viernes, 30 de septiembre de 2016

Observarse a sí mismo.

Duro oficio el del Rey el de vomitarse sobre sí mismo.
Lo que el adagio significa es que es muy difícil desdecirse, y mucho más, observarse.

Poco / nada nos observamos.
Lo común es observar a los demás, pero no observarnos a nosotros mismos. No obstante se nos olvida que somos a un mismo tiempo público y escenario. Así como nosotros observamos a los demás, los demás nos observan a nosotros. Somos los demás de los demás.

El que esto escribe es un observador de la naturaleza humana. Me es común quedarme estático observando las expresiones del ser de ese Otro que atrapa mi atención. Observo, escucho y analizo todas las expresiones de su ser, ya que estas me hacen evidente lo que el Otro es, aún cuando él no este consciente de ello.

Esto (observar) no tiene nada de extraño, por lo menos no para mí, sin embargo el Otro (el observado) y los Otros (los que me observan) me ven (y con justa razón) como un animal raro (que si lo soy), ya que es de muy mala educación hacer lo que hago. Y si bien es cierto que mi intención no es incordiar el alma del otro, también lo es el hecho de que al otro no le importan las intenciones, sino los hechos y resultados.

Este natural observar al otro es algo propio y común de los infantes, no de los adultos. Los infantes, antes de que sus padres les enseñen a no observar, absorben el mundo a través de los ojos. Es por ello que observan acuciosamente a los adultos y a cuanta persona les llame la atención.

Este observar al otro es algo muy natural, no obstante al paso del tiempo es algo que dejamos de hacer debido a que es muy mal visto por la sociedad. Perdiendo así una enorme fuente del conocimiento y del saber.

En lo que a mí respecta mi observar no tienen otro afán más que el de aprender y entender. Observo para entender, no para juzgar. La realidad es que nadie está facultado para juzgar. Para juzgar al otro es menester hacerlo desde su piel, desde su biografía, y esto es algo que nadie ha podido hacer ni podrá hacer.

Porqué observar.
Como todos sabemos, los dos mejores libros del mundo son: El otro (mi semejante) y Lo otro (el mundo). Y estos son libros que demandan de mucha observación, análisis, reflexión, abstracción e introyección.

De hecho todos los libros que se han escrito y publicado en el mundo, son para explicar estos dos: El otro y Lo otro.

La realidad es que la gran mayoría de nosotros nos observamos poco o nada a nosotros mismos, y cuando alguien nos hace patente nuestro extraño accionar, respondemos con una explicación que no solo justifica nuestro errático hacer, sino que además nos sirve de pretexto para no cambiar.

Una de las razones por la cual no cambiamos nuestro accionar, es debido a lo pueril de nuestra formación. Esta ha sido pobre e insuficiente. Tenemos mucha instrucción, poca formación.

La instrucción es exógena (de la piel hacia afuera). La instrucción es un constante recibir información académica, científica, empresarial o de cualquier tipo. No obstante la instrucción es solo eso… instrucción.

La instrucción es un falso saber que nos sirve para hacer, pero no para ser.
Saber mucho de algo no nos convierte en ese algo. Nos convierte en repetidores de repetidores, pero no en mejores hombres. 

La formación tiene que ver con lo que su nombre dice: dar forma. Y esta solo se adquiere a través de dos vías: Vía la educación (Educere: extraer lo mejor de) o vía el auto-descubrimiento.

La primera vía del saber es la educación.
La educación nos es más que la constante repetición de actos. Actos que a fuerza de repetición se convertirán en hábitos y estos en costumbre.

Bien dice el adagio… Siembra actos y cosecharas hábitos. Siembra hábitos y cosecharas costumbres… Y, como todos sabemos, la costumbre es una segunda naturaleza.

La educación nos es más que la inteligente y racional construcción de una segunda naturaleza. Naturaleza que se sobrepondrá a la primera, ya sea para atenuar su oscuridad o para magnificar su luz.

La segunda vía del saber es el auto-descubrimiento.
Solo se sabe lo que se descubre. Es por ello que la palabra saber y sabor (sapere: degustar, recibir, llevar al interior) poseen la misma raíz.

Solo se sabe lo que se degusta, lo que se lleva al interior. Lo demás se conoce, pero no se sabe. El saber es endógeno (autobiográfico), mientras que el conocimiento es exógeno (bibliográfico). La diferencia entre una y otra es abisal.

