miércoles, 28 de febrero de 2018

Qué nos lleva a decir lo que decimos….


El lenguaje, por común, nos es, hasta cierto punto, poco significante. Con esto no quiero decir que no sea importante. Lo es y mucho. Más bien lo que quiero decir es que este, por ser algo que usamos en el día a día, hemos dejado de verlo como lo que es, algo extraordinario; para verlo como lo que no es: algo ordinario.

La lengua es un habitáculo.
La lengua es un habitáculo… Ya una vez que nos instalamos en nuestra forma de hablar, poco reparamos en ella. Este no reparar en nuestra forma de hablar hace que al hablar nos traicionemos, porque al hablar nos transparentamos. No nos damos cuenta de ello, pero nuestra forma de hablar dice mucho de nosotros, no solo hace evidente nuestra motivación (lo que se oye), sino que también deja ver nuestra intención (lo que no se oye).

Cuando hablamos con el otro, lo que hacemos normalmente es centrar la escucha en el otro y no en nosotros mismos, que es por donde debiéramos empezar.

Lo invito a realizar el siguiente ejercicio.
Grabase al hablar con los otros. Cierto estoy que no podrá creer que ese que escucha sea usted. Su azoro ante los decibelios, tonos, palabras, ritmos y cadencias que usa, le hará preguntarse si ese que escucha es usted. Claro que es su voz, no obstante le sorprenderá en mucho su lengua, tanto que se preguntará si su forma de hablar es la causante de todos esos yerros que no se explica pero suceden.  

Le comparto una experiencia personal.
Recién estuve como invitado a una audición de teatro donde se elegiría el reparto de la obra. Al terminar la misma el Productor de la obra pidió mi opinión sobre un tema… Opinión que emití en el tono más atento, cortes y amable, consciente de la aguda sensibilidad que distingue a los actores. No obstante las reacciones que observe en sus rostros fueron de incordio. Al preguntarle al Productor qué es lo que había dicho que incordiara de tal forma a los actores, me contestó con la confianza que brinda la familiaridad, que mi tono, palabras y gestos fueron impositivos e imperativos… Nada había que decir. Las cosas se explican solas y el malestar que se leía en el rostro de los actores no dejaba lugar a dudas. Mi exposición había sido impropia.

Lo que más azoro me causo es que yo pensé que mi argumentación y exposición había sido la correcta. Cuide el tono, las palabras, los gestos y el tacto, pero como bien me mostró la realidad (esa herramienta que todo lo devora y destruye), una cosa es lo que yo estructure y otra la que ellos percibieron. Es muy probable que algo similar le suceda a usted cuando se escuche hablar, y peor aún si además de grabar el audio le toman vídeo.

Las palabras son los ecos del pensamiento y los signos del alma.
Las palabras no son entes que se articulen solos. Si usted abre la boca no sale nada. Tiene que expulsar las palabras para que el otro las escuche. No obstante el secreto está en que esas palabras que usted expele de su boca ya estaban en su mente (ecos del pensamiento), sino no podría expedirlas, y ya una vez expulsadas, están salen de su boca en un tono, orden y significado que hacen evidente los signos de su alma (valores y creencias).

Es imposible que usted use palabras que no son de usted. Podrá escuchar una palabra nueva en boca de un tercero o leerla en un libro, pero esa palabra no la pronunciara cotidianamente hasta que la haya hecho suya. Ya una vez que usted haga suyo un vocablo, se podrá deducir lo que este significa para usted en función del uso que haga del mismo.

Las palabras siempre son biográficas.
Lineas arriba decíamos que usted no puede tener en su vocabulario palabras que no obedezcan a su historia. Todas y cada una de ellas fueron adquiridas en un momento dado de su vida, signando, algunas más que otras, cada etapa de su acontecer biográfico. Así, partiendo de esta inexorable realidad es que podemos, con la simple escucha y análisis de las palabras del emisor, asomarnos al pasado, presente y futuro de la persona que está hablando, poniendo atención no solo a lo que dice, sino las palabras que usa para decir lo que dice.

Cada una de ellas nos dejará ver la cuna en la que creció, el entorno social que habita y la proyección de futuro que tiene. Por supuesto que la persona no estará consciente de ello, sin embargo gracias al análisis que usted haga de las palabras que usa el emisor para decir lo que dice, sabrá de él mucho más de lo que él mismo desea que sepa de él.

Recién hace dos años conocí a una joven simpática, ocurrente, ingeniosa y alegre. La joven en cuestión realizo todos sus estudios en colegios privados. Incluida la maestría. Creció y se desenvolvió en un entorno socio económico alto, no obstante en sus hablar había palabras como: Bato y Órale; palabras usadas comúnmente en un entorno social diferente al que creció, lo que a todas luces dejaba ver una discrepancia entre su nivel económico y su cuna cultural.

Ahondando más en ella me comentó que su abuelo era líder sindical. Que inició como obrero en el movimiento sindical hasta llegar a ser el líder de su estado. Y que esto, más los negocios en los que el abuelo había incurrido y su paso por la política, le había permitido acceder a escuelas y entornos que de otra forma no hubiese podido tener.

Ella había logrado crecer en una cuna económica diferente a la de su abuelo y a la de su padre, pero con raíces culturales que aún no lograba dejar atrás, amén de que seguía conservando a su servicio a gente que trabajo con su familia desde que ella era pequeña. Al poco tiempo coincidí con ella, su marido y sus tres hijos en un obra de teatro, lo que me permitió explorar un poco más el acervo de palabras de ella, y el para mi nuevo de ellos (esposo e hijos). 

Él, a diferencia de ella, viene de otras raíces culturales, lo que a la postre le ha permitido educar a sus hijos con un vocabulario diferente, no mejor, no peor, solo diferente. Pero la forma de hablar de uno y otro es diametralmente opuesta. En el hablar de ella se nota una cuna cultural más llana, simple. Un hablar orientado a la gente y con pocas máscaras. En el hablar de su marido se denota una cuna clase mediera en la que el grado académico, las máscaras y las apariencias tienen un valor.

