martes, 26 de diciembre de 2017

Cambio generacional.

Hace muchos años, cuando recién incursione en las finanzas internacionales, un financiero que radicaba en Japón me sugirió no trabajar con México. Me comentó que la cultura financiera de México estaba muy por debajo de los países del tercer mundo.

Su consejo fue el siguiente: No trates de hacer negocios en México. Es un país que vive auto saboteándose. La energía de su gente no está enfocada en lograr que las cosas sucedan. Lo más interesante del caso es que no se dan cuenta. Para los mexicanos son más importantes las formas y los procesos que las soluciones. Para el mexicano es más importante la forma que el fondo, por lo que siempre te van a poner cuanto obstáculo puedan para demostrar que ellos tienen la razón. En México, me dijo, lo importante no es lograr que las cosas sucedan. Lo importante es tener la razón.

Debo confesar que en su momento le puse más atención a la acritud del comentario que a la sustancia, en otras palabras, le di más valor a la forma que al fondo. Deje pasar el comentario el cual atribuí a un desconocimiento de la cultura de México.

Como buen mexicano enfoque mi energía a ayudar a mi país. Vicente Fox (el alto vacío) recién llegaba a la presidencia y pensé que la coyuntura era favorable para todo lo que mi empresa le podría ofrecer a México. Me desgaste todo el sexenio sin poder concretar nada. Recibí, debo reconocer la paradoja, todas las razones posibles por las cuales eso que nosotros ofrecíamos era justo lo que México necesitaba…, pero no podía hacer.

Llego el siguiente Presidente. Me buscaron. Presente el portafolio de productos. Me citaron una y mil veces. Por seis años se mostraron atentos, amables y dispuestos pero jamás pudimos concretar una sola operación.

Me retiré del sector público y enfoque el cien de mi tiempo al sector privado, dado que este, así lo creí en su momento, era un sector enfocado al negocio. El resultado fue el mismo. El interés era mayúsculo y el miedo también. Más de uno conocía a un par extranjero que había invertido en este tipo de operaciones (compra venta de instrumentos financieros), las cuales les parecían, no obstante el exitoso resultado de sus pares, altamente riesgosas, ya que eran operaciones que no entendían del todo.

Así, el desconocimiento del producto y la legítima posición de los inversionistas de no participar en un negocio que no entendían, hizo que enfocara mis miras más allá de las fronteras, dejando a mi país solo como residencia intermitente, mudando mi casa y oficina a Austin, Texas.

Al mismo tiempo que corrí el proceso en México, busque clientes fuera de él. En los poco más de tres lustros, la totalidad de las operaciones que he concretado han sido con Inversionistas extranjeros, ningún mexicano, ningún latinoamericano.

Pasó el tiempo y poco a poco cambio el paisaje y el paisanaje de México pero no su sustancia. Entendí que hay ocasiones en que hay que dar lecciones y recibir otras. En donde el secreto no está en las lecciones que se dan o se reciben, sino en comprender los roles de unos y otros y estar conscientes de ellos. De no ser así, el maestro no enseña y el alumno no aprende.  

Moral es lo que funciona. Si algo no funciona, por muy ético que sea, no es moral, y en México las cosas funcionan con una moral orientada a la medianía.

En el exterior se dice que México tiene una economía de corral. Que lo que ya entro a caja ya no se toca. Se guarda y si es menester hacer negocios, se hacen a través de créditos bancarios pero no con el dinero de la caja.

De todos es sabido que los negocios se hacen con el dinero de otros. No obstante los mejores negocios son aquellos en los que inviertes a la par de tus pares para poder hacer dinero con el dinero de otros. Sin embargo esto demanda compartir la propiedad y la gestión, cosa que el inversionista tradicional, ese que creció con las premisas de antaño, no está del todo dispuesto a hacer.

No obstante lo anterior es menester reconocer que las cosas están cambiando, aún no en la sustancia, pero si en los accidentes. Lenta y gradualmente están llegando al escenario jóvenes emprendedores que están incidiendo en el paisaje y paisanaje de América Latina. Jóvenes que encuentran poco eco en los inversionistas de antaño, pero que no tienen problema para sentarse a platicar con inversionistas extranjeros y explorar nuevas y mejores formas de financiamiento.

Las nuevas generaciones están modificando el rostro de Latinoamérica. Son jóvenes que han crecido en una dinámica de cambio que los sitúa en las antípodas de sus padres, y ni que decir de sus abuelos. Son jóvenes que no se detienen por dinero. Lo que les detiene son las ideas, las oportunidades de negocio. Ya una vez que las detectan se abocan a buscar la forma de capitalizarlas, ya sea buscando inversionistas para la cogestión o vendiendo el total de la idea al inversionista que así lo requiera.

Recién se comunicó conmigo un empresario con el que llevo una relación de años. Es un hombre que está en sus primeros cuarenta y que por muchos años fue un exacerbado amante de los fierros. Su empresa fue hasta hace algunos años, líder en colocación de grúas. No había obra en construcción donde no estuviera él. Se distinguía por ser un hombre bragado, agreste, instalado a tal grado en la objetividad de la materia, que en más de una ocasión su falta de tacto incomodó a propios y extraños.

Nuestros negocios nos llevaron por rumbos diferentes, por lo que sin perder el contacto social, perdimos un poco el acontecer de nuestros negocios. Dos años después me llamo para decirme que iba a estar en Houston, que si no tenía inconveniente, me invitaba a comer para ponernos al día y evaluar algunos proyectos que traía en su portafolio.

Mi estupor cuando lo vi fue mayúsculo. Era el mismo hombre, pero cambiado. Frente a mí estaba una persona diferente en todos los aspectos. Su geografía corporal había cambiado, así como su lenguaje, forma de vestir y arquitectura del rostro.

Le pregunté que qué había pasado. Que qué mujer había sido la autora de dicho cambio. Se sonrió y me contestó que no, que no había tal. Que el cambio obedecía a las necesidades específicas de su empresa y no a una feminidad encarnada. Me comentó que vendió la empresa de grúas y que ahora estaba de lleno en el mundo de las aplicaciones. Su negocio era detectar oportunidades y diseñar aplicaciones, amén de identificar a otros desarrolladores, explorar lo que estos estaban haciendo y firmar con ellos un acuerdo comercial para asociarse, financiar, comprar y/o vender sus aplicaciones.

Me presentó varias de ellas, algunas más sorprendentes y viables que otras pero todas interesantes al fin. No obstante lo más impactante fue el cambio que se dio en él. Paso de ser un hombre brusco, frontal y en ocasiones hiriente y sarcástico, a un elegante, diplomático con un sarcasmo de terciopelo que lo que busca es vender y convencer.

