sábado, 3 de septiembre de 2016

Con lavarse los dientes es suficiente.

Recién viví de cerca una experiencia que no solo pone en evidencia las abisales diferencias entre hombres y mujeres, más específicamente en lo referente a los alcances, sino que además hizo patente la educación, sensibilidad y caballerosidad de uno de los protagonistas de lo que a continuación voy a relatar.

Inicia el año escolar y con ello los alumnos de sexto año de primaria. Esto no tiene nada de anormal, solo que ellos están en la transición de infantes a adolescentes. Por un lado hay mucho de infantil en ellos (hombres y mujeres), pero por el otro inician el azaroso camino de la adolescencia. Etapa de la vida que, como su nombre lo dice, adolecen de esencia, es decir, adolecen de identidad. En unas cosas son niños y en otras adolescentes.

Las madres de familia de los alumnos de sexto año, siempre adelantadas a lo que va a pasar, organizaron una serie de reuniones para que hombres y mujeres empiecen a convivir bajo la atenta mirada de sus progenitoras. Claro que a estas reuniones no van todas las mamas, pero si un grupo representativo de ellas, que son las que se encargan de informarle a las demás del devenir de sus vástagos.

Las reuniones previas eran fiestas de cumpleaños y obedecían a género… Solo niñas o solo niños, pero jamás mixto. No obstante la llegada al sexto año de primaria pone a los dicentes en el umbral de algo que entre las nuevas generaciones, siempre parcas en letras, recibe el nombre de “Reu”.

Una “Reu” es una reunión de niños y niñas, perdón, de señoritas y jovencitos, en la que conviven unos y otros con la intención de ir aprendiendo los primeros devaneos de la relación hombre mujer.

Las madres de familia, anticipándose al proceso (cosa que nunca harían los papás), organizaron por su cuenta las primeras Reus.  

El entusiasmo de los jóvenes (hombres y mujeres) fue mayúsculo. Ya ninguno de ellos pensaba en piñatas, fiestas o albercadas de niños o niñas. Lo que sigue para ellos son las Reu. No habían terminado la primera semana de clases y ya tenían las mamas dos Reus organizadas. 

En estas iba a ver (y hubo) una pista de baile, un disc jockey, comida y demás menesteres del ambiente, a excepción del alcohol y del tabaco (faltaba menos).

Las niñas, viví de cerca el proceso de tres de ellas, estaban muy emocionadas. Lo que ocupaba su mente no era el baile en sí, este lo daban por obvio. Lo que les preocupaba era lo que se iban a poner, la forma en que se iban a peinar, el maquillaje, zapatos y demás etcéteras que las lectoras han de entender muy bien. 

Hubo, además de los menesteres ya mencionados, un dato que todas consideraron  y que me causo mucha gracia. El dato en cuestión fue el que todas se preocuparon por llevar zapato bajo, ya que casi todos sus compañeros son de estatura baja (aun no dan el estirón), cosa que a ninguno de ellos le preocupo.

En ningún momento las escuche preocupadas sobre que iban a decir o hacer si uno u otro las sacaba a bailar, ni la forma en que tendrían que bailar o comportarse con ellos. El baile lo daban por hecho, no era algo que les quitara el sueño. Les preocupaba más saber quién o quienes iban a ir, cómo iban a ir vestidas y con quien o quienes se iban a  juntar.

Ellos, por el contrario, lo que les preocupaba era el baile en sí. Era la primera vez que iban a tocar la geografía corporal de una mujer ajena al grupo familiar. Todos, creo yo, habían tenido algo de experiencia bailando con primas y hermanas, pero era la primera vez que la persona en cuestión no solo no era de la familia, sino que además, muy probablemente, fuera alguien que les gustará.

Ellos, a diferencia de ellas, estaban muy nerviosos. En ningún momento se ocuparon de pensar en quienes iban a ir o con quien o quienes se iban a juntar. Lo que les quitaba el sueño era el cómo tenían que comportarse. Como sacarlas a bailar. Que decirles, cómo tocarlas, en que momento tenían que dejar de bailar y un sinfín de cosas más.

Uno de ellos incluso hizo anotaciones en su libreta al respecto. Anotaciones que no tenían otro fin más que el decirse así mismo lo que tenía hacer y la forma en que se tenía que comportar.

En sus notas se lee una educación, sensibilidad, elegancia y caballerosidad ajena a muchos hombres en la actualidad. Notaciones que me permití mostrar a un grupo limitado de hombres y mujeres con el ánimo de ver y estudiar sus reacciones. 

Las reacciones y respuestas de uno y otro género fueron obsecuentes al mismo y al nivel de cultura y sensibilidad de cada uno.

Ellas, huelga decirlo, se lo comían vivo. Las expresiones fueron dulces y favorables. 
Ellos, en la gran mayoría de los casos, mostraron una indiferencia atroz, otros no entendían por qué se los mostraba y solo dos de ellos se rieron con ternura…Con una ternura más próxima a la pena que les inspiraba el autor de las notaciones que al reconocimiento del autor.

Me voy a permitir transcribir las frases que este joven discente escribió para si mismo: 
Ella te va a decir si ya quiere terminar de bailar.
Siempre hay que llegar sonriente para sacarla a bailar. 
Bailar como este cómoda. 
No fingir ni exagerar. 
No forzarla a bailar. 
Con lavarte los dientes es suficiente. 
No ponerse mucha loción. 
Buen look.

Como bien pueden ver, el joven en cuestión escribió lo anterior para decirse así mismo lo que tenía que hacer y la forma en que lo tenía que hacer.

En sus notas se lee una atención a las posibles necesidades de ella, que ya quisieran muchas mujeres que sus amigos, compañeros y parejas tuvieran con ellas.

Las frases hablan por sí solas, pues estas ponen en evidencia la mente y actitud del autor. El joven discente de doce años de edad es un caballero en ciernes digno de toda admiración.

Nos leemos después con otro tema de carácter antropológico.

1 comentario:

  1. El joven, pionero de la restructuración de la ya tan lastimada "caballerosidad", demuestra lo que en otro de tus artículos leí referente al hecho de que a la naturaleza no le gustan los vacíos...y llena estos con excesos, Claramente observo que hay un vacío que llenar (al menos en las primeras 5 líneas de lo que llamaré "the gentlemens list") ; la falta de "escuchar y/o respetar" lo que la mujer quiere. Lo alineo con los movimientos masivos (de muchas "masitas" y un buen dote de "periféricas") de marchas por los derechos de la mujer.
    Saludos Jaime
    Te sigo leyendo

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