La palabra aprender deriva de aprehender (asir con la mente), y solo logramos aprehender aquello que nos genera una impresión tal, que no nos es posible mantenernos ajenos a ella. La impresión puede ser negativa (para evitar) o positiva (para repetir), pero solo asiremos con la mente para llevar a nuestro interior y hacerlo propio, aquello que nos haya causado ese nivel de impresión.

Revise por favor su biografía. Observe que esas cosas que le generaron un más o un menos de impresión, son las únicas que recuerda. Las únicas que ha hecho propias, es decir, que ha llevado al interior. Lo demás lo conoce, pero no lo sabe.  

Los seres humanos aprehendemos lo que descubrimos, no lo que se nos dice.
Nosotros somos los demás de los demás. Observarse a sí mismo nos lleva a ver eso de nosotros que ven los demás, pero no nosotros.

Es importante entender que no podemos cambiar lo que no conocemos. Y si no nos conocemos a nosotros mismos, cómo entonces vamos a cambiar.  

Cierto es que hay ocasiones en que estamos abiertos y dispuestos a escuchar lo que nos dicen, pero más cierto es que esto sucede por excepción. Lo ideal sería aprender a observarnos.  A estar conscientes de nuestros gestos, palabras, actos y acciones. Solo así podremos re-edificar nuestra personalidad.

Observarnos nos llevaría a cometer menos errores. Errores en los que la gran mayoría de las veces no tenemos la intención de cometerlos. Hay, claro está, errores que cometemos voluntariamente, pero estos no nos sorprenden. Sabemos que lo que estamos haciendo está mal, y aun así lo hacemos. Es el idiota interior el que nos lleva a disfrutarlos y por ende a hacerlos.

Sin embargo el tema que nos compete no es el del idiota interior, sino ese otro que anida en nosotros y que nunca se observa.

Observarse no es fácil. Tenemos que aprender a hacerlo. A estar consciente de lo que hacemos en todo momento. Lo que decimos y dejamos de decir. La forma en que vemos, hablamos, pensamos y actuamos.

Observarse es un ejercicio de construcción y des-construcción constante, pero solo así podremos edificar, rescatando de nosotros mismos, de nuestro interior, eso que ya tenemos y que nos llevaría a ser una mejor persona en todos los aspectos.  


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Entre la ficción y la realidad.

Mi oficio me lleva a conocer un sinfín de personas y personajes. Unos dentro del mundo de los negocios, otros fuera de él. Algunos de ellos instalados intermitentemente en la realidad, y otros, la gran mayoría, en la fantasía.

Lo cierto es que esto que de suyo se antoja poco plausible, no tiene nada de extraño. La realidad es que todos nos movemos entre la ficción y la realidad. Nadie quiere y puede vivir permanentemente en la realidad. La realidad desquicia, deprime y mata. Se requiere estar mal de la cabeza para vivir única y exclusivamente en la realidad.

Siempre le añadimos un poco de ficción a la realidad.
Una ficción elegida (religión, amor, familia, ética, moral  y demás etcéteras de lo irreal) es aquella que sabes que no es cierta. Es aquella que la eliges racionalmente. La eliges a sabiendas de que no es real. De que tiene posibilidad, más no probabilidad. Y gracias a esto es que la puedes usar como lo que es: una catarsis (liberación) que te permite escapar intermitentemente de la realidad. 

El problema en si no es la ficción. A todos nos educan desde la cuna a vivir en ella. El problema es creer que se vive en la realidad, cuando se vive en la fantasía. Este no querer llevar a la conciencia que mucho de lo que hacemos es irreal (la realidad no se subordina a los deseos humanos), es la causa de muchos de nuestros descalabros.

Ya comentamos que nadie quiere ni puede vivir permanentemente en la realidad. Por eso es que se dice, y se dice bien, que la verdad es para los idiotas. Solo estos la pueden recibir tal cual es, sin que ella les represente un problema mayor… Ya están Idiotas.

Condicionantes de la verdad.
Como ya hemos mencionado en escritos anteriores, la verdad debe ser dicha solo a aquellas personas que reúnen dos condiciones:

Primera:
La verdad solo debe ser dicha a aquellas personas que tengan la capacidad de recibirla, digerirla y dirigirla, de lo contrario estas personas causarían un problema mucho mayor que el que se buscó subsanar. Es por ello que la verdad no es para todos.

La verdad se le debe decir solo aquellas personas que les compete y que tienen la madurez para recibirla, digerirla y dirigirla.

