lunes, 19 de junio de 2017

Letra y carácter.

Si de algo podemos estar ciertos es de que estamos condenados a las palabras… No a las de los demás, pero si a las nuestras. El lenguaje, aunque extenso, se reduce a un universo muy pequeño de palabras. Palabras que no solo usamos frecuentemente, sino que además son muy difíciles de dejar de usar, ya que estas obedecen a nuestra historia, entorno y forma de ser.

Nuestro vocabulario forma parte de nuestra identidad. Tanto que podemos identificar la cuna de una persona por las palabras que usa, ya que estas, sin importar si son comunes o atípicas, son obsecuentes a su historia, entorno y cultura.  

Cierto es que podemos ampliar nuestro vocabulario y con él las palabras que usamos para expresarnos en el diario quehacer, pero para ello será menester cambiar nuestro carácter y nuestro entorno… Y nuestro carácter, huelga decirlo, lleva años acompañándonos.

Nuestro vocabulario define y determina los entornos a los que podemos acceder. Cada entorno demanda un léxico y un carácter propio a él. Para entrar a nuevos entornos nos será menester desarrollar un nuevo léxico, nuevas formas de expresión corporal y un carácter propio al del entorno al que nos queremos integrar.  

Letra y carácter.
Una herramienta que ayuda a cambiar el carácter es la letra. Letra y carácter son uno solo. Cambia tu letra, cambia tu carácter... Cambia tu carácter, cambia tu letra. Ambos están indisolublemente unidos. Revise por un momento su letra, la de su doctor, la de la gente con la que vive, la de sus amigos… Descubrirá que la letra de cada uno de ellos (y la suya propia) describe muy bien lo que usted y ellos son.

La letra escrita habla mucho de quien la escribe. Esta nos dice si la persona es comunicativa o hermética. Transparente u opaca. Extrovertida o introvertida. Amigable o solitaria. Generosa o avara. Abierta o cerrada. Paranoide o crédula. Todo lo que la persona es nos lo dejara ver a través de su letra.

Letra e identidad van de la mano, y si bien es cierto que la identidad cambia con el tiempo, también lo es el que la letra cambia en función de las mutaciones de la identidad. Esta es la razón por la cual los bancos nos piden que estemos actualizando nuestra firma, porque esta, como la letra, cambia con el tiempo.

Una es la visión del mundo a los 20 años de edad, otra a los 40, a los 60, 80 y más años. La letra va cambiando, sí por el pulso de la mano, pero más por el pulso de los acontecimientos y circunstancias que nos tocan vivir.

Una persona que está en sus primeros veinte, escribirá y firmará con un mayor nivel de desenfado que a los cuarenta. Su letra será clara, grande, legible, abierta, generosa. Cosa que no sucederá si sus circunstancias de vida son difíciles, ya que su letra será como su vida: difícil, oscura e ilegible. Sera una letra que le sirva para ocultar, no para comunicar.

En sus segundos veintes (21 – 40 años), la vida lo llevará a enfrentarse a retos personales, familiares y patrimoniales que le harán cambiar la idea que tiene de sí mismo (identidad), y junto con ella su letra. Su letra y firma serán más agresivas, tendrán más aristas y los picos se harán más agudos y violentos, no obstante mantendrán un cierto grado de legibilidad..

En sus terceros veintes (41 – 60 años) la letra y la firma se harán mucho más agudas, más fuertes, violentas, rápidas y escasas. Se escribe para recordar, no para describir. Letra y firma son trazos sólidos en los que se denota firmeza y fuerza de carácter, No hay en ellos duda alguna, pero tampoco hay una descripción extensa de lo que se quiere decir. En este intervalo lo que se quiere es recordar lo que uno quiere decir, la idea que uno tiene que trabajar, pero también lo que uno debe decir y lo que uno debe callar.

La letra en este intervalo depende de lo que se haya logrado y del oficio en sí. Una persona que ya logro sus metas o que ya está próxima al retiro parcial o total, tenderá a suavizar su letra, a hacerla más clara, más legible. Lo mismo acontece con aquellos que no han logrado lo que querían, pero que ya aceptaron que no lo van a lograr. En la letra de estas personas se lee la resignación. La persona lo único que tiene es tiempo para escribir. Ya no hay prisas ni trazos mal hechos, todo lo contrario.