De Tepito a las Lomas.
Algo similar me aconteció con un joven de 29 años que recién acudió a mí en busca de financiamiento. Este joven, al que llamaré Jorge, nació y creció en Tepito, uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad de México. Es un barrio bravo en donde la lucha por la supervivencia es atroz.

Para él lo normal era trabajar, estudiar y luchar por llegar sano y salvo a casa para entregar las pocas o muchas monedas que había ganado. Decidió que no quería vivir como los demás. Estudio, gano una beca y se graduó en el Tecnológico de Monterrey. Hoy es propietario de una empresa de logística amén de tener varias casas de empeño.

Lo impactante del caso es que nos es dueño de un solo camión. Diseño un sistema de logística que le permite brindar un servicio diferenciado que le ha permitido lograr contratos impensables para cualquier otro joven de Tepito.

Acudió a mi debido a que recién había negociado varios contratos en México y Centro América, amén de que esta por incursionar al sector de bienes y raíces, edificando casas las cuales va a vender bajo un modelo de renta / venta al sector de escasos recursos.

Exploramos las alternativas de financiamiento. Le explique la forma en que operan las mesas de intercambio y lo que tenía que hacer para participar en ellas. Lo que más llamó mi atención fue el hecho de que él ya sea había documentado ampliamente ante de llegar a mí. Cerramos el trato y empezamos de inmediato.  

Así como estos casos, me he venido topando en este último lustro, con jóvenes latinoamericanos que me buscan de México, Panamá, Ecuador, Montevideo y otros lugares, para buscar fuentes de financiamiento que estén más allá de las acostumbradas por sus padres. Jóvenes audaces y arrojados que buscan un padrino que crea en ellos y los acompañe en el proceso.

¿Qué es lo que ha cambiado?
Hoy estamos inmersos en una economía donde el cerebro de hora es el que marca la pauta de los negocios. Lo importante ya no es ser dueño de los activos, sino de las ideas. Estos jóvenes buscan nuevas opciones de negocio, de financiamiento y de vida.

Ninguno de ellos sueña con una oficina de primer nivel. Sueñan con su libertad y con poder moverse de un lado a otro sin atadura alguna (lo cual obviamente va a incidir en el concepto que tenemos de relación de pareja/matrimonio).

Tanto mi cofrade el de las grúas, como el joven de Tepito y mucho más que llegan a mi buscando financiamiento, llegan con una mochila al hombro, sacan su IPad, hacen su presentación, negocian términos, llegan a acuerdos y se van. Su oficina se circunscribe, más allá de su cerebro, a una mochila, un IPad y un auto, aunque la gran mayoría de ellos llegan en Uber.

No es México el que está cambiando. Es el mundo el que está cambiando y lo importante es estar en la dinámica del cambio. Todos aquellos que no quieran o no logren entender el cambio se van a ir quedando fuera del negocio. Estas personas cobijaran sus miedos bajo el paraguas de sus creencias más no de la verdad. La verdad es inobjetable. Ahí esta y no necesita de creencias.

Para estas personas lo que sigue es una acusada arterioesclerosis del poder, la cual, sin prisa pero sin pausa, los llevará a una total obsolescencia.

Unir sin confundir, separar sin distinguir.
Es importante no confundir el hacer maniático con el hacer metódico. Son primos hermanos y muy cercanos, pero en el método no hay manía. Hay una clara comprensión de la realidad, lo que hace que en el método haya orden, lógica y sistema.

En la arterioesclerosis del poder lo importante no es el real acontecer del mundo, sino la realidad imaginada en la que vive la persona. Lo que hace que su hacer sea un hacer maniático, disparatado, carente de sentido común, lógica y orden.

Este tipo de personas viven de fracaso en fracaso. Cierto es que tuvieron sus éxitos, no obstante son los éxitos de ayer los que les impiden leer y entender el hoy. Viven en mundo que ya no es. Un mundo que está en su mente pero no en el diario acontecer.

Recordemos, no obstante, que el hombre se acondiciona a sí mismo. No hay nadie que no pueda adaptarse a las circunstancias. Si no se adapta es porque no quiere, no porque no pueda.

¿Quién es dueño de mis ilusiones?
Lo único que el ser humano puede hacer para no perder la realidad y adaptarse a las circunstancias, es el no hacerse ilusiones. La realidad es. No necesita de atributos, de expectativas o ilusiones. Simplemente es. Aceptar las cosas como son, por muy crudas o ajenas a nuestro querer, siempre será mejor que negar la realidad.

Cada quien es dueño de sus ilusiones. Somos nosotros los que creamos expectativas donde no las hay. La realidad no necesita de atributos o adjetivos calificativos para ser, simplemente es. Somos nosotros los que confundimos posibilidad con probabilidad. El mundo de lo plausible es infinito y depende de la historia de cada quien. El mundo de lo probable es finito y no depende de la persona sino de la realidad.

Las nuevas generaciones son las que con su entendimiento, apertura y propuestas, están empujando a los miembros de las generaciones precedentes a adaptarse al cambio, no a todos, pero si a un buen número de ellos.

Cada vez son más los coetáneos y mayores que llegan a mí buscando nuevas opciones de financiamiento y de negocio. Personas que cinco o diez años atrás, jamás hubiesen pensado declinarse por estas opciones.

El común denominador de estos coetáneos o mayores, es que todos llegan acompañados de un joven visionario que les vendió una idea o concepto de negocio diametralmente diferente a las que ellos estaban acostumbrados. El joven de Tepito llego con un inversionista de 80 años. Un hombre lucido, inteligente y dispuesto a invertir en negocios que están muy lejos de los fierros con los que creció…

Bienvenido el cambio.  


Nos leemos en el siguiente artículo. 

jueves, 26 de octubre de 2017

Fe de erratas.

En el artículo titulado, El amor y las macetas, hable de la resonancia de todo lo vivo y su relación con todo lo vivo. En especial en el combés del amor.

Por supuesto que cuando uno escribe se describe. Así, al escribir plasmamos en letras no solo lo que pensamos sino que también lo que somos. Por otro lado nos es menester reconocer que la vanidad (el motor más grande de los seres humanos) nos engaña respecto a los demás y a nosotros mismos. De tal suerte que cuando uno analiza o disecciona una realidad, lo hace desde su más íntima vanidad, lo cual nos puede llevar al error sin estar conscientes de ello. Por eso es que a este artículo lo intitule: Fe de Erratas.

Orgullo, vanidad y humildad.
Nos es común confundir orgullo con vanidad, sin embargo la realidad es que el orgullo siempre es intrínseco, tiene que ver con la imagen que tenemos de nosotros mismos sobre tal o cual virtud o cualidad. La vanidad, por el contrario, es extrínseca, tiene que ver con la imagen que queremos que los demás tengan de nosotros. Cosa que pocas veces logramos, ya que una cosa es lo queremos proyectar y otra muy distinta la que proyectamos.