Segunda:
La verdad solo debe ser dicha a aquellas personas que tengan la capacidad de hacer del instante un instante y no una constante. De lo contrario estas personas estarían constantemente trayendo al presente un pasado que ya no es, que ya no existe.

No olvidemos que la muerte de los muertos es la vida. Lo que ya paso, ya paso. Hay que aprender de ello, enterrarlo y no sacarlo más.

Si el otro no tiene la capacidad de enterrar a sus muertos, lo mejor sería no decirle nada, ya que de lo contrario se va a pasar la vida desenterrando cadáveres que ya no tiene razón de ser.

La realidad no es para todos.
Entramos y salimos de la realidad a través de las ficciones que consciente o inconscientemente escogemos para tal efecto.

Las ficciones son de suma importancia para nuestra salud mental, no obstante es importante escoger nuestras ficciones y escogerlas a sabiendas de que son eso: ficciones. Las ficciones son una válvula o catarsis que nos permite escapar intermitentemente de la realidad. Cuidando, por supuesto, que esa intermitencia no se convierta en permanencia, como le sucede a muchos.

La primera responsabilidad que tenemos para con nosotros mismos es escoger y dirigir racionalmente nuestras ficciones. De lo contrario ellas serán las que nos dirijan a nosotros. Cuando no escoges tus ficciones, ellas te escogen a ti, de tal suerte que lo que no existe, lo que pertenece cien por cien al mundo de la fantasía, lo que solo es un ente de razón porque existe en nuestra mente pero no en el mundo real, es lo que terminara gobernando a lo que sí existe... A ti.  

¿Está mal creer en las ficciones? No. Lo que está mal es que estas nos gobiernen a nosotros. Lo cierto es que esto que de suyo se antoja poco inteligente, es el común denominador del día a día.

En el devenir del acontecer nos es frecuente encontrar gente que no solo está instalada en la ficción como motor y centro de vida, sino que además es notorio que estas (las ficciones) terminan gobernando a la persona en lugar de que la persona las gobierne a ellas, haciendo de la ilusión de su mentira, una realidad verosímil pero falsa.

Ficciones sobrevaloradas.

El amor. 
El amor es la más bella ficción que tenemos los seres humanos, pero ficción al fin…

En la antropología hay una premisa que rige todos los ámbitos del ser quehacer humano. Premisa que debiéramos tener siempre presente, pero que frecuentemente olvidamos o hacemos a un lado, y en ningún lugar es más notorio este olvido que en el combes del amor.

Premisa antropológica: En la vida nadie quiere lo que tú quieres y el que quiere lo que tú quieres, no lo quiere como tú lo quieres.

Analicémosla desde el combés del amor.
Cierto es que ambos quieren cosas comunes, pero más cierto es que ambos quieren cosas del otro que el otro no puede (no está en su naturaleza); que no quiere (no está en su voluntad) y que no está dispuesto a dar (no está en su deseo). Y si no tenemos la capacidad de reconocer y aceptar que el otro es autónomo (tiene y ejerce sus propias normas), autómata (posee su propio motor), autócrata (tiene y ejerce su propio poder) y auto determinado (se determina –define- a si mismo), entonces la decepción será mayúscula, ya que una cosa es la idealización que hemos hecho del amor y otra muy distinta el amor en sí.

Obviamente que cuando la realidad se sobrepone al ideal, lo cual tarde o temprano va a suceder, el desencanto de los amantes será mayúsculo.

Nos es común escuchar que la gente dice: es que el otro cambio. No obstante la realidad es que el otro no cambio. En esencia sigue siendo el mismo, ya que no puede ser lo que no es. Por lo tanto no es cierto que haya cambiado.  Nadie puede cambiar. Lo que hacemos es modificar temporalmente nuestra conducta en función de las circunstancias… Cambian las circunstancias, cambia la conducta.

En síntesis, lo que los seres humanos hacemos es adecuar transitoriamente nuestra conducta con el fin de lograr un objetivo, que como la circunstancia, es transitorio, pero al final lo que primará es nuestra esencia. Ya que la genética se puede administrar (adecuación de conducta), pero no cambiar.

Amar es amar lo que el otro es, no lo que queremos que sea.

