miércoles, 18 de julio de 2018

Entre el instinto y la razón.


Los seres humanos nos movemos en dos dimensiones de las que no estamos del todo conscientes. Dimensiones que están en perene conflicto y que son las causantes de nuestras constantes contradicciones, ya que el instinto nos impele a hacer cosas que desaprueba la razón, al tiempo que esta nos aconseja cosas que son contrarias al instinto.

Por supuesto que lo que nos separa del resto de las especies es el hecho de que nosotros no estamos sujetos única y exclusivamente al instinto. La Inteligencia y voluntad, característica propia de los homínidos, es lo que nos ha llevado a distinguirnos y separarnos de las demás especies que pueblan el planeta.

Así, si le hacemos caso a la teoría, es debido a esta supuesta capacidad que tenemos de pensar lo que pensamos y de llevar lo pensado al ser, lo que nos ha llevado a ser la especie dominante del planeta, aun cuando en estricto sentido poco es lo que pensamos y poco lo que hacemos. No obstante hoy estamos en la cima gracias al trabajo creativo de un número muy reducido de personas y al trabajo operativo de muchos que con su diario, anónimo y rutinario quehacer, generan una continuidad que no poseen las otras especies.

Para lograr esto ha sido menester un sin número de generaciones, debido a que nuestra especie posee, como contrapeso a la inteligencia y voluntad, dos características que ralentizan su progreso:
Somos la única especie que está llena de actos inútiles (sin intención de futuro). Actos que lo único que pretenden es poblar el presente para matar a aquel que nos quiere matar: el tiempo.
Tan es así, que la frase más común que usted escuchara en su círculo de allegados es la de: estoy aburrido. Lo cual de suyo es una declaración de que la persona no sabe qué hacer cuando no tiene nada que hacer.
Esta frase es propia de la gente operativa. Los creativos no se aburren, ya que no les alcanza el tiempo para hacer todo lo que tienen que hacer.   

La segunda característica que ralentiza nuestro progreso es que somos la única especie que posee un comportamiento contradictorio. Las demás especies son lineales, limitadas pero lineales.
El comportamiento de las demás especies es cien  por cien predecible. Ninguna posee actos inútiles amén de que el comportamiento de las mismas no es contradictorio.
La inutilidad y la contradicción es propia de nuestra especie y la causa de la misma es esa perenne lucha que tenemos entre el instinto y la razón. Lo que hace de nosotros unos seres lógicamente ilógicos, que se mueven con un pie en el freno y otro en el acelerador.

Lo mismo que te lleva al éxito, te lleva al fracaso.
La combinación de instinto y razón nos ha llevado al éxito en algunas cosas y al fracaso en otras. Lo interesante aquí es que si aprendemos a identificar y a dirigir las señales del instinto, sin manipularlas pero sin dejar de sujetarlas al filtro de la razón, podríamos, con mucha seguridad, alcanzar mejores cuotas de desarrollo humano y material.

El instinto no es otra cosa más que la inteligencia de la especie. Y si de algo podemos estar ciertos es de que el instinto sabe más de nosotros y de lo que necesitamos que nosotros mismos. El instinto no se equivoca. Somos nosotros los que nos equivocamos al ignorar el instinto. El instinto funciona en todo, en el amor, en los negocios, en la familia, los hijos, amigos y demás menesteres.

El instinto siempre está ahí, atento y alerta a cualquier señal del entorno que le incumba para avisarnos del sí o el no de cada decisión. El problema no obstante no es el instinto y lo acotado que esté está, sino el hecho de que hemos aprendido a ignóralo en casi todo.

Le hemos dado todo el peso a algo que llamamos razón y que está muy lejos de la razón. Razonamos poco, racionalizamos mucho. Tanto que hemos minimizado el instinto casi al grado de la extinción, circunscribiendo este al combes de la reproducción y solo en los primeros estadios de la vida.

