martes, 22 de agosto de 2023

La cueva de Don Manuel.

Don Manuel es un Abstracto Senior en el que se conjugan magistralmente la sapiencia de la edad y del conocimiento. Es un hombre que se ha distinguido por su incesante búsqueda y comprensión del origen, lo que ineluctablemente le ha llevado a estudiar el nacimiento de las religiones y del entorno económico, político, militar, social y cultural en el que estas se gestaron y parieron.

Si no entiendes, nos explicaba Don Manuel, las circunstancias en que estas se concibieron y nacieron, no podrás entender ni comprender lo que en esencia son ni su real trascendencia. Lo que vemos de estas en la actualidad son mutaciones que obedecen al presente, pero que no explican el principio… Y el secreto de todo está en el principio.

En esa búsqueda del origen nos planteo una interrogante que nos llevó al análisis, reflexión y debate de la cuestión: ¿Por qué si la mayoría de las revelaciones importantes dadas al ser humano han sido transmitidas en el interior de cuevas, no cuenta la humanidad con estudios al respecto ni con la bibliografía que invite al análisis y a la reflexión del tema?

Son bastas las revelaciones que tienen su génesis en el interior de una cueva. Dentro de las más conocidas esta la gruta o cueva del Rabí Shimon Bar Yohai (autor del Zohar), la del Apocalipsis (la cueva de Patmos), la de Hira (donde Mahoma recibió sus primeras revelaciones) y una suma de etcéteras más en los mal llamados viejo y nuevo continente.  

La cueva ha sido y es fundamental en todas las expresiones místicas que ha habido y hay. Simboliza no solo el regreso al vientre materno sino también el hospitium que acogió a nuestros primeros ancestros.

Hay, no obstante, un valor que poco se ha considerado en ese ambiente natural o artificial en el que se refugian los hombres: el de la afonía y ausencia terceros. La cueva, manifestación temprana del movimiento anacorético y del monacato rupestre, es un lugar en el que el silencio y la soledad son la norma, pero no todos pueden con estás, ya que, en ellas..., o te encuentras o te vuelves loco.

Sin demerito de lo que la cueva es, me atrevería a afirmar que la esencia de la revelación no está en el lugar en sí, sino en esa afonía de terceros y de distractores que te obligan a escucharte a ti mismo. Entendiendo que la revelación será mística solo si la persona lo es. 

La revelación obedece a lo que la persona es.
Un hombre de negocios que por disciplina se aislé de los demás tres o cuatro veces al año, va a descubrir en esa afonía de terceros y de distractores, esas oportunidades de negocio y de acción que el entorno no le permitía escuchar por exceso de ruido.

Ese literato, pintor, escultor o artista que se aísla para crear, va a producir obras de arte que no podría realizar en compañía de terceros. Lo mismo acaece con las demás ramas del saber. Es el silencio y la soledad que uno se pueda crear para sí mismo lo que nos llevará a desvelar eso que siempre ha estado ahí, pero que por exceso de compañía y ruido no podemos ver o escuchar.

Muchos de los ancianos (gente de antes) son más sabios no porque sean más viejos, sino porque tienen más tiempo para sí. Tiempo en el que la afonía de unos hijos que están haciendo su vida. La de unos nietos que tienen apremio por descubrir todas esas cosas que son o serán la materia prima de su próximo hacer. Más la afonía de esos amigos que cada día son menos y de la gente en general, hace que las personas de antes tengan para sí lo que no tenían: tiempo para ver y entender la realidad más allá de máscaras y vanidades, y tiempo para observarse, escucharse y pensarse.

Este ejercicio de silencio y soledad en el que están inmersos los ancianos es lo que hace que puedan acceder a esas revelaciones que les signa la vida que les queda.

Los que en el devenir de su vida buscaron un equilibrio entre el ser y el hacer (tiempo para sí, para los otros y lo otro), son los que descubrirán una nueva y mejor forma de vivir la vida. Los que toda la vida vivieron de cara al aparador en mundo de apariencias, ruidos y vanidades, descubrirán que la etapa más difícil de su vida es esa en la que no solo no existen para los demás, sino que tampoco para ellos mismos.
 