La humildad por el contrario, invita a la desconfianza. No hay nada más engañoso que la humildad. La cual a menudo no es más que una máscara que esconde una carencia de opinión y, en muchas ocasiones, una vanidad que está más allá de los méritos que la persona desea que los demás vean en él.

Recién estuvimos en una comida de negocios. Mi socia, una mujer que acompaña su inteligencia con una belleza sin igual, hizo que los otros comensales quedarán arrobados por su belleza, su porte y su elegante pero frontal forma de decir las cosas.

Uno de ellos, obediente a su vanidad, hizo todo lo posible por causar en ella una muy buena impresión. De tal suerte que todo su hacer y decir en dicha comida, fue, desde la muy lineal mente masculina, lo que hizo que quedara muy mal a ojos de ella.

Cierto estoy que él salió de dicha junta convencido de que había causado una impresión sin parangón. Y no estaba equivocado. Ya que la infortunada impresión que ella se llevó de él, está muy lejos de la impresión que él cree que causo en ella.

Así, una es la imagen que queremos proyectar y otra la que proyectamos, ya que no solo ignoramos la mente del otro cuando queremos lograr algo, sino que además nuestra vanidad nos engaña respecto a nosotros mismos y los demás.

Lo mismo me pasó a mí, ya que, obsecuente a mi vanidad, escribí el artículo del “Amor y las macetas” desde mi estructura antropológica pero no desde la estructura de sus actores. En ese artículo, como en todos los demás, plasme mi orgullo y vanidad, sin embargo justo es reconocer que es algo que no podemos evitar, por lo menos no del todo. La vanidad es el motor más importante de los seres humanos. Está implícita en todo lo que hacemos, sin importar la edad y la madurez que tengamos.  

Me toco, por azares del destino, estar muy cerca de los actores mencionados en dicho artículo. Tuve la oportunidad de escucharlos, de ver su devenir. La forma en que uno y otro vivieron su proceso. Su decaimiento. Su ingente necesidad de salir adelante, así como las herramientas que usaron para tal efecto.  

Ambos, de una forma u otra, se consumieron. No solo perdieron peso, sino que además perdieron esa alegría que contagiaban y transmitían a los demás. Cada uno estaba cierto de que había tenido la razón y cada uno estaba cierto de que no era la forma en que querían vivir. La resonancia de uno y otro, en apariencia, no comulgaban.

Ella desconfiaba de él y veía infidelidades donde él no las veía. Él se sentía abrumado por ella y por su obsesión de ver infidelidades donde no las había. Para ella la infidelidad tenía que ver con el todo: la mente, el cuerpo y el alma. Para él la infidelidad tenía que ver con el cuerpo.

Así, cuando él mantenía comunicación constante con alguna mujer que no fuera ella. Ella de inmediato pensaba lo peor. No por el hecho de que él tuviera intimidad física con esa mujer, sino por el hecho de que el estar cercano a otra mujer, es el principio de una posible infidelidad.

Así, la divergencia de criterios y filosofías hizo que la resonancia de uno no comulgara con la del otro, lo que ineluctablemente les llevo al fin.

Cada uno vivió su proceso de forma diferente. Ella, mujer al fin, se desahogó con sus íntimos, esgrimiendo sus razones con el inconsciente fin de buscar una afirmación de su decisión. Cosa que hacemos todos.

Él se aisló y solo le comento a los suyos que se habían dado un tiempo. Él no vertió opinión al respecto, pero se aisló para vivir su proceso en silencio y soledad. Cada uno, en su forma, encontró el medio que necesitaban para vivir su proceso.

Obviamente lo importante aquí no es el análisis de los medios que usaron, sino el resultado logrado. Hay tantos medios como personas hay. Lo importante es llegar al objetivo.

Hace algunos años, un joven ejecutivo de la empresa que en ese entonces trabajaba en el área de mejora continua, vivió una situación similar. Estaba próximo a casarse cuando la relación termino. Él encontró que la mejor forma de resolver su problema era la de probar la calidad de la cosecha de cebada de su entorno, por el método de bebérsela ya una vez destilada. Tal vez la gente de su entorno no estuviera de acuerdo con el método, pero al final, sin saber qué cantidad fue la que se bebió, le funcionó.

Lo importante es que todos, los arriba mencionados y el que certifico la calidad de la cosecha de cebada, resolvieron sus problemas y terminaron regresando con sus respectivas parejas. Así, el método de uno y otro puede ser distinto, sin embargo lo que en realidad importa nos importa en este artículo no es el método, sino el resultado final.

Retomemos el curso del tema.
Siempre resulta incómodo identificarse con alguien que uno imagino de coordenadas distintas a las nuestras. Menciono esto debido a que cuando diseccione el tema del Amor y las macetas, uno de mis dilectos lectores, con el que yo pensaba que no afinaba en nada, me obsequio una reflexión que me hizo replantear todo el tema.

Cierto es que los seres humanos lo único que podemos hacer es teorizar sobre la realidad, sin embargo nos es menester reconocer que la realidad está mucho más allá de nuestras vanidades, teorías y percepciones. De tal suerte que por mucho que nos esforcemos, lo único que podemos hacer es explicar una parcela muy reducida de la realidad.

Viví de cerca el proceso de los actores del Amor y las macetas. Los vi en la caída y en la aparente recuperación. Observe la mutación de su rostro conforme evolucionaba su proceso. En las reuniones que tenía con cada uno de ellos, la sonrisa y el trato era social. Decentes, amables, centrados en el negocio que discutíamos, pero sin la sonrisa cardinal que les distinguía.

Finiquitado lo que teníamos que tratar, navegue hacia otras latitudes y personas, hasta que coincidí por separado con cada uno de ellos. Lo que más me llamo la atención fue que a ambos se les leí en el rostro esa chispa de vida que les caracterizaba. Debo confesar que jamás pensé que habían regresado. Todo lo contrario, pensé que ya lo habían superado.

No podía estar más equivocado. La luminosidad que proyectaban en sus rostros es debido a que más allá de las teorías, de los decires de la gente o de las letras de un servidor, ellos se encontraron y se soldaron en una unidad.

Esas macetas que en apariencia eran incompatibles en sus resonancias, se ven hoy mejor que nunca. Incluso, mejor que antes. ¿Qué fue entonces lo que paso?

Semanas después hablé con cada uno de ellos por cuestiones de negocio. La realidad es que no tuve que preguntar nada, era tal su alegría y contento que cada uno de ellos me compartió un poco de su felicidad.

Ella sigue convencida de que él le fue infiel con la mente. Sus miedos siguen ahí, pero la necesidad de estar con él está por arriba de sus miedos. Él está convencido de que no lo fue, sin embargo él me comento que en la tregua se dio cuenta que la causa del problema, por lo menos en él, fue que se centró en defender los accidentes y no la sustancia.  