En ella, aun cuando está más preparada que él, no se escucha la academia. Se escucha el dinero, el negocio y los viajes como una parte inherente a su crecimiento; en él, como algo que está en proceso de construcción. El motor de ella es él; el motor de él es todo lo que le rodea a ella. Ninguno de los dos esta consciente de esto, pero cierto estoy que en unos años lo van a estar. 

Así, la lengua de cada uno de ellos nos permite atisbar la superficie de su devenir biográfico, abriéndonos un canal de comunicación donde la empatía, si logramos dejar atrás nuestra lengua, sería la constante.

El tema da para mucho, no obstante el núcleo de lo que nos ocupa hoy no es en sí misma la lengua y lo que hacemos con ella, sino aquellas palabras que usamos inconsciente y coloquialmente, que llevan un mensaje diferente al que deseamos transmitir.

Que esta atrás de cuando usamos la palabra: Gente.
La palabra gente la usamos todos los días, ya sea en expresiones triviales o formales: la gente aplaude hoy al que condenará mañana; la mayor parte de la gente confunde la instrucción con la educación; seamos discretos, no preguntemos a la gente si vive…

No obstante el uso que hagamos del término (trivial o formal), atrás de la palabra gente va implícita una exclusión: nosotros no somos la gente… Por lo menos, no esa gente.

Gente son los demás..., personas, las que piensan como nosotros.
Gente es una palabra que usamos para separarnos de los demás, de esa multitud anónima y carente de personalidad que nos disgusta y atrae. Nos disgusta porque nos incordia que nos comparen con ellos, al tiempo que sentimos una ingente necesidad de entrar y salir, permanente o intermitentemente, a esa multitud que nos confirma como miembros de la misma especie.

Así pues, usamos el vocablo gente cuando queremos decirle a los demás: que nosotros no somos ellos; que nos reconocemos como miembros de la misma especie pero con un cierto grado de diferenciación,

Usamos el término gente para excluirnos de los demás.

¿Por qué y en qué circunstancias usamos la palabra: Creo?
La palabra creo la usamos solo cuando no estamos ciertos de algo. Cuando nos asalta la duda y nos vemos en la necesidad de afirmar algo sin que ello nos comprometa: yo creo si puedo hacer lo que me pides; creo que fue Fulano el que dijo eso; creo que el proyecto va a estar listo para tal fecha; creo que si pase el examen.

Cuando usted está cierto de algo lo afirma.
Usted no le dice a la persona amada: creo que te amo; Y si se lo dice es que porque tiene serias dudas de la relación. Imagínese por un momento que esta con su pareja en un convite y uno de los comensales le pregunta a bocajarro si se va usted a casar con ella, y usted responda a bote pronto: creo que sí
¿Qué mensaje piensa usted que está recibiendo su pareja: de seguridad o de duda?

Así como este ejemplo hay muchos más. Lo único que tiene que hacer es escucharse y escuchar a los demás. Cuando se escuche a sí mismo usando la palabra creo, pregúntese porque usa esa palabra. Descubrirá que la está usando porque no está cierto de lo que dice o porque no se quiere comprometer con lo que dice. Es una palabra que usa para dejar un espacio abierto por el cual se pueda evadir cuando las cosas no resulten como dijo.

Cuando en un intercambio dialógico escuche que el otro le dice que él cree que si va a pasar tal o cual cosa, deténgase ahí y pregúntele de la manera más atenta si cree o esta cierto de que va pasar y explíquele que solo usamos el creo cuando no estamos ciertos de algo.

El resultado va a ser benéfico para ambos, ya que ambos partirán de una realidad y no de una esperanzadora posibilidad.

Que está atrás de inútil uso de la palabra: Defender.
 Es importante entender que solo lo que esta caduco requiere defensa. Lo vivo, lo vigente, no requiere defensa, se defiende solo. Solo lo arcaico, lo que no tiene una intrínseca vigencia en el ser y hacer del individuo es lo que requiere defensa.

Veamos un ejemplo…
Cuando usted dice: hay que defender nuestros valores, lo que está diciendo es que estos están caducos, muertos. Ni usted cree en ellos, tan no cree que los tiene que defender. Si usted creyera en ellos jamás pensaría en defenderlos. Se limitaría a vivirlos, y esa es la mejor defensa.

Recién estuve en México y pase por una escuela que tenía un letrero que decía lo siguiente: Escuela comprometida con el desarrollo de lectores competentes.

La pregunta es, que acaso no es lo menos que se espera de cualquier escuela… ¿Por qué lo tienen que enunciar? La única razón por la cual lo tienen que enunciar es porque no lo hacen, si lo hicieran ni siquiera tendrían necesidad de enunciarlo.

Cada que usted entra en defensa de… Deténgase un momento y pregúntese: ¿Por qué tiene que defender lo que defiende? Recuerde que eso que usted quiere defender, debiera poder defenderse solo.

Cierto estoy que no hay nadie que diga: defendamos el uso de la telefonía celular, de la computadora, del Internet… Y no lo dicen porque sería ilógico. Son cosas que se defienden solas.

Imagínese una empresa papelera. Esta se ve en la ingente necesidad de reinventar cuanto uso posible haya para el papel, debido a que es un producto tan maduro que su venta está subordinada a la explosión demográfica y a los nuevos usos que se le puedan dar.

Cada vez son más las personas que usan el libro electrónico. El libro de papel va a menos y no hay forma de revertir esa tendencia. Por supuesto que hay los empeñados en defender el uso del libro de papel, sin embargo es una batalla perdida. Estoy seguro de que usted no ha visto a un ingente grupo de personas que estén inmersas en la defensa del libro electrónico. Este se defiende solo.

Veamos otro ejemplo.
Recién me decía una amiga que mi premisa estaba equivocada. Que ella defiende a diestra y siniestra a su marido del decir de los demás, lo cual de suyo ya está mal. Los demás tienen todo el derecho de decir lo que quieran de él. Podrán o no tener razón, pero la mejor defensa que ella pueda hacer es quedarse callada y entender que lo que el otro dice obedece más a la esencia del emisor que a la de su marido. Y si alguien le pregunta qué opina sobre el decir de los demás, debiera considerar la posibilidad de decir: es la opinión de esa persona y si estoy de acuerdo o no con ella es lo de menos. lo importante es que es su opinión y la respeto.

