La
entronización del yo.
La
intolerancia no es más que una “entronización del yo”. Es un mecanismo de
defensa de las mentes débiles. Mentes que no saben cómo adaptarse al mundo, no
para subordinarse a él, sino para dirigirlo.
El
intolerante, ante su manifiesta incapacidad para entender y dirigir la
realidad, se aísla de esta para vivir en mundo que solo existe en su mente, lo
que a la postre no solo terminara minando su capacidad para lidiar con la
realidad, sino que además agravara su mal, haciendo de él un esquizoide con el
que cada día será más difícil vivir.
La
vida junto con un intolerante es extremadamente difícil. Todos se tienen que
adaptar a la idea que él tiene no del mundo, sino de que lo que éste debe ser. Los
que viven con él se ven en la penosa necesidad de tener que ocultarle lo que
hacen, piensan y quieren, ya que en la mente del intolerante, todo está mal.
En la mente del intolerante, todo tiene una intención pecaminosa.
En la mente del intolerante, todo tiene una intención pecaminosa.
-
Que si el marido va caminar o a correr donde corren
los demás, está mal, ya que en ese lugar todos intiman con todos.
-
Que si los hijos voltean a ver a una muchacha, está
mal, ya que esta se viste con poca ropa para lograr que todos la volteen a ver.
-
Que si la esposa va a entrenar sola a un gimnasio,
está mal, ya que seguramente va a para ver a un hombre que le interesa.
Ejemplos
de la mente retorcida del intolerante hay muchos. Cierto que el grado de
desconfianza que desarrolla el intolerante (paranoia), le hace acertar allá
donde él otro no ve lo que él ve, pero también le lleva a un constante error de
interpretación, atribuyendo al accionar de sus semejantes intenciones que están
en la mente de él pero no en la de sus evaluados.
Este
constante descalificar las acciones de los que interactúan o viven con él, hace
que estos terminen ocultándole las cosas, por muy nimias y triviales que sean,
ya que en la retorcida mente del intolerante, hasta lo insignificante está mal,
tanto por el acto en sí como por la intención del que lo ejecuta.
Yo
vivo en Austin, Texas. Lo común aquí es que la gente camine o trote en la vera del
rio. Coincidí hoy en la mañana con uno de nuestros colaboradores. Este sale a
trotar todos los días, pero lo tiene que hacer a escondidas de su mujer, ya que
esta está cierta de que él no va a trotar, sino a buscar mujeres con las cuales
se pueda relacionar.
Él
opto por esconderle esta nimiedad a su esposa para no tener que lidiar con el
enorme nivel de drama que esta le haría si le dice que trota todas las mañanas,
que lo hace porque le ayuda a liberar el estrés y a ver las cosas con mayor
claridad. Cosa que se agravaría en grado sumo si ella se enterará de que al terminar
de trotar se va a duchar al departamento que tiene la compañía para los
ejecutivos que llegan de otros países y que de ahí se va a la oficina.
Cuando
le pregunté la razón por la cual su mujer piensa así, me contesto que se debe a
que ella esta cierta de que hombres y mujeres van a trotar a esos lugares…, no por
el deporte en sí, sino para ver con quien se puede liar con quien.
Así
pues, él vive ocultando y ella descalificando. Lo más probable es que si
ninguno de los dos halla un punto de encuentro, terminen caminando separados, convencidos,
cada uno de ellos, de que tienen la razón. No olvidemos que para el intolerante
es más importante tener la razón que la relación.
El
tema, no obstante, no es si ellos terminan juntos o separados, sino lo difícil que
es la cohabitación con el intolerante, ya que este, para sentirse bien,
necesita que el otro reprima al máximo su personalidad. Este, en su estulta
entronización del yo, exige que el otro deje de ser y hacer lo que es, en aras
de ser y hacer lo que el intolerante considera que debe de ser y hacer.
El
intolerante jamás piensa que está equivocado.
Un
ejecutivo de un fondo de inversión con el cual hacemos alianzas ocasionales, me
decía que él esta cierto de que él es el que está bien. Lo que está mal, me
decía, es el mundo, no yo. Esta estúpida entronización que hace de su yo, hace
que todo el accionar de los demás se vea visto bajo el filtro de sus
inseguridades, lo cual dificulta toda interacción.
Una
ejecutiva que trabaja en nuestra firma se divorció de su marido por el extremo
grado de intolerancia que éste tenía. Para él, todo lo que ella hacía tenía una
intención pecaminosa, intención que estaba en la cabeza de él, pero no en la de
ella.
Así,
pues, el retorcido era él, no ella. Él creció en el castillo de la pureza. En
su casa todo era orden, norma y disciplina. Lo importante no era en acto en sí,
sino que este fuera grato a los ojos de dios. Un dios que seguramente no necesita
de los actos de él para ser dios.
El
intolerante, por lo general, tiende a ser más temido que amado. No obstante el intolerante
esta cierto de que tal vez en el corazón de dios no sea él el número uno, pero
si el número dos…, por lo que no es
necesario que el otro los ame. Es deseable, pero no necesario, ya que están ciertos
de que si el otro no los ama, dios, sí.