La razón de esta minimización se debe a la sobre argumentación que hemos hecho de todos los acaeceres de la vida. Es tal la necesidad de justificarnos que sobre argumentamos el porqué de nuestras decisiones cuando la realidad es que las cosas se explican solas. Las cosas se dicen haciéndolas, no explicándolas.

Lo ideal, claro está, sería sujetar el instinto a la razón y no a la racionalización, sin embargo la realidad es otra. Nos gana el impulso y para justificar este, esgrimimos argumentos que lo expliquen y justifiquen.

Las cosas se explican, no se justifican.
Racionalizar no es razonar. Racionalizamos cuando cubrimos nuestros argumentos con un disfraz que los haga parecer lógicos. Esto debido a que la lógica no es debatible. Es tan contunde que no se puede debatir. Y lo que pretendemos con nuestra argumentación es que esta sea tan lógica que el otro no nos la pueda debatir, cosa que pocas veces logramos.

Otra de las cosas que buscamos con nuestra argumentación es que ésta sea inteligente, ya que la inteligencia, amén de que nos es debatible, logra una tacita aceptación de parte de la audiencia. Así, pues, la razón por la cual esgrimimos argumentos que parezcan inteligentes, es porque queremos ser aceptados, no juzgados… Lo cual pocas veces logramos.

No olvidemos que la razón es una construcción social. Todo lo que usted piensa, lo piensa desde el marco cultural en el que usted creció y vive. Cambia su entorno, cambia su razón.

Veamos un ejemplo nimio. Si usted está en la nómina de una empresa, su mente va a empezar a procesar todo lo que le acontece a partir de ese entorno. Y si permanece en él más tiempo de lo debido, llegará el momento en que hasta lo que no compete a su trabajo lo procesara con la mente de una persona que se mueve en un entorno donde la certeza, seguridad, estabilidad y predictibilidad son la norma.

Todo aquello que no encaje en los parámetros mencionados (certeza, seguridad, estabilidad y predictibilidad), tendrá poca o nula posibilidad de aceptación y realización.

Por el contrario, si usted trabaja por su cuenta o posee una empresa propia, sin importar el tamaño de esta, su mente procesará todo lo que le acontece desde la óptica de la variabilidad de las cosas. Ya que usted habrá aprendido, más que ninguna otra persona, que la oblicuidad consiste en entender que la realidad que ve y vive obedece a una realidad que aconteció o está aconteciendo en otro lado y que incide en la realidad que esta usted viendo y viviendo, aun cuando no tenga ni la menor idea de lo que está pasando más allá de su campo de visión. Lo cual le ha hecho entender que las cosas cambian de un momento a otro y que no hay nada seguro.

El primero estará acotado a buscar en todo lo que hace la seguridad, estabilidad y predictibilidad. Poca, nula capacidad tendrá para adaptase a los vaivenes de la oblicuidad y responder a ella con soluciones creativas que no tengan precedente alguno. El segundo será flexible y oblicuo en todo lo que hace, adaptándose rápido a los avatares del entorno, sin problema para dejar atrás lo que debe dejar atrás.

El primero crea continuidad, el segundo innovación. Lo que cambia entre uno y otro es el entorno y la forma en que los sujetos se adaptan o sobreponen a él.

Si usted cambia su entorno, cambiará su mente y con ella su razón. Basta con que usted esté expuesto 120 días a un hábitat diferente para que su mente empiece un lento pero progresivo cambio en su forma de observar, interpretar y procesar la información del entorno.

Es por ello que es de suma importancia elegir muy bien lo que ve, escucha y lee, así como la gente con la que se asocia, ya que usted es el entorno que tiene… En la inteligencia de que el entorno, en su gran mayoría, lo elige y crea usted. No olvide que elegante es aquel que sabe elegir.

Regresemos al instinto.
El instinto es la inteligencia de la especie y justo es reconocer que muchos de nuestros actos están subordinados en primera instancia al impulso de éste. La razón por la cual no nos damos cuenta de ello, es debido a que los racionalizamos en nuestro interior para poder justificarnos a nosotros mismos del porqué de nuestras acciones. Tanto que llegamos a creer que son actos que obedecen a la razón.

