miércoles, 2 de diciembre de 2015

De odios y venganzas

Entre más alta es la cima a la que hemos llegado, más vasta será la cifra de enemigos y malquerientes.

Luis XIV se vio en la necesidad de nombrar un Ministro, para lo cual era menester escoger al candidato entre doce de sus más allegados colaboradores. Al elegir y nombrar al que fungiría como Ministro, emitió la siguiente sentencia: nominado está, de aquí en adelante me habré ganado once enemigos y un traidor.

En el ejercicio del poder, como en la vida misma, es inevitable que el devenir de nuestras decisiones nos arroje una ingente cantidad de acuerdos y desacuerdos. Los primeros de corta memoria duración y los segundos de larga memoria y duración. Así pues, es imposible no tener enemigos y traidores. Estos son inherentes al quehacer biográfico y entre mayor sea el rango y el poder de influencia de la persona, mayor será el número de personas que deseen su mal.

Lo mismo aplica para nuestro propio devenir. Habrá gente que nos rechace. Algunos de ellos de manera cortes y elegante, otros de manera hiriente y despectiva, lo cual, si nuestra auto estima es poca, nos hará sentir un odio estulto que nos lleve a buscar una venganza que no satisface a nadie, ni a nosotros mismos. No olvidemos que la venganza se disfruta más en su planeación que en su ejecución.

No obstante cabe aquí preguntarnos: ¿porque hemos de odiar a aquel que por natura se quiere más a sí mismo que a nosotros mismos’ ¿Nos es acaso algo natural el que la persona vea primero por ella que por nosotros? En artículos anteriores hemos dicho que la premisa antropológica más importante de la vida y de los negocios, es entender que en la vida nadie quiere lo que tú quieres, y el que quiere lo que tú quieres, no lo quiere como tú lo quieres. 

Una persona que piense que su pareja quiere lo mismo que ella, es una persona que tendrá constantes problemas con su pareja, pues ésta, si es una persona normal, tenderá a quererse más a si misma que a su pareja. Lo mismo pasa en el combés empresarial, social, político y en todos los etcéteras del quehacer humano. Pensar que el otro quiere lo mismo que nosotros es una ingenuidad que raya en la estulticia y que nos causará una ingente cantidad de problemas y decepciones.  

Por otro lado está el hecho cultural. Las instituciones de nuestro entorno: iglesia, familia, escuela y demás etcéteras sociales; nos dicen que debemos perdonar a los enemigos, pero nada nos dicen de los amigos, que es de donde emana la traición.

La traición siempre viene de los amigos. Y nada nos incita más a la venganza que el sentirnos traicionados. La traición es algo que está en el campo de las emociones. No hay traición que pase el filtro de la razón. Si analizáramos esta desde la más estricta razón, descubriríamos que esta obedece a la naturaleza del otro. Nos sentimos traicionados cuando el otro no logra traicionar su naturaleza, para hacer lo que deseamos y queremos que haga.

El sentimiento de venganza que emana de la traición es tan estulto, que lo primero que debiéramos reconocer es que lo que nos mueve no es la afrenta en sí, sino que el ánimo de lograr el arrepentimiento del otro.

La realidad es que solo se centra en la venganza aquel que no tiene nada mejor que hacer, lo cual de suyo es muy penoso, pues esto quiere decir que la persona agraviada no tiene retos presentes y futuros más relevantes que el de la estulta venganza.

Cuando se es tan más, se necesita tan menos.
Una persona consciente de su valía y de lo que tiene que hacer, no va a gastar tiempo y energía en odios y venganzas. Es tanto lo que tiene que hacer y tan poco el tiempo para hacerlo, que sería paranoico y estulto gastar tiempo en algo que no nos lleva a nada.

Cuando se sienta agraviado, recuerde que es de lo más normal. Que tiene derecho a sentirse mal, pero no a consentir su mal. El otro, como ya lo comentamos, siempre se querrá más a sí mismo que a usted, amén de que el descuerdo y divergencia de querencias y metas se ira haciendo más grande en la medida en que ambos vayan madurando y definiendo su horizonte y futuro.

Cuídese de todos aquellos que quieren lo mismo que usted. Estos, irremediablemente, lo condenaran al fracaso. Dejará de cuestionarse, de confrontarse y de crecer. Lo peor que le puede pasar es allegarse de gente que piense y quiera lo que usted. 

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