Me comentó que cuando terminaron fue porque él le estaba dando más peso a la forma que al fondo (cosa muy común en el género masculino).

Los hombres, ya una vez que hacemos propias las formas, les damos un valor que no poseen, haciendo de la forma. Olvidándonos que lo importante no es el accidente sino la sustancia. 

En otras palabras, él se dio cuenta que al terminar con ella conservo sus formas, pero no a ella, y que lo que realmente le importaba era ella, no las formas.

Cuando se dio cuenta la buscó, habló con ella, le explicó lo que descubrió. Ella, sin necesidad de teorizar, escribir o diseñar modelos del comportamiento humano, reafirmo una una vez más que la resonancia de él es la que ella necesita para ser mejor y que la resonancia de ella es la que él necesita para ser mejor.

Hoy se lee en el rostro de ambos un amor y una luz que no se les leía antes.

Todos somos los demás de los demás.
La cultura de las personas como de las naciones, tiene que ver más con las emociones que con las razones. Son las emociones y conductas de una persona y de una nación, lo que determina la cultura de uno y otro. La razón, paradójicamente, explica las cosas, pero no las crea.

Las emociones crean conductas y las conductas, actos. 
Explico esto debido a que lo más seguro es que en el entorno de ellos vaya a ver resistencia al reencuentro de ellos como pareja, ya que esos demás que son sus demás (familia, iglesia, amigos y gente que de una forma u otra depende de ellos), se sentirán agraviados ante la presencia de una influencia ajena en la vida de esa persona que es parte de su vida, ya que esa otra persona va a incidir en la forma de vida de todos. Directamente en la persona elegida, indirectamente en la de los demás.

Esa forma de vida que no es otra cosa que eso llamamos cultura, se va a ver trastocada por el reencuentro de ellos, no obstante si ellos entienden que los demás van a hacer todo lo posible para incidir con su decir y hacer para que eso no funcione... Entonces va a funcionar. Porque las cosas cuando se entienden, se dirigen. 

No obstante y más allá de la resistencia de los demás, lo que ellos deben entender es que nadie es una isla. 

John Donne decía que “ningún hombre es una isla; todos formamos parte del todo”. Y si en algún lugar esto se palpa de manera inmediata, es en la pareja.  

Nada de lo que le acaece a uno, puede ser ajeno al otro. Todos los actos de él y de ella van inferir, para bien o para mal en la relación… Y justo ahí es donde ambos se deben preguntar: ¿Qué es más importante, la forma o el fondo?

Las formas son cambiantes, el fondo es permanente. Así, esas macetas que el que esto escribe comento que eran incompatibles en su resonancia, son hoy un par de macetas como pocas he visto en la vida…

Bien por ellos…

Bien por mí. 

Nos leemos en el siguiente artículo.

lunes, 23 de octubre de 2017

El amor por la novedad.

El gregarismo es consustancial a la vida. Lo vemos en todo lo vivo. Específicamente en el reino animal, vegetal y celular. El gregarismo tiene que ver con la ingente necesidad de agruparse, de ser parte de algo como estrategia de supervivencia y cada especie o reino lo manifiesta de una manera particular, similar en cuanto a la agrupación, diferente en cuanto a la actuación.  

En este artículo vamos a hablar del gregarismo humano, más específicamente de aquel que tiene que ver con el constante amor por la novedad. Este se da tanto en hombres como en mujeres. En ellas, objetivamente. En ellos, subjetivamente.

Cuando el sujeto necesita del objeto para ser sujeto.
Todos los seres humanos somos gregarios, no obstante hay quienes padecen un gregarismo por arriba de lo normal. Estas personas necesitan vivir de sorpresa en sorpresa. Viven con una constante necesidad de lo nuevo. Tan pronto se abre una tienda de marca, restaurante o se da el lanzamiento de un producto nuevo, acudirán, sin importar las circunstancias, a hacer filas interminables o a pasar la noche en vela frente a la tienda, para ser los primeros en adquirir o consumir aquellos que por un instante los reposiciona como sujetos.

Por supuesto que es una sensación efímera, la vacuidad interior no se puede solucionar con objetos, estos son una herramienta, no una solución. Amén de que en muy poco tiempo, días o semanas, una gran parte de su entorno poseerá y hablará de lo mismo que ellos, acabando así la breve y estulta diferenciación que pretendían lograr al adquirir dicho objeto.

Esto mismo es lo que hace que la cacería de novedades sea en ellos una forma de vida. Su ausencia de identidad es tal, que se ven en la necesidad de derrochar el poco o mucho dinero que tienen en cosas fatuas e inútiles, ya que estas personas compran identidad (marca), no función.

La naturaleza se mueve violentamente hacia su lugar, lentamente en su lugar.
Las personas que padecen de gregarismo (amor por la novedad) suelen tener, en el combés de la relación sentimental, entre tres o cinco amores de vida. No se relacionan sentimentalmente con cualquier persona. Necesitan que el otro posea una inteligencia y visión del mundo diferente a la de los demás, lo que hace que la cohabitación sea de suyo interesante. Amén de una filosofía de vida de la cual puedan absorber eso que, en ese tránsito de su vida, están buscando.

Es importante recalcar la palabra tránsito, ya que eso es: un tránsito.
El intervalo por el que están pasando los lleva a buscar, más inconsciente que conscientemente, eso que su yo interno les va a reafirmar cuando lo encuentren Poco les va a importar el atractivo del otro, lo que les va a significar es que ese otro tiene, en apariencia, las respuestas que ellos creen necesitar.

No obstante la realidad es que por mucho que haya que descubrir en una persona, llegará un momento en que hasta la sorpresa se convierta en cotidianidad, dado que la persona que las genera es la misma.

Es algo así como cuando lees muchos libros del mismo autor. Cada libro te sorprenderá en cuanto ha contenido y continente, pero el estilo será siempre el mismo: a esto se le llama cotidianidad. Un ejemplo de lo anterior son los libros de ese gran semiólogo que fue Umberto Eco.

Cada uno de sus libros es un deleite al intelecto y a los sentidos, no obstante encontramos que en ellos, el secreto, el complot, la paradoja y el carácter en cierto modo interminable e indeterminable de la interpretación, son el común denominador de todos ellos.

Para una persona que padece de gregarismo (amor por lo nuevo), no hay nada peor que la cotidianidad. El otro podrá ser una caja infinita de sorpresas, pero llegará un momento en que su estilo se convertirá en cotidianidad, lo qué hará que se desencante de aquel que antaño le encantó.

