En el artículo publicado el mes de marzo con el nombre de Anómalos,
Periféricos y Masa. Explique que hay tres tipos de personas. Los que crean
mundo (Anómalos), los que lo dirigen (Periféricos) y los que lo operan (Masa).
El Anómalo es alguien que, como su nombre lo dice, posee una anomalía
que ha sabido explotar y dirigir para crear el mundo que habitamos los demás.
Esto no quiere decir que todos los héroes o villanos que han poblado la faz de
la tierra sean Anómalos. La realidad es que muchos de ellos representan el
triunfo de la mediocridad. Hitler es uno de ellos y en este artículo lo
trataremos de explicar.
La mejor referencia que tenemos para explicar el tema es la
investigación que realizo el psicólogo G. M. Gilbert. Este hombre fue elegido por
el comandante de la prisión de Nüremberg como el psicólogo responsable de
entrevistar, observar y perfilar a los dirigentes nazis.
G. M. Gilbert tenía libre acceso para entrevistarse con los jerarcas
nazis, lo que le permitió mantener largas horas de conversación con ellos, amén
de sujetarlos a pruebas psicológicas, observar sus reacciones y perfilar sus
respectivas patologías. El proceso de entrevista, pruebas y análisis duro poco
más de un año. Año que aprovecho para tomar notas de todas sus conversaciones,
amén de pedirles, discutir y analizar los informes que cada uno de ellos
elaboró sobre su vida, sobre el movimiento Nazi y sobre Adolfo Hitler.
Una parte de estas investigaciones las podrán encontrar en el libro The
Psychology of Dictatorship (The Ronald Press Company). G.M. Gilbert conservo para su estudio y
postrer publicación, un manuscrito de mil páginas sobre Adolfo
Hitler, escrito por Hans Frank en la prisión de Nüremberg.
Hans Frank fue el abogado de Hitler y el responsable de defenderlo ante innumerables
procesos por difamación. Frank, en su calidad de abogado, tenía más
conocimiento que cualquier otra persona sobre hechos de la vida de Hitler en
los que éste observaba la mayor secrecía.
Hans Frank le hizo a G. M. Gilbert valiosas confidencias sobre la vida
del Führer, amén de que le brindo información inédita que éste obtuvo de los compañeros
con los que se inició Hitler, especialmente los de Greiner y de Otto Strasser.
Greiner, como es sabido, fue un artista plástico, compañero de miseria de los
años vieneses de Hitler, y Otto Strasser no es otro que el hermano de Gregor
Strasser, rival infortunado del Führer en el partido nazi.
Gregor fue eliminado durante la purga Roehm, pero Otto pudo escapar al
extranjero y decir todo lo que su hermano le había comunicado, y todo lo que él
mismo sabía sobre Hitler. Así, la investigación de G. M. Gilbert logro abarcar
una buena parte de la vida pública y privada del Führer, arrojando información
que nos ayuda a entender el destino poco singular de Adolfo Hitler.
Podemos afirmar, en base a la documentación estudiada, que el destino de Adolfo Hitler fue la única
cosa notable de un hombre que, en todo lo demás, fue absolutamente mediocre.
Si algo nos ha ensenado la historia es que un hombre, sin tener nada de
excepcional, puede, si se lo propone y lo dejan, hundir al mundo en un mar de
desesperación, fuego y sangre. La realidad es que no se le puede atribuir un
valor extraordinario a lo que fue ese hombre que se llamó Hitler, más que el reconocer que lo único que hizo
fue transmutar sus sentimientos de inferioridad y frustración en superioridad y
en odios extendidos a grupos enteros… Cosa que logro debido a que las
circunstancias históricas del momento estaban a su favor.
Hitler no inventó nada. Alemania había vivido largo tiempo obsesionada por
la glorificación de la raza, el odio a los grupos no-germanos, la manía de la
persecución y el sueño grandioso de la misión
histórica. Lo cual se tornó en humillación después de la derrota de 1918.
Esta precipitó más que nunca las circunstancias históricas y psicosociales que
propiciaron el fenómeno Hitler.
