martes, 10 de septiembre de 2019

La muerte del matrimonio.


La figura del matrimonio ha sufrido algunas mutaciones en el devenir del tiempo, lo cual no quiere decir que este en vías de extinción, sino que está surgiendo una forma de relación que no gusta a los ortodoxos, pero que se está abriendo camino con o sin la venia de estos. No obstante, el tema que nos compete no es la mutación del matrimonio (el cual estará inmerso en una constante evolución), sino la muerte que se gesta lenta e inexorablemente en aquellos matrimonios que de origen nacieron mal.

Recién llegue a Monterrey, lugar donde supuestamente radico, y después de ordenar mis haberes de viaje y disponer los próximos para mi inminente salida, tome un libro y me fui a un café a esperar a unos amigos con los que había acordado departir, después de varias semanas no vernos.

Llegue al lugar acordado media hora antes de lo convenido y ya estando ahí me llamaron para avisarme que llegarían con quince minutos de demora. Ordene el café y antes de abrir el libro, me tome unos minutos para observar y leer a la gente que estaba en el lugar.

Observe varias parejas jóvenes y algunas no tantas, sin embargo, el común denominador de estas es que pocas de ellas eran, en sí mismas, pareja. Lo que se leía en la gran mayoría de ellas era una circunstancia, pero no una unión.

De todas, las que más me llamó la atención, fue una pareja que estaba en sus últimos cincuentas. En ellos, lo único que se leía, era el tedio, la desesperación. Entre ellos no había más que muchos años de convivencia y connivencia. Habían aprendido hacer de esa nada, un algo, de tal suerte que ninguno de los dos sabría que hacer sin la nada del otro.

Lo único que leí en ellos y entre ellos, fue una interminable caída del vacío en el vacío. Me impacto tanto lo que leí en ellos, y en la gran mayoría de las parejas que estaban el lugar, que opté por dejar el libro para postrera ocasión y dedicar el poco tiempo que quedaba, a estudiar las razones que nos impelen a estar en una relación que a sabiendas sabemos, que no debemos estar.

El amor confía en lo aparente.
El otro nunca nos miente, nos mentimos respecto al otro, pero el otro, hasta cuando nos miente, nos dice la verdad. Somos nosotros los que conscientemente decidimos ignorar la verdad y creer lo aparente. No hay forma que no sepamos que el otro no es. Basta con peguntarnos que es lo que nos lleva a esa persona: la atracción sexual, su rostro, su geografía corporal, sus formas, elegancia, personalidad o simplemente una circunstancia.

Cierto que, al otro, cuando es, lo reconoces de inmediato. El amor es un encuentro con nuestra otredad, con ese otro que es un yo mismo, pero mejorado, sin embargo, esto no es algo que sucede todos los días, por lo que lo normal es que el amor sea algo que va surgiendo de una relación. El problema es cuando lo que nos llevo a la otra persona, no va más allá de eso que nos llevo a ella.

En esa relación lo único que hay es eso que nos llevo a ella, pero nada más. El amor no puede ni debe basarse solo en el instinto (atracción sexual), este, antes o después de la fatídica curva de los dos años, se ubicará en el lugar que le corresponde, para encontrar, al transito de ese tiempo, que tenemos una relación que obedece a una circunstancia, pero no al amor.  

En este tipo de relaciones, el vacío empieza crecer lenta e inexorablemente. Los hijos, cuando los hay, atemperan el vació, al grado que la pareja gravita hacia ellos, pero ya no entre ellos. De tal suerte que cuando los hijos crecen y empiezan a tener una vida ajena al núcleo familiar, la pareja descubre que entre ellos no hay nada, absolutamente nada.

No hay forma que la pareja no se diera cuenta desde un principio, de que era lo único que los unía. Ambos sabían que el otro no era su es, y sin embargo, decidieron mentirse a si mismos y mentirse entre ellos, por lo que ella decide creerle hasta cierto grado a él y él decide creerle hasta cierto grado a ella, así opera el amor, no en todos, pero si en la gran mayoría.