Por supuesto que no es fácil detectar a las personas que padecen de gregarismo, ya que estas personas son encantadoras y saben halagar elegantemente la vanidad del otro. Son, sobre todo para aquellos que padecen alguna anomalía intelectual, una audiencia cautivadora. Siempre dispuesta a escuchar y a aprender, por lo menos hasta que la cotidianidad los alcance.

En el momento en que la cotidianidad los alcanza, inician, más inconsciente que conscientemente, un nuevo proceso su proceso de búsqueda, lo que inevitablemente les llevara a buscar a ese otro que, según los nuevos conocimientos que creen poseer, les ofrece un arcón de sorpresas mejor que el que tenían, para encontrar, al paso de pocos meses, que no posee aquello a lo que sin saber, se habían acostumbrado a ver como normal.

Líneas arriba decíamos que todos somos gregarios, pero que ese gregarismo que nos impele a la búsqueda de lo nuevo, lo padecen objetivamente las mujeres y subjetivamente los hombres. El hombre suele padecer un grado de gargarismo mucho más alto que el de la mujer. Ese gregarismo es lo que lo lleva a la búsqueda intermitente de mujeres, placeres y saberes.

La mujer, por el contrario, padece un gregarismo que la lleva a la búsqueda de nuevas cosas, lugares, ropa, restaurantes, actividades y una suma de etcéteras que por mucho excede a la linealidad de los hombres.

Para muestra un botón… Entre usted a un centro comercial. Lo más probable es que no le cause estupor constatar que el 90% de las tiendas son para mujeres. Tiendas que muestran una gran variedades de estilos, colores y formas. Ahora entre usted a tiendas exclusivamente de caballeros. Se azorará al descubrir que estas poseen una linealidad monocromática que se repite en estilo y forma. El hombre ya una vez que encuentra un par de zapatos con los que se sienta cómodo, comprará el mismo modelo hasta que llegue una mujer que le cambie el estilo.

Así pues, ambos, de una forma u otra, poseen un gregarismo que los impele a lo nuevo, no obstante hay casos, tanto en hombres y mujeres, en que su gregarismo va más allá de la media social. Poseen un gregarismo que se exacerba en cuanto llegan a la cotidianidad… lo cual es inevitable. Va a llegar.

Líneas arriba decíamos que la naturaleza se mueve violentamente hacia su lugar y lentamente en su lugar, no obstante el problema de estas personas es que no tienen lugar. Esto es lo que les lleva constátenme a migar de una pareja a otra y de un país a otro. Se les olvida que cuando uno cambia de país, cambia de clima, pero no de carácter.  

Me queda claro que es un pecado no conocer la cárcel en la que vivimos, no obstante hay personas que necesitan estar constantemente viajando. No pueden estar en un lugar más de seis o doce meses. Se empiezan a sentir incomodas, irritables y frustradas. Estas personas necesitan viajar para conocer el planeta que nos contiene, pero principalmente para escapar de la cotidianidad de su vida, es decir, de esa falta de sentido que tiene su vida.

Lo mismo pasa en el combés de las relaciones sentimentales. Estas personas necesitan migrar cada cierto tiempo de una de una geografía espiritual a otra. Cierto que el amor, cuando es amor, se suelda en la cotidianidad. Cosa, que para el gregario extremo, es difícil de entender.

La cotidianidad es la que nos permite fortalecer la relación. La continuidad está en la cotidianidad, no en el gregarismo.

Los gregarios extremos, por este constante afán de estar en la búsqueda de lo nuevo, terminan descubriendo al final de su vida, que sus sueños de juventud se convirtieron en las pesadillas de su vejez.

Por supuesto que esto es algo que nos pasa a todos en mayor o menor medida, pero entre más continuidad le demos a lo que hagamos: pareja, proyecto y vida en sí, menos pesadillas serán las que tengamos en la vejez.

Nos leemos en el siguiente artículo.

jueves, 28 de septiembre de 2017

El amor y las macetas.

Regreso a las letras después de una larga ausencia. Regreso a ellas debido a un hecho que me impulso a ello.

Una mujer muy allegada a mí termino abruptamente una relación muy prometedora. Tan prometedora que la terminación causo azoro entre propios y extraños, aun cuando en algunos casos de su círculo íntimo fue visto como algo positivo, ya que la terminación implicaba un forzoso regreso a lo ya establecido.

Explicar las razones de dicha terminación no solo es estéril, sino que además sería una falta de respeto a ella, ya que nadie tiene derecho a hacer público lo privado.

El tema en cuestión es que más allá del dolor, está el tema de la paz consigo mismo. Lo más importante para un ser humano es estar bien consigo mismo. Me queda claro que la paz de uno no es necesariamente la paz del otro. Ya que la paz interior de una persona obedece a su esencia y no a la esencia de alguien más. La paz está subordinada a la conciencia de cada quien y de esto ya hemos hablado en otros artículos, por lo que me circunscribiré al tema que nos compete, el del amor y las macetas.

El amor y las macetas.
En la vida las únicas alegrías y penas verdaderas son las domésticas… Nada nos alegra o afecta más que lo que sucede en nuestro entorno doméstico, ya sea con nuestro conyugue, pareja, hijos y demás íntimos de nuestra vida. Todas las otras penas y alegrías del extrarradio domestico son transitorias. Las domesticas se quedan con nosotros y nos acompañan el resto de la vida.

Lo paradójico de esto es que cuando usted tiene una pena domestica (las únicas que importan) los demás la verán como algo simple, mientras que las penas del extrarradio doméstico (las que no importan) las ven como algo importante. Esto lo que hace que en una terminación, sus íntimos le digan: no te preocupes. Si es para ti volverá. Lo cual obviamente nos impulsa a querer dar más de una cachetada o a no contar nada a nadie.

Entremos al espinoso tema del amor y las macetas…
Lo invito a hacer un ejercicio doméstico: siembre en una maceta un romero y siembre en otras dos macetas una de menta en cada una. Si no le gustan estas, siembre una de tomate en una de las macetas y en otras dos macetas una de patatas. Coloque una de cada una junta a la otra y la tercera póngala en otro lugar, de preferencia en una habitación igual de iluminada pero lejos de las dos que están juntas.

Descubrirá que a iguales cuidados ninguna de las dos que están juntas crecerá correctamente. En el mejor de los casos una se dará más que otra, pero ninguna se le dará bien. En cambio, la que está lejos, crecerá perfectamente debido a que esta no está sujeta a la resonancia de la otra, por lo cual su propia resonancia le hará encontrar y tomar del medio ambiente lo que más se adapte a lo que ella necesita.

Para que las plantas crezcan armónicamente, aun cuando no compartan la misma tierra debido a que están en macetas diferentes, deben estar con plantas afines y compatibles a ellas, para que la resonancia de una no afecte a la otra. Cuando las resonancias son afines, ambas crecerán y se alimentarán mutuamente. Cuando son discordantes, una de ellas, las más fuerte, será la que tome vida de la otra. Lo mismo sucede con las personas.