Por otro lado está el hecho de que Hitler uso la obsesión de gloria y
raza del pueblo Alemán como una excusa para justificar su propia medianía y
derrota personal. Es importante anotar que Hitler, un fracasado en casi todo,
carecía de relaciones y vínculos de clase y de casta. No era obrero ni
campesino ni ninguna otra cosa. Vivía y dormía en la calle. Era un hombre que
vivía al margen de la sociedad. Un hombre que por razones obvias no podía
identificarse con ningún grupo social ni hacer suyas las tradiciones y luchas
del mismo. No era más que un individuo anónimo e inexistente para el resto de
la sociedad en general. No podía, pues, hallar un canal para su enorme necesidad
de agresión, más que el de integrase a un grupo más amplio y abstracto al que,
como el resto de los alemanes dolidos por la derrota, se podía unir: el de los vencidos. Y pudo hacerlo
gracias a que la conciencia histórica de esa patria, herida por la derrota de
1918, hallábase, como la suya después de los reiterados fracasos de su vida privada,
en plena evolución patológica.
En otras palabras, para no reconocer su propia derrota, lo que hizo es
hacer suya la derrota de Alemania y suyo también el desquite de todo el pueblo
alemán. Encarno, sin dificultad alguna, la derrota de Alemania y la necesidad
de demostrar que la glorificación del pueblo alemán era posible, al grado de llegar
a considerarse como el mesías del pueblo alemán. Por supuesto que había en él,
como todo buen megalómano, un elemento mesiánico. De tal suerte que, sin
importar el cumulo de fracasos de su vida privada, sintió que era y podía ser
el mesías que Alemania necesitaba para salir adelante de sus problemas.
Hitler hizo de los problemas e Alemania sus problemas. Solía, como todo
buen histriónico, derramar un caudal de lágrimas cuando hablaba de la
persecución de la que era sujeta la pobre Alemania por la Sociedad de las
Naciones, organización, a ojos de él, cien por cien de origen judío. Era tal su
odio y fanatismo que al hablar dejaba traslucir la repugnancia que sentía ante
la sola idea de que los judíos pudieran pisotear la raza alemana, lo cual,
según su propia experiencia, ya estaba pasando. Una muestra de ello era el
hecho de que la persona que lo rechazo en la Academia de Artes era judío y que en
Viena la muchacha que amaba lo rechazo por un judío.
Es menester entender que estos temas que en la actualidad nos parecen
exagerados, eran cotidianos en la Alemania de ese entonces. En otras palabras,
no son temas que Hitler haya inventado. Eran temas que yacían en el
subconsciente colectivo y que él expresó con una intensidad y frenesí que le
permitió multiplicar su poder de influencia y contagio en las masas afectadas.
Hitler toco, sin proponérselo, las fibras más sensibles de un pueblo orgulloso
pero vencido.
Todas esas ideas de poder y de odio que generaciones de pedagogos habían
desarrollado en la mente de los alemanes, tenían como fin crear una identidad y
sentido de gloria, cosas, ambas, que Hitler tomo como verdad literal,
regresándole al pueblo alemán un discurso que en otras circunstancias no
hubiese sido escuchado.
Hitler creía en ello con todo su ser; eran su carne y su sangre. Y los
exponía con el romanticismo frenético y ciego de un hombre sin cultura, sin
criterio, y además petrificado en feroces prejuicios provinciales, animado de
una estulta xenofobia que no tenía otro sustento que los folletines y libelos
que leía. La realidad es que era necesario
ser singularmente estrecho y limitado para elevar esas ficciones a dignidad y
eficacia de una religión revelada. Cosa que pudo hacer, repetimos, debido a las
circunstancias.
Es menester entender que los temas paranoicos de venganza, odio y
poderío del pueblo alemán, eran temas que, sometidos a la angustia de la época,
encontraron eco en personas con circunstancias similares. Temas, que no
obstante, no tenían cabida en las conciencias normales o en otro tipo de
circunstancias.
Sirva para explicar lo anterior, lo siguiente: el aparente odio al judío
que sentía el alemán medio, era en realidad una compensación imaginativa. Compensación
que le permitía al alemán sin trabajo, vencido e inferiorizado por la derrota,
creerse víctima de una posible conjura mundial, y considerarse, a pesar de
todo, superior al profesor judío cuyas obras de ciencia se traducían a todas
las lenguas. Pero ello no significaba que esas conciencias pensaran seriamente
en la destrucción física del judío.
Hitler captó ese odio abstracto, imaginado, irreal, odio que no obstante
anidara en estado latente en la mente del pueblo alemán. Sentimiento que
encontró caldo de cultivo con la derrota de Alemania. Hitler proyectó a gran
escala ese sentimiento, llevándolo a consecuencias que ningún alemán medio
quería, al grado que se esforzaron largamente para no ver la realidad, rechazando
con horror y hastió lo que sus elites habían hecho.
