martes, 26 de diciembre de 2017

Cambio generacional.

Hace muchos años, cuando recién incursione en las finanzas internacionales, un financiero que radicaba en Japón me sugirió no trabajar con México. Me comentó que la cultura financiera de México estaba muy por debajo de los países del tercer mundo.

Su consejo fue el siguiente: No trates de hacer negocios en México. Es un país que vive auto saboteándose. La energía de su gente no está enfocada en lograr que las cosas sucedan. Lo más interesante del caso es que no se dan cuenta. Para los mexicanos son más importantes las formas y los procesos que las soluciones. Para el mexicano es más importante la forma que el fondo, por lo que siempre te van a poner cuanto obstáculo puedan para demostrar que ellos tienen la razón. En México, me dijo, lo importante no es lograr que las cosas sucedan. Lo importante es tener la razón.

Debo confesar que en su momento le puse más atención a la acritud del comentario que a la sustancia, en otras palabras, le di más valor a la forma que al fondo. Deje pasar el comentario el cual atribuí a un desconocimiento de la cultura de México.

Como buen mexicano enfoque mi energía a ayudar a mi país. Vicente Fox (el alto vacío) recién llegaba a la presidencia y pensé que la coyuntura era favorable para todo lo que mi empresa le podría ofrecer a México. Me desgaste todo el sexenio sin poder concretar nada. Recibí, debo reconocer la paradoja, todas las razones posibles por las cuales eso que nosotros ofrecíamos era justo lo que México necesitaba…, pero no podía hacer.

Llego el siguiente Presidente. Me buscaron. Presente el portafolio de productos. Me citaron una y mil veces. Por seis años se mostraron atentos, amables y dispuestos pero jamás pudimos concretar una sola operación.

Me retiré del sector público y enfoque el cien de mi tiempo al sector privado, dado que este, así lo creí en su momento, era un sector enfocado al negocio. El resultado fue el mismo. El interés era mayúsculo y el miedo también. Más de uno conocía a un par extranjero que había invertido en este tipo de operaciones (compra venta de instrumentos financieros), las cuales les parecían, no obstante el exitoso resultado de sus pares, altamente riesgosas, ya que eran operaciones que no entendían del todo.

Así, el desconocimiento del producto y la legítima posición de los inversionistas de no participar en un negocio que no entendían, hizo que enfocara mis miras más allá de las fronteras, dejando a mi país solo como residencia intermitente, mudando mi casa y oficina a Austin, Texas.

Al mismo tiempo que corrí el proceso en México, busque clientes fuera de él. En los poco más de tres lustros, la totalidad de las operaciones que he concretado han sido con Inversionistas extranjeros, ningún mexicano, ningún latinoamericano.

Pasó el tiempo y poco a poco cambio el paisaje y el paisanaje de México pero no su sustancia. Entendí que hay ocasiones en que hay que dar lecciones y recibir otras. En donde el secreto no está en las lecciones que se dan o se reciben, sino en comprender los roles de unos y otros y estar conscientes de ellos. De no ser así, el maestro no enseña y el alumno no aprende.  

Moral es lo que funciona. Si algo no funciona, por muy ético que sea, no es moral, y en México las cosas funcionan con una moral orientada a la medianía.

En el exterior se dice que México tiene una economía de corral. Que lo que ya entro a caja ya no se toca. Se guarda y si es menester hacer negocios, se hacen a través de créditos bancarios pero no con el dinero de la caja.

De todos es sabido que los negocios se hacen con el dinero de otros. No obstante los mejores negocios son aquellos en los que inviertes a la par de tus pares para poder hacer dinero con el dinero de otros. Sin embargo esto demanda compartir la propiedad y la gestión, cosa que el inversionista tradicional, ese que creció con las premisas de antaño, no está del todo dispuesto a hacer.

No obstante lo anterior es menester reconocer que las cosas están cambiando, aún no en la sustancia, pero si en los accidentes. Lenta y gradualmente están llegando al escenario jóvenes emprendedores que están incidiendo en el paisaje y paisanaje de América Latina. Jóvenes que encuentran poco eco en los inversionistas de antaño, pero que no tienen problema para sentarse a platicar con inversionistas extranjeros y explorar nuevas y mejores formas de financiamiento.