Si ella siente la imperiosa necesidad de defender a su marido del decir de los demás, es porque ella misma está de acuerdo con el decir de los otros. Tal vez no al cien por cien, pero lo está. Y ese estar de acuerdo es lo que la lleva a defender a su marido. Si ella estuviese cien por cien de acuerdo con lo que él es, no lo defendería. Dejaría que el otro se desgaste diciendo, dejando que la energía se le salga por la boca, consciente de que si este no encuentra resonancia, se verá en la penosa necesidad de dejar de hablar de él.

Atrás de la palabra defensa esta el reconocimiento de algo caduco, de algo que usted ya no cree del todo, razón por la cual se ve en la necesidad de defender para aclarase a si mismo su continuidad u olvido.    

Qué esta atrás de una Promesa….
Una promesa es una mentira sujeta a confirmación.
Lo que se va a hacer no requiere de promesa. Ni tampoco requiere de avisar que se va a hacer: te prometo que ahora si le voy a echar todas las ganas; te prometo que ya no voy a fumar; prometo ya no ser infiel; prometo ponerme a dieta… Toda promesa es una mentira sujeta a confirmación. Lo que se va a hacer se dice haciéndolo, no prometiéndolo.

Si usted está con alguien y ese alguien le promete algo, piense por favor que es lo que lleva a esa persona a prometer algo que esta cierto que no va a hacer. Si esa persona siente la inconsciente necesidad de elaborar una promesa, es porque algo no está bien.

Cuando usted va a hacer algo, no lo promete, lo hace.
Los seres humanos recurrimos inconscientemente a la promesa, solo ante esas cosas que intrínsecamente sentimos que no podemos hacer. Esto es lo que nos lleva a elaborar una promesa.

Cuando usted le hace una promesa no pedida a alguien, ese alguien recibe la promesa sin saber que en realidad usted se está haciendo la promesa a sí mismo. Esto lo hace para darse ánimos, ya que si bien es cierto que es algo que le gustaría hacer, también lo es el que usted siente que eso que promete, le es muy difícil de lograr.

¿Por qué entonces le damos cabida a la promesa? Porque queremos creerla.
Recuerde que nadie se deja convencer de aquello que no crea de antemano. El otro no nos está mintiendo. Somos nosotros los que nos estamos mintiendo respecto al otro. El otro es tan transparente que hasta nos hace una promesa, lo cual de suyo ya debiera ser indicativo de que le va a ser muy difícil cumplir.

Así pues, el otro no es un cantamañanas (persona que vende un futuro sustentado en irrealidades), tan no lo es que hasta nos hace una promesa, somos nosotros los que decidimos ignorar la realidad para quedarnos en el mundo de la posibilidad aun cuando este no tenga probabilidad.

Atrás de una promesa esta algo muy difícil de lograr.

¿Que esta atrás del muy socorrido por Mientras?
En la vida, lo transitorio es permanente.
La gran mayoría de la gente (me estoy excluyendo) está inmersa en un sinfín de mientras: voy a tomar este trabajo mientras me hablan del otro; voy a poner esto aquí mientras le busco lugar; voy a seguir aquí mientras se resuelve lo de allá; voy a seguir con él mientras decido que hacer.

Ante nuestra clara incapacidad de no saber cómo manejar la incertidumbre (espacio de tiempo en el que no pasa nada), y ante nuestro no saber qué hacer cuando nada debemos hacer, optamos por el mientras (la transitoriedad) en aras de la permanencia: mientras llega, mientras pasa, mientras puedo, mientras término y demás etcéteras que le lleguen a la mente.

Usamos el mientras, mientras resolvemos que hacer cuando no sabemos qué hacer.

Cuando alguien le dice que está haciendo algo mientras… O que va a poner algo mientras… O que va a esperar mientras… Lo que realmente le está diciendo es que no sabe qué decisión tomar o, peor aún, la sabe pero no la quiere ejecutar por miedo a enfrentar una situación antagónica.

En estos casos lo más recomendable es ayudar a la persona. No necesariamente haciéndole ver que no sabe o no quiere tomar y ejecutar la decisión. Lo único que va a lograr con esto es que la persona se defienda (signo de que no sabe o no quiere). No se detenga en la defensa, más bien ayúdele a clarificar sus ideas, ya sea usando ejemplos que le hagan descubrir opciones o ideas que generen una solución.

Cuando una persona está instalada en el mientras, por trivial que este sea, agradecerá en mucho la ayuda que reciba.

Muchas veces lo único que les hace falta es ver la situación desde otra perspectiva y de inmediato vera usted en sus ojos que esta ya clarifico sus ideas y con ellas la acción.   

Atrás del mientras, siempre hay un no saber que hacer. 

¿Qué esta atrás del uso de la palabra: Perdón?
Es importante entender que el perdón siempre es para nosotros, no para el que nos ofende. En la gran mayoría de los casos, el que nos ofende duerme igual con o sin nuestro perdón. Somos nosotros los que necesitamos perdonar, para liberar, para dejar atrás eso que nos incordia y molesta.

La palabra perdón viene de: per-donare (para donar). El perdón, en estricto sentido, es una donación que nos hacemos a nosotros mismos. Es un acto de liberación personal que muy pocas veces llevamos a la razón, y este no aceptar que el que necesita del perdón es uno y no el otro, es lo que nos hace hacer un mal uso del perdón.

Si dios perdona todo, porque no perdono a Satán.
Seguramente usted se ha topado con esa persona que es “tan buena”, que constantemente le está diciendo que perdono a la pareja, hijos, amigos y demás figuras de su entorno.

La realidad es que el que perdona no dice nada, solo actúa con el perdón a cuestas. Ese que siente la ingente necesidad de decirle a quien esté dispuesto a escucharle que perdono a los suyos, es una persona que está usando la persuasión emotiva (chantaje emocional) para venderse con los demás.

Lo que en realidad le está diciendo esta persona es que está en proceso de perdonar y que aún no lo logra, razón por la cual tiene que estar hablando de ello.

Lo que necesita  es alguien que le escuche pero sin darle juego a su emoción. Necesitan de una audiencia que ya una vez que esta haya terminado su exposición de santidad, le haga ver que lo bueno del perdón es este no necesita del otro, sino de uno mismo. Ya el perdón siempre es para nosotros, no para los demás.