Como contraparte están los oficios de encubrimiento: los financieros, gobernantes, cirujanos cardio vasculares, psiquiatras, líderes empresariales y políticos.
Estos tenderán a desarrollar un grado de ilegibilidad mayúsculo. La letra y la firma de estos serán extremadamente agudas, violentas y llenas de aristas, ya que les es menester desconectar la emoción de la razón para poder decir y hacer lo que tienen que hacer sin remordimiento y pena alguna (cosa que no conocen). Son personas que por oficio tienen que mentir para mostrar solo una parte de la verdad, en función del objetivo a lograr y de las circunstancias y necesidades.

En contraposición están los idealistas, soñadores y religiosos (esquizoides) los cuales tienden a tener una letra y una firma clara, legible y transparente. Una letra que denota ingenuidad, inocencia, bondad, carencia de malicia y de sentido de realidad. La letra será tan clara que es imposible esconder en ella las emociones, amén de que no sienten la necesidad de hacerlo.

Los fanáticos de la religión, del dogma, del control, del orden y del deber ser tienden a desarrollar una letra pequeña, ilegible, no por su diseño, sino por lo apretado de la misma. Su moral es tan obtusa, tan cerrada, tan contrita que su letra y firma son un nudo en sí. Son personas paranoides que desconfían de todo y de todos, y en ningún lugar se ve tan claro esto como en su letra.

No nos interesa aquí definir o encajonar a las personas por su letra… estas son solo aproximaciones generales que encontramos en el diario vivir. Las definiciones ayudan pero limitan. Las personas y las cosas somos más, mucho más de lo que dice una simple definición. Por ello es menester atender lo que la definición dice y validar lo que esta dice en la observación.

Quiere conocer alguien, obsérvelo, estúdielo... Pídale que le escriba, ya sea vía redes sociales o correo, pero que le escriba. Recuerda que el que escribe se describe. Escribir es desnudarse… Es mostrase al otro, a ese otro que sabe leer en las letras y las palabras eso que está más allá lo que la persona quiere decir con la letra y la palabra.

Por otro lado es importante entender que la gente creció creyéndose el cuento del libre albedrío, cuando la realidad es que es nuestra biología y con ella el pensamiento inconsciente que esta nos genera, lo que rige y controla más del 90% de nuestras acciones… Por lo que la persona al escribir está más preocupada de lo que cree que debe decir, y nada o casi nada de lo mucho que dice y nos deja ver de sí misma a través de la letra escrita y la palabra hablada.

Es ahí, en la escritura, donde podemos atravesar esa delgada línea entre lo que la persona es, lo que cree que es y lo que los demás piensan que es, ya que en la letra y en el cuerpo del mensaje (palabras que usa, orden en que las usa y forma en que las usas) se nos deja ver la cuna en la que creció (lo que es), el entorno en el que se desenvuelve (lo que desea proyectar), lo que quiere (sus intenciones) y lo que teme (inseguridades y frustraciones).

Ver la letra y la sintaxis de una persona equivale a bucear en la mente del otro. Explorar sus cumbres y sus abismos. Los túneles de su mente. Es entrar a su yo íntimo sin invadir su ser... Son sus letras las que nos invitan y permiten hacerlo..., para descubrir, al final del mensaje, que no solo lo encontramos a él, sino que en cierta forma nos encontramos en él. 

Así, lo que hay que hacer es darse el permiso de perderse en la letra, en la sintaxis, en el mapa de los gestos, en los decibelios, en el orden de las palabras, en la oblicuidad o verticalidad de la mirada, en las huellas y formas de las manos, en la geografía corporal, en la arquitectura del rostro y en el andar de los pies….

Que es ahí, en ese conjunto de cosas que conforman el ser, donde está el verdadero ser del otro…, recordando siempre que son la letra y la sintaxis las llaves del ábrete sésamo que nos llevará al interior del otro.