Elites
que debían pensar, y con razón, que la historia es obra de los sabios o de
los locos, en donde, uno de los secretos de la historia, es que en épocas de
trastornos se escucha preferentemente a los locos, y eso fue lo que las Elites permitieron
y alentaron.
La vida privada de Adolfo Hitler, al margen de todo interés sensacional
o anecdótico, asume para el estudioso del comportamiento humano, un interés
particular, pues esta explica perfectamente el accionar de éste.
Como todos sabemos, el padre de Hitler (Alois) fue un hijo nacido fuera
de matrimonio. Recibió el apellido de su madre, María Schickelgruber, la cual
se casó más tarde con un tal Hitler.
Alois tenía 39 años cuando su padrastro lo legitimó y le dio su nombre. La
prensa contraria al movimiento nazi publicó, antes de que Hitler conquistará el
poder, que la madre de Alois había estado, en el momento de nacer Alois, al
servicio de una rica familia judía, y que ésta le pagó por muchos años una pensión
por alimentos.
La conclusión era que María Schickelgruber había sido seducida por un miembro
de esa familia, y que Adolfo Hitler, por consiguiente, tenía en sus venas
sangre judía. En este punto ofrece Frank pormenores de importancia capital.
En 1930 Hitler recibió una carta extorsiva de su medio hermano Alois
Hitler (hijo de un primer matrimonio de Alois Schickelgruber-Hitler), quien
ofrecía mantener en secreto la historia del abuelo judío, mediante
compensaciones. Hitler confesó entonces a Frank que sabía lo de la pensión por
alimentos pagada a su abuela por un judío; pero, según él, su abuela había
obtenido esa pensión por medio de un engaño. Rogó a Frank que verificara el hecho
material del pago de la pensión, y Frank, después de investigar, lo confirmó
todo.
En resumen, los hechos que actualmente pueden considerarse seguros son
los siguientes:
1). Una familia judía que había tenido a su servicio a la abuela de
Adolfo Hitler le pagó durante catorce años una pensión por alimentos, después
que dio a luz un hijo ilegítimo;
2). Hitler, aunque negando decididamente que ese hijo ilegítimo fuera el
fruto de los amores de su abuela con un judío, admitía, no obstante, que su abuela
se hallaba en una posición tal, frente a ese judío, al grado que podía obtener de
él una pensión por alimentos gracias a una afirmación engañosa.
Como el nacimiento de Alois Schickelgruber-Hitler se sitúa aproximadamente
medio siglo antes del nacimiento de Adolfo Hitler, cabe preguntarse cómo hacía
éste para estar tan seguro de que el judío en cuestión no fuera su abuelo.
Obsérvese, de paso, que el Führer, para salvarse de la horrible sospecha de
tener sangre judía en las venas, suponía que su abuela había tenido dos amantes
a la vez, y que había practicado una forma realmente odiosa de estafa, al hacer
creer a uno que el hijo del otro era suyo.
Está claro que lo importante no es saber si el abuelo de Adolfo Hitler
era o no judío. Lo que importa es que él supo desde su infancia que la pureza
aria de su padre era una ficción. La vida de su padre había sido sino un largo y
continuado fracaso. Tuvo una gran cantidad de oficios, hasta que finalmente llegó
a ser un modesto empleado de aduana. Se retiró a los 56 años y se entregó al
alcohol. Su vida sentimental fue accidentada y errática. Su primera esposa se
separó del él debido a sus constantes adulterios. Su segunda esposa lo abandonó
al cabo de un año. Finalmente se casó a los 49 años con Klara Polzl, que tenía
entonces 23 años: él había sido su tutor (Hitler haría algo similar más tarde).
Alois tuvo cinco niños con la madre de Hitler. Las condiciones
materiales y morales en que vivía esa familia de siete personas eran poco
alentadoras. Dos adultos y cinco niños apiñados en dos piezas. Los niños no
sólo eran testigos de las disputas diarias entre el padre y la madre, sino
también de las violencias sexuales que sobre la joven ejercía el viejo borracho.
Adolfo, a los diez años, debía traer cada noche de una taberna que hedía
a tabaco, a un padre embrutecido por el alcohol. Padre que, por otra parte, lo castigaba
con una brutalidad sádica. La madre de Adolfo Hitler era joven e indulgente. Él
era su hijo preferido. Adolfo, por su parte, le era profundamente adicto, y se
comprenden perfectamente los sentimientos de odio y repulsión que experimentaba
por un padre brutal, alcohólico, que se conducía para con la madre del modo que
hemos descrito.