Lo que esta atrás de la palabra perdón, es una venta de sí mismo.

Nos leemos en el siguiente artículo.

lunes, 19 de febrero de 2018

La persona y el personaje.


Una es la persona y otra el personaje que esta ha creado para sí misma y para los demás. Esto, que primera instancia pareciera aberrante, es lo más común del mundo., Usted nunca se muestra tal como es, salvo contadas ocasiones y cuando lo hace lo hace sin darse cuenta, por lo menos no hasta que se lo hacen evidente. Por lo general muestra una faceta de su personaje, tanto con la pareja, como con los hijos, amigos socios y colaboradores.

Por supuesto que el personaje lo usamos tanto en lo público como lo privado, no obstante el privado va perdiendo vigencia con el tiempo, ya que la familiaridad sorprende o reafirma, pero desmitifica. Los suyos (pareja e hijos) poco a poco van ignorando al personaje para centrarse en la persona. Esa persona que tal vez usted ya olvido y que ha sido el principal obstáculo de su desarrollo.

Me obligo a trabajar para parecerme a lo que de mí dijeron.
Imagine por un momento que su cabeza es un triángulo perfecto, con sus tres caras visibles y mutables en función de las circunstancias y de sus necesidades. Usted, consciente o no de ello, usa cada una de esas caras en función de la circunstancia, ya sea para el diario vivir, para le venta de usted mismo o para ocultar lo que es.

La Máscara Diaria.
Una cara del triángulo corresponde a su máscara diaria.
Esta está conformada por todas aquellas cosas de su personalidad que usted ha aprendido al paso del tiempo, que si sale a la calle con ellas no pasa nada, ya que son conductas socialmente aceptadas.

Esta mascara la usa desde que abre los ojos hasta que los cierra y la dosifica en función de las circunstancias y del entorno. La Máscara diaria no solo es la que más usa, sino que es la única que le enseñaron a usar. Esta mascara contiene algunos aspectos de su personalidad, específicamente los que tienen que ver con la interacción social. No obstante usted no es su máscara social, esta solo representa una pequeña parte de usted.

Cierto es que al paso del tiempo usted puede creer que es lo que la máscara representa, sin embargo no es así. Esta máscara se va construyendo poco a poco y si bien es cierto que conserva en esencia mucho de lo que le enseñaron en casa, también lo es que esta se va formando conforme usted avanza en edad y en exposición social.

Por supuesto que los demás se formaran una idea de usted en función de su máscara social, sin embargo usted no es ese que los demás ven, es tan solo una parte de lo que ven. Lo mismo pasa con usted. Cuando usted juzga se norma una opinión de otra persona, lo hace desde sus prejuicios y desde lo que ve en él, sin embargo es persona es más de que usted ve.

Dios no juega a los dados, pero la imagen que las personas tienen de sí mismas, si lo que hacen.
La segunda cara del triángulo es la máscara motivacional. La más peligrosa e irreal de todas, pero las más divertida y compleja.

La Máscara Motivacional.
Esta está conformada por todas aquellas cosas que al paso del tiempo ha aprendido que los demás compran de usted. Ya sea sus atributos, su sonrisa, ocurrencias, genialidad, arrojo, templanza, paciencia y cuantos etcéteras se le ocurran. Hay tantos atributos como personas hay.

Ya sea que usted aprendió que lo que más valoraban de usted era su destreza y capacidad física, lo que, sin estar consciente del todo, le llevará a hacer todo lo posible por destacar en todas aquellas actividades que demandan del correcto uso del cuerpo.

Puede ser que los demás valoraban en mucho su atención y cortesía, lo que ineluctablemente hará de usted una persona educada y siempre cortes y atenta a los demás.

Aquel que fue valorado por su arrojo, terminara siendo más osado que audaz. El que fue valorado por ser un niño quieto y bien portado, terminara mostrándose como una persona sedentaria, tranquila y predecible. Aquel que fue valorado por su ingenio, nunca dejará de sorprendernos con sus ocurrencias. El que fue valorado por su capacidad para hacernos reír, siempre tendrá algo jocoso que decir, pero en todos los casos, la persona no es lo que muestra, por lo menos no al grado en que lo muestra, ya que la Máscara Motivacional lo que hace es sobre enfatizar aquello que los demás compran.

La Máscara Motivacional es, por decirlo de alguna manera, la parte comercial de nuestra personalidad. Es la que usamos cuando nos estamos vendiendo, ya sea social, laboral o sentimentalmente (por eso digo que el matrimonio debiera empezar por el divorcio, ya que ahí se muestra la persona tal como es).

La Máscara Motivacional muestra lo que consideramos es la mejor parte de nosotros, o por lo menos lo que los demás nos han demostrado que valoran como nuestra mejor parte.

Esta máscara es que la usamos para crear el personaje de nosotros mismos. Es nuestra parte mítica, lo cual no está mal, lo que está mal es que se nos olvide que no somos ese que nos hemos inventado para vendernos en la sociedad. Olvidar esto nos va a llevar a desarrollar una personalidad esquizoide (des-asociación de la realidad), lo que nos impedirá potencializar al máximo nuestras posibilidades, en aras de potencializar las del personaje, aun cuando este no tenga un sustrato real.

A mi edad, con doce lustros encima, he visto a un sinfín de personajes que olvidaron lo que son como personas, y que sin poder lograr lo que el personaje pretende, se quedaron sin lograr lo que la persona es.

En alguna ocasión le comentaba a un grupo de inversionistas noveles que si no podían logran lo que querían, tenían que aprender a querer lo que lograban, ya que la dicotomía entre lo que quiero y puedo, es el principal causante de la irrealización personal.

Entre más grande sea la brecha entre la persona y el personaje, más difícil será la realización personal. Las fronteras, lo sabemos bien, son psicológicas no físicas. Por lo que una y otra se alejan generando un desarraigo en la persona y un arraigo en el personaje. El problema es que el personaje no es la persona, o por lo menos no si esta ha construido un personaje que no obedece a su realidad.