Somos lo que escribimos.
En el decurso de la vida aprendes a observar y a absorber. Absorbes el mundo y al otro por la mirada. Lo lees, lo descodificas y luego lo codificas en función de tu propia estructura, no obstante, después de la mirada, lo expresas, ya sea a través de la palabra hablada o de la letra escrita. 

Estas te llevarán a pasados que ya no existen y futuros que aún no llegan. Te hablarán de otras personas y de otras geografías... Te transportarán y enseñarán su mundo para que poco a poco vayas tomando conciencia de lo que el otro es y de lo que su mundo es.
Conforme vas avanzando en edad descubres que la letra la debes confirmar y que cuando la confirmas te confirma. El otro, el que te lee, vera en cada letra y en cada trazo un rasgo de ti… De tu mirar, de tu ser, de tu andar. De tus miedos y fantasías. De tus sueños y ambiciones. Todo está ahí, encerrado crípticamente en cada uno de los trazos que dibujas y en cada una de las palabras que eliges para expresar y comunicar el ser... Así pues, somos lo que escribimos.. Las palabras que usamos... Lo que decimos.
¿Cómo eres?
Toma una hoja en blanco pon tu nombre, tu firma y contesta lo siguiente:
Son preguntas que dirán mucho de ti y también de quien tienes a tu lado.

¿Con qué prefieres escribir?
Plumón: Te gusta ser el centro de las miradas. Llamar la atención. Eres, y quieres que así te perciba tu sexo complementario, como una persona erotómana y sensual.

Un plumón grueso pretende anunciar a los cuatro vientos tu sensualidad; uno mediano, hacerle ver al otro tu erotomanía; uno fino pretende elegancia, selección, discreción, es un erotismo dirigido hacia una sola dirección.
Pluma: Tienes capacidad de adaptación. Eres eficiente y eficaz. Práctico y funcional. La gente te percibe como una persona directa que siempre va a al meollo del asunto.

Lápiz: Eres observador, perfeccionista y detallista. Nunca te sientes satisfecho del todo. Siempre falta algo más, ya que para ti todo es perfectible, lo cual te lleva a ralentizar el proceso de decisión en tu afán de buscar la mejor decisión.

¿De qué tamaño escribes?
Grande: Te gusta el contacto con la gente, te relacionas con habilidad. Te preocupa la imagen que proyectas y lo que la gente piensa de ti. Gustas de los papeles protagónicos sin importar si estos son en lo social, laboral o en la simple convivencia individual. Te costará soltar el micrófono y cuando te ves obligado a hacerlo, buscarás la forma de recuperarlo de inmediato. 

Mediana: Tienes capacidad de adaptación y puedes trabajar solo o en equipo. Te relacionas con los otros de manera práctica y funcional. Eres asertivo, objetivo y directo.

Pequeña: Eres un acusado observador de tu entorno. Analizas las cosas constantemente. Prefieres trabajar solo que en equipo y necesitas forzosamente de un espacio de soledad. Te cuesta mucho desprenderte de lo que tienes. Eres sumamente cuidadoso con el dinero, al grado de que muchos te pueden tachar de avaro.

¿Cómo escribes?
Ancho - extenso: Escribes de tal forma que por lo general te caben pocas palabras en la hoja, lo que denota tu amplitud de criterio, generosidad y proclividad a gastar más de lo que tienes.
 
Orden y forma: Si al escribir ordenas simétricamente el texto, cuidando forma y texto, información y organización, es debido a que en lo general eres administrado en lo económico y en todo lo que haces.

Optimización extrema: Si al escribir abarcas todos los espacios, aprovechando al máximo cualquier parte de la hoja para escribir o hacer anotaciones sin desperdiciar ningún espacio de la misma, es porque en lo general tiendes a ser codo y fijado en grado sumo con el dinero, las cosas y la gente. Eres una persona desconfiada y quisquillosa, razón por la cual siempre buscar sacar partido de todo y de todos.

Punto final: Cuando al escribir usas el punto final es porque en lo general gustas de terminar todo lo que empiezas. Las personas que no ponen puntos finales, tienden a dejar todo inconcluso, dejando sus proyectos y tareas a medias.