Todo
lo moral es antinatural.
En
artículos anteriores explicamos que la moral siempre va en contra de lo
natural, en contra de aquello que nos distingue como especie. ¿Es antinatural
que una mujer casada se sienta atraída por el rostro y figura de otro hombre?
La respuesta es No. Es lo más normal del mundo. De hecho eso es parte de lo que
le llevo a estar casada con el hombre que tiene.
El
que sienta atraída por la arquitectura del rostro de otro hombre y/o por su
geografía corporal, no quiere decir que quiera intimar con él o que esté
pensando en dejar a su esposo para irse con el otro. Simplemente reconoce el
atractivo del otro y punto. En otras palabras, hay veces que perro significa
perro.
Más
claro, hay veces que el hombre o la mujer voltean a ver otra geografía corporal
o emiten un comentario favorable sobre lo bella que es una mujer o lo atractivo
que es un hombre, y en el comentario o en la vista no hay más que un simple
reconocimiento a la belleza del otro.
Así
pues, ¿porque la moral califica este acto como amoral o pecaminoso, cuando es
algo cien por cien natural? La moral, vista desde la antropología, es ese
conjunto de reglas que hacen posible la vida en sociedad, no obstante la
realidad es que en lo individual usamos más la moral como un escudo o pretexto
bajo el que escondemos nuestras inseguridades para hacer ver lo que de natura
es bueno como malo y lo malo (antinatural) como bueno.
No
dudo que hay ocasiones en que el ver y el decir están cargados de otra
intención, no obstante cuando esto sucede es porque en la relación no hay nada,
ya que en al amor no hay cupo para tres. Cuando el otro la otra ven a un
tercero como opción, es porque en su actual relación ya no hay relación, por lo
que la opresión del intolerante sirve única y exclusivamente para hacer
evidente lo que ya no hay… De nada sirve acotar lo que ya no está.
Retomemos
el curso… Nuestros miedos, por lo incierto de nuestra relación, son los que nos
llevan a descalificar las acciones del otro, cuando lo que debiéramos hacer es
revisar lo que estamos haciendo con nuestra relación.
Culpar
al otro es proyectar en él lo que estamos haciendo mal y que no podemos o no
sabemos cómo corregir, resolver y mejorar. Este tácito reconocimiento de
nuestra incapacidad e impotencia es la que nos lleva a entronizar el yo, cosa
que hacemos como mecanismo de defensa ante algo que sentimos como inminente
perdida.
Lo
curioso del tema es que normalmente terminamos provocando lo que tememos. Ya
que esa constante descalificación que hacemos del otro, es lo que termina
alejándolo de nosotros. Provocando con nuestros actos, eso que tememos: la
pérdida del otro.
El
intolerante, dadas sus enormes inseguridades, exige que el otro sea mono focal.
Que no exista para él nadie más que su pareja. De tal suerte que cuando la pareja
ve a otra persona que le atrae, ya sea por fea, por bella o por cualquier otra
causa, se ve en la penosa necesidad de tener que controlar su mirada para no
tener problemas en su relación.
Lo
feo sale con la edad.
La
relación con el intolerante se agrava con la edad. Un infante de diez años será
tolerante con el intolerante. Lo será en menor medida a los veinte, poco a los
treinta, menos a los cuarenta y nada a los cincuenta. Ni hablar de una persona
mayor. Esta lo único que no tiene es tiempo para perder con los intolerantes.
La vida ya es lo bastante difícil por si sola como para hacérsela
voluntariamente más difícil.
Una
persona que esté en sus terceros veinte (como es mi caso) o arriba de ellos
(como muchos de mis amigos), difícilmente aceptaran la diaria convivencia con
alguien que el único don que tiene es el de amargarle la vida a los demás.
Recuerde
que la personalidad es progresiva y mortal, y desaparece con usted al morir. Si
usted se descubre intolerante, analice cual o cuales son las inseguridades que
le llevan a ese grado de intolerancia, ya que de no hacerlo, esta se agravara
con la edad, llevándolo a terminar su vida como no quiere: solo.
Recuerde
que en la vida son más los sustos que los males. Sustos son muchos, males muy
pocos. Así pues, trabaje con sus inseguridades. Descúbralas, acéptelas,
expréselas y pida ayuda a los suyos. Ellos son los más interesados en que la
relación funcione.
Descubrirá
que mucho de lo que teme está en su cabeza, pero no en la vida real. Los
temores vienen desde la infancia y se sustentan en apariencias que hacemos
reales….
No
aparente… No suponga. Pregunte y hágalo de buena marea. Escuche y haga el
esfuerzo de no sobre dimensionar. Observe los hechos y pregúntese: ¿Por qué la
persona esta y sigue con usted? ¿Por qué si usted piensa que su pareja, socio,
amigo o compañero, está interesado en otras latitudes, esta y sigue con usted?
¿No
será que el otro solo tiene un interés humano, natural e insustancial en eso
que vio? ¿No es acaso algo que ocasionalmente le pasa a usted? Así entonces:
¿porque está mal en él y bien en usted?
Nos leemos en el siguiente artículo
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