No obstante la realidad es que es el instinto el que nos hace voltear a ver esa persona que atrapa nuestra atención, a escuchar a esa otra que nos parece interesante o a desconfiar de ese que percibimos amenazante o perjudicial a nosotros. Este saber natural que nos alerta positiva o negativamente sobre el otro, está en el instinto y lo poseen todas las especies, sin embargo, en nuestro caso, el instinto se completa y complementa con la razón.

Relaciones fallidas.
El por qué a veces nos involucramos en relaciones dañinas en lo sentimental, personal o empresarial, es debido a que justificamos nuestro proceder con los artificios que nuestra razón construyo para explicar nuestro accionar.

De origen sabemos que el otro, aún cuando nos guste en demasía, no es lo que necesitamos, y sin embargo seguimos adelante porque queremos creer que lo vamos a lograr (la esperanza se alimenta de esperanza, no de realidad).

Lo mismo acaece en los negocios. El instinto nos avisa que ese negocio no va, que ese negocio tiene algo turbio que no alcanzamos a vislumbrar y que va a terminar metiéndonos en problemas. O que no tiene posibilidad de futuro por la incapacidad de los actores. Pero son tales nuestras ganas de que si funcione, que la esperanza hace lo suyo y nos lleva a él… Hasta que la realidad, siempre inobjetable, nos muestra eso que ya habíamos visto pero que no queríamos aceptar.

Así, el instinto es el filtro de todo. Que no lo usemos así es otra cosa. Identificarlo y dirigirlo nos haría mucho bien. No obstante es importante anotar que el instinto no es todo. Este, en estricto sentido, debe sujetarse al filtro de la razón, haciendo a un lado nuestra muy subjetiva racionalización.

La generalidad del instinto.
El instinto, en el combes de lo sentimental, nos generará las mismas señales de atracción con todas aquellas personas que completan y complementan nuestra genética, lo cual no quiere decir que tendríamos que vincularnos con todas ellas. Es justo aquí donde la razón nos puede decir, más allá de nuestras emociones y subjetividades, cual de todas esas personas es con la que mejor asociación haríamos.

El amor es piel y razón. 
La piel atrae la mirada, pero no la retiene. Lo que nos retiene es el alma y mente del otro, pero estas necesitan forzosamente de la piel. Debe haber una mezcla muy bien balanceada de piel y razón para construir una relación con posibilidad de futuro.

La razón por la cual nos equivocamos tanto, es que ya una vez que el instinto nos lleva a alguien, nos instalamos en ese ese cúmulo de emociones que nos genera el otro y que nos obnubilan la razón. Por ello es que se dice que el amor es ciego, pero los vecinos no.

La emoción tiene imperio sobre la razón. Su mandato no solo es imperativo, sino que además mueve de manera inmediata los resortes que impelen a la acción. Mientras que la razón, siempre lenta y prudente, se circunscribe a aconsejar a la emoción para que esta no se precipite. Consejo que llega, las más de las veces, cuando la emoción ya activo los resortes de la acción.

Así, pues, el instinto no se equivoca, pero el instinto no es exclusivo. Este se manifestará con cuantas personas posean la genética que necesitamos para reproducir un ser con mejores genes que los nuestros, pero solo eso. Al instinto no le interesa la razón, inteligencia, moral o buenas costumbres. A éste lo que le interesa es la reproducción y a ello se aboca.

Es la razón la que debe filtrar la selección del instinto, pero para ello es menester que esta no subjetive el razonamiento, cosa muy difícil de lograr, no obstante es una habilidad que se desarrolla entre más se practica. En el fondo usted siempre sabe si quiere o lo quieren. Es usted, el que subordinado a la piel, decide engañarse.

Mejor no lo haga, hable directamente con el otro y hágale ver que es solo piel. Lo más probable es que lo manden a paseo, pero si de algo puede estar seguro es de que se va a evitar muchos problemas. Total, si le sirve de consuelo, piense que el instinto siempre se repite… Al tiempo le llevará a otra persona que le guste igual o más que la anterior.