¿Qué tan rápido escribes?
Rápido: Escribes tan rápido que tus letras son trazos más que letras. Signo de que piensas más rápido de lo que escribes y dices. Te costará hacer que los otros entiendan lo que deseas trasmitir, lo cual en ocasiones te desespera un poco. Eres una persona dinámica a la cual no le alcanza el día para hacer todo lo que quieres

Velocidad regular / media: Signo de que eres una persona sensata. Te distingues por la claridad en tu toma de decisiones. Piensas antes de actuar. Valoras el tiempo y la prudencia en la acción. Eres una persona que se mueve sin prisa pero sin pausa.

Lento: Parálisis por análisis. Analizas las cosas de forma exagerada. Analizas tanto los pros y contras de una situación que por lo general das con la mejor decisión fuera de tiempo, es decir, cuando ya paso el momento y la oportunidad.

¿En qué parte de la hoja firmas?
Izquierda: Anclado al pasado. Resistencia al cambio. Dificultad para adaptarse a la dinámica del cambio. Amas la tradición. Lo establecido. La rutina. La inmovilidad. No gustas del liderazgo, prefieres que alguien tome la decisión y se responsabilice de ella.

Centro: Practico. Las cosas se hacen al momento. No te anclas al pasado ni te obsesionas con el futuro. Vives un intenso presente, propio de las personas que son egocéntricas y por ende triunfadoras.

Derecha: Piensas constantemente en el futuro. Todo lo ves a largo plazo. Lo que hace que seas y te muestres más ansioso que los demás. Poco tolerante con los demás, sobre todo cuando a estos se les dificulta entender lo que visualizas y enuncias. Posees una alta dosis de iniciativa, la cual por lo general te lleva a precipitar los acontecimientos.

Tome esas pequeñas y significantes señales y haga el análisis de su letra y firma. Encontrará que en su letra esta su carácter y en su carácter su letra….

El inicio del cambio está en la ampliación de su vocabulario, esforzándose en encontrar la palabra correcta para lo que desea transmitir y hacer de esta un uso común. Haga ejercicios de escritura obligándose a modificar la letra hasta que esta diga de usted lo que usted desea.

Esto lo llevará a cambiar su entorno, su carácter, su letra y sus posibilidades.

Nos leemos en el siguiente artículo.

sábado, 10 de junio de 2017

La intolerancia como razón.

La entronización del yo.
La intolerancia no es más que una “entronización del yo”. Es un mecanismo de defensa de las mentes débiles. Mentes que no saben cómo adaptarse al mundo, no para subordinarse a él, sino para dirigirlo.

El intolerante, ante su manifiesta incapacidad para entender y dirigir la realidad, se aísla de esta para vivir en mundo que solo existe en su mente, lo que a la postre no solo terminara minando su capacidad para lidiar con la realidad, sino que además agravara su mal, haciendo de él un esquizoide con el que cada día será más difícil vivir.

La vida junto con un intolerante es extremadamente difícil. Todos se tienen que adaptar a la idea que él tiene no del mundo, sino de que lo que éste debe ser. Los que viven con él se ven en la penosa necesidad de tener que ocultarle lo que hacen, piensan y quieren, ya que en la mente del intolerante, todo está mal.

En la mente del intolerante, todo tiene una intención pecaminosa.
-          Que si el marido va caminar o a correr donde corren los demás, está mal, ya que en ese lugar todos intiman con todos.
-          Que si los hijos voltean a ver a una muchacha, está mal, ya que esta se viste con poca ropa para lograr que todos la volteen a ver.
-          Que si la esposa va a entrenar sola a un gimnasio, está mal, ya que seguramente va a para ver a un hombre que le interesa.  

Ejemplos de la mente retorcida del intolerante hay muchos. Cierto que el grado de desconfianza que desarrolla el intolerante (paranoia), le hace acertar allá donde él otro no ve lo que él ve, pero también le lleva a un constante error de interpretación, atribuyendo al accionar de sus semejantes intenciones que están en la mente de él pero no en la de sus evaluados.

Este constante descalificar las acciones de los que interactúan o viven con él, hace que estos terminen ocultándole las cosas, por muy nimias y triviales que sean, ya que en la retorcida mente del intolerante, hasta lo insignificante está mal, tanto por el acto en sí como por la intención del que lo ejecuta.   