Usted podrá estar con el amor de su vida, entendiendo con esto el hecho de que esa persona le genera ese cumulo de emociones y sensaciones psíquicas, físicas y biológicas que le hacen considerarla así, no obstante si su paz interior -la cual está más allá de sus emociones y sensaciones psíquicas y físicas-, se ve trastocada, entonces usted no está con el amor de su vida.

Esta con una persona que le gusta de sobre manera y que responde a casi todo lo que usted había definido como la pareja ideal, pero no con el amor de su vida.

El amor de su vida tal vez no sea la persona más atractiva del mundo, la más erótica, sensual, educada, inteligente y cortes que haya sobre la tierra, pero le brinda una paz interior que no podrá encontrar en ningún otro lugar.

Si usted tiene que esconder las cosas, omitirlas o hacerlas a escondidas, entonces algo anda mal, ya que sin importar la razón, su paz interior se va a trastocar. Lo mismo sentirá la otra parte, ya que esta sentirá que usted le oculta, esconde u omite las cosas, lo que inevitablemente hará que su paz interior se deteriore.

El ocultamiento puede tener mil y una razones, sin embargo cuando este obedece a criterios de interpretación o a inseguridades de alguna de las partes, ambos, sin estar conscientes de ello, estarán precipitándose al vacío, lo que inconscientemente los llevará, en esa última etapa de la relación, a tratar de fundirse lo más posible en el otro con tal de que eso no suceda, lo que la postre terminara haciendo más dolorosa la terminación.  

Así pues, no se preocupe de si su elección es la más atractiva, erótica, sensual, inteligente, educada y cortes del universo… Lo que le debe preocupar es si esa persona es la que le brinda la paz interior que necesita para hacer de usted una mejor persona. 
Claro que el ojo quiere su parte, pero este, aunque importante, siempre pesa menos que la paz interior.

Mi amiga, ya pasado su tránsito de dolor, está descubriendo que duerme, descansa y convive mejor con todos los que le rodean. Y esto se debe solo a una cosa: ella está reencontrando su propia resonancia...

Estaba con la maceta equivocada.

sábado, 5 de agosto de 2017

La creación de la inteligencia.

La inteligencia se crea a sí misma y se crea a través de la ausencia; la espera y la palabra.

James Joyce decía que un hombre es un fantasma que se ha desvanecido hasta ser impalpable... Ya sea por muerte, por ausencia o por cambio de costumbres.

Y ni duda cabe que el mundo está lleno de este tipo de fantasmas... Hombres que se han desvanecido hasta hacerse impalpables... Ya sea por no hacer uso de su inteligencia, por no existir para ellos mismos.., y por ende para los demás.

Las redes neuronales se encienden justo a los días de nacido para no apagarse nunca, salvo que por voluntad propia uno decida apagarlas… ¿Cómo? Dejando de leer, de pensar y de analizar la vida y el entorno desde la estricta realidad. Dejando de escrutar todo lo que uno piensa, dice y hace, amén de todo lo que uno escuche, ve y observa.

Nunca hacemos nada por nada. Cierto que en apariencia hacemos muchas cosas solo por hacerlas, no obstante la realidad es que en todo lo hacemos hay substrato de razón que pocas veces llevamos a la razón.

Si nos detuviéramos a pensar en eso que queremos hacer porque se nos antojó en ese momento, ya sea por el impulso de terceros o porque nos dejamos llevar por el grupo, por el entorno o por cuantas razones deseemos agregar, descubriremos dos cosas: 
1)      Que nada lo hacemos porque sí; 
2)      Que muy pocas cosas que hacemos tienen un después…

Nada lo hacemos porque sí.
Todo lo que hacemos tiene un substrato de razón que pocas veces llevamos a la razón. Si nos detuviéramos a pensar cual es la razón primera y última de nuestro accionar, descubriríamos que muy poco de lo que hacemos tiene sentido. La gran mayoría de nuestros actos son irreflexivos y obedecen al impulso del momento, razón por la cual nos es menester crearle razones a la razón para justificar nuestro inútil y estéril accionar.

Esto es lo que hace que hayamos acuñado frases como: Ladrón que roba a ladrón… Lo que bailado quien me lo quita… y muchas más. Cuando en estricta realidad toda decisión debe ser buena a priori y no a posteriori. 

Es por ello que se dice y se dice bien que: “o piensas antes de actuar o terminaras actuando como piensas”. Justificar lo que paso no tiene ciencia, cualquiera lo hace. Proyectar y fundamentar lo que uno quiere que pase, es ahí donde está la diferencia entre un ser pensante y uno que no lo es. 

La realidad es que en todo acto, hasta en esos que no tienen sentido, hay un sustrato de razón que jamás nos detenemos a pensar. Son actos que obedecen a inseguridades acuñadas en lontananza y que por obvias razones hemos dejado en el olvido. Inseguridades que ya no podemos explicar, y menos si no nos detenemos a analizarlas, entenderlas y dirigirlas.

Estas son las que nos llevan a cometer una enorme cantidad de estulticias, ya sea por temor de que el otro crea que no nos atrevemos a hacer eso que nos pide, o por el temor de que la persona que nos invita a hacer algo nos deje al margen de sus afectos, o que el grupo nos rechace, o porque no queremos actuar con la impronta del deber ser de nuestros padres, maestros y tutores.

Causas, que ya identificándolas y entendiéndolas, se pueden dirigir sin problema alguno, ya que en el devenir del tiempo uno termina descubriendo que en la vida hay una enorme cantidad de sustos, pero muy pocos males. Tan pocos, que no son más de tres, mientras que los males son vastos…, y el 99.99% de ellos, imaginarios.

Así, cuando entiendes que no pasa nada si no haces aquello que los otros te invitan a hacer, es cuando dejas de hacer las cosas que hacen los demás, para empezar a las cosas que debes de hacer.

Intención de futuro.
Como vimos líneas arriba, la gran mayoría de las cosas que hacemos las hacemos para poblar el espacio. Son cosas que mueren justo en el momento en que las hacemos, debido a que carecen de intención de futuro. Son actos estériles que no nos llevan a ningún después que este encadenado a otro después.

Nosotros, que presumimos a los cuatro vientos de ser lo más sublime de la creación, somos la única especie de la creación que está llena de actos inútiles. Todas las demás especies tienen actos con intención de futuro: entrenar, jugar, reposar, cazar, etcétera; Nosotros no. Nosotros estamos llenos de actos inútiles. Actos que no tienen otro fin más que el de matar a ese que nos quiere matar: el tiempo.