Cierto que las revelaciones se han dado y se dan en las cuevas. Ya sea esas de antaño en las que se refugiaban los anacoretas que nos precedieron o esas que construimos para asilarnos productivamente de los demás. En ambas, la afonía de terceros y de distractores visuales y auditivos es lo que nos lleva a desvelar esas revelaciones que nos permiten crear nuevas y mejores formas de ver, entender y operar la vida.

Las revelaciones, insisto, obedecen a lo que uno es. Si usted es un místico judío, católico, musulmán o budista, va a encontrar en esa total ausencia de ruido y distracción, lo que los demás no pueden ver.

Lo mismo le va a acontecer en su área de especialización. Va a desvelar ideas, productos o necesidades que siempre han estado ahí y que subyacen en el inconsciente colectivo. Tan es así que ya una vez que usted las desvela y las hace públicas, habrá más de uno que le diga: eso ya se me había ocurrido a mí.

Así, pues, cuando Don Manuel nos presento el tema a debate, más de uno nos centramos en la búsqueda de bibliografía y en la investigación del tema, hasta que poco a poco fuimos desvelando que la cueva era solo una parte del secreto de la revelación, la otra parte esta en el interior de cada uno de nosotros. En esa capacidad que tengamos para observarnos, escucharnos y pensarnos... Es ahí, y no en otro lugar, donde están la revelaciones que usted necesita.

Nos leemos en el siguiente artículo.   

 

 

 

sábado, 19 de agosto de 2023

El secreto está en el origen.

El problema en los actos humanos es que el origen de lo que queremos es más una suposición que una certeza. Suponemos que queremos tal o cual cosa. Determinada cantidad de dinero, casa, carro, trabajo o negocio. Vivir solo, en pareja o con especifica persona, pero en estás, como en todas las cosas del querer humano, siempre hay más espacio para la suposición que para la certeza.

Esta suposición o falta de claridad en el querer nos hace tomar decisiones sin en el debido análisis de lo que intrínsecamente somos y necesitamos, así como del objeto o sujeto de decisión, lo que al paso del tiempo nos llevará a descubrir que las cosas no son como las habíamos conceptualizado, aun cuando las señales estaban ahí.
 

Las razones por las que no vemos las señales, es debido a que al principio de todo querer hay un enamoramiento que nos ayuda a minimizar defectos y atribuir virtudes a todo aquello en lo que hemos centrado nuestro querer. No importa si es una persona, una situación o un objeto. Nosotros siempre las vamos a ver mejor de lo que son.

Es importante anotar que, en el querer, el análisis más importante no es el del exterior (persona, circunstancia u objeto), es el del interior (lo que somos y necesitamos). Y la mejor forma de acceder a esto último es a través del análisis nuestros actos. En estos y no en las historias que nos contamos, está el lugar en el que vamos a encontrar la realidad de lo que siempre hemos buscado.

Así, pues, mi recomendación es que no le haga caso a las historias que se cuenta a usted mismo. Estas son, amén de engañosas, peligrosas, ya que le pueden hacer sentir y pensar que eso que imagina sobre tal persona, circunstancia u objeto lo va a hacer feliz. Nada más lejos de la realidad.  

Su cerebro le va a decir que va a ser feliz cuando viva con tal o cual persona, cuando compre la casa, el departamento o la finca de sus sueños. Cuando vaya de vacaciones o a conocer tal lugar, ciudad o país. Cuando tenga tranquilidad económica y muchas cosas más, pero lo único que no le va a decir su cerebro es que usted nunca dejara de ser usted y que las decisiones que tome basado en las historias que su cerebro le cuenta, generan un cambio en su exterior y una incomodidad e insatisfacción en su interior.  