El amor, no es motor.
El motor de la humanidad no es el amor. Los motores de la humanidad son el sexo y el poder. Estos, sexo y poder, están en todo lo que hacemos, compitiendo entre ellos, a cada momento y en cada acto, por el primer lugar. Esto que de entrada nos puede agredir, lo podemos constatar desde la primera infancia. La lucha por el poder se manifiesta desde la cuna y se extiende hasta la muerte.

Cualquiera que haya tenido mellizos o gemelos, habrá constatado que entre estos se da una cruenta y constante lucha por el poder, la cual se prolongará por el resto de la vida de ambos. El poder es el motor primario de los seres humanos, pasando a un segundo lugar ya una vez que se llega a la edad biológica de la reproducción.

La cruenta lucha por el poder se manifiesta en todos los ámbitos del ser. Es algo que se hace patente entre hermanos, amigos, socios y colaboradores. Se manifiesta en la academia, en la iglesia, en los negocios y en la política, incluso, lo queramos o no aceptar, en el amor y, claro está, en el sexo.

Así pues, el amor, contra lo que la gente cree y contra lo que las novelas y películas no han mostrado, no es el motor de la humanidad. El amor es lo que salva a la humanidad, pero no su motor.

Cuerda, ancla o motor.
Las personas, si se me permite la analogía, somos en la vida y con los otros: cuerda, ancla o motor.

Una persona cuerda es esa que transita por la vida como comparsa. Es parte del paisaje y paisanaje, pero jamás actor. No incide en nada, pareciera ser que su misión en la vida es poblar un espacio y nada más. Es la parte anónima del escenario, del decorado, al grado que no se nota si esta o no está. En más de una ocasión le habrá pasado a usted que en una platica alguien le diga: ¿te acuerdas de fulano? Y usted responda que no. A lo que el otro le replicará de inmediato: ¡Como no, era ese que estaba ahí con nosotros en la reunión…! Y, sin embargo, usted, ni lo noto. Esta es una persona Cuerda, es decir, alguien con quien se puede experimentar la nada.

Las personas que en este artículo denominamos: “cuerda”, son tan anónimas, que no representan más que una gran masa que navega por la vida, poblando un espacio social y de mercado en el que solo inciden cuando son masa, pero no como individuos.

Estas personas, en el amor, no son mas que un alguien, indistinto y anónimo que puebla su soledad con la soledad de ese otro que es igual a él: cuerda. Entre estas personas no hay nada más que una interminable caída del vació en el vació. Cumplen un rol; juegan al amor, a la familia y a la paternidad, pero la realidad es que en ellos y entre ellos, no hay nada. Son, como su nombre lo indica, una cuerda que se puede poner aquí, allá o acullá, pero que si esta o no esta, no pasa nada.

Las personas que en este artículo denominamos cuerda, quieren creer que tienen una relación. No se dan cuenta de que no tienen nada, debido a que al impulso de la reproducción no les deja ver que lo único que hay entre ellos es eso: la reproducción. En cuanto el instinto mengue, descubrirán que entre ellos va surgiendo una nada como pareja, que solo se sostiene por la responsabilidad de los hijos, primero, y por la costumbre, después.

Las personas denominadas ancla son, como su nombre lo indica, un freno en los demás. Tienen una enorme capacidad para ver lo malo en todo lo que hacen los demás, en especial, esos demás que si son sus demás. Están ciertas de que solo lo que hacen ellas, esta bien. El hacer de los suyos, en especial el de su pareja, es un mediocre hacer.

Las personas que, en este artículo, ilustramos como ancla, son suspicaces, desconfiadas, paranoides. Tienen una enorme capacidad para ver el mal en todo lo que les rodea. Lo cual se agudiza en grado extremo, en todo lo que rodea a su pareja. Si tiene amigas, la calidad de las migas, si tiene amigos, la intención de estos. Si la pareja va a ir a una cita de negocios, el porque de la cita, si va a ir a hacer deporte, el porque d ese deporte y el porque de ese lugar.

