jueves, 26 de octubre de 2017

Fe de erratas.

En el artículo titulado, El amor y las macetas, hable de la resonancia de todo lo vivo y su relación con todo lo vivo. En especial en el combés del amor.

Por supuesto que cuando uno escribe se describe. Así, al escribir plasmamos en letras no solo lo que pensamos sino que también lo que somos. Por otro lado nos es menester reconocer que la vanidad (el motor más grande de los seres humanos) nos engaña respecto a los demás y a nosotros mismos. De tal suerte que cuando uno analiza o disecciona una realidad, lo hace desde su más íntima vanidad, lo cual nos puede llevar al error sin estar conscientes de ello. Por eso es que a este artículo lo intitule: Fe de Erratas.

Orgullo, vanidad y humildad.
Nos es común confundir orgullo con vanidad, sin embargo la realidad es que el orgullo siempre es intrínseco, tiene que ver con la imagen que tenemos de nosotros mismos sobre tal o cual virtud o cualidad. La vanidad, por el contrario, es extrínseca, tiene que ver con la imagen que queremos que los demás tengan de nosotros. Cosa que pocas veces logramos, ya que una cosa es lo queremos proyectar y otra muy distinta la que proyectamos.

La humildad por el contrario, invita a la desconfianza. No hay nada más engañoso que la humildad. La cual a menudo no es más que una máscara que esconde una carencia de opinión y, en muchas ocasiones, una vanidad que está más allá de los méritos que la persona desea que los demás vean en él.

Recién estuvimos en una comida de negocios. Mi socia, una mujer que acompaña su inteligencia con una belleza sin igual, hizo que los otros comensales quedarán arrobados por su belleza, su porte y su elegante pero frontal forma de decir las cosas.

Uno de ellos, obediente a su vanidad, hizo todo lo posible por causar en ella una muy buena impresión. De tal suerte que todo su hacer y decir en dicha comida, fue, desde la muy lineal mente masculina, lo que hizo que quedara muy mal a ojos de ella.

Cierto estoy que él salió de dicha junta convencido de que había causado una impresión sin parangón. Y no estaba equivocado. Ya que la infortunada impresión que ella se llevó de él, está muy lejos de la impresión que él cree que causo en ella.

Así, una es la imagen que queremos proyectar y otra la que proyectamos, ya que no solo ignoramos la mente del otro cuando queremos lograr algo, sino que además nuestra vanidad nos engaña respecto a nosotros mismos y los demás.

Lo mismo me pasó a mí, ya que, obsecuente a mi vanidad, escribí el artículo del “Amor y las macetas” desde mi estructura antropológica pero no desde la estructura de sus actores. En ese artículo, como en todos los demás, plasme mi orgullo y vanidad, sin embargo justo es reconocer que es algo que no podemos evitar, por lo menos no del todo. La vanidad es el motor más importante de los seres humanos. Está implícita en todo lo que hacemos, sin importar la edad y la madurez que tengamos.  

Me toco, por azares del destino, estar muy cerca de los actores mencionados en dicho artículo. Tuve la oportunidad de escucharlos, de ver su devenir. La forma en que uno y otro vivieron su proceso. Su decaimiento. Su ingente necesidad de salir adelante, así como las herramientas que usaron para tal efecto.  

Ambos, de una forma u otra, se consumieron. No solo perdieron peso, sino que además perdieron esa alegría que contagiaban y transmitían a los demás. Cada uno estaba cierto de que había tenido la razón y cada uno estaba cierto de que no era la forma en que querían vivir. La resonancia de uno y otro, en apariencia, no comulgaban.

Ella desconfiaba de él y veía infidelidades donde él no las veía. Él se sentía abrumado por ella y por su obsesión de ver infidelidades donde no las había. Para ella la infidelidad tenía que ver con el todo: la mente, el cuerpo y el alma. Para él la infidelidad tenía que ver con el cuerpo.

Así, cuando él mantenía comunicación constante con alguna mujer que no fuera ella. Ella de inmediato pensaba lo peor. No por el hecho de que él tuviera intimidad física con esa mujer, sino por el hecho de que el estar cercano a otra mujer, es el principio de una posible infidelidad.

Así, la divergencia de criterios y filosofías hizo que la resonancia de uno no comulgara con la del otro, lo que ineluctablemente les llevo al fin.

Cada uno vivió su proceso de forma diferente. Ella, mujer al fin, se desahogó con sus íntimos, esgrimiendo sus razones con el inconsciente fin de buscar una afirmación de su decisión. Cosa que hacemos todos.