El que el que viaja muda de clima, no de carácter.
Hay a quienes creen que aman a una persona, cuando lo que en realidad aman es lo que esta les da y no a la persona en sí. Vivir con alguien no es lo mismo que vivir a alguien. Vivir a una persona demanda compromiso, entrega, reciprocidad y sacrifico. Mientras que para disfrutar a alguien solo hay que estar ahí. Es un querer unilateral. Un estar para recibir, no para dar.  

Definir con toda claridad el intrínseco querer, demanda honestidad, reflexión y tiempo. No es algo que se pueda hacer de un día para otro. Hay muchas cosas que se pueden evaluar y decidir en el momento, pero se espera que sean las intrascendentales. Las trascendentales demandan tiempo, objetividad y honestidad.

Puede ser que usted sienta una fuerte atracción por una persona y que esa atracción le lleve a construir historias fantásticas en su mente, pero antes de tomar una decisión pregúntese que es lo que sus actos le indican: que lo que ha buscado y busca es una intermitencia o una permanencia. Si lo que necesita es formar un hogar, adelante, pero si no es así, no se haga daño ni dañe a los demás.

Es el origen el que define el destino.
Cuando usted tensa el arco para disparar una flecha, debe tomar en cuenta que el lugar donde esta va a caer se define justo en el momento en que esta sale del arco. Puede ser que en el trayecto un objeto o una ráfaga de viento cambie su destino, pero esto depende más del azar que de la elección. Es el origen (lo que usted es) lo que define el destino. Y esto aplica en todos los ámbitos de la vida.

Identificar la razón que motiva un querer que no necesita, le permitirá darle una mejor dirección a su vida y a la de los demás, no por que vaya a influir en ellos sino porque no los va a dañar.

Nos leemos en el siguiente artículo.

sábado, 12 de agosto de 2023

La mujer de Matías.

El objetivo de este artículo no es hablar de la mujer de Matías, que no tiene mujer, ni tampoco hablar específicamente de él, sin embargo, lo intitule así debido a un hecho observado en una de las reuniones de la Abstracción y que seguro estoy de que Matías no reparo en él.

La Abstracción es una cofradía intelectual que sesiona de manera cerrada (exclusiva a miembros) una vez a la semana y de manera abierta (con invitados) una vez al mes. Esta modalidad tiene poco más de cinco meses y ha funcionado muy bien. Las sesiones abiertas se llevan a cabo en un restaurante. Son sesiones donde cada uno de los miembros tiene derecho rotativo de invitar a una persona o dos que puedan aportar al tema que se va a debatir.

En esta ocasión le toco a Matías, por lo que le extendió el convite a dos amigas de la infancia con las que ha mantenido contacto y a las que respeta no solo por su capacidad intelectual, sino por lo que son en sí mismas. Una vive en Estados Unidos y la otra a una hora de vuelo. Obviamente que ellas tenían más interés en lo que harían previo y posterior al debate que al debate en sí, no obstante, este estuvo muy interesante y el punto de vista de ellas fue muy enriquecedor.

El tema a debatir fue el de la soledad emocional que ya es considerado pandemia en buena parte del mundo. En el devenir del debate estuve atento no solo al contenido de sus palabras, sino al lenguaje corporal. Una de ellas con lenguaje florido, pero con argumentos muy ilustrativos de lo que está pasando en el vecino país.

La otra con un lenguaje más propio al mío y con un aporte tan valioso como el de su compañera. La del lenguaje florido es empresaria, vive en Estados Unidos. Nunca se casó, no tiene hijos, salvo sus hijos empresariales que es como ella llama a sus empresas. La otra es una inversionista de alto espectro, divorciada, con hijos y ya en proceso de planear su retiro, el cual acaecerá, según sus palabras, en no más de cinco años.

En el decurso de la tenida (sin que esto sea una logia) tuve oportunidad de observar y distinguir la gran diferencia que hay entre confianza y comodidad. Las dos mostraron en su trato con Matías y, por extensión, con cada uno de nosotros, una confianza que hizo que el debate y la reunión en sí fuera altamente productiva.