El pasado es otro país. Ahí todo se hace de modo distinto.
Un conocido que en este momento está en sus últimos sesentas, ocupó en el pasado diversos puestos de principal relevancia. Todos en el área de finanzas, tanto en la parte pública como en la privada. Me consta que le toco desempeñar puestos críticos en el ejercicio de gobierno, en donde su sapiencia fue clave para poder resolver asuntos de trascendencia nacional.

No obstante de ese momento a la fecha han pasado muchos lustros y las cosas han cambiado. Llegaron a la palestra nuevas personas, nuevas corrientes y nuevas circunstancias, en las cuales sus haberes instrumentales ya no eran requeridos. Él, no obstante, se quedó en el personaje. En ese que fue y que ya no es. No porque no tenga los haberes, los tiene y muy fundamentados, sino porque sus haberes ya no aplican el mundo de hoy.

Cambio el mundo y con él la forma de hacer negocios en el mundo. Hoy la dinámica financiera del mundo es tal, que lo vigente de ayer no es necesariamente lo que aplica hoy.

La persona en cuestión es, no obstante, una enciclopedia ambulante en muchos temas de orden económico, bancario, fiscal y aduanal. Es una persona de referencia obligada, sobre todo en aquellos negocios en los que uno no posee los saberes instrumentales de este señor. Sin embargo, aun cuando es una autoridad en finanzas, no ha podido concretar los negocios que lleva en curso. Pasan los meses, los años y sigue con la esperanza de concretar el negocio de la vida. Ese negocio que lo va a volver a posicionar en los niveles que tenía antaño.

¿Por qué un hombre con esa capacidad no puede lograr sus objetivos? La razón por la cual no los logra, por lo menos no hasta el cierre de este artículo, es porque los objetivos obedecen al personaje y no a la persona.

La autocrítica está muy bien, mientras no tenga que ver con uno mismo.
Si mi critican soy sordo, me decía la persona arriba mencionada. Esto lo decía cuando sus socios, amigos y familiares le recriminaban su dispersión y fantasía. Debo reconocer, no obstante, que los negocios que traen entre manos son reales y con alta probabilidad de lograrse, sin embargo son negocios tan complejos que estos se pueden tomar años en cerrar. Y la razón por la cual no toma otros de menor relevancia, es porque estos otros no obedecen a la idea que él tiene de sí mismo.

¿Es ilógico? Sí. Lo es, pero sucede más de lo que usted cree.

Tengo otro caso muy cercano a mí. Un amigo con el que me une una relación afectiva, más no necesariamente estrecha. Este amigo ocupo puestos de primer nivel en el sector privado, tanto en México como en Estados Unidos. Y en todos hizo muy buen papel. No obstante, como en todo, llegaron los nuevos tiempos y con ellos las nuevas formas de hacer negocios. Formas que no necesariamente encajaban con él, ya que en el pasado, lugar donde todo se hacía de forma distinta, era el hombre vértice que entendía mejor que nadie la dinámica del ayer, más no necesariamente la de hoy.

Hoy las cosas han cambiado. Las personas con las que se asocia en los distintos proyectos que trae, son personas a las que jamás hubiese considerado en el pasado, ya sea por su edad, por su falta de abolengo o por su visión de las cosas… Sin embargo, la necesidad crea el culto y hoy cultiva otras cosas.

Él, no obstante, lleva varios años sin poder coronar ninguno de sus objetivos. Ha logrado, es cierto, cerrar algunas operaciones que le han ayudado en lo cotidiano, pero son operaciones que toma por necesidad y no por gusto, ya que las operaciones que él desea cerrar son las que obedecen a la idea que tiene de sí mismos más no lo que él es como persona.

He sido testigo fiel de operaciones muy importantes que se le han ido de las manos porque estas no obedecían a los términos de cierre que él deseaba, aun cuando estas hubiesen sido la punta de lanza lo que lo hubiese catapultado a las esferas que desea. La razón por las cuales no las tomo, es porque estas no cumplían las necesidades del personaje.

Entre más grande es el abismo entre la persona y el personaje, más difícil es la realización de ambos.

Me toco conocer, en los casos arriba mencionados, a algunos de sus asociados o socios de negocios. Todos, curiosamente, con el mismo patrón.

Los socios eran personas que estaban viviendo la vida de su personaje y no la de su persona. Lo que ineluctablemente hacia que la fantasía de uno sirviera de base de cultivo para alimentar y potencializar la fantasía del otro, y así subsecuentemente hasta que todos los involucrados flotaban en una nube que no tenía un ápice de probabilidad, no porque la idea fuera mala, sino porque ninguno de ellos mantenía contacto estrecho con la persona que moraba dentro de ellos, todos eran el personaje pero no la persona.

Sonados son los casos en los que el personaje ha tomado tal posesión de la persona, que esta no puede hacer lo que debe, porque hacer eso iría contra el personaje. En estos casos el qué dirán pesa más que el qué comerán.

Más abundan los que me cuentan sus penas que los que quieren oír las mías.
La otra cara del triángulo es la de la Máscara Oculta. Esa que no solo no queremos reconocer sino que muchas veces cuando la vemos ante el espejo, nos asusta y disgusta.

La Máscara Real u Oculta.
Esta se conforma por una parte de la máscara diaria, otra parte de la motivacional y muy particularmente por una gran parte de la real. Esta máscara es habitada principalmente por ese monstruo que mora en nuestro interior y que pocas veces dejamos salir.

La Máscara real u Oculta son todas aquellas cosas de nuestra personalidad que hemos aprendido a ocultar, ya que si los demás las ven nos generan problemas con ellos y con nosotros mismos. Este no querer tener problemas con los demás nos lleva a atemperar todas esas cosas que sabemos que no son socialmente aceptadas y que el entorno castiga y aísla.

En esta mascara hacemos de la falta de autoestima la medición agresiva de los demás. No obstante es en esta máscara donde está el aprovechamiento crítico de lo que no queremos advertir de nosotros mismos pero que si aprendemos s identificar, aceptar y dirigir, nos puede abrir muchos horizontes hasta ahora poco o nada explorados.

La sobrevivencia mide la realidad cada veinticuatro horas.
Siempre será preferible ser lo que sé es que instalarnos en aquello que quisiéramos ser. Cierto es que todos construimos un personaje, de lo contrario nos sería muy difícil la interacción con los demás, no obstante el problema en si no es el personaje, sino la distancia que este tiene con la persona.  

