sábado, 10 de junio de 2017

La intolerancia como razón.

La entronización del yo.
La intolerancia no es más que una “entronización del yo”. Es un mecanismo de defensa de las mentes débiles. Mentes que no saben cómo adaptarse al mundo, no para subordinarse a él, sino para dirigirlo.

El intolerante, ante su manifiesta incapacidad para entender y dirigir la realidad, se aísla de esta para vivir en mundo que solo existe en su mente, lo que a la postre no solo terminara minando su capacidad para lidiar con la realidad, sino que además agravara su mal, haciendo de él un esquizoide con el que cada día será más difícil vivir.

La vida junto con un intolerante es extremadamente difícil. Todos se tienen que adaptar a la idea que él tiene no del mundo, sino de que lo que éste debe ser. Los que viven con él se ven en la penosa necesidad de tener que ocultarle lo que hacen, piensan y quieren, ya que en la mente del intolerante, todo está mal.

En la mente del intolerante, todo tiene una intención pecaminosa.
-          Que si el marido va caminar o a correr donde corren los demás, está mal, ya que en ese lugar todos intiman con todos.
-          Que si los hijos voltean a ver a una muchacha, está mal, ya que esta se viste con poca ropa para lograr que todos la volteen a ver.
-          Que si la esposa va a entrenar sola a un gimnasio, está mal, ya que seguramente va a para ver a un hombre que le interesa.  

Ejemplos de la mente retorcida del intolerante hay muchos. Cierto que el grado de desconfianza que desarrolla el intolerante (paranoia), le hace acertar allá donde él otro no ve lo que él ve, pero también le lleva a un constante error de interpretación, atribuyendo al accionar de sus semejantes intenciones que están en la mente de él pero no en la de sus evaluados.

Este constante descalificar las acciones de los que interactúan o viven con él, hace que estos terminen ocultándole las cosas, por muy nimias y triviales que sean, ya que en la retorcida mente del intolerante, hasta lo insignificante está mal, tanto por el acto en sí como por la intención del que lo ejecuta.   

Yo vivo en Austin, Texas. Lo común aquí es que la gente camine o trote en la vera del rio. Coincidí hoy en la mañana con uno de nuestros colaboradores. Este sale a trotar todos los días, pero lo tiene que hacer a escondidas de su mujer, ya que esta está cierta de que él no va a trotar, sino a buscar mujeres con las cuales se pueda relacionar.

Él opto por esconderle esta nimiedad a su esposa para no tener que lidiar con el enorme nivel de drama que esta le haría si le dice que trota todas las mañanas, que lo hace porque le ayuda a liberar el estrés y a ver las cosas con mayor claridad. Cosa que se agravaría en grado sumo si ella se enterará de que al terminar de trotar se va a duchar al departamento que tiene la compañía para los ejecutivos que llegan de otros países y que de ahí se va a la oficina.

Cuando le pregunté la razón por la cual su mujer piensa así, me contesto que se debe a que ella esta cierta de que hombres y mujeres van a trotar a esos lugares…, no por el deporte en sí, sino para ver con quien se puede liar con quien.

Así pues, él vive ocultando y ella descalificando. Lo más probable es que si ninguno de los dos halla un punto de encuentro, terminen caminando separados, convencidos, cada uno de ellos, de que tienen la razón. No olvidemos que para el intolerante es más importante tener la razón que la relación.  

El tema, no obstante, no es si ellos terminan juntos o separados, sino lo difícil que es la cohabitación con el intolerante, ya que este, para sentirse bien, necesita que el otro reprima al máximo su personalidad. Este, en su estulta entronización del yo, exige que el otro deje de ser y hacer lo que es, en aras de ser y hacer lo que el intolerante considera que debe de ser y hacer.

El intolerante jamás piensa que está equivocado.
Un ejecutivo de un fondo de inversión con el cual hacemos alianzas ocasionales, me decía que él esta cierto de que él es el que está bien. Lo que está mal, me decía, es el mundo, no yo. Esta estúpida entronización que hace de su yo, hace que todo el accionar de los demás se vea visto bajo el filtro de sus inseguridades, lo cual dificulta toda interacción.

Una ejecutiva que trabaja en nuestra firma se divorció de su marido por el extremo grado de intolerancia que éste tenía. Para él, todo lo que ella hacía tenía una intención pecaminosa, intención que estaba en la cabeza de él, pero no en la de ella.

Así, pues, el retorcido era él, no ella. Él creció en el castillo de la pureza. En su casa todo era orden, norma y disciplina. Lo importante no era en acto en sí, sino que este fuera grato a los ojos de dios. Un dios que seguramente no necesita de los actos de él para ser dios.

El intolerante, por lo general, tiende a ser más temido que amado. No obstante el intolerante esta cierto de que tal vez en el corazón de dios no sea él el número uno, pero si el número dos…, por  lo que no es necesario que el otro los ame. Es deseable, pero no necesario, ya que están ciertos de que si el otro no los ama, dios, sí.  