Sin embargo, solo una de ellas mostro una comodidad que llamo mi atención. Por obvias razones, las damas en cuestión se sentaron a la diestra y siniestra de Matías. La empresaria a su diestra, la inversionista a su siniestra. Ambas mostraron y expusieron sus ideas con las habilidades propias de su oficio. La primera, frontal, aguerrida y participativa. La segunda, cauta, analítica y especulativa.

A la inversionista la vi consultando a Matías sobre cada uno de los participantes, cosa que la empresaria no hizo. Esta se aboco a explorar a los que estábamos ahí a través de nuestras palabras y actos.

La inversionista, cauta donde las haya, escucho argumentos, medito respuestas y en algunas ocasiones pidió regresar a un argumento para hacer anotaciones puntuales y enriquecedoras. A primera instancia se podría pensar que la empresaria se sentía cómoda y en confianza, mientras que la inversionista, por lo recatado de su actuar, no sentía ni lo uno ni lo otro.

La verdad está en los detalles. Y en el detalle del detalle, la intención del detalle.
La empresaria se sintió en confianza a los minutos de haber empezado. La comodidad la fue adquiriendo conforme avanzaba el debate. Al grado que a la hora de haber empezado se cambió de lugar para estar frente al antagonista que más le gustaba, mostrando en ese punto más a la persona que a la empresaria.

La inversionista, por el contrario, se sintió cómoda casi de inmediato. No con nosotros, sí con Matías. Con este hablaba seguido, ya sea preguntando o comentando algo. No obstante, lo que llamó mi atención fue cuando llego el mesero. Algunos pidieron café, otros vino y Matías un Cheval Blanc Imperial, pero ella solo pidió agua. La tenida siguió, la inversionista se fue metiendo en los argumentos y contrargumentos del debate hasta que, en el fragor de la batalla, tomo la copa de Matías y empezó a tomar de ella.

Sirvieron el plato fuerte, llegaron los postres y los cafés. Ella declino ambos, pero tomo de la tasa de él y se comió buena parte del postre de este. El tema nos llevo a otros más, lo que hizo que la reunión se prolongara, lo que me permitió observar por más tiempo los actos no conscientes de ella y las instintivas respuestas de él.

En los actos de ella había propiedad, en los de él, confirmación. Lo interesante del tema es que no son pareja, ni había contacto físico entre ellos, sin embargo, ella se sentía tan cómoda con él, que hizo del espacio de él, su espacio. Lo cual llamó poderosamente mi atención, ya que, sin demerito de la confianza la cual es de suma importancia, el que una persona se siente cómoda con otra, marca toda la diferencia.

La comodidad, pues, es la piedra angular de cualquier tipo de relación, ya sea de amistad, sentimental o de negocios. Si analizamos esto, nos daremos cuenta de que conocemos e interactuamos con muchas personas, pero con muy pocas nos sentimos cómodos y pocos son también los que se han de sentir cómodos con nosotros.

La comodidad en cualquier tipo de relación es un lujo poco trabajado. Lograr que el otro se sienta cómodo con uno es un privilegio que a pocos nos interesa trabajar. Unos porque no desean más que una relación social, otros porque son unos eremitas a los que poco o nada les interesa la interacción humana, y a los más porque la dan por sentada, es decir, porque confunden confianza con comodidad.

Lo más interesante para mi de esa noche, aun cuando soy un eremita consumado, no fue el debate en sí, sino el darme cuenta del valor de la comodidad.

Nos leemos en el siguiente artículo.  

miércoles, 9 de agosto de 2023

Por amor a la nación.

Vivimos en el mundo una serie de cambios de orden político y electoral que viene de antaño. Algunos cocinándose desde los tiempos Karl Marx, burgués de clase media alta que, al no tener necesidad de trabajar, se dedicó a idealizar y diseñar lo que desde su óptica sería una sociedad perfecta. Su familia poseía importantes viñedos en Mosela. Se caso con una aristócrata prusiana, hija del Barón Ludwing von Westphalen (miembro de la alta burocracia del imperio), lo cual le aseguraba una buena renta. Fue colaborador y becario de Friedrich Engels el cual era propietario de la fábrica textil más importante de Manchester.