Conocí a una mujer que se mantenía enojada con el marido, por que este iba a caminar a un lugar, que, sin duda alguna, estaría mal, primero porque ella no va con él y por ende no puede cuidar quien o quienes saludan a su pareja, y segundo, porque, desde la óptica de ella, a ese lugar solo se va con la intención de buscar a alguien con quien salir o tener una aventura. De igual manera conozco hombres que ejercen tal nivel de control y acotamiento sobre su pareja, que lo único que hacen, es incentivar la huida.     

Lo más probable es que usted conozca a alguien que por años estuvo con una pareja ancla, lo que seguramente le permitió ser testigo de que ese alguien, al terminar la relación con el hombre o mujer ancla, despego como nunca lo hizo en el tránsito de esa relación.

Con este tipo de personas, la relación de pareja es de odio / amor. Cosa que no pasa en la relación donde el otro o los otros son cuerda. En las parejas donde uno de los dos (o los dos) son cuerda, la relación es de tedio, de aburrimiento, mientras que en la relación con la o las personas ancla, la relación es de odio / amor.

Las personas que por natura o cultura adoptan la posición de ancla son un tormento. Tienen una ingente necesidad de controlar la vida de su pareja (hijos, hermanos, colaboradores, etcétera). Quieren saber todo lo que hace, con quien hablan, de que hablan, con quien se juntan y porqué, así como lo que se platica y el porqué de esa platica. Estas personas se convierten muy rápidamente en obstáculo, dejan de ser motor, para ser freno.

En estas relaciones lo que hay es hastió… Uno quiere acotar y el otro, escapar. Estas relaciones están condenadas al fracaso. Es tal la desconfianza de uno y el hartazgo del otro, que no hay forma de que tengan un final feliz. Gracias a este tipo de parejas es que se dice que algunos matrimonios terminan bien, otros, duran toda la vida.

Una persona que por natura o cultura adopta la posición de motor, nos impele a buscar nuevas y mejores formas de ser y hacer las cosas. Este tipo de personas se centran en lo que el otro es, y no en lo que le gustaría que sea. Gracias a esa tacita aceptación de lo que el otro es, es que la relación se cimienta con bases reales, haciendo que la pareja sea sólida y difícilmente indisoluble.

Las personas motor, crean alrededor de sí, un entorno en donde la libre expresión del ser es la norma. Esto permite que las capacidades del otro se explayen, al tiempo que sus límites se acoten. Cierto que habrá cosas que no gusten del otro, pero entienden que en ello no hay maldad, ni intención de dañar, lo que hay es una natural expresión del ser. Expresión que se comenta y se trabaja de manera conjunta, lo que hace que, al paso del tiempo, uno y otro, maximicen sus potencias y acoten sus limites.

Cuando uno esta en una relación motor, es muy difícil que la relación se fracture. Todo lo contrario, se fortalece. En esa relación no hay engaños ni falsas expectativas. En otras palabras, ni uno ni otro se ven en la necesidad de reprimir lo que son. Todo lo contrario, entre más se exprese el otro, más fácil le será a la pareja, completar y complementar lo que el otro es y viceversa.

En este tipo de relaciones, donde uno o dos de los actores son motor, la relación se sustenta en el binomio, razón - emoción. La piel atrae la mirada, pero no la retiene. Lo que retiene la mirada es el sr del otro, sin embargo, si en el otro no hay eso que llamamos química, la relación no va a funcionar. Por el contrario, si lo único que hay es química, la relación va a fracasar.

En una relación motor, se trabaja la piel y la razón. Ambas son de suma importancia, y ambas tienen un peso igual, no obstante, es la razón, acompañada de la piel, la que hace que la pareja encuentre puntos de unión y crecimiento. En estas relaciones, lo más importante es lo que el otro es, trabajando uno y otro, a partir de lo que cada uno es. La solidez de estas parejas no deja cupo para la fractura. La infidelidad se da en las relaciones cuerda y en mayor medida en las relaciones ancla, pero no en las relaciones motor.

