Los
seres humanos nos movemos en dos dimensiones de las que no estamos del todo
conscientes. Dimensiones que están en perene conflicto y que son las causantes
de nuestras constantes contradicciones, ya que el instinto nos impele a hacer
cosas que desaprueba la razón, al tiempo que esta nos aconseja cosas que son
contrarias al instinto.
Por
supuesto que lo que nos separa del resto de las especies es el hecho de que
nosotros no estamos sujetos única y exclusivamente al instinto. La Inteligencia
y voluntad, característica propia de los homínidos, es lo que nos ha llevado a distinguirnos
y separarnos de las demás especies que pueblan el planeta.
Así,
si le hacemos caso a la teoría, es debido a esta supuesta capacidad que tenemos
de pensar lo que pensamos y de llevar lo pensado al ser, lo que nos ha llevado
a ser la especie dominante del planeta, aun cuando en estricto sentido poco es
lo que pensamos y poco lo que hacemos. No obstante hoy estamos en la cima gracias
al trabajo creativo de un número muy reducido de personas y al trabajo
operativo de muchos que con su diario, anónimo y rutinario quehacer, generan una
continuidad que no poseen las otras especies.
Para
lograr esto ha sido menester un sin número de generaciones, debido a que nuestra
especie posee, como contrapeso a la inteligencia y voluntad, dos características
que ralentizan su progreso:
Somos la única especie que
está llena de actos inútiles (sin intención de futuro). Actos que lo único que pretenden
es poblar el presente para matar a aquel que nos quiere matar: el tiempo.
Tan es así, que la frase más común que usted escuchara en su círculo de allegados es la de: estoy aburrido. Lo cual de suyo es una declaración de que la persona no sabe qué hacer cuando no tiene nada que hacer.
Tan es así, que la frase más común que usted escuchara en su círculo de allegados es la de: estoy aburrido. Lo cual de suyo es una declaración de que la persona no sabe qué hacer cuando no tiene nada que hacer.
Esta frase es propia de la
gente operativa. Los creativos no se aburren, ya que no les alcanza el tiempo
para hacer todo lo que tienen que hacer.
La segunda característica que
ralentiza nuestro progreso es que somos la única especie que posee un
comportamiento contradictorio. Las demás especies son lineales, limitadas pero
lineales.
El comportamiento de las demás especies es cien por cien predecible. Ninguna posee actos inútiles amén de que el comportamiento de las mismas no es contradictorio.
La inutilidad y la contradicción es propia de nuestra especie y la causa de la misma es esa perenne lucha que tenemos entre el instinto y la razón. Lo que hace de nosotros unos seres lógicamente ilógicos, que se mueven con un pie en el freno y otro en el acelerador.
El comportamiento de las demás especies es cien por cien predecible. Ninguna posee actos inútiles amén de que el comportamiento de las mismas no es contradictorio.
La inutilidad y la contradicción es propia de nuestra especie y la causa de la misma es esa perenne lucha que tenemos entre el instinto y la razón. Lo que hace de nosotros unos seres lógicamente ilógicos, que se mueven con un pie en el freno y otro en el acelerador.
Lo
mismo que te lleva al éxito, te lleva al fracaso.
La
combinación de instinto y razón nos ha llevado al éxito en algunas cosas y al
fracaso en otras. Lo interesante aquí es que si aprendemos a identificar y a
dirigir las señales del instinto, sin manipularlas pero sin dejar de sujetarlas
al filtro de la razón, podríamos, con mucha seguridad, alcanzar mejores cuotas
de desarrollo humano y material.
El
instinto no es otra cosa más que la inteligencia de la especie. Y si de algo
podemos estar ciertos es de que el instinto sabe más de nosotros y de lo que
necesitamos que nosotros mismos. El instinto no se equivoca. Somos nosotros los
que nos equivocamos al ignorar el instinto. El instinto funciona en todo, en el
amor, en los negocios, en la familia, los hijos, amigos y demás menesteres.
El
instinto siempre está ahí, atento y alerta a cualquier señal del entorno que le
incumba para avisarnos del sí o el no de cada decisión. El problema no
obstante no es el instinto y lo acotado que esté está, sino el hecho de que hemos
aprendido a ignóralo en casi todo.
Le
hemos dado todo el peso a algo que llamamos razón y que está muy lejos de la
razón. Razonamos poco, racionalizamos mucho. Tanto que hemos minimizado el instinto
casi al grado de la extinción, circunscribiendo este al combes de la
reproducción y solo en los primeros estadios de la vida.