Recuerdo esa anécdota de un gobernador panista que a ojos de todo el mundo se presentaba como un político culto (lo que de suyo es una contradicción) y ávido lector, sin embargo el personaje no obedecía a la persona, de tal suerte que cuando un reportero le pregunta que qué libro era el que estaba leyendo en ese momento, respondió que no estaba leyendo debido a que se había cambiado de casa y que esto le había hecho guardar todos sus libros en cajas. Al preguntarle el reportero que cuando se había cambiado de casa, contesto de inmediato: hace ocho años.

Si la sobrevivencia de esa persona dependiera del número de libros que lee, está por demás confirmar que esta sería endeble. El personaje en cuestión tiene en su haber un grupo de académicos que lo apoyan y soportan en campaña. Terminada esta, regresa a la persona para transar y gobernar. Ya que esta cierto de que su sobrevivencia no depende del personaje, sino de la persona. El personaje es un artículo de venta, no una instalación perenne.

Siempre están los convencidos de que la realidad más real es la suya.
El problema de instalarse permanentemente en el personaje es que se puede perder contacto con la realidad, aun cuando usted este convencido de que la realidad más real es la suya. Esto le llevará de descalabro en descalabro, perdiendo gradual pero lentamente la fe en sus capacidades, olvidando que esas capacidades no son del todo reales.

No es mi oficio inaugurar continentes de explicación antropológica; lo mío es mucho más modesto. Me limito a señalar un fragmento del ser que por obvio pasamos por alto. No obstante esto que a primera vista se antoja difícil de creer es más común de lo que uno piensa. Recuerdo a ese señor de avanzada edad (en sus primeros ochentas) que cuando iba por él para tomar un café y sacarlo de su aislacionismo, salía de casa, se paraba en la acera, volteaba a ver a ambos lado de la calle y me preguntaba: ¿será que todas estas casas son mías?

La historia también está hecha de derrotas.
Conforme se avanza en la vida se aprende que la historia también está hecha de derrotas y que a fuerza de errar acotamos el acierto. No obstante para lograr esto no es menester hacer una seria autocritica que nos ayude a dejar al margen al personaje para regresar a la persona. En la persona están todas esas cosas que no nos gustan y que nos llevaron a construir una imagen de nosotros que no obedece a nuestra realidad.

Es por ello que con frecuencia nos topamos con personas que de lo único que nos hablan es de lo que fueron, no de lo que son. Estas personas, no obstante, tienen futuro, y mucho, pero para construir ese futuro les va a ser menester renunciar al personaje para instalarse en la persona. Cierto estoy que va a ser una tarea asaz difícil, no obstante es una tarea que pueden hacer en silencio, sin decir nada y sin anunciarlo a los demás, ya bastante doloroso será el proceso como para tener que expiar públicamente el abandono de ese ser imaginario que les acompañó toda la vida.   

No se preocupe por los demás. Todos lo van aceptar de muy buen grado. Tal vez haya uno que otro imprudente que le haga ver lo positivo del cambio, pero los demás solo lo acatarán y le ayudarán en su proceso, ya que todos, al final del día, necesitan más de la realidad que de la fantasía para poder sobrevivir, pues como mencionamos líneas arriba, la sobrevivencia mide la realidad cada veinticuatro horas.
Nos leemos en el siguiente artículo.

domingo, 18 de febrero de 2018

¿Y si las cosas fueran dinero?


El mundo de las finanzas me ha permitido acceder a diferentes formas de ver y vivir la vida, en especial en lo que tiene que ver con el combés de dinero. Una es la óptica de los que hacen dinero y otra, diametralmente opuesta, de los que no.

Los que están enfocados ganar dinero, son extraordinariamente tenaces y pacientes, sobre todo pacientes. Saben que el dinero no se gana de la noche a la mañana y que se tiene que trabajar mucho por él. Amén de que el trabajo que este demanda es más inteligente que operativo. La operación es importante, pero esta lo único que asegura es el correcto funcionamiento de las cosas (eficiencia), lo cual de suyo es muy bueno para las utilidades, sin embargo, las utilidades que marcan una diferenciación no están en la operación, sino en el diseño inteligente del negocio (eficacia).

Las personas que tienen como objetivo hacer dinero están ciertos de que nadie tiene prisa por deshacerse de su dinero, lo que hace que las transacciones de negocios sean mucha más lentas y complejas de lo que los académicos, idealistas e ignaros creen. Por lo general, estos últimos ven el dinero como un instrumento de gasto y no de inversión, por lo que tienden a mostrar una prisa propia de todos aquellos que nunca han hecho nada, lo cual de suyo ya es de suma importancia para no realizar con ellos ningún tipo de transacción.

La paciencia (ciencia de la paz) es algo que no tienen ni tendrán los académicos, idealistas e ignaros. Su nivel de exigencia es tal, que lo único que logran es que algo que pudiera tener factibilidad de éxito, fracase por su ignorancia y apremios. Ya que el otro, ese con quien quieren hacer dinero y que si sabe de negocios, vera con muy malos ojos las exigencias de tiempo de su contraparte.

Lo primero que se hará evidente al hombre de negocios, es que ese tipo de personas son aquellas con las que no se debe realizar ningún tipo de transacción que vaya más allá de la simple operación mecánica de un negocio. Son personas que no tienen la capacidad de tomarse el tiempo para meditar y analizar lo visible e invisible de toda operación, lo que ineluctablemente mermara su capacidad para responder con propiedad cuando la oblicuidad se presente, ya que los negocios (como la vida) son oblicuos, no lineales.

Las personas que han hecho dinero están ciertas de que el dinero es para hacer dinero, no para gastar. Siempre saben en que invertir cada centavo que ganan. Lo que compra el dinero es una resultante del éxito, no obstante para ellos es más importante como ganarlo que como gastarlo.

Otro diferendo sustancial es que todo lo que ven, lo ven en su forma de dinero. Puede ser que las cosas estén en forma de billetes o en forma de objetos, pero ellos, indistintamente de la forma en que estén las cosas, las ven como dinero, ya que para poder tener todas esas cosas, por insustanciales que puedan parecer, se requiere dinero. Así pues, ellos, al adquirir algo, le dan el valor que tiene como dinero, mientras que otros, al adquirir algo, lo ven como cosa, es decir, dejan de verlo como lo que es: dinero en forma de cosa.  