Las ideas y valores que estos ricos y empoderados idealistas sembraron han causado más daño del que se hicieron así mismos. Hoy, el descreimiento en la política y en los políticos nos ha hecho caer en los absurdos que nos han llevado en el proceso electivo a decantarnos por populistas de izquierda y derecha que no tienen la más mínima idea de la realidad, amén de que hemos llegado a pensar que la ciudadanía, dividida en minorías muy vocales, es la que puede arreglar lo que los políticos no. Minorías que, claro está, no representan más que ese tres, cuatro o cinco por ciento que representan y que están en conflicto con esas otras minorías que, como ellas, quieren hacer de su pequeña parte un todo.

Sirva esta estulta disgregación para recordar, sin mitificación, idealización y nostalgia, pero si con un fuerte sentimiento de realidad, la forma en que los Aztecas elegían a su emperador. Cierto que eran otros los tiempos, las circunstancias y la cultura, pero que útil nos seria a muchas naciones, regresar a ello.

La elección del emperador era electiva, no hereditaria. El emperador no podía escoger a su sucesor ni placearlo como representante o defensor de su gobierno. La elección del emperador recaía en un colegio de electores formado por la máxima autoridad religiosa, por el capitán de los ejércitos y los señores de Texcoco y Tlacopan. Estos tenían la obligación de elegir, dentro de los descendientes de Ténoch (primer emperador azteca), a los más capacitados y virtuosos.

Hasta aquí todo bien, sin embargo, la diferencia estriba en que los candidatos al puesto de emperador se tenían que postular ellos mismos. El único requisito que se les pedía era que fueran descendientes de Ténoch. Esto permitía que los hijos del difunto, sobrinos, hermanos y demás parientes que se sintieran calificados, podían aspirar a sucederlo sin que el hombre que sucedían en el poder haya podido incidir en el proceso, ya que las postulaciones se hacían hasta la muerte de este.

Los aspirantes para sucederlo conocían el método de selección, por lo que no había engaño. Todo era transparente. El análisis de los candidatos era muy riguroso, de tal suerte que no solo evaluaban su devoción, su inteligencia, bravura y triunfos o fracasos en el campo de batalla, sino que además era de suma importancia la ética y comportamiento de estos, así como la habilidad diplomática mostrada en los puestos que hubiesen ocupado.

La parte más importante del proceso de sucesión era el de la muerte, ya que el procedimiento exigía la decapitación de los no elegidos, de tal suerte que el primer acto oficial y público del nuevo emperador, era la decapitación de los otros contendientes.

En otras palabras, los contendientes a la sucesión lo hacían conscientes de que serían ejecutados en caso de que no salieran elegidos. Imagine por un momento si esta regla estuviera vigente en todo el mundo. Cuantos de los candidatos que existen en este momento para la presidencia de sus respectivos países, estarían dispuestos a contender, bajo la estricta vigilancia de un colegio elector ajeno a independiente a ellos.

No hay duda de que los que contendieran lo harían por amor a la nación o por una excesiva confianza en sus posibilidades, sin olvidar, claro está, que una de las atribuciones del colegio elector era la de ejecutar al elegido, si este no cumplía cabalmente su función.

En ocasiones como las que estamos viviendo en algunos países, más de uno puede llegar a pensar que la barbarie de nuestros ancestros no nos vendría del todo mal en este momento, por lo menos en lo que respecta al rubro electoral y al de la función pública.

Hay países en los que la regla de cero corrupción aplica con un cierto grado de modernidad. En Singapur, por ejemplo, se empezó por condenar con las penas más altas a los funcionarios públicos que aceptaban sobornos o que hacían mal uso del dinero del estado. Esto llevo a la cárcel a muchos funcionarios, burócratas y empresarios involucrados, pero como esto no fue suficiente, se instituyo, años después, la pena de muerte.

