamos a ella los iniciados en el tema, de lo contrario nos será imposible entender lo que se está diciendo o demostrado vía la matemática cuántica.

El que usted imparta dicha cátedra, no hace de usted un místico del conocimiento arcano (no hay tal), ni nada de esas lindezas que gustan a todos aquellos exotéricos que desean encontrar algo más allá de lo obvio. Usted simplemente es un esotérico que comparte con los suyos el gusto por el saber.

Ahora bien, si a usted se le contrata para dar una conferencia al público en general, usted impartirá en dicha conferencia un conocimiento exotérico, es decir, una conferencia de divulgación en donde su tema es uno más de eso que llamamos cultura general.

Lo paradójico del tema es que hoy llamamos esotérico al conocimiento exotérico, es decir, al conocimiento de divulgación, ese que consiste en dar una pincelada del saber a aquellos que no saben que no saben.

Esos que son sabios de segunda mano y que lo único que desean es quedarse en la superficie de las cosas, ya que su pereza intelectual ha hecho que su cerebro no les de para más. 

Recién me invitaron a departir intelectualmente con una experta en numerología y otra en astrología. Ambas, fieles a su feminidad, se volcaron sobre mí con un sinfín de preguntas, ya que una de ellas pensaba que yo sabía de la cábala y esas cosas.

Me preguntaron mi parecer sobre ambos temas y ambas les comenté que era un neófito en la materia, y que por obvias razones no estaba facultado para emitir una opinión al respecto. Pasaron por alto mis objeciones diciéndome que cualquiera puede emitir una opinión.

Les comenté que no tenía fundamentos pero que si podía hacerles algunas preguntas que me ayudarán a aclarar mi perplejidad.

Aquel que cree en los horóscopos es porque nació bajo el signo equivocado.
Le pregunte a la experta en los horóscopos, que qué horóscopo debiera revisar al subir a un avión para un vuelo transcontinental: el horóscopo del piloto o el mío.

La pregunta le sorprendió a tal grado que el mutis, acompañado de una cara de incordio y asombro, se extendió más allá de lo cortésmente razonable. Afortunadamente su compañera logro distender el incordio con una risa que iba acompañada de un comentario en el que me invitaba a dejar de jugar para hacer una pregunta sería.

La experta en los horóscopos se limitó a preguntarme si yo creía en los astros, a lo que respondí que no. Que respetaba en mucho las leyes que rigen el movimiento de los astros (astronomía), pero que no sabía nada de la astrología.

Su compañera, más abierta y frontal, interpelo mi incredulidad no solo para los horóscopos y numerología, sino para todo lo que tiene que ver con el combes del creer.

Les conteste que en lo único en que yo creo es en todo el bien y todo el mal que el hombre puede hacer. Mi creer no se extiende más allá de eso.

Les explique que desde mi óptica no hay nada mejor que llamar a las cosas por su nombre. Que siempre será mejor hacerlo así, que nominarlas de la forma equivocada. La realidad como realidad y la ficción como ficción.

Cuando llamas a las cosas por su nombre, eliges conscientemente las ficciones o paliativos en los que te vas a refugiar para hacer la vida más amable. A sabiendas de que estos no tienen otro fin más que servirte de catarsis para despresurizar tus cuitas y canguelos… En otras palabras, dejas de esperar lo inesperable.

Las ficciones o creencias son entes de razón. No tienen vida propia. La vida que tienen es la que uno le da en su cabeza, pero la realidad es que no existen, por lo que no pueden poseer posibilidad o intención para resolver lo que solo usted puede resolver.

Veamos algunos ejemplos por demás polémicos…

Los dioses.
Los dioses no tienen existencia real. Son entes de razón y como tal la única vida que tienen es la que cada quien le da en su cabeza. Los entes de razón carecen de posibilidad e intención. Lo que no es, no puede resolver lo que si Es. 

¿Por qué entonces al rezarles o conversar con ellos (una relación personal con dios, me decía una e ellas), las personas se sienten mejor y solucionan sus cosas?

Al rezar o hablar con sus entes de razón, lo que en realidad está haciendo es hablar consigo mismo.

Este hablar consigo mismo no solo le ayuda a despresurizarse y sentirse mejor, sino que además le permite escucharse… Y, cuando uno se escucha, encuentra.

Bien decía Don Miguel de Unamuno: el conocimiento se da hablando.

No obstante puede, si usted así lo desea, atribuirle a sus dioses la solución encontrada, pero la realidad es que fue usted el que la pario, ejecuto y resolvió.

El amor.
El amor existe en la cabeza de cada uno de nosotros y este es obsecuente a nuestra lotería genética, la cual determina y escoge antes de que nosotros lo llevemos a la razón, a ese otro u otra que completa y complementa nuestro ser.

La realidad es que uno no ama a su otredad. Lo que amamos es lo que sentimos cuando estamos con nuestra otredad. 

El amor romántico nos ha vendido la idea de que el amor todo lo puede, y es cierto, lo puede todo pero en uno mismo, no en el otro.

El otro persigue su propio bien, y en la medida en que usted se vea en la penosa necesidad de renunciar a lo que Es para darle gusto al otro, descubrirá que al paso del tiempo terminará abortando la relación, ya que nadie puede dejar de ser lo que Es para traicionarse a sí mismo.

El amor, en cuanto tal, no pide, castiga, limita o exige la abnegación del otro, ya que en ese momento deja de expresar el ser para pasar a ser una caricatura de lo que era, perdiendo con ello el amor a si y el amor al otro.

En la vida lo que es no necesita de fe, ya es.
Se cree solo lo que no es. La realidad no necesita de fe. La realidad es. 

La creencia es necesaria única y exclusivamente en lo que no es.
Lo que es no requiere de la subjetividad humana para ser. Existe por sí mismo, sin necesidad de nuestra aprobación o rechazo.

Somos nosotros los que decidimos creer en algo para hacer más amable la vida. Ya sea este un creer consiente, eligiendo nuestras ficciones y creencias, o un creer inconsciente, en donde estaremos dirigidos por nuestras creencias en lugar de que nosotros las dirijamos a ellas. 

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