Hitler confesó más tarde a Frank que cuando iba a buscar a su padre a la
taberna, vivía “la vergüenza más horrible de su vida”. De ahí que el alcohol
haya llegado ser el más grande enemigo de su juventud. Lo mismo pasó con el tabaco.
Era algo que asociaba con su padre, y todo lo que tenía que ver con él, le
causaba el más profundo repudio. Hitler no sólo no fumó jamás, lo que podía
explicarse normalmente por el hecho de que no le gustara, sino que además
prohibía que se fumara en su presencia.
La relación con su padre era de lo peor. Un día llego a sus manos un
libro en el que se relataba que los indios soportaban las peores torturas sin
hablar. A partir de ese momento decidió no proferir una sola exclamación cuando
su padre lo castigaba, lo cual no dejaba de exasperar al padre, agravando la
relación sado masoquista que había entre ellos dos.
Alois quería hacer de su hijo lo que él mismo había sido: un empleado público,
lo cual fue suficiente para que Adolfo rechazara tajantemente la opción,
optando por algo que fuera lo más alejado de ello. Decidió ser un artista
plástico ya que era lo que más molestaba a su padre. Alois deseaba que su hijo
adquiriese una instrucción sólida, y en su presencia insistía a menudo sobre
ese punto. Adolfo, que poseía una memoria prodigiosa, inició la escuela sin
problemas, no obstante y con tal de llevarle la contra a su padre, descuido todas
las materias, salvo la de historia. Su profesor de historia era elocuente, y
Adolfo vertía lágrimas al escuchar los sufrimientos del pueblo alemán y la
persecución de la que era sujeto.
En Mein Kampf dice que las discusiones entre sus padres “eran de tal crudeza que no dejaban nada a la
imaginación”. Es posible que su madre haya respondido a los golpes con
injurias y que en más de una ocasión lo haya llamado judío o puerco judío
(expresión muy común en la época). No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que las
agresiones del padre (de ascendencia judía) contra su madre (de ascendencia
nórdica) dejaron en él una huella imborrable. Lo que muy probablemente explique
la obsesión maníaca de Hitler, que durante toda su vida imaginó el espectáculo
de la mujer nórdica profanada por un judío.
Cuando murió ese padre cuya muerte, según todas las probabilidades,
había deseado a menudo, hubo de experimentar una sensación de alegría y de
alivio, pero es muy probable que con él haya experimentado también -porque el
infante cree en el poder mágico del deseo- un vivaz sentimiento de
culpabilidad.
Ello explica el hecho de que Hitler, al referir más tarde a Frank la
escena de la taberna, no dijera que detestaba a su padre, sino que detestaba lo
que el alcohol le había hecho a su padre. Así, el alcohol pasó a ser el símbolo
púdico que le permitía satisfacer su odio, al tiempo que “mantenía un respeto
por su padre”. Más sintomático aún es ese pasaje de Mein Kampf en que
Hitler no teme escribir que “honraba a su padre”: piadosa declaración
manifiestamente contradicha por los hechos. Todos éstos son indicios son una prueban
de que reprimió el odio que sentía contra su padre, por lo que viose obligado a
escogerse un padre simbólico al que pudiera odiar sin transgredir ninguna norma.
Ese padre, como por azar, fue el judío.
Hitler siempre creyó en el mito de la omnipotencia judía. Estos, según él,
tenían una clara injerencia en los asuntos mundiales. Mito que no era más que
una transferencia que éste hizo sobre los judíos y que tiene su origen en esa omnipotencia
que los infantes atribuyen habitualmente al padre. Así, Hitler reprimía su rencor
contra el padre, escogiendo al judío como padre simbólico. Un padre al que podía
odiar sin sentimiento de culpa.
También es notaria la forma en que negaba, sin aportar prueba alguna, que
su padre fuera medio judío. Por el contrario, él honraba a su padre y proclamaba
su inocencia. En Mein Kampf hecho
un velo púdico sobre sus brutalidades y errores. Silenció su alcoholismo
y trasmuto en triunfo el fracaso de su vida: decía que su padre había dominado
su destino. La transferencia estaba consumada. El verdadero padre de Adolfo
Hitler era ahora digno de su hijo, mientras que el padre simbólico heredaba
todos sus vicios y el odio que éste le profesaba. Así, el judío, en su calidad
de padre simbólico, era un “padre para matar”, sin que ello le generara
remordimiento o culpa.