La única razón por la cual nuestros actos carecen de intención de futuro, es debido a que no tenemos una definición de futuro. Nos vamos construyendo en el día a día, y si bien es cierto que la vida es oblicua y no lineal, también lo es el que por más oblicua que esta sea, si no se tiene una idea de futuro, será la oblicuidad la que gobierne nuestra vida y no nosotros. 

Napoleón Bonaparte, compañero mío de primaria, le decía a sus generales cuando estos le presentaban circunstancias antagónicas a sus planes: ¿Circunstancias? ¡La circunstancia soy yo!

Con esto lo que les quería decir es que él, más que nadie, reconocía el poder de la oblicuidad (aquello que surge más allá de lo planeado). Pero que el líder lo es en cuanto tiene la capacidad de adaptarse a las circunstancias, usarlas a su favor y conseguir el objetivo. Y esto solo se puede hacer cuando uno tiene bien definido su futuro.

Al inicio de este artículo decíamos que las redes neuronales se prenden a los días de nacido para no volverse a apagar jamás. De ahí en adelante operamos con el entramado de redes que construimos día a día, las más de las veces sin estar conscientes del entramado que estamos construyendo, y otras, las menos, conscientes de que lo estamos haciendo.

Es de suma importancia recordar que el cerebro no está hecho para pensar. Al cerebro hay que enseñarle a pensar, no obstante este piensa con el entramado que le construimos. Así, si el entramado es pobre, el pensamiento será igual.

Las redes neuronales son el software con el que se opera la vida, y estas se desarrollan en más o en menos en función de tres variables: 1) La ausencia de las cosas;
2) La espera para lograrlas y; 
3) La palabra, amplitud y significación de nuestro vocabulario -las cosas existen solo cuando las puedes nombrar.

La Ausencia.
Los padres de familia, en ese afán por darles a nuestros hijos lo que no tuvimos, les damos todo lo que podemos en aras de que tengan una vida mejor que la que tuvimos. Craso error. Como padres de familia tenemos todos los derechos, menos el de privarles del derecho de conquista, que es lo que hacemos al darles lo que nos piden.

La inteligencia rara vez se desarrolla en la abundancia de las cosas, al contrario, es la ausencia la que la dispara. Por supuesto que si esto fuera literalmente cierto, no habría, por mencionar un ejemplo, pobres en el mundo. Sin embargo la realidad nos demuestra que no es así. Los pobres son mayoría y si alguien que carece de cosas son ellos. Así entonces: ¿porque la ausencia dispara la inteligencia, si en la realidad vemos todo lo contrario?

El problema es que la ausencia solo dispara la inteligencia cuando la ausencia genera dolor y cuando se quiere trascender en lo ausente. 

Una ausencia me puede generar dolor, pero no sentir la necesidad de trascender en ello. En estos casos el dolor es pasajero, es decir, me duele la ausencia pero no siento la necesidad de subsanarla, porque no siento el impulso de trascender en ella.

La ausencia debe generar dolor y sentido de trascendencia. Sin estas dos variables, la ausencia es tan solo una más de las ingentes carencias con las que nos hemos acostumbrado a vivir. Carencias que si están o no están, nuestra vida se mantiene igual. Cambiará el hacer de la persona, pero no el ser.

Veamos algunos ejemplos:
El rico tiene dinero porque le genera dolor no tenerlo y porque desea trascender en ello. A nada teme más el rico que a la pobreza, por lo que aguza su inteligencia al máximo para resolver ese problema que lo desvela.

El rico sabe que en cualquier momento se puede quedar sin dinero, ya que el dinero es un subproducto de nuestro hacer. En otras palabras, sabe que si lo que hace lo hace mal, perderá hasta el último centavo, por lo que se afana en pensar al máximo todo lo que hace para lograr que su hacer le garantice la presencia de eso que tanto miedo le da no tener: el dinero.

El culto tiene cultura porque le genera dolor su ignorancia y quiere trascender en ella. A nada le teme más que a su ignorancia. Esto lo lleva a leer todos los días, a estudiar, investigar y analizar todo lo que lee, estudia y ve. 

El culto no se conforma con leer, observar y estudiar el hacer humano. Para él es menester descubrir, entender y crear conocimiento... Se estima que en la actualidad, con todos los avances de la ciencia y de la tecnología, solo se conoce un 4% de la materia del universo y de las energías que lo mueven. El 96% es desconocido totalmente.

El culto, consciente de su no saber, observa, estudia, indaga y construye modelos que le ayuden a otros a entender la realidad. Lo que quiere es dejar huella, crear cultura, conocimiento. 

Un cofrade acuño una frase que explica a la perfección lo que aquí estamos tratando de explicar: Este le dice a otro cofrade: “He aprendido que si tú quieres leer un libro, vas y lo escribes”. Esto, para el culto, es una forma de trascender.

La diferencia entre el que lee y escribe es abisal. ¿Quiere esto decir que el que lee no es inteligente por el solo hecho de no escribir? Por supuesto que lo es. Siempre y cuando analice, medite y sujete lo leído y pensado al intercambio dialógico, ya que el conocimiento se da hablando. 

En mi mundo (finanzas y negocios) es común que los grandes monstruos de los negocios (hombres y mujeres) encuentren la solución a sus problemas cuando los platican con sus conyugues... Si por lo mucho que estos aportan. Más porque al platicar se escuchan, y cuando te escuchas te encuentras.

La ausencia es ausencia solo cuando esta genera dolor y sentido de trascendencia. 

¿Porque se puede dejar muy fácil a la pareja? Porque esta no nos genera dolor y mucho menos sentido de trascendencia. Cuando la pareja te duele, ya que esta te completa y complementa, lo único que no quieres estar sin ella. ¿Cómo entonces podrías terminar con ella si necesitas de ella para te completa y complemente? La trascendencia es inequívoca: Ella existe en ti y tu existe en ella.  

La Espera.
Otra variable de suma importancia en la formación de la inteligencia es la esperaEsta no solo sirve para desarrollar la inteligencia, sino que además forja el carácter. 

A los hijos no solo les damos todo o casi todo lo que nos piden y podemos, sino que además se los damos incondicionalmente y de inmediato. Por lo que no hay necesidad de que estos pongan a trabajar sus neuronas para conseguir las cosas, sino que además no se ven en la necesidad de forjar el carácter.

En una operación de negocios, un agente financiero que había apostado todo a una operación, me decía que es angustiante estar todo el día sentado esperando a que las cosas sucedan....

Lo que quiero ejemplificar con esto es que cuando a los hijos se les enseña a operar dentro de la estructura, donde todo está hecho y lo único que hay que hacer es esperar a que las cosas sucedan, pocas veces podrán operar fuera de ella. Lo que ineluctablemente les llevara a buscar trabajo, ya que lo único que no sabrán es crear trabajo. Tal como le pasa a la persona arriba mencionada.