Yo vivo en Austin, Texas. Lo común aquí es que la gente camine o trote en la vera del rio. Coincidí hoy en la mañana con uno de nuestros colaboradores. Este sale a trotar todos los días, pero lo tiene que hacer a escondidas de su mujer, ya que esta está cierta de que él no va a trotar, sino a buscar mujeres con las cuales se pueda relacionar.

Él opto por esconderle esta nimiedad a su esposa para no tener que lidiar con el enorme nivel de drama que esta le haría si le dice que trota todas las mañanas, que lo hace porque le ayuda a liberar el estrés y a ver las cosas con mayor claridad. Cosa que se agravaría en grado sumo si ella se enterará de que al terminar de trotar se va a duchar al departamento que tiene la compañía para los ejecutivos que llegan de otros países y que de ahí se va a la oficina.

Cuando le pregunté la razón por la cual su mujer piensa así, me contesto que se debe a que ella esta cierta de que hombres y mujeres van a trotar a esos lugares…, no por el deporte en sí, sino para ver con quien se puede liar con quien.

Así pues, él vive ocultando y ella descalificando. Lo más probable es que si ninguno de los dos halla un punto de encuentro, terminen caminando separados, convencidos, cada uno de ellos, de que tienen la razón. No olvidemos que para el intolerante es más importante tener la razón que la relación.  

El tema, no obstante, no es si ellos terminan juntos o separados, sino lo difícil que es la cohabitación con el intolerante, ya que este, para sentirse bien, necesita que el otro reprima al máximo su personalidad. Este, en su estulta entronización del yo, exige que el otro deje de ser y hacer lo que es, en aras de ser y hacer lo que el intolerante considera que debe de ser y hacer.

El intolerante jamás piensa que está equivocado.
Un ejecutivo de un fondo de inversión con el cual hacemos alianzas ocasionales, me decía que él esta cierto de que él es el que está bien. Lo que está mal, me decía, es el mundo, no yo. Esta estúpida entronización que hace de su yo, hace que todo el accionar de los demás se vea visto bajo el filtro de sus inseguridades, lo cual dificulta toda interacción.

Una ejecutiva que trabaja en nuestra firma se divorció de su marido por el extremo grado de intolerancia que éste tenía. Para él, todo lo que ella hacía tenía una intención pecaminosa, intención que estaba en la cabeza de él, pero no en la de ella.

Así, pues, el retorcido era él, no ella. Él creció en el castillo de la pureza. En su casa todo era orden, norma y disciplina. Lo importante no era en acto en sí, sino que este fuera grato a los ojos de dios. Un dios que seguramente no necesita de los actos de él para ser dios.

El intolerante, por lo general, tiende a ser más temido que amado. No obstante el intolerante esta cierto de que tal vez en el corazón de dios no sea él el número uno, pero si el número dos…, por  lo que no es necesario que el otro los ame. Es deseable, pero no necesario, ya que están ciertos de que si el otro no los ama, dios, sí.  

Todo lo moral es antinatural.
En artículos anteriores explicamos que la moral siempre va en contra de lo natural, en contra de aquello que nos distingue como especie. ¿Es antinatural que una mujer casada se sienta atraída por el rostro y figura de otro hombre? La respuesta es No. Es lo más normal del mundo. De hecho eso es parte de lo que le llevo a estar casada con el hombre que tiene.

El que sienta atraída por la arquitectura del rostro de otro hombre y/o por su geografía corporal, no quiere decir que quiera intimar con él o que esté pensando en dejar a su esposo para irse con el otro. Simplemente reconoce el atractivo del otro y punto. En otras palabras, hay veces que perro significa perro.

Más claro, hay veces que el hombre o la mujer voltean a ver otra geografía corporal o emiten un comentario favorable sobre lo bella que es una mujer o lo atractivo que es un hombre, y en el comentario o en la vista no hay más que un simple reconocimiento a la belleza del otro.