La infidelidad.
Otra de las cosas que observe en dicho lugar, es que una de las parejas que estaba presente en el lugar, no eran una pareja normal, debido a que ambos tenían otra relación. A él le conocí hace algunos años en una conferencia que impartí en una Cafebrería de la localidad a la que acostumbraba a ir acompañado de su esposa. A ella la identifico por ser la esposa de un conocido con el cual en una ocasión realice alguna transacción. A ambos me los he topado con sus respectivos cónyuges, de tal suerte que cuando nuestras miradas se encontraron, hicieron como que no me conocían, lo cual agradezco.

Las razones de la infidelidad son múltiples, no obstante, es menester anotar que antropológicamente la infidelidad masculina se debe más al ocultamiento que el hombre le hace a su madre en la figura de la esposa, que a la infidelidad en sí. Lo que disfruta es el ocultamiento. Esto no quiere decir que no disfrute la infidelidad, la disfruta, sin embargo, el motor no es esta, es el ocultamiento.

Esto, que seguramente le costará trabajo aceptar, es tan real, que cuando el infiel pierde su matrimonio por su infidelidad, se descubrirá a si mismo alejado de la conquista, no porque le hayan dejado de gustar las mujeres, ni por el dolor de la perdida, sino porque no hay en ello, el disfrute del ocultamiento. 

La infidelidad femenina se debe más al vació que a otra cosa. Ya habíamos explicado en otros artículos que todo deseo, implica un vacío…, y en ningún lado se ve más que en la infidelidad. Cuando la mujer se siente vacía, canaliza este vacío a través de la compra de zapatos, ropa, cosméticos o cosas con las que se puede atender y regalar. Cuando esto no es suficiente (que nunca lo es) se refugiará en la religión, esoterismo y cosas por el estilo, para descubrir que esto tampoco le llena el vació.

Muchas encuentran en la parte social, una catarsis, lo que las lleva a realizar mil y un actividades filantrópicas y humanitarias. Algunas, incluso, hasta adoptan a los amigos de sus hijos., ya que lo que necesitan es existir para alguien. No obstante, ninguna de esas válvulas de escapa llenará el vació que sienten. El vació solo lo podrá llenar reconociéndolo y dirigiéndolo, de lo contrario, quedará inmersa en una relación tan frágil y accidentada como la que la llevo a ella.

Con el hombre sucede lo mismo, no podrá resolver el tema de la infidelidad, si no reconoce que lo que le mueve a ello es el disfrute del ocultamiento y su acusada incapacidad para crearse retos que lo construyan y le generan la adrenalina que necesita para sentirse vivo. Cabe aclarar que un reto es aquello que excede mis límites. Si lo que me fijo como reto, no excede mis limites, entonces no es reto, es terapia ocupacional, pero no reto.

Las cosas se explican, no se justifican.
La infidelidad, en esencia, es la manifestación de un vacío, el cual se agravará si la persona en cuestión esta con una persona ancla o cuerda. Cierto que la persona podrá argüir mil y una razones, sin embargo, la realidad es que no hay justificación alguna, ya que lo correcto es enfrentar la realidad…, hacerle frente a la equivocación y dar por terminada la relación.

Iniciar otra relación antes de dar por terminada la que se tiene, hará que la probabilidad de error se magnifique, amén de que es muy probable que la persona que entra en sustitución sea igual o muy parecida a la que se le esta siendo infiel, amén, claro está, que la persona que entra en sustitución no es necesariamente la mejor, de lo contrario como se explica que esta persona no le exija a la otra que de por terminada su relación antes de iniciar la actual. Esto dice mucho, tanto del sustituto como del infiel, amén, claro está, que descubrirán que tendrán muchas razones para estar contentos, pero no satisfechos, lo que ineluctablemente, agravará el vacío.