Obviamente que en Singapur no ejecutan a los que no hayan logrado el voto del colegio electivo. Son tan civilizados que estos pueden colocarse dentro de la administración del candidato ganador o en algún otro equipo de la función pública, pero todos los hacen firmando un documento legal en el que autorizan al Estado a auditar sin previo aviso las cuentas bancarias de ellos y de los suyos, dentro y fuera del pais.

El equipo auditor es ajeno a ellos y goza de plenos poderes, por lo que en el momento en que se descubre una irregularidad, por mínima que esta sea, se lleva a juicio a la persona y si es encontrado culpable, se la ahorca o fusila.

Cierto que ambos casos eran y son una autocracia democrática. Autocracia por que el fallo era y es irrevocable y, democrática, porque llegan al poder o a la función vía un colegio electoral. En ambos casos los candidatos se postulaban (Aztecas) o se postulan (Singapur). Pero lo hacían y lo hacen con conocimiento de causa de que es lo que les pasaría si fallan o no cumplen a cabalidad con sus responsabilidad.

Esto es muy mal visto en la actualidad, pero me pregunto si hubiese sido posible que gente como la que hoy detenta el poder y la gran mayoría de los cargos públicos hubiesen contendido por el poder y, en caso de llegar, estuviesen aun ahí si esta ley siguiera vigente, así como el tipo de gobernantes, funcionarios públicos y sociedad que tendríamos bajo una ley como las arriba mencionadas.

En esas autocracias se paga un precio muy alto, en las democracias participativas, otros. No obstante, me preguntó: ¿Cuál de los dos sistemas nos proporcionaría un mejor nivel de vida y una mejor sociedad, tanto en el combes de lo político, como en el de lo empresarial y social?

Solo usted puede elucidarlo. En el inter salga, vote y reclame.

Apoye a quien usted desee, pero vote a invite a votar a otros.

Nos leemos en el siguiente artículo.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    

martes, 8 de agosto de 2023

Interrogantes para Matías.

El artículo anterior (Una decisión difícil) genero un cúmulo de correos que muestran lo poco atinente que fueron mis letras, ya que la gran mayoría de ellos se abocaron a preguntar cuál de las dos opciones era mejor: la mujer que mitifica al padre o la que está en conflicto con él.

Por supuesto que también hubo correos en contra y otros en los que se me ataco de misógino y misántropo, lo cual no deja de ser cierto, ya que todos los seres humanos poseemos, independientemente del género, un cierto grado de misoginia y misantropía. Fue tal la reacción que genero el artículo, que por unas horas me cancelaron la página. No obstante, y sin demerito de las quejas y de lo anecdótico de la cancelación, procederé a responder la pregunta primaria, ya que esta fue vertida por igual, por ambos géneros.

Primero me gustaría aclarar que por muy avanzada que este la ciencia, la antropología, piscología y demás ramas del saber humano, no hay una sola que pueda considerarse determinante. Todo lo que se ha descubierto y estudiado del ser humano no son más que aproximaciones. Unas más certeras que otras, pero aproximaciones al fin. Dicho esto, procederé a dar mi opinión.

El amor es como el ser humano: alógico, insondable e inexplicable. Sirva, para explicar esto, la historia de Isaac, un hombre diez años mayor que yo y con el que he tenido el privilegio de convivir financiera, intelectual, filosófica y teológicamente.

Isaac enviudo en sus tempranos treintas, lo que lo convirtió en papá soltero con un hijo de ocho años. Es el primogénito de una dinastía de tres generaciones de banqueros. Creció con un padre que lo formo desde su primera infancia para tomar las riendas del negocio, cosa que hizo poco antes de cumplir los treinta.

Culto, inteligente y con una elegancia en las formas y en el vestir, que hacían de él el candidato ideal de muchas mujeres. En el tránsito de nuestra amistad, poco más de tres décadas, le conocí mujeres hermosas donde las haya. Altas, delgadas y con un porte de modelo que excedía en mucho a las de las pasarelas de su momento. No obstante, se mantuvo célibe hasta hace algunos años.