El matrimonio debiera empezar por el divorcio.
Muchas parejas desconocen al otro en el divorcio.
Ese energúmeno o energúmena que los acosa jurídica y económicamente. Que les quita o restringe los hijos, el patrimonio, la estabilidad emocional, mental y demás etcéteras de una separación, está muy lejos, en apariencia, de ese o esa con la que se casaron. Sin embargo la realidad es que no es así. El otro siempre fue así: esquizoide, cuenta chiles (avaro), neurótico, mentiroso, mitómano, controlador y demás etcéteras que suelen salir en estos procesos.  

¿Por qué entonces no nos dimos cuenta desde el principio?
Porque decidimos hacer a un lado la realidad y estacionarnos en la ficción. Por eso dicen que el amor es ciego pero los vecinos no.

Todos se dan cuenta de lo que él o ella es, los únicos que deciden no darse cuenta son los dos involucrados, ya sea por la ficción de que el amor todo lo cambia, lo cual es una verdad medias (ya que modificas tu conducta en función del otro, pero no cambias tú ni cambia el otro) o por la ficción de que la familia es el núcleo de la sociedad, cuando la realidad es que el individuo es el núcleo de la sociedad. Sin individuo, no hay familia, ni sociedad.

En otras palabras, el mito de la familia es un motor de adecuación de la conducta, pero solo para aquel que está instalado en esa ficción. Para que el que no esté instalado en dicha ficción, será el individuo y su desarrollo o motivaciones personales, los que regirán el cien por cien de sus acciones. 

Dinero llama dinero.
Otra ficción común en el combes de los negocios es de que el dinero llama dinero.

En este ámbito también se cree que para hacer un negocio se necesita dinero. Ambas cosas están muy lejos de la realidad.

El dinero no llama al dinero. El dinero para lo único que sirve es para enmarcar que tan fina o vulgar es una persona. Una persona fina no necesita dinero para demostrar que es fina, así como el vulgar tampoco necesita del dinero para hacer patente su vulgaridad, no obstante, un vulgar con dinero es mucho más notorio que un fino con dinero.

Una persona lista (no inteligente) no va a hacer negocios con el vulgar, le va a invitar a hacer negocios en los que él sea el que ponga el dinero y corra el riesgo, a cambio de crearle una falsa imagen de hombre de negocios que no tiene. Al final el vulgar descubrirá que no fue más que un peón en el tablero de ajedrez de otro jugador.

Por el contrario, un inteligente  si se puede asociar con una persona que no tenga dinero, siempre y cuando esta tenga una idea, un plan y un programa del negocio en sí. Ya que los negocios se hacen con la cabeza, no con el dinero.

El dinero no nos hace más inteligentes, solo hace más evidente la poca o mucha inteligencia que tenemos.


Así pues, para poner un negocio no se necesita dinero, se necesita tener una idea que valga la pena, un plan para lograrla y un programa para ejecutarla.

Ya una vez que se tenga esto, se tendrá que hacer un largo recorrido de presentaciones con un sin fin de inversionistas, hasta que dé con aquel al que no le gusta trabajar, pero si invertir. Ese será su socio ideal.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Con lavarse los dientes es suficiente.

Recién viví de cerca una experiencia que no solo pone en evidencia las abisales diferencias entre hombres y mujeres, más específicamente en lo referente a los alcances, sino que además hizo patente la educación, sensibilidad y caballerosidad de uno de los protagonistas de lo que a continuación voy a relatar.

Inicia el año escolar y con ello los alumnos de sexto año de primaria. Esto no tiene nada de anormal, solo que ellos están en la transición de infantes a adolescentes. Por un lado hay mucho de infantil en ellos (hombres y mujeres), pero por el otro inician el azaroso camino de la adolescencia. Etapa de la vida que, como su nombre lo dice, adolecen de esencia, es decir, adolecen de identidad. En unas cosas son niños y en otras adolescentes.

Las madres de familia de los alumnos de sexto año, siempre adelantadas a lo que va a pasar, organizaron una serie de reuniones para que hombres y mujeres empiecen a convivir bajo la atenta mirada de sus progenitoras. Claro que a estas reuniones no van todas las mamas, pero si un grupo representativo de ellas, que son las que se encargan de informarle a las demás del devenir de sus vástagos.

Las reuniones previas eran fiestas de cumpleaños y obedecían a género… Solo niñas o solo niños, pero jamás mixto. No obstante la llegada al sexto año de primaria pone a los dicentes en el umbral de algo que entre las nuevas generaciones, siempre parcas en letras, recibe el nombre de “Reu”.