Hace algunos años tuve una cafebrería llamada El Toboso. Era una librería de tres pisos, con restaurante, área infantil y demás menesteres. En una ocasión llego un grupo de inversionistas a la Cafebrería, debido a que nos íbamos a entrevistar ahí con un grupo de académicos liderados por una excelsa académica del mundo de las letras que necesitaba que la apoyáramos con charlas y dinero para un proyecto universitario que no fructifico.

Recibí a unos y a otros, haciendo un recorrido por las instalaciones para que conocieran el lugar. Uno de los inversionistas al ver el inventario de libros que tenía en exposición, comentó desde el fondo de su ser, lo poco afortunado que le parecía tener todo ese dinero ahí, siendo este más rentable en otros giros. La académica y sus compañeros escucharon el comentario con acritud, respondiendo también, desde el fondo de su ser, que como era posible que siendo los libros el epitome de la cultura, se les viera de una manera tan prosaica y utilitaria. Está por demás decir que no consiguió los fondos que buscaba.

La verdad está en los objetos.
La verdad está en los objetos, no en los sujetos. Los sujetos lo que hacemos es una interpretación del objeto. Interpretación que está subordinada a nuestras percepciones y códigos de creencias. Las cosas son lo que son y lo son más de allá de nuestros pareceres y códigos de interpretación. Si nos queremos acercar a la verdad, tenemos que acercarnos al objeto y reconocer lo que este es lo que es, indistintamente de la posición que tengamos respecto a él.

En estricto sentido, para poder tener esos libros en exposición, fue menester invertir una enorme cantidad de dinero, no obstante el comentario de ella fue valido desde su percepción, preferencias y creencias, pero fue un comentario alejado de la verdad. Ese dinero, en otro negocio, sería mucho más rentable.

Al paso del tiempo el inversionista que emitió tal comentario, termino haciendo más dinero, al tiempo que ella logro una jubilación universitaria que la dejo con una relativa comodidad. Muy probablemente los únicos libros que ese inversionista tenga en su haber son los de contabilidad, mientras que ella es muy probable que tenga un acervo bibliográfico de encomiable admiración, no obstante en el diario vivir es menester reconocer que él sigue haciendo más dinero, al tiempo que ella vive rodeada de sus libros, pero batallando con su cada vez más exigua pensión.

No estamos resaltando aquí si el camino por el que optaron uno y otro fue el correcto. Cierto estoy que para ellos lo fue. Lo que estamos resaltando es el hecho de que a él le asistía la razón. Ese dinero en otro giro hubiese (y fue) mucho más rentable. La diferencia valorativa entre uno y otro está en la percepción que cada uno tiene del dinero.   

Veamos otro ejemplo. Hace un tiempo caminaba con el dueño de una empresa papelera en Monterrey. Transitábamos por los pasillos de su fábrica inmersos en el intercambio dialógico que nos ocupaba, cuando se detuvo en medio del pasillo, saco un billete de 20 pesos y lo tiro al piso. Acto seguido se movió unos metros (y yo con él), sin dejar de observar con la vista periférica el destino del billete. 

Al minuto paso el Jefe de Producción, vio el billete, lo recogió y se lo metió a la bolsa. Acto seguido lo llamo el dueño preguntándole que había hecho con el billete que él dejo en el piso. El Jefe de Producción, todo apenado, lo saco del bolso del pantalón y se lo devolvió.

El dueño de la empresa tomo el billete y le preguntó: A dos metros de donde estaba el billete, había un rollo de papel higiénico, porqué recogiste el billete y no el rollo de papel, siendo que ambos son dinero: uno en forma de billete y el otro en forma de papel higiénico.

El jefe de Producción se quedó callado. No supo que responder. No obstante el silencio fue tan abrumador que lo único que alcanzo a decir es que no lo había visto. El dueño de la empresa le dijo que era un excelente Jefe de Producción, pero que se necesitaba algo más que su desempeño operativo para poder ascender a puestos de mayor relevancia. Le hizo ver que necesitaba trabajar consigo mismo para entender lo que es el dinero y lo que con este se puede hacer, y que mientras no aprendiera a ver las cosas como dinero y no como cosas, su horizonte de posibilidades iba a estar suscrito a la operación.  

El jefe de Producción regreso a su trabajo cabizbajo y confundido. El dueño de la empresa y un servidor retomamos nuestro camino hasta llegar a la oficina de Recursos Humanos. El dueño le explico lo sucedido al responsable del área y le pidió que desarrollara una campaña al respecto para todo el personal de la empresa.

Sirva lo anterior para ejemplificar el título de este artículo: ¿Y si las cosas fueran dinero?
Hemos perdido la capacidad de ver las cosas como dinero. Las vemos como cosas, pero no como dinero. Lo interesante del caso es que para poder comprar todas esas cosas, se necesita dinero. Así entonces, porque si nos fue menester pagar por ellas, es que las vemos como cosas y no como dinero.

Ya una vez que compramos las cosas, las dejamos de ver como lo que son: dinero que se ha transmutado en cosas. Lo cual no solo hace que pierdan su valor, sino que además las demeritamos en su propia función, es decir, en su función de cosa.

Observe su hábitat: ¿Cuántas cosas tiene en su hábitat que no utiliza o que utiliza muy poco? ¿Qué valor de reposición tienen esas cosas? ¿Cuánto tendría que trabajar para poder comprar todo eso que no usa o devenga a plenitud? Revise su oficina. Pasa exactamente lo mismo. ¿Cuánto de lo que está ahí no lo devenga o usa?

Lo mismo acaece con los que están a nuestros alrededor, ya sea la pareja, los hijos, colaboradores o amigos. Todos ven las cosas como cosas y no como dinero.

Centrémonos en el tema de los hijos. Estos, porque así los hemos educado, piden cosas sin tener idea de lo que se tiene que pagar para obtenerlas… Y cuando se les da dinero lo ven como algo que se gasta, no como algo que se gana y mucho menos como algo que se invierte.