Las nuevas generaciones están modificando el rostro de Latinoamérica. Son jóvenes que han crecido en una dinámica de cambio que los sitúa en las antípodas de sus padres, y ni que decir de sus abuelos. Son jóvenes que no se detienen por dinero. Lo que les detiene son las ideas, las oportunidades de negocio. Ya una vez que las detectan se abocan a buscar la forma de capitalizarlas, ya sea buscando inversionistas para la cogestión o vendiendo el total de la idea al inversionista que así lo requiera.

Recién se comunicó conmigo un empresario con el que llevo una relación de años. Es un hombre que está en sus primeros cuarenta y que por muchos años fue un exacerbado amante de los fierros. Su empresa fue hasta hace algunos años, líder en colocación de grúas. No había obra en construcción donde no estuviera él. Se distinguía por ser un hombre bragado, agreste, instalado a tal grado en la objetividad de la materia, que en más de una ocasión su falta de tacto incomodó a propios y extraños.

Nuestros negocios nos llevaron por rumbos diferentes, por lo que sin perder el contacto social, perdimos un poco el acontecer de nuestros negocios. Dos años después me llamo para decirme que iba a estar en Houston, que si no tenía inconveniente, me invitaba a comer para ponernos al día y evaluar algunos proyectos que traía en su portafolio.

Mi estupor cuando lo vi fue mayúsculo. Era el mismo hombre, pero cambiado. Frente a mí estaba una persona diferente en todos los aspectos. Su geografía corporal había cambiado, así como su lenguaje, forma de vestir y arquitectura del rostro.

Le pregunté que qué había pasado. Que qué mujer había sido la autora de dicho cambio. Se sonrió y me contestó que no, que no había tal. Que el cambio obedecía a las necesidades específicas de su empresa y no a una feminidad encarnada. Me comentó que vendió la empresa de grúas y que ahora estaba de lleno en el mundo de las aplicaciones. Su negocio era detectar oportunidades y diseñar aplicaciones, amén de identificar a otros desarrolladores, explorar lo que estos estaban haciendo y firmar con ellos un acuerdo comercial para asociarse, financiar, comprar y/o vender sus aplicaciones.

Me presentó varias de ellas, algunas más sorprendentes y viables que otras pero todas interesantes al fin. No obstante lo más impactante fue el cambio que se dio en él. Paso de ser un hombre brusco, frontal y en ocasiones hiriente y sarcástico, a un elegante, diplomático con un sarcasmo de terciopelo que lo que busca es vender y convencer.

De Tepito a las Lomas.
Algo similar me aconteció con un joven de 29 años que recién acudió a mí en busca de financiamiento. Este joven, al que llamaré Jorge, nació y creció en Tepito, uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad de México. Es un barrio bravo en donde la lucha por la supervivencia es atroz.

Para él lo normal era trabajar, estudiar y luchar por llegar sano y salvo a casa para entregar las pocas o muchas monedas que había ganado. Decidió que no quería vivir como los demás. Estudio, gano una beca y se graduó en el Tecnológico de Monterrey. Hoy es propietario de una empresa de logística amén de tener varias casas de empeño.

Lo impactante del caso es que nos es dueño de un solo camión. Diseño un sistema de logística que le permite brindar un servicio diferenciado que le ha permitido lograr contratos impensables para cualquier otro joven de Tepito.

Acudió a mi debido a que recién había negociado varios contratos en México y Centro América, amén de que esta por incursionar al sector de bienes y raíces, edificando casas las cuales va a vender bajo un modelo de renta / venta al sector de escasos recursos.

Exploramos las alternativas de financiamiento. Le explique la forma en que operan las mesas de intercambio y lo que tenía que hacer para participar en ellas. Lo que más llamó mi atención fue el hecho de que él ya sea había documentado ampliamente ante de llegar a mí. Cerramos el trato y empezamos de inmediato.  

Así como estos casos, me he venido topando en este último lustro, con jóvenes latinoamericanos que me buscan de México, Panamá, Ecuador, Montevideo y otros lugares, para buscar fuentes de financiamiento que estén más allá de las acostumbradas por sus padres. Jóvenes audaces y arrojados que buscan un padrino que crea en ellos y los acompañe en el proceso.