La espera ayuda a desarrollar la ciencia de la paz (paciente), amén de que es de suma importancia entender que los objetos como los sujetos, tienen su tiempo y su momento, y cuando uno tratar de violentar los tiempos de las personas y de las cosas, termina, irremediablemente, echándolas a perder.

La naturaleza, que en sí misma es un poco más sabía que nosotros, se toma su tiempo para formar un bebe, un árbol, una vida. ¿Por qué entonces es que nosotros queremos todo al instante? La causa principal es que no nos han enseñado a trabajar la paciencia y esta, aunque usted no lo crea, genera réditos abundantes.

Algo que pocos van a entender al leer esto, es que cuando juegas con el tiempo a tu favor, terminas ganandoPara esto es menester entender y respetar los tiempos de las cosas y de las personas. 

Cantidad de parejas al divorciarse, crean en los juzgados cuantos óbices puedan para evitar que su pareja vea a sus hijos. Esto, claro está, como herramienta de presión para obligar al otro a que firme lo que este quiere. Afectando considerablemente a los hijos, los cuales terminan siendo reos de una situación que no quieren ni necesitan.

Si el agredido juega con el tiempo a su favor, lo que haría en lugar de entrar a un pleito interminable, es conciliar sin meter el tema de los hijos a debate, sabiendo que estos van a crecer y que le van a buscar más allá de los deseos del demandante. Al paso de tiempo se habrá ahorrado miles de pesos en abogados, así como una enorme cantidad de disgustos.

La dinámica mundial en la actualidad es tan rápida, que no nos alcanzaría el dinero ni la vida para darles gusto a nuestros hijos. Si en lugar de darles todo y de dárselo en el momento, los conminamos a trabajar para que pongan la mitad de lo que se requiere para comprar lo que desean, les estaremos desarrollando el valor del trabajo, del ahorro y de la espera.

Lo ideal sería que los conmináramos a desarrollar algo para vender, para tocar de puerta en puerta, no por lo que vayan a vender, sino por el reto de enfrentar y superar las negativas, las negociaciones de precios y demás óbices del cliente. 

Sin lugar a dudas que nuestros hijos cuestionaran nuestro proceder, lo cual nos debe tener sin cuidado, ya que no tienen la edad para entender lo que estamos haciendo.

La ausencia y la espera nos obligan a crear alternativas de acción o a esperar en la inamovilidad a que las cosas sucedan. La espera inmóvil no nos hace más inteligentes. Nos hace demandantes, pero no inteligentes.

En artículos anteriores narré la anécdota de uno de mis hijos. A este le contraté clases de manejo. De hecho tomo dos cursos. Cuando termino su segundo curso llego a mi oficina y deslizo su certificado en mi escritorio. Lo recibí, lo felicité y le dije que me daba mucho gusto. 

Al terminar mi salutación me pregunta con cierto nivel de exigencia: ya termine… ¿Y mi carro? A lo que de inmediato contesté: cuando estabas infante te metí a clases de natación… Y no recuerdo que una sola vez hayas llegado a mí a decirme: ¿y mi alberca?

Mi trabajo es darte las herramientas, el instrumento es cosa tuya. Así como estas hubo muchas más en las que se vio en la necesidad de superar su frustración, creando ideas de negocio que le generarán los recursos que deseaba. Fracasando en casi todas, hasta que al paso del tiempo se convirtió en un empresario exitoso, acostumbrado a usar el cerebro para generar, no para demandar.

La palabra (la forma en que nomina las cosas).
Este tema es recurrente en mis escritos, ya que la forma en usted nomine a las cosas, determinara lo que en la cosa y con la cosa puede llegar a hacer.

Si usted cree que trabajando va a hacer dinero, le tengo una muy mala noticia. Lo que logrará es un sueldo que le permitirá vivir el día a día, y con un poco de suerte, una pensión para su vejez.

La pregunta que usted se debe hacer es: ¿qué quiere, trabajar o ganar dinero?

Cierto que para ganar dinero hay que trabajar, pero una cosa es operar negocios, otra dirigir negocios y otra crear negocios. Nosotros, en ese pésimo uso que hemos hecho del lenguaje, le llamamos trabajar a cualquier cosa, cuando la realidad es que la gran mayoría de los trabajos no son otra cosa que una terapia ocupacional o de ingresos, pero solo eso.

Observe a la gente en su trabajo. Descubrirá en la gran mayoría de ellos una inercia asfixiante, amén de una desidia, desinterés y apatía mayúscula. Hacen lo que tienen que hacer, para no más que ello. Esto debido a que la frustración y decepción que les embarga es mayúscula, ya que por mucho que trabajen no salen de donde están.

Lo único malo de ganar una carrera de ratas, es que, aunque ganas, sigues siendo rata. 

La gran mayoría de nosotros estamos donde estamos y como estamos por no pensar. Por creer que pensamos cuando la realidad es que pensamos que pensamos. Y pensar que se piensa no es pensar, es imaginar.  

El problema del cerebro es que este va formando su software en función de las palabras que usamos y el significado que le damos a estás. Estas definen los criterios con los que interpretamos y cualificamos la vida, limitando o ampliando nuestras posibilidades en un mundo que por sí mismo es más allá de lo que nosotros pensemos que es.

Por ejemplo, si usted cree que el universo es la respuesta, sus límites estarán definidos a eso que usted contempla como respuesta. Ya no tendrá la necesidad de inventar el hilo negro. Alguien lo hizo por usted. Usted solo tiene que limitarse a hacer lo que otros le dicten y con eso está bien.

Por el contrario, si usted cree que el universo es la pregunta, observará y cuestionará todo lo que le rodea. Hará ciencia, creara modelos que ayuden a otros a entender la realidad. Creará cosas al tiempo que se estará recreando a usted mismo.

Y la diferencia entre uno y otro es el software que construyeron a través de la palabra. Software que les ayudará a ver y operar el mundo desde un cristal muy particular. El de su entramado neuronal.

En síntesis, la inteligencia se crea a sí misma y se crea a través de la ausencia, la espera y la palabra.

La ausencia bien dirigida es una oportunidad que invita a crear los medios y las herramientas para subsanar lo deseado.

La espera bien dirigida forja el carácter y ayuda a entender que las cosas no se merecen, se ganan.

La palabra en su correcta significación nos ayuda a llamar las cosas por su nombre, amén de que nos enseña a no esperar lo inesperado.

La buena noticia es que la inteligencia (capacidad de pensar lo que se piensa) es algo que construimos día a día a través del entramado neuronal que construimos en el diario vivir.

Es usted y no su cerebro el que decide que pensar… Constrúyalo, ya que de no hacerlo, confundirá lo posible con lo probable, la fantasía con la realidad y el imaginar con el pensar.

Nos leemos en el siguiente artículo.