Por mucha instrucción pública que les demos (carrera, maestría o doctorado), su horizonte va  estar limitado a la concepción que les hayamos formado del dinero. Si se supone que nuestros hijos son lo que más nos importa en la vida, porque entonces no los educamos a ganar dinero y a ver las cosas como dinero y no como cosas.  

Por donde usted camine va a ver dinero tirado en su forma de cosa. Y si bien es cierto que el dinero no lo es todo, también es cierto que usted trabaja para ganarlo, luego, si esto es así, la pregunta obligada es: ¿por qué si trabaja por él, se da usted el lujo de tirarlo ya una vez que este se convierte en cosa?

En una ocasión llego el mayor de mis hijos con unas calificaciones paupérrimas. En él las letras y la academia no estaban presentes ni tenían un valor determinado. La escuela era el lugar donde estaban sus amigos y a eso iba, a socializar, no estudiar.

Hable con él y le sugerí que dejara la escuela y que ese dinero lo invirtiéramos en algo que fuera obsecuente a él. Su primera reacción fue decir que no. Que todos sus amigos estaban en la preparatoria y que no quería dejar de estudiar, que había sido un desliz académico pero que no se iba a repetir. Le hice ver que en todo lo que argumento no había un gramo de realidad académica, pero si social, por lo cual el resultado que él pretendía era imposible de lograr. Habló con su madre y esta lo apoyo (qué haríamos sin ellas).

Fijamos un intervalo no mayor a 90 días y si en esos meses no había una mejora sensible en las notas, se saldría de la escuela para iniciar algo que fuera obsecuente a él. El resultado fue el esperado. Las notas no solo no mejoraron, sino que iban a menos. Se tomó la decisión y si bien es cierto que al principio no fue de su agrado ni de su progenitora, también lo es que después de varios desaciertos, encontró su nicho de mercado y hoy es un empresario muy exitoso. Iletrado, de acuerdo, pero exitoso.

En esa migración de estudiante a empresario, trabajamos intensamente en lo que ya venía degustando desde casa, que las cosas son dinero y no cosas. Esto fue de suma importancia ya que al iniciar un negocio, se tiende a idealizar el arranque del mismo, cuando la realidad es que no hay etapa más difícil que el arranque.

Se invertía en lo necesario y se desechaba lo superfluo, es decir todas esas estulticias que según él le ayudarían a mejorar la imagen de un negocio que aún no existía el subconsciente colectivo. Al paso de los años y de varios desaciertos, fue consolidando lo que era y es obsecuente a él, cuidando cada peso que gana para invertir en aquello que tiene una función utilitaria para él y los suyos.

Por supuesto que se da sus gustos estéticos, culinarios y culturales (viaja mucho), pero estos son una resultante del éxito y no al revés, amén de que busca extraer de ellos algo que pueda aplicar posteriormente a su negocio.

Hoy, al paso del tiempo mi hijo mitifico y tergiverso sus orígenes (lo hacemos todos), lo cual es útil solo para construir el mito, no obstante en lo demás sigue igual: cuidando cada peso y viendo las cosas como dinero y no como cosas.

Otro tema al que tampoco le damos valor y que es de suma importancia, es el del tiempo. Se ha preguntado usted cuánto vale su tiempo. Si tuviera que comprar tiempo: ¿cuánto tendría que pagar por él?

¿Cuántas veces ha escuchado la trillada y nunca comprendida frase de que el tiempo es oro? La realidad es que el tiempo, como los objetos, también es dinero.

Capitalismo viene de Cápita (cabeza), por lo que nos es menester preguntarnos: en qué son más rentables mis ocho o diez horas de decisiones y acciones: produciendo zapatos, vendiendo zapatos o boleando zapatos. El producto es el mismo: zapatos. No obstante a usted le toca decidir si los bolea, los vende o los produce.

¿Usted, en qué usa su tiempo?
Por favor haga un análisis del uso de su tiempo. ¿En que lo aplica? ¿Cuánto le da esté a ganar, ya sea en lo material o en lo espiritual? Ese espacio de divertimento en el que usa su tiempo para mitigar u olvidar la realidad, es en sí mismo un divertimento que le hace crecer o es un tiempo tirado a la basura que no busca otra cosa más que matar a ese que le quiere matar (el tiempo).

Por ese falta de valoración económica utilitaria con la que crecimos y que nadie, ni nuestros padres ni nosotros mismos subsanamos, nos damos el lujo de desperdiciar la vida, de comprar cosas que no necesitamos y que poco o nada devengamos. Objetos que ya una vez que están en su forma de cosas las dejamos de ver como lo que son: dinero en forma de cosas.

Por la misma razón hacemos un mal uso del tiempo gastando este antes de este nos gaste a nosotros, cuando lo que debiéramos hacer es invertir en él como algo que a la larga nos va a redituar como mínimo experiencia. Observe usted a sus mayores, descubrirá que la gran mayoría de ellos son ancianos, pero no sabios. Son personas que no vieron el tiempo como inversión, sino como gasto.

Empecemos por educarnos a nosotros mismos viendo las cosas como dinero sin dejar de verlas como cosas, con un uso y función determinada, que tiene un valor de reposición que no decrece con el tiempo.

Aprendamos a darle un valor económico a todo lo que tenemos y hacemos, no como una medida ajena a los otros valores que las cosas y los actos no puedan generar como son el gozo de un amanecer, la sonrisa de un niño o la presenciad e la persona amada, pero démosle también un valor económico por todo el esfuerzo que ello implica y significa…

Si usted tuviera que comprar un amanecer, cuanto pagaría por él.

Si antes de morir le dieran la oportunidad de pagar para poder contemplar la sonrisa de un infante que en su inocencia le sonríe sin saber que usted se va, pero que en su sonrisa le dice que usted está ahí, en esa sonrisa que tuvo cuando niño y que no valoro. ¿Cuánto pagaría por poder verse en esa sonrisa?

Si usted tuviera que pagar antes de morir por ver a la persona amada, ¿cuánto pagaría por ello?

Por qué sin ese momento estaría usted dispuesto a pagar todo lo que tiene por ello, no lo da el valor que tiene y no le ayuda a los suyos a que aprecien el valor que realmente tienen las cosas y los actos, aun cuando no estén en su forma de dinero. 

Nos leemos en el siguiente artículo.