Existen episodios en la vida de Hitler en los que es palpable lo arriba
mencionado. En su juventud, en su época de pintor, llego en una ocasión al
estudio de su amigo, el pintor Greiner, encontrando ahí a una muchacha de
diecisiete años que posaba para él, ya que este debía hacer un afiche para
una marca de ropa interior. La modelo tenía un hermoso tipo nórdico y Hitler se
enamoró perdidamente de ella. Procuró hacerle la corte de todas las formas
posibles, pero siempre fue rechazado. Se obstinó, y un día, hallándose solo con
ella en el estudio de Greiner, mientras esta se desvestía, se lanzó sobre ella.
Ese empleo de violencia obedecía a lo que había vivido con su padre,
salvo que Hitler no tenía la fuerza física de su padre, por lo que la muchacha
consiguió zafarse. En ese momento llegó Greiner quien se dio cuenta de todo. La
muchacha salió de la escaramuza con algunos moretones y mordiscos, y Greiner la
convenció de no presentar denuncia.
Dicha muchacha fue el primer amor de Hitler. El fracaso fue quemante y la
herida profunda. Lo que siguió a ese episodio agravó aún más las cosas. Al poco
tiempo la muchacha tenía novio, y Hitler supo que el novio era judío. Se puso fuera
de sí. Le dijo a Greiner que estrangularía a ese “puerco judío” (Saujude) que
osaba profanar su belleza aria, y escribió al joven una carta llena de amenazas
e insultos en la que le decía que la muchacha “era de él”, y que no aceptaría que
un Saujude se la quitara. Más tarde, al encontrarse con la pareja en la
calle le hizo una escena violenta, y excitó a la multitud para que hicieran un
escarmiento a los Saujudes que
seducían “a las puras mujeres alemanas”. Hizo una nueva tentativa de escándalo en
la ceremonia de la boda, pero dos policías sin uniforme, llevados allá con ese
fin, lo expulsaron.
He aquí, pues, que el padre simbólico le robaba y le profanaba a “su novia”,
tal como su padre había hecho con su madre. No nos puede asombrar, después de
esto, que esta suma de episodios; el rechazo en la Academia de Artes y el de la
mujer que amaba, hayan desencadenado en él una sensación de fracaso angustioso
e insostenible. Fracaso que podía sumir y capitalizar para aprender de ellos, o
rechazar y proyectar para escapar de él.
Hitler opto por rechazar y proyectar en otros su propio fracaso, lo que
irremediablemente le llevo a desencadenar un odio frenético al judío, al grado
de pensar en una destrucción en masa. Este no ver la realidad, le llevo a creer
que los judíos eran un gobierno dentro del gobierno. Les acusó de ser los
dueños del dinero y causantes de todo mal, cuando la realidad es que la gran
mayoría de ellos vivían en ghettos. La realidad es que el porcentaje de judíos
prósperos era ínfimo en relación con la población judía de la ciudad.
Abundan pruebas que demuestran que Hitler, en su infancia y juventud, vivió
conflictos psicosexuales de excepcional violencia. Y como todos sabemos, el complejo
de Edipo mal resuelto, deviene en una homosexualidad latente pero no
reconocida, y Hitler no fue la excepción. No obstante es menester reconocer que
G.M. Gilbert, quien pudo interrogar sobre ese punto a sus íntimos, no encontró en
la vida de Hitler experiencias de éste tipo.
Lo que tenía Hitler era una conducta ambigua, propia de quien se niega a
reconocer su tendencia homosexual. A Greiner, que en Viena se alarmaba de verle
frecuentar a homosexuales, Hitler le respondió: No te hagas mala sangre. Soy demasiado tuberculoso para gustar a las mujeres
o a los hombres. La respuesta en sí nos dice mucho, ya que la respuesta de
un hombre heterosexual que no se siente atraído por hombres, sería: “no me atraen
los hombres”.
Cierto que otra de las consecuencias de un complejo de Edipo mal resuelto
es el escaso interés en la parte sexual, lo cual de suyo degenera en una
impotencia que excluye prácticamente toda actividad erótica, pero sin excluir a
priori, y en un plano mental, los amores anormales.
Podemos deducir, a falta de toda referencia segura que nos muestre en
Hitler a un homosexual comprobado, que había en él una homosexualidad latente, razón
por la cual se apegaba mucho a los hombres y poco a las mujeres, incluida Eva
Braun.
Su actitud para con Roehm es un claro ejemplo de ello. Antes de la
conquista del