¿Qué es lo que ha cambiado?
Hoy estamos inmersos en una economía donde el cerebro de hora es el que marca la pauta de los negocios. Lo importante ya no es ser dueño de los activos, sino de las ideas. Estos jóvenes buscan nuevas opciones de negocio, de financiamiento y de vida.

Ninguno de ellos sueña con una oficina de primer nivel. Sueñan con su libertad y con poder moverse de un lado a otro sin atadura alguna (lo cual obviamente va a incidir en el concepto que tenemos de relación de pareja/matrimonio).

Tanto mi cofrade el de las grúas, como el joven de Tepito y mucho más que llegan a mi buscando financiamiento, llegan con una mochila al hombro, sacan su IPad, hacen su presentación, negocian términos, llegan a acuerdos y se van. Su oficina se circunscribe, más allá de su cerebro, a una mochila, un IPad y un auto, aunque la gran mayoría de ellos llegan en Uber.

No es México el que está cambiando. Es el mundo el que está cambiando y lo importante es estar en la dinámica del cambio. Todos aquellos que no quieran o no logren entender el cambio se van a ir quedando fuera del negocio. Estas personas cobijaran sus miedos bajo el paraguas de sus creencias más no de la verdad. La verdad es inobjetable. Ahí esta y no necesita de creencias.

Para estas personas lo que sigue es una acusada arterioesclerosis del poder, la cual, sin prisa pero sin pausa, los llevará a una total obsolescencia.

Unir sin confundir, separar sin distinguir.
Es importante no confundir el hacer maniático con el hacer metódico. Son primos hermanos y muy cercanos, pero en el método no hay manía. Hay una clara comprensión de la realidad, lo que hace que en el método haya orden, lógica y sistema.

En la arterioesclerosis del poder lo importante no es el real acontecer del mundo, sino la realidad imaginada en la que vive la persona. Lo que hace que su hacer sea un hacer maniático, disparatado, carente de sentido común, lógica y orden.

Este tipo de personas viven de fracaso en fracaso. Cierto es que tuvieron sus éxitos, no obstante son los éxitos de ayer los que les impiden leer y entender el hoy. Viven en mundo que ya no es. Un mundo que está en su mente pero no en el diario acontecer.

Recordemos, no obstante, que el hombre se acondiciona a sí mismo. No hay nadie que no pueda adaptarse a las circunstancias. Si no se adapta es porque no quiere, no porque no pueda.

¿Quién es dueño de mis ilusiones?
Lo único que el ser humano puede hacer para no perder la realidad y adaptarse a las circunstancias, es el no hacerse ilusiones. La realidad es. No necesita de atributos, de expectativas o ilusiones. Simplemente es. Aceptar las cosas como son, por muy crudas o ajenas a nuestro querer, siempre será mejor que negar la realidad.

Cada quien es dueño de sus ilusiones. Somos nosotros los que creamos expectativas donde no las hay. La realidad no necesita de atributos o adjetivos calificativos para ser, simplemente es. Somos nosotros los que confundimos posibilidad con probabilidad. El mundo de lo plausible es infinito y depende de la historia de cada quien. El mundo de lo probable es finito y no depende de la persona sino de la realidad.

Las nuevas generaciones son las que con su entendimiento, apertura y propuestas, están empujando a los miembros de las generaciones precedentes a adaptarse al cambio, no a todos, pero si a un buen número de ellos.

Cada vez son más los coetáneos y mayores que llegan a mí buscando nuevas opciones de financiamiento y de negocio. Personas que cinco o diez años atrás, jamás hubiesen pensado declinarse por estas opciones.

El común denominador de estos coetáneos o mayores, es que todos llegan acompañados de un joven visionario que les vendió una idea o concepto de negocio diametralmente diferente a las que ellos estaban acostumbrados. El joven de Tepito llego con un inversionista de 80 años. Un hombre lucido, inteligente y dispuesto a invertir en negocios que están muy lejos de los fierros con los que creció…

Bienvenido el cambio.  


Nos leemos en el siguiente artículo.