Él se aisló y solo le comento a los suyos que se habían dado un tiempo. Él no vertió opinión al respecto, pero se aisló para vivir su proceso en silencio y soledad. Cada uno, en su forma, encontró el medio que necesitaban para vivir su proceso.

Obviamente lo importante aquí no es el análisis de los medios que usaron, sino el resultado logrado. Hay tantos medios como personas hay. Lo importante es llegar al objetivo.

Hace algunos años, un joven ejecutivo de la empresa que en ese entonces trabajaba en el área de mejora continua, vivió una situación similar. Estaba próximo a casarse cuando la relación termino. Él encontró que la mejor forma de resolver su problema era la de probar la calidad de la cosecha de cebada de su entorno, por el método de bebérsela ya una vez destilada. Tal vez la gente de su entorno no estuviera de acuerdo con el método, pero al final, sin saber qué cantidad fue la que se bebió, le funcionó.

Lo importante es que todos, los arriba mencionados y el que certifico la calidad de la cosecha de cebada, resolvieron sus problemas y terminaron regresando con sus respectivas parejas. Así, el método de uno y otro puede ser distinto, sin embargo lo que en realidad importa nos importa en este artículo no es el método, sino el resultado final.

Retomemos el curso del tema.
Siempre resulta incómodo identificarse con alguien que uno imagino de coordenadas distintas a las nuestras. Menciono esto debido a que cuando diseccione el tema del Amor y las macetas, uno de mis dilectos lectores, con el que yo pensaba que no afinaba en nada, me obsequio una reflexión que me hizo replantear todo el tema.

Cierto es que los seres humanos lo único que podemos hacer es teorizar sobre la realidad, sin embargo nos es menester reconocer que la realidad está mucho más allá de nuestras vanidades, teorías y percepciones. De tal suerte que por mucho que nos esforcemos, lo único que podemos hacer es explicar una parcela muy reducida de la realidad.

Viví de cerca el proceso de los actores del Amor y las macetas. Los vi en la caída y en la aparente recuperación. Observe la mutación de su rostro conforme evolucionaba su proceso. En las reuniones que tenía con cada uno de ellos, la sonrisa y el trato era social. Decentes, amables, centrados en el negocio que discutíamos, pero sin la sonrisa cardinal que les distinguía.

Finiquitado lo que teníamos que tratar, navegue hacia otras latitudes y personas, hasta que coincidí por separado con cada uno de ellos. Lo que más me llamo la atención fue que a ambos se les leí en el rostro esa chispa de vida que les caracterizaba. Debo confesar que jamás pensé que habían regresado. Todo lo contrario, pensé que ya lo habían superado.

No podía estar más equivocado. La luminosidad que proyectaban en sus rostros es debido a que más allá de las teorías, de los decires de la gente o de las letras de un servidor, ellos se encontraron y se soldaron en una unidad.

Esas macetas que en apariencia eran incompatibles en sus resonancias, se ven hoy mejor que nunca. Incluso, mejor que antes. ¿Qué fue entonces lo que paso?

Semanas después hablé con cada uno de ellos por cuestiones de negocio. La realidad es que no tuve que preguntar nada, era tal su alegría y contento que cada uno de ellos me compartió un poco de su felicidad.

Ella sigue convencida de que él le fue infiel con la mente. Sus miedos siguen ahí, pero la necesidad de estar con él está por arriba de sus miedos. Él está convencido de que no lo fue, sin embargo él me comento que en la tregua se dio cuenta que la causa del problema, por lo menos en él, fue que se centró en defender los accidentes y no la sustancia.  

Me comentó que cuando terminaron fue porque él le estaba dando más peso a la forma que al fondo (cosa muy común en el género masculino).

Los hombres, ya una vez que hacemos propias las formas, les damos un valor que no poseen, haciendo de la forma. Olvidándonos que lo importante no es el accidente sino la sustancia. 

En otras palabras, él se dio cuenta que al terminar con ella conservo sus formas, pero no a ella, y que lo que realmente le importaba era ella, no las formas.

Cuando se dio cuenta la buscó, habló con ella, le explicó lo que descubrió. Ella, sin necesidad de teorizar, escribir o diseñar modelos del comportamiento humano, reafirmo una una vez más que la resonancia de él es la que ella necesita para ser mejor y que la resonancia de ella es la que él necesita para ser mejor.

Hoy se lee en el rostro de ambos un amor y una luz que no se les leía antes.

Todos somos los demás de los demás.
La cultura de las personas como de las naciones, tiene que ver más con las emociones que con las razones. Son las emociones y conductas de una persona y de una nación, lo que determina la cultura de uno y otro. La razón, paradójicamente, explica las cosas, pero no las crea.