La
razón de esta minimización se debe a la sobre argumentación que hemos hecho de
todos los acaeceres de la vida. Es tal la necesidad de justificarnos que sobre
argumentamos el porqué de nuestras decisiones cuando la realidad es que las
cosas se explican solas. Las cosas se dicen haciéndolas, no explicándolas.
Lo
ideal, claro está, sería sujetar el instinto a la razón y no a la
racionalización, sin embargo la realidad es otra. Nos gana el impulso y para
justificar este, esgrimimos argumentos que lo expliquen y justifiquen.
Las
cosas se explican, no se justifican.
Racionalizar
no es razonar. Racionalizamos cuando cubrimos nuestros argumentos con un
disfraz que los haga parecer lógicos. Esto debido a que la lógica no es
debatible. Es tan contunde que no se puede debatir. Y lo que pretendemos con
nuestra argumentación es que esta sea tan lógica que el otro no nos la pueda
debatir, cosa que pocas veces logramos.
Otra de las cosas que buscamos con nuestra argumentación es que ésta sea inteligente, ya que la inteligencia, amén de que nos es debatible, logra una tacita aceptación de parte de la audiencia. Así, pues, la razón por la cual esgrimimos argumentos que parezcan inteligentes, es porque queremos ser aceptados, no juzgados… Lo cual pocas veces logramos.
Otra de las cosas que buscamos con nuestra argumentación es que ésta sea inteligente, ya que la inteligencia, amén de que nos es debatible, logra una tacita aceptación de parte de la audiencia. Así, pues, la razón por la cual esgrimimos argumentos que parezcan inteligentes, es porque queremos ser aceptados, no juzgados… Lo cual pocas veces logramos.
No
olvidemos que la razón es una construcción social. Todo lo que usted piensa, lo
piensa desde el marco cultural en el que usted creció y vive. Cambia su
entorno, cambia su razón.
Veamos
un ejemplo nimio. Si usted está en la nómina de una empresa, su mente va a
empezar a procesar todo lo que le acontece a partir de ese entorno. Y si
permanece en él más tiempo de lo debido, llegará el momento en que hasta lo que
no compete a su trabajo lo procesara con la mente de una persona que se mueve
en un entorno donde la certeza, seguridad, estabilidad y predictibilidad son
la norma.
Todo
aquello que no encaje en los parámetros mencionados (certeza, seguridad,
estabilidad y predictibilidad), tendrá poca o nula posibilidad de aceptación y
realización.
Por
el contrario, si usted trabaja por su cuenta o posee una empresa propia, sin
importar el tamaño de esta, su mente procesará todo lo que le acontece desde la
óptica de la variabilidad de las cosas. Ya que usted habrá aprendido, más que
ninguna otra persona, que la oblicuidad consiste en entender que la realidad
que ve y vive obedece a una realidad que aconteció o está aconteciendo en
otro lado y que incide en la realidad que esta usted viendo y viviendo, aun cuando no tenga
ni la menor idea de lo que está pasando más allá de su campo de visión. Lo cual le ha hecho entender que las cosas cambian de un momento a otro y que
no hay nada seguro.
El
primero estará acotado a buscar en todo lo que hace la seguridad, estabilidad y
predictibilidad. Poca, nula capacidad tendrá para adaptase a los vaivenes de la
oblicuidad y responder a ella con soluciones creativas que no tengan precedente
alguno. El segundo será flexible y oblicuo en todo lo que hace, adaptándose
rápido a los avatares del entorno, sin problema para dejar atrás lo que debe
dejar atrás.
El
primero crea continuidad, el segundo innovación. Lo que cambia entre uno y otro
es el entorno y la forma en que los sujetos se adaptan o sobreponen a él.
Si
usted cambia su entorno, cambiará su mente y con ella su razón. Basta con que
usted esté expuesto 120 días a un hábitat diferente para que su mente empiece
un lento pero progresivo cambio en su forma de observar, interpretar y procesar
la información del entorno.
Es
por ello que es de suma importancia elegir muy bien lo que ve, escucha y lee,
así como la gente con la que se asocia, ya que usted es el entorno que tiene… En la inteligencia de que el entorno, en su gran mayoría, lo elige y crea usted. No olvide que elegante es aquel que sabe
elegir.
Regresemos
al instinto.