Todo lo moral es antinatural.
En artículos anteriores explicamos que la moral siempre va en contra de lo natural, en contra de aquello que nos distingue como especie. ¿Es antinatural que una mujer casada se sienta atraída por el rostro y figura de otro hombre? La respuesta es No. Es lo más normal del mundo. De hecho eso es parte de lo que le llevo a estar casada con el hombre que tiene.

El que sienta atraída por la arquitectura del rostro de otro hombre y/o por su geografía corporal, no quiere decir que quiera intimar con él o que esté pensando en dejar a su esposo para irse con el otro. Simplemente reconoce el atractivo del otro y punto. En otras palabras, hay veces que perro significa perro.

Más claro, hay veces que el hombre o la mujer voltean a ver otra geografía corporal o emiten un comentario favorable sobre lo bella que es una mujer o lo atractivo que es un hombre, y en el comentario o en la vista no hay más que un simple reconocimiento a la belleza del otro.

Así pues, ¿porque la moral califica este acto como amoral o pecaminoso, cuando es algo cien por cien natural? La moral, vista desde la antropología, es ese conjunto de reglas que hacen posible la vida en sociedad, no obstante la realidad es que en lo individual usamos más la moral como un escudo o pretexto bajo el que escondemos nuestras inseguridades para hacer ver lo que de natura es bueno como malo y lo malo (antinatural) como bueno.

No dudo que hay ocasiones en que el ver y el decir están cargados de otra intención, no obstante cuando esto sucede es porque en la relación no hay nada, ya que en al amor no hay cupo para tres. Cuando el otro la otra ven a un tercero como opción, es porque en su actual relación ya no hay relación, por lo que la opresión del intolerante sirve única y exclusivamente para hacer evidente lo que ya no hay… De nada sirve acotar lo que ya no está.

Retomemos el curso… Nuestros miedos, por lo incierto de nuestra relación, son los que nos llevan a descalificar las acciones del otro, cuando lo que debiéramos hacer es revisar lo que estamos haciendo con nuestra relación.

Culpar al otro es proyectar en él lo que estamos haciendo mal y que no podemos o no sabemos cómo corregir, resolver y mejorar. Este tácito reconocimiento de nuestra incapacidad e impotencia es la que nos lleva a entronizar el yo, cosa que hacemos como mecanismo de defensa ante algo que sentimos como inminente perdida.

Lo curioso del tema es que normalmente terminamos provocando lo que tememos. Ya que esa constante descalificación que hacemos del otro, es lo que termina alejándolo de nosotros. Provocando con nuestros actos, eso que tememos: la pérdida del otro.

El intolerante, dadas sus enormes inseguridades, exige que el otro sea mono focal. Que no exista para él nadie más que su pareja. De tal suerte que cuando la pareja ve a otra persona que le atrae, ya sea por fea, por bella o por cualquier otra causa, se ve en la penosa necesidad de tener que controlar su mirada para no tener problemas en su relación.

Lo feo sale con la edad.
La relación con el intolerante se agrava con la edad. Un infante de diez años será tolerante con el intolerante. Lo será en menor medida a los veinte, poco a los treinta, menos a los cuarenta y nada a los cincuenta. Ni hablar de una persona mayor. Esta lo único que no tiene es tiempo para perder con los intolerantes. La vida ya es lo bastante difícil por si sola como para hacérsela voluntariamente más difícil.

Una persona que esté en sus terceros veinte (como es mi caso) o arriba de ellos (como muchos de mis amigos), difícilmente aceptaran la diaria convivencia con alguien que el único don que tiene es el de amargarle la vida a los demás.  

Recuerde que la personalidad es progresiva y mortal, y desaparece con usted al morir. Si usted se descubre intolerante, analice cual o cuales son las inseguridades que le llevan a ese grado de intolerancia, ya que de no hacerlo, esta se agravara con la edad, llevándolo a terminar su vida como no quiere: solo.

Recuerde que en la vida son más los sustos que los males. Sustos son muchos, males muy pocos. Así pues, trabaje con sus inseguridades. Descúbralas, acéptelas, expréselas y pida ayuda a los suyos. Ellos son los más interesados en que la relación funcione. 

Descubrirá que mucho de lo que teme está en su cabeza, pero no en la vida real. Los temores vienen desde la infancia y se sustentan en apariencias que hacemos reales….

No aparente… No suponga. Pregunte y hágalo de buena marea. Escuche y haga el esfuerzo de no sobre dimensionar. Observe los hechos y pregúntese: ¿Por qué la persona esta y sigue con usted? ¿Por qué si usted piensa que su pareja, socio, amigo o compañero, está interesado en otras latitudes, esta y sigue con usted?

¿No será que el otro solo tiene un interés humano, natural e insustancial en eso que vio? ¿No es acaso algo que ocasionalmente le pasa a usted? Así entonces: ¿porque está mal en él y bien en usted?

Céntrese en la consistencia de los hechos y no en su intermitencia. La intermitencia lleva a al otro a ver otras cosas, pero eso no quiere decir que en ese ver hay intención de permanencia. La intención de permanencia del otro está en usted, no en otra parte.

Nos leemos en el siguiente artículo

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