sábado, 12 de agosto de 2023

La mujer de Matías.

El objetivo de este artículo no es hablar de la mujer de Matías, que no tiene mujer, ni tampoco hablar específicamente de él, sin embargo, lo intitule así debido a un hecho observado en una de las reuniones de la Abstracción y que seguro estoy de que Matías no reparo en él.

La Abstracción es una cofradía intelectual que sesiona de manera cerrada (exclusiva a miembros) una vez a la semana y de manera abierta (con invitados) una vez al mes. Esta modalidad tiene poco más de cinco meses y ha funcionado muy bien. Las sesiones abiertas se llevan a cabo en un restaurante. Son sesiones donde cada uno de los miembros tiene derecho rotativo de invitar a una persona o dos que puedan aportar al tema que se va a debatir.

En esta ocasión le toco a Matías, por lo que le extendió el convite a dos amigas de la infancia con las que ha mantenido contacto y a las que respeta no solo por su capacidad intelectual, sino por lo que son en sí mismas. Una vive en Estados Unidos y la otra a una hora de vuelo. Obviamente que ellas tenían más interés en lo que harían previo y posterior al debate que al debate en sí, no obstante, este estuvo muy interesante y el punto de vista de ellas fue muy enriquecedor.

El tema a debatir fue el de la soledad emocional que ya es considerado pandemia en buena parte del mundo. En el devenir del debate estuve atento no solo al contenido de sus palabras, sino al lenguaje corporal. Una de ellas con lenguaje florido, pero con argumentos muy ilustrativos de lo que está pasando en el vecino país.

La otra con un lenguaje más propio al mío y con un aporte tan valioso como el de su compañera. La del lenguaje florido es empresaria, vive en Estados Unidos. Nunca se casó, no tiene hijos, salvo sus hijos empresariales que es como ella llama a sus empresas. La otra es una inversionista de alto espectro, divorciada, con hijos y ya en proceso de planear su retiro, el cual acaecerá, según sus palabras, en no más de cinco años.

En el decurso de la tenida (sin que esto sea una logia) tuve oportunidad de observar y distinguir la gran diferencia que hay entre confianza y comodidad. Las dos mostraron en su trato con Matías y, por extensión, con cada uno de nosotros, una confianza que hizo que el debate y la reunión en sí fuera altamente productiva.

Sin embargo, solo una de ellas mostro una comodidad que llamo mi atención. Por obvias razones, las damas en cuestión se sentaron a la diestra y siniestra de Matías. La empresaria a su diestra, la inversionista a su siniestra. Ambas mostraron y expusieron sus ideas con las habilidades propias de su oficio. La primera, frontal, aguerrida y participativa. La segunda, cauta, analítica y especulativa.

A la inversionista la vi consultando a Matías sobre cada uno de los participantes, cosa que la empresaria no hizo. Esta se aboco a explorar a los que estábamos ahí a través de nuestras palabras y actos.

La inversionista, cauta donde las haya, escucho argumentos, medito respuestas y en algunas ocasiones pidió regresar a un argumento para hacer anotaciones puntuales y enriquecedoras. A primera instancia se podría pensar que la empresaria se sentía cómoda y en confianza, mientras que la inversionista, por lo recatado de su actuar, no sentía ni lo uno ni lo otro.

La verdad está en los detalles. Y en el detalle del detalle, la intención del detalle.
La empresaria se sintió en confianza a los minutos de haber empezado. La comodidad la fue adquiriendo conforme avanzaba el debate. Al grado que a la hora de haber empezado se cambió de lugar para estar frente al antagonista que más le gustaba, mostrando en ese punto más a la persona que a la empresaria.

La inversionista, por el contrario, se sintió cómoda casi de inmediato. No con nosotros, sí con Matías. Con este hablaba seguido, ya sea preguntando o comentando algo. No obstante, lo que llamó mi atención fue cuando llego el mesero. Algunos pidieron café, otros vino y Matías un Cheval Blanc Imperial, pero ella solo pidió agua. La tenida siguió, la inversionista se fue metiendo en los argumentos y contrargumentos del debate hasta que, en el fragor de la batalla, tomo la copa de Matías y empezó a tomar de ella.

Sirvieron el plato fuerte, llegaron los postres y los cafés. Ella declino ambos, pero tomo de la tasa de él y se comió buena parte del postre de este. El tema nos llevo a otros más, lo que hizo que la reunión se prolongara, lo que me permitió observar por más tiempo los actos no conscientes de ella y las instintivas respuestas de él.

En los actos de ella había propiedad, en los de él, confirmación. Lo interesante del tema es que no son pareja, ni había contacto físico entre ellos, sin embargo, ella se sentía tan cómoda con él, que hizo del espacio de él, su espacio. Lo cual llamó poderosamente mi atención, ya que, sin demerito de la confianza la cual es de suma importancia, el que una persona se siente cómoda con otra, marca toda la diferencia.

La comodidad, pues, es la piedra angular de cualquier tipo de relación, ya sea de amistad, sentimental o de negocios. Si analizamos esto, nos daremos cuenta de que conocemos e interactuamos con muchas personas, pero con muy pocas nos sentimos cómodos y pocos son también los que se han de sentir cómodos con nosotros.

La comodidad en cualquier tipo de relación es un lujo poco trabajado. Lograr que el otro se sienta cómodo con uno es un privilegio que a pocos nos interesa trabajar. Unos porque no desean más que una relación social, otros porque son unos eremitas a los que poco o nada les interesa la interacción humana, y a los más porque la dan por sentada, es decir, porque confunden confianza con comodidad.

Lo más interesante para mi de esa noche, aun cuando soy un eremita consumado, no fue el debate en sí, sino el darme cuenta del valor de la comodidad.

Nos leemos en el siguiente artículo.  

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