Así pues, ¿porque la moral califica este acto como amoral o pecaminoso, cuando es algo cien por cien natural? La moral, vista desde la antropología, es ese conjunto de reglas que hacen posible la vida en sociedad, no obstante la realidad es que en lo individual usamos más la moral como un escudo o pretexto bajo el que escondemos nuestras inseguridades para hacer ver lo que de natura es bueno como malo y lo malo (antinatural) como bueno.

No dudo que hay ocasiones en que el ver y el decir están cargados de otra intención, no obstante cuando esto sucede es porque en la relación no hay nada, ya que en al amor no hay cupo para tres. Cuando el otro la otra ven a un tercero como opción, es porque en su actual relación ya no hay relación, por lo que la opresión del intolerante sirve única y exclusivamente para hacer evidente lo que ya no hay… De nada sirve acotar lo que ya no está.

Retomemos el curso… Nuestros miedos, por lo incierto de nuestra relación, son los que nos llevan a descalificar las acciones del otro, cuando lo que debiéramos hacer es revisar lo que estamos haciendo con nuestra relación.

Culpar al otro es proyectar en él lo que estamos haciendo mal y que no podemos o no sabemos cómo corregir, resolver y mejorar. Este tácito reconocimiento de nuestra incapacidad e impotencia es la que nos lleva a entronizar el yo, cosa que hacemos como mecanismo de defensa ante algo que sentimos como inminente perdida.

Lo curioso del tema es que normalmente terminamos provocando lo que tememos. Ya que esa constante descalificación que hacemos del otro, es lo que termina alejándolo de nosotros. Provocando con nuestros actos, eso que tememos: la pérdida del otro.

El intolerante, dadas sus enormes inseguridades, exige que el otro sea mono focal. Que no exista para él nadie más que su pareja. De tal suerte que cuando la pareja ve a otra persona que le atrae, ya sea por fea, por bella o por cualquier otra causa, se ve en la penosa necesidad de tener que controlar su mirada para no tener problemas en su relación.

Lo feo sale con la edad.
La relación con el intolerante se agrava con la edad. Un infante de diez años será tolerante con el intolerante. Lo será en menor medida a los veinte, poco a los treinta, menos a los cuarenta y nada a los cincuenta. Ni hablar de una persona mayor. Esta lo único que no tiene es tiempo para perder con los intolerantes. La vida ya es lo bastante difícil por si sola como para hacérsela voluntariamente más difícil.

Una persona que esté en sus terceros veinte (como es mi caso) o arriba de ellos (como muchos de mis amigos), difícilmente aceptaran la diaria convivencia con alguien que el único don que tiene es el de amargarle la vida a los demás.  

Recuerde que la personalidad es progresiva y mortal, y desaparece con usted al morir. Si usted se descubre intolerante, analice cual o cuales son las inseguridades que le llevan a ese grado de intolerancia, ya que de no hacerlo, esta se agravara con la edad, llevándolo a terminar su vida como no quiere: solo.

Recuerde que en la vida son más los sustos que los males. Sustos son muchos, males muy pocos. Así pues, trabaje con sus inseguridades. Descúbralas, acéptelas, expréselas y pida ayuda a los suyos. Ellos son los más interesados en que la relación funcione. 

Descubrirá que mucho de lo que teme está en su cabeza, pero no en la vida real. Los temores vienen desde la infancia y se sustentan en apariencias que hacemos reales….

No aparente… No suponga. Pregunte y hágalo de buena marea. Escuche y haga el esfuerzo de no sobre dimensionar. Observe los hechos y pregúntese: ¿Por qué la persona esta y sigue con usted? ¿Por qué si usted piensa que su pareja, socio, amigo o compañero, está interesado en otras latitudes, esta y sigue con usted?

¿No será que el otro solo tiene un interés humano, natural e insustancial en eso que vio? ¿No es acaso algo que ocasionalmente le pasa a usted? Así entonces: ¿porque está mal en él y bien en usted?

Céntrese en la consistencia de los hechos y no en su intermitencia. La intermitencia lleva a al otro a ver otras cosas, pero eso no quiere decir que en ese ver hay intención de permanencia. La intención de permanencia del otro está en usted, no en otra parte.

Nos leemos en el siguiente artículo