Las emociones crean conductas y las conductas, actos. 
Explico esto debido a que lo más seguro es que en el entorno de ellos vaya a ver resistencia al reencuentro de ellos como pareja, ya que esos demás que son sus demás (familia, iglesia, amigos y gente que de una forma u otra depende de ellos), se sentirán agraviados ante la presencia de una influencia ajena en la vida de esa persona que es parte de su vida, ya que esa otra persona va a incidir en la forma de vida de todos. Directamente en la persona elegida, indirectamente en la de los demás.

Esa forma de vida que no es otra cosa que eso llamamos cultura, se va a ver trastocada por el reencuentro de ellos, no obstante si ellos entienden que los demás van a hacer todo lo posible para incidir con su decir y hacer para que eso no funcione... Entonces va a funcionar. Porque las cosas cuando se entienden, se dirigen. 

No obstante y más allá de la resistencia de los demás, lo que ellos deben entender es que nadie es una isla. 

John Donne decía que “ningún hombre es una isla; todos formamos parte del todo”. Y si en algún lugar esto se palpa de manera inmediata, es en la pareja.  

Nada de lo que le acaece a uno, puede ser ajeno al otro. Todos los actos de él y de ella van inferir, para bien o para mal en la relación… Y justo ahí es donde ambos se deben preguntar: ¿Qué es más importante, la forma o el fondo?

Las formas son cambiantes, el fondo es permanente. Así, esas macetas que el que esto escribe comento que eran incompatibles en su resonancia, son hoy un par de macetas como pocas he visto en la vida…

Bien por ellos…

Bien por mí. 

Nos leemos en el siguiente artículo.

lunes, 23 de octubre de 2017

El amor por la novedad.

El gregarismo es consustancial a la vida. Lo vemos en todo lo vivo. Específicamente en el reino animal, vegetal y celular. El gregarismo tiene que ver con la ingente necesidad de agruparse, de ser parte de algo como estrategia de supervivencia y cada especie o reino lo manifiesta de una manera particular, similar en cuanto a la agrupación, diferente en cuanto a la actuación.  

En este artículo vamos a hablar del gregarismo humano, más específicamente de aquel que tiene que ver con el constante amor por la novedad. Este se da tanto en hombres como en mujeres. En ellas, objetivamente. En ellos, subjetivamente.

Cuando el sujeto necesita del objeto para ser sujeto.
Todos los seres humanos somos gregarios, no obstante hay quienes padecen un gregarismo por arriba de lo normal. Estas personas necesitan vivir de sorpresa en sorpresa. Viven con una constante necesidad de lo nuevo. Tan pronto se abre una tienda de marca, restaurante o se da el lanzamiento de un producto nuevo, acudirán, sin importar las circunstancias, a hacer filas interminables o a pasar la noche en vela frente a la tienda, para ser los primeros en adquirir o consumir aquellos que por un instante los reposiciona como sujetos.

Por supuesto que es una sensación efímera, la vacuidad interior no se puede solucionar con objetos, estos son una herramienta, no una solución. Amén de que en muy poco tiempo, días o semanas, una gran parte de su entorno poseerá y hablará de lo mismo que ellos, acabando así la breve y estulta diferenciación que pretendían lograr al adquirir dicho objeto.

Esto mismo es lo que hace que la cacería de novedades sea en ellos una forma de vida. Su ausencia de identidad es tal, que se ven en la necesidad de derrochar el poco o mucho dinero que tienen en cosas fatuas e inútiles, ya que estas personas compran identidad (marca), no función.

La naturaleza se mueve violentamente hacia su lugar, lentamente en su lugar.
Las personas que padecen de gregarismo (amor por la novedad) suelen tener, en el combés de la relación sentimental, entre tres o cinco amores de vida. No se relacionan sentimentalmente con cualquier persona. Necesitan que el otro posea una inteligencia y visión del mundo diferente a la de los demás, lo que hace que la cohabitación sea de suyo interesante. Amén de una filosofía de vida de la cual puedan absorber eso que, en ese tránsito de su vida, están buscando.

Es importante recalcar la palabra tránsito, ya que eso es: un tránsito.
El intervalo por el que están pasando los lleva a buscar, más inconsciente que conscientemente, eso que su yo interno les va a reafirmar cuando lo encuentren Poco les va a importar el atractivo del otro, lo que les va a significar es que ese otro tiene, en apariencia, las respuestas que ellos creen necesitar.

No obstante la realidad es que por mucho que haya que descubrir en una persona, llegará un momento en que hasta la sorpresa se convierta en cotidianidad, dado que la persona que las genera es la misma.