El
instinto es la inteligencia de la especie y justo es reconocer que muchos de
nuestros actos están subordinados en primera instancia al impulso de éste. La
razón por la cual no nos damos cuenta de ello, es debido a que los
racionalizamos en nuestro interior para poder justificarnos a nosotros mismos del porqué de nuestras
acciones. Tanto que llegamos a creer que son actos que obedecen a la razón.
No
obstante la realidad es que es el instinto el que nos hace voltear a ver esa
persona que atrapa nuestra atención, a escuchar a esa otra que nos parece interesante
o a desconfiar de ese que percibimos amenazante o perjudicial a nosotros. Este
saber natural que nos alerta positiva o negativamente sobre el otro, está en el
instinto y lo poseen todas las especies, sin embargo, en nuestro caso, el
instinto se completa y complementa con la razón.
Relaciones
fallidas.
El
por qué a veces nos involucramos en relaciones dañinas en lo sentimental,
personal o empresarial, es debido a que justificamos nuestro proceder con los
artificios que nuestra razón construyo para explicar nuestro accionar.
De
origen sabemos que el otro, aún cuando nos guste en demasía, no es lo que necesitamos, y sin embargo seguimos adelante porque queremos creer que lo vamos a
lograr (la esperanza se alimenta de esperanza, no de realidad).
Lo
mismo acaece en los negocios. El instinto nos avisa que ese negocio no va, que
ese negocio tiene algo turbio que no alcanzamos a vislumbrar y que va a
terminar metiéndonos en problemas. O que no tiene posibilidad de futuro por la
incapacidad de los actores. Pero son tales nuestras ganas de que si funcione, que
la esperanza hace lo suyo y nos lleva a él… Hasta que la realidad, siempre
inobjetable, nos muestra eso que ya habíamos visto pero que no queríamos aceptar.
Así, el instinto es el filtro de todo. Que no lo usemos así es otra
cosa. Identificarlo y dirigirlo nos haría mucho bien. No obstante es importante
anotar que el instinto no es todo. Este, en estricto sentido, debe sujetarse al
filtro de la razón, haciendo a un lado nuestra muy
subjetiva racionalización.
La
generalidad del instinto.
El
instinto, en el combes de lo sentimental, nos generará las mismas señales de
atracción con todas aquellas personas que completan y complementan nuestra
genética, lo cual no quiere decir que tendríamos que vincularnos con todas ellas.
Es justo aquí donde la razón nos puede decir, más allá de nuestras emociones y
subjetividades, cual de todas esas personas es con la que mejor asociación
haríamos.
El
amor es piel y razón.
La piel atrae la mirada, pero no la retiene. Lo que nos retiene es el alma y mente del otro, pero estas necesitan forzosamente de la piel. Debe haber una mezcla muy bien balanceada de piel y razón para construir una relación con posibilidad de futuro.
La piel atrae la mirada, pero no la retiene. Lo que nos retiene es el alma y mente del otro, pero estas necesitan forzosamente de la piel. Debe haber una mezcla muy bien balanceada de piel y razón para construir una relación con posibilidad de futuro.
La
razón por la cual nos equivocamos tanto, es que ya una vez que el instinto nos
lleva a alguien, nos instalamos en ese ese cúmulo de emociones que nos genera
el otro y que nos obnubilan la razón. Por ello es que se dice que el amor es
ciego, pero los vecinos no.
La
emoción tiene imperio sobre la razón. Su mandato no solo es imperativo, sino
que además mueve de manera inmediata los resortes que impelen a la acción. Mientras que la razón, siempre lenta y prudente, se circunscribe a aconsejar a
la emoción para que esta no se precipite. Consejo que llega, las más de las
veces, cuando la emoción ya activo los resortes de la acción.
Así,
pues, el instinto no se equivoca, pero el instinto no es exclusivo. Este se
manifestará con cuantas personas posean la genética que necesitamos para reproducir
un ser con mejores genes que los nuestros, pero solo eso. Al instinto no le
interesa la razón, inteligencia, moral o buenas costumbres. A éste lo que le
interesa es la reproducción y a ello se aboca.
Es la razón la que debe filtrar la selección del instinto, pero para ello es menester que esta no subjetive el razonamiento, cosa muy difícil de lograr, no obstante es una habilidad que se desarrolla entre más se practica. En el fondo usted siempre sabe si quiere o lo quieren. Es usted, el que subordinado a la piel, decide engañarse.
Es la razón la que debe filtrar la selección del instinto, pero para ello es menester que esta no subjetive el razonamiento, cosa muy difícil de lograr, no obstante es una habilidad que se desarrolla entre más se practica. En el fondo usted siempre sabe si quiere o lo quieren. Es usted, el que subordinado a la piel, decide engañarse.