Una “Reu” es una reunión de niños y niñas, perdón, de señoritas y jovencitos, en la que conviven unos y otros con la intención de ir aprendiendo los primeros devaneos de la relación hombre mujer.

Las madres de familia, anticipándose al proceso (cosa que nunca harían los papás), organizaron por su cuenta las primeras Reus.  

El entusiasmo de los jóvenes (hombres y mujeres) fue mayúsculo. Ya ninguno de ellos pensaba en piñatas, fiestas o albercadas de niños o niñas. Lo que sigue para ellos son las Reu. No habían terminado la primera semana de clases y ya tenían las mamas dos Reus organizadas. 

En estas iba a ver (y hubo) una pista de baile, un disc jockey, comida y demás menesteres del ambiente, a excepción del alcohol y del tabaco (faltaba menos).

Las niñas, viví de cerca el proceso de tres de ellas, estaban muy emocionadas. Lo que ocupaba su mente no era el baile en sí, este lo daban por obvio. Lo que les preocupaba era lo que se iban a poner, la forma en que se iban a peinar, el maquillaje, zapatos y demás etcéteras que las lectoras han de entender muy bien. 

Hubo, además de los menesteres ya mencionados, un dato que todas consideraron  y que me causo mucha gracia. El dato en cuestión fue el que todas se preocuparon por llevar zapato bajo, ya que casi todos sus compañeros son de estatura baja (aun no dan el estirón), cosa que a ninguno de ellos le preocupo.

En ningún momento las escuche preocupadas sobre que iban a decir o hacer si uno u otro las sacaba a bailar, ni la forma en que tendrían que bailar o comportarse con ellos. El baile lo daban por hecho, no era algo que les quitara el sueño. Les preocupaba más saber quién o quienes iban a ir, cómo iban a ir vestidas y con quien o quienes se iban a  juntar.

Ellos, por el contrario, lo que les preocupaba era el baile en sí. Era la primera vez que iban a tocar la geografía corporal de una mujer ajena al grupo familiar. Todos, creo yo, habían tenido algo de experiencia bailando con primas y hermanas, pero era la primera vez que la persona en cuestión no solo no era de la familia, sino que además, muy probablemente, fuera alguien que les gustará.

Ellos, a diferencia de ellas, estaban muy nerviosos. En ningún momento se ocuparon de pensar en quienes iban a ir o con quien o quienes se iban a juntar. Lo que les quitaba el sueño era el cómo tenían que comportarse. Como sacarlas a bailar. Que decirles, cómo tocarlas, en que momento tenían que dejar de bailar y un sinfín de cosas más.

Uno de ellos incluso hizo anotaciones en su libreta al respecto. Anotaciones que no tenían otro fin más que el decirse así mismo lo que tenía hacer y la forma en que se tenía que comportar.

En sus notas se lee una educación, sensibilidad, elegancia y caballerosidad ajena a muchos hombres en la actualidad. Notaciones que me permití mostrar a un grupo limitado de hombres y mujeres con el ánimo de ver y estudiar sus reacciones. 

Las reacciones y respuestas de uno y otro género fueron obsecuentes al mismo y al nivel de cultura y sensibilidad de cada uno.

Ellas, huelga decirlo, se lo comían vivo. Las expresiones fueron dulces y favorables. 
Ellos, en la gran mayoría de los casos, mostraron una indiferencia atroz, otros no entendían por qué se los mostraba y solo dos de ellos se rieron con ternura…Con una ternura más próxima a la pena que les inspiraba el autor de las notaciones que al reconocimiento del autor.

Me voy a permitir transcribir las frases que este joven discente escribió para si mismo: 
Ella te va a decir si ya quiere terminar de bailar.
Siempre hay que llegar sonriente para sacarla a bailar. 
Bailar como este cómoda. 
No fingir ni exagerar. 
No forzarla a bailar. 
Con lavarte los dientes es suficiente. 
No ponerse mucha loción. 
Buen look.

Como bien pueden ver, el joven en cuestión escribió lo anterior para decirse así mismo lo que tenía que hacer y la forma en que lo tenía que hacer.

En sus notas se lee una atención a las posibles necesidades de ella, que ya quisieran muchas mujeres que sus amigos, compañeros y parejas tuvieran con ellas.

Las frases hablan por sí solas, pues estas ponen en evidencia la mente y actitud del autor. El joven discente de doce años de edad es un caballero en ciernes digno de toda admiración.

Nos leemos después con otro tema de carácter antropológico.