Es algo así como cuando lees muchos libros del mismo autor. Cada libro te sorprenderá en cuanto ha contenido y continente, pero el estilo será siempre el mismo: a esto se le llama cotidianidad. Un ejemplo de lo anterior son los libros de ese gran semiólogo que fue Umberto Eco.

Cada uno de sus libros es un deleite al intelecto y a los sentidos, no obstante encontramos que en ellos, el secreto, el complot, la paradoja y el carácter en cierto modo interminable e indeterminable de la interpretación, son el común denominador de todos ellos.

Para una persona que padece de gregarismo (amor por lo nuevo), no hay nada peor que la cotidianidad. El otro podrá ser una caja infinita de sorpresas, pero llegará un momento en que su estilo se convertirá en cotidianidad, lo qué hará que se desencante de aquel que antaño le encantó.

Por supuesto que no es fácil detectar a las personas que padecen de gregarismo, ya que estas personas son encantadoras y saben halagar elegantemente la vanidad del otro. Son, sobre todo para aquellos que padecen alguna anomalía intelectual, una audiencia cautivadora. Siempre dispuesta a escuchar y a aprender, por lo menos hasta que la cotidianidad los alcance.

En el momento en que la cotidianidad los alcanza, inician, más inconsciente que conscientemente, un nuevo proceso su proceso de búsqueda, lo que inevitablemente les llevara a buscar a ese otro que, según los nuevos conocimientos que creen poseer, les ofrece un arcón de sorpresas mejor que el que tenían, para encontrar, al paso de pocos meses, que no posee aquello a lo que sin saber, se habían acostumbrado a ver como normal.

Líneas arriba decíamos que todos somos gregarios, pero que ese gregarismo que nos impele a la búsqueda de lo nuevo, lo padecen objetivamente las mujeres y subjetivamente los hombres. El hombre suele padecer un grado de gargarismo mucho más alto que el de la mujer. Ese gregarismo es lo que lo lleva a la búsqueda intermitente de mujeres, placeres y saberes.

La mujer, por el contrario, padece un gregarismo que la lleva a la búsqueda de nuevas cosas, lugares, ropa, restaurantes, actividades y una suma de etcéteras que por mucho excede a la linealidad de los hombres.

Para muestra un botón… Entre usted a un centro comercial. Lo más probable es que no le cause estupor constatar que el 90% de las tiendas son para mujeres. Tiendas que muestran una gran variedades de estilos, colores y formas. Ahora entre usted a tiendas exclusivamente de caballeros. Se azorará al descubrir que estas poseen una linealidad monocromática que se repite en estilo y forma. El hombre ya una vez que encuentra un par de zapatos con los que se sienta cómodo, comprará el mismo modelo hasta que llegue una mujer que le cambie el estilo.

Así pues, ambos, de una forma u otra, poseen un gregarismo que los impele a lo nuevo, no obstante hay casos, tanto en hombres y mujeres, en que su gregarismo va más allá de la media social. Poseen un gregarismo que se exacerba en cuanto llegan a la cotidianidad… lo cual es inevitable. Va a llegar.

Líneas arriba decíamos que la naturaleza se mueve violentamente hacia su lugar y lentamente en su lugar, no obstante el problema de estas personas es que no tienen lugar. Esto es lo que les lleva constátenme a migar de una pareja a otra y de un país a otro. Se les olvida que cuando uno cambia de país, cambia de clima, pero no de carácter.  

Me queda claro que es un pecado no conocer la cárcel en la que vivimos, no obstante hay personas que necesitan estar constantemente viajando. No pueden estar en un lugar más de seis o doce meses. Se empiezan a sentir incomodas, irritables y frustradas. Estas personas necesitan viajar para conocer el planeta que nos contiene, pero principalmente para escapar de la cotidianidad de su vida, es decir, de esa falta de sentido que tiene su vida.

Lo mismo pasa en el combés de las relaciones sentimentales. Estas personas necesitan migrar cada cierto tiempo de una de una geografía espiritual a otra. Cierto que el amor, cuando es amor, se suelda en la cotidianidad. Cosa, que para el gregario extremo, es difícil de entender.

La cotidianidad es la que nos permite fortalecer la relación. La continuidad está en la cotidianidad, no en el gregarismo.

Los gregarios extremos, por este constante afán de estar en la búsqueda de lo nuevo, terminan descubriendo al final de su vida, que sus sueños de juventud se convirtieron en las pesadillas de su vejez.

Por supuesto que esto es algo que nos pasa a todos en mayor o menor medida, pero entre más continuidad le demos a lo que hagamos: pareja, proyecto y vida en sí, menos pesadillas serán las que tengamos en la vejez.

Nos leemos en el siguiente artículo.