Mejor
no lo haga, hable directamente con el otro y hágale ver que es solo piel. Lo
más probable es que lo manden a paseo, pero si de algo puede estar seguro es de
que se va a evitar muchos problemas. Total, si le sirve de consuelo, piense que
el instinto siempre se repite… Al tiempo le llevará a otra persona que le guste
igual o más que la anterior.
Las
relaciones fallidas.
Las
relaciones fallidas son aquellas en donde lo único que impera es el instinto.
En estas todo funciona muy bien… Pero solo al principio. Ya que ninguno de los
dos puede dejar de ser lo que es. Sin embargo, es tal el impacto de la piel,
que todo lo que no nos gusta del otro lo minimizamos con tal de prolongar la
relación.
Estas
parejas funcionan muy bien como Neo-Pareja, es decir, esas parejas en las que
cada quien vive en su casa. Son parejas en las que cada quien tiene su vida y
solo se ven para convivir intermitentemente y para darle cauce al instinto. La relación
de estas será fenomenal, aun cuando al paso de los años terminen separándose,
ya que el único motor que las tiene juntas es el instinto.
Una
de las características de las relaciones en donde lo único que impera es el instinto,
son los constantes encuentros y desencuentros de la pareja. El instinto los
junta y la razón los separa. El instinto actúa tan fuerte en ambas direcciones,
que obnubila la razón de las partes. Lo que hace que echen al olvido la causa
de la separación, regresando en días, semanas o meses para redescubrir el o los
motivos por los cuales habían terminado.
Cuando
el instinto es el único motor, es inevitable que los desencuentros culturales
(forma de pensar y hacer la vida), de cuna (estrato social) y de prospectiva
(idea de futuro), no trunquen la relación.
No
olvidemos que el instinto se satisface al consumarlo. Y ya una vez satisfecho lo
que nos queda es la cultura, cuna y visión de futuro que tienen las partes, las cuales,
si no encajan con el otro, terminarán abortando la relación. De estas variables
la más acuciante de todas es la visión de futuro. Y es muy importante tomarla en cuenta, ya que esta está en la mente de cada
quien y es cien por cien aspiracional…
Más
claro, la visión de futuro de una persona, la verbalice o no (casi nadie lo
hace), es el motor que impele, consciente o inconscientemente, la totalidad de
nuestras acciones. Esta es la que nos lleva a asociarnos o desasociarnos de la
pareja, socios, amigos o conocidos, e incluso hasta de familiares.
Veamos
un ejemplo…
Las parejas donde la diferencia de edad es
abisal, digamos de quince años o más, la concepción de futuro de uno y otro es
lo que va a determinar las posibilidades de éxito de la misma.
Puede
ser que al principio una de las partes se haya sentido atraída por la madurez, sabiduría
y sapiencia del otro, así como el otro se sintió atraído por el impulso y
fuerza de vida del más joven. Sin embargo la realidad es que al paso del tiempo
los atributos de uno y otro se verán como normales, ya que la familiaridad
termina desmitificando al otro.
No
es que el otro deje de ser lo que es, sino que la familiaridad nos muestra esas
otras cosas que no veíamos y que lo hacen humano. Seguimos pensando que es muy
inteligente o muy jovial, pero también vemos esas otras cosas que no veíamos y
que forman parte del ser.
Y
ya una vez que se desmitifica a la persona, la idea de futuro de uno y otro
será la causa de unión o separación de los actores. No se van a dejar de querer, pero ya no podrán vivir juntos.
Mientras
el de mayor edad trabaja hacia una sola dirección, el otro, que aún le falta
mucho por conocer, tenderá a explorar cuanta dirección se le haga interesante, abriéndose poco a poco una brecha entre los dos. De tal suerte que lo mismo que los unió,
terminara siendo lo que los separe…, salvo que coincidan en visión.
Regresemos
al tema del instinto.
Éste,
como ya lo explicamos, escoge a aquel o aquellos con los que se completa y
complementa, por lo que la función de la razón es cribar las elecciones del
instinto, conscientes de que este se aplica única y exclusivamente a lo suyo.
También
debemos considerar que el instinto menguará al paso del tiempo, mientras que
las otras variables de la relación (cultura, cuna y prospectiva) irán en
aumento, por lo que la razón debería servirnos para elegir la relación que
tiene mejores posibilidades de futuro.
Nos
leemos en el siguiente artículo.