Las relaciones fallidas.
Las relaciones fallidas son aquellas en donde lo único que impera es el instinto. En estas todo funciona muy bien… Pero solo al principio. Ya que ninguno de los dos puede dejar de ser lo que es. Sin embargo, es tal el impacto de la piel, que todo lo que no nos gusta del otro lo minimizamos con tal de prolongar la relación.

Estas parejas funcionan muy bien como Neo-Pareja, es decir, esas parejas en las que cada quien vive en su casa. Son parejas en las que cada quien tiene su vida y solo se ven para convivir intermitentemente y para darle cauce al instinto. La relación de estas será fenomenal, aun cuando al paso de los años terminen separándose, ya que el único motor que las tiene juntas es el instinto.

Una de las características de las relaciones en donde lo único que impera es el instinto, son los constantes encuentros y desencuentros de la pareja. El instinto los junta y la razón los separa. El instinto actúa tan fuerte en ambas direcciones, que obnubila la razón de las partes. Lo que hace que echen al olvido la causa de la separación, regresando en días, semanas o meses para redescubrir el o los motivos por los cuales habían terminado.

Cuando el instinto es el único motor, es inevitable que los desencuentros culturales (forma de pensar y hacer la vida), de cuna (estrato social) y de prospectiva (idea de futuro), no trunquen la relación.

No olvidemos que el instinto se satisface al consumarlo. Y ya una vez satisfecho lo que nos queda es la cultura, cuna y visión de futuro que tienen las partes, las cuales, si no encajan con el otro, terminarán abortando la relación. De estas variables la más acuciante de todas es la visión de futuro. Y es muy importante tomarla en cuenta, ya que esta está en la mente de cada quien y es cien por cien aspiracional…

Más claro, la visión de futuro de una persona, la verbalice o no (casi nadie lo hace), es el motor que impele, consciente o inconscientemente, la totalidad de nuestras acciones. Esta es la que nos lleva a asociarnos o desasociarnos de la pareja, socios, amigos o conocidos, e incluso hasta de familiares.

Veamos un ejemplo…
 Las parejas donde la diferencia de edad es abisal, digamos de quince años o más, la concepción de futuro de uno y otro es lo que va a determinar las posibilidades de éxito de la misma.

Puede ser que al principio una de las partes se haya sentido atraída por la madurez, sabiduría y sapiencia del otro, así como el otro se sintió atraído por el impulso y fuerza de vida del más joven. Sin embargo la realidad es que al paso del tiempo los atributos de uno y otro se verán como normales, ya que la familiaridad termina desmitificando al otro.

No es que el otro deje de ser lo que es, sino que la familiaridad nos muestra esas otras cosas que no veíamos y que lo hacen humano. Seguimos pensando que es muy inteligente o muy jovial, pero también vemos esas otras cosas que no veíamos y que forman parte del ser.

Y ya una vez que se desmitifica a la persona, la idea de futuro de uno y otro será la causa de unión o separación de los actores. No se van a dejar de querer, pero ya no podrán vivir juntos.

Mientras el de mayor edad trabaja hacia una sola dirección, el otro, que aún le falta mucho por conocer, tenderá a explorar cuanta dirección se le haga interesante, abriéndose poco a poco una brecha entre los dos. De tal suerte que lo mismo que los unió, terminara siendo lo que los separe…, salvo que coincidan en visión.

Regresemos al tema del instinto.
Éste, como ya lo explicamos, escoge a aquel o aquellos con los que se completa y complementa, por lo que la función de la razón es cribar las elecciones del instinto, conscientes de que este se aplica única y exclusivamente a lo suyo.

También debemos considerar que el instinto menguará al paso del tiempo, mientras que las otras variables de la relación (cultura, cuna y prospectiva) irán en aumento, por lo que la razón debería servirnos para elegir la relación que tiene mejores posibilidades de futuro.

Nos leemos en el siguiente artículo.