Se dedicó de lleno a los negocios y a formar a su hijo para la sucesión. Mudo las oficinas centrales a Estados Unidos y dejo al frente de ellas a su vástago. Se retiro hace poco más de doce años y hace diez me invito a cenar a su casa para presentarme a la mujer con la que hoy está casado.

Confieso que para mí fue una sorpresa. Nos veíamos con cierta frecuencia y en ningún momento había salido comentario alguno, por lo que fui a la cena con cierta expectación y seguro de que vería a una mujer bellísima, como todas las que la había conocido.

Al llegar me presento la antítesis de todo lo visto. Poco agraciada, con un rostro y cuerpo propio de una matrona. Agradable, platicadora y, desde mi gusto, un poco locuaz, pero él, estaba (y está) feliz.

Lo que deseo explicar con esta historia es que en el amor no hay nada escrito. Es importante saber si la mujer mitifica al padre o está en conflicto con él, como también es importante saber si el hombre tiene un problema con la figura materna o valora a la mujer. No obstante, y más allá de las mitificaciones y conflictos, lo más importante es la vida que uno y otro le inyectan a su pareja.

En el artículo anterior, Matías explicaba que la mujer representa la Vida y el hombre la Tierra. Y que la tierra (
terrae = seco) recibe de la mujer (hayyim – manantial) el agua que hará que esa tierra sea tan fértil como nutrientes posea el agua.

En la relación no se trata de priorizar un género sobre otro, sino la forma en que estos se nutren mutuamente. Cierto que hay mujeres que mitifican al padre o están en conflicto con él, pero también hay hombres que tienen problemas con la figura femenina (materna) y otros que la valoran y respetan. Sin embargo, estas cosas, aunque importantes, no definen la relación. La hacen más tersa o accidentada, pero no la definen.

Lo que define la relación es la atracción física, psíquica y, de manera muy especial, el proyecto. A Isaac le conocí mujeres extraordinariamente bellas, sin embargo, el proyecto de ellas no coincidía en tiempo y oportunidad con el de él. Ellas se querían casar. Él, consolidar un imperio.

Solo cuando este consolido su proyecto es que estuvo abierto a construir otro. Y, para sorpresa de todos y de él mismo, todo lo que él había pensado sobre la mujer ideal, en cuanto a ética y estética, quedo en lo anecdótico cuando encontró a la mujer con la que vive hoy. La relación, me cuenta Isaac, era social, no sentimental, no obstante, se sentía extrañamente atraído por esa mujer que le inyectaba vida a su vida, aun cuando era (y es) la antítesis de las anteriores.

Platicando con ella se dio cuenta de que ambos buscaban lo mismo, una persona con la que, en orden de importancia, pudieran ser, estar y transitar lo que les resta de vida. Él descubrió, terminando la consolidación de su proyecto, que era más vivaz y locuaz de lo que pensaba y que, allende las finanzas, la filosofía y la teología, compartía con ella temas mundanos que le divertían.

En otras palabras, si en la relación hay un alto nivel de química y de comunión psíquica, pero no proyecto, la relación, o no va a funcionar, o va a ser una más de esas que están por estar.

Así, pues, sin demeritar las áreas de oportunidad psicológica que las partes tengan que sanar, lo que realmente importa es que, amén de la atracción física y psíquica que sientan por la persona en cuestión, ambos tengan y compartan proyecto, en donde ambos construyan y cuiden el tema económico, de salud y de desarrollo individual y de pareja. En donde tal vez los gustos culinarios, artísticos, intelectuales y demás, no coincidan del todo, pero el tener un proyecto común les va a ayudar a buscar un punto medio en donde su puedan interesar por los gustos del otro para poder departirlos y compartirlos.

Sin un proyecto común, lo que hay, es una temporalidad, pero no una relación.

Nos leemos en el siguiente artículo.