Decía el insigne Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957: cuando, por oficio o por vocación, uno ha meditado mucho sobre el hombre, ocurre que se experimente nostalgia por los primates. Éstos no tienen pensamientos de segunda intención.

Él o la amante de una relación en la que el otro no ha dado por terminada la anterior, podrá, como ya lo comentamos, esgrimir excelentes razones, sin embargo, la realidad es que, en él o en ella, hay una segunda intención. Intención que el amado debiera de desvelar para conocerle mejor y saber dónde se está metiendo. Lo más probable es que descubra que la persona en cuestión se parece mucho a la anterior, o que uno y otro están inmersos en un proceso de invención para la desviación. Ni uno quiere divorciarse del otro, ni el otro quiere que se divorcie, de lo contrario, le habría exigido al otro, que termine lo que está mal, para empezar algo bien.    

El que esto escribe, oficia en las finanzas y gravita en las letras. Mi entorno, por razones obvias, esta conformado por personas con las mismas inclinaciones (empresariales e intelectuales), lo que me ha permitido estudiar y reconocer, empezando por mi mismo, que estos, los intelectuales, son, como decía uno de mis cofrades, los más peligrosos de todos, ya que la elegancia de sus formas, no le permite al otro, desvelar las segundas intenciones.

Lo cierto es que los empresarios y los intelectuales poseen, por oficio, una segunda intención, la cual intencionalmente ocultan para no desvelar su juego. Estos, amén de negocios, lo único que saben hacer, decía el cofrade arriba mencionado, es fornicar y leer libros. Antropológicamente son, como amantes, los más peligrosos de todos, ya que no solo saben hacer lo suyo, sino que además lo hacen de tal forma que el otro poco o nada se da cuenta de su juego.  

Esta disgregación es para explicar que, en el lugar en cuestión, en una mesa cercana a mí, un intelectual que también oficia en el mundo de los negocios. El cual, obviamente, estaba haciendo lo mismo que yo: leer a los comensales para elucidar lo que estos, conscientes o no, estaban manifestando a ojos de los demás.

Cuando llegaron las personas que estaba esperando, me encontré con el hecho de que a ambos nos había citado la misma gente, amén de otros más que nos presentaron en el lugar. Al término de la reunión, la persona arriba mencionada y un servidor, abordamos el tema de nuestra mutua observación, concluyendo ambos en lo mismo… ninguna de las parejas presentes, eran, en esencia, pareja, por lo que a la postre, el resultado iba a ser el mismo: una nada acompañada de otra nada.

El que yerra al casar, ya no le queda en que errar.
El amor, decía al principio de estas líneas, no es el motor de la humanidad, pero si es lo que la salva. La decisión más importante en la vida de un ser humano es la elección de pareja. Desafortunadamente es algo que la gran mayoría lo descubre a edad tardía. Al paso el tiempo se van a dar cuenta que: el que yerra al casar, ya no le queda en que errar. La elección de pareja marca el antes y el después de un ser humano. Es el parteaguas de lo que será la vida de ahí en adelante, y, sin embargo, poco nos preparan para tan crucial elección. Cierto que mucho es lo que vemos en casa, pero también es cierto que poco es lo que este tema se discute y analiza en casa.

Yo tengo tres hijos varones y si bien es cierto que mucho es lo que hablamos de este tema, también lo es que la edad que tienen hace que el instinto sea lo que prime en ellos, no obstante, mi trabajo, como el de todos los padres, es el de crearles los marcos de referencia que los lleven a descubrir el porqué del devenir de una persona y la forma en que la elección de pareja incidió en su devenir.

El matrimonio no esta en vías de extinción, no obstante, lo que, si está en vías de extinción es la importancia que los padres le damos al tema, ya que, si bien es cierto que el amor no es el motor de la humanidad, si es lo que la salva… Y cierto estoy de que cada uno trae su propio motor, también lo es que ayudarles a que encuentren en la pareja un puerto de abrigo, es algo que a nadie le hace daño.

Concluyo con la frase expuesta líneas arriba: El que yerra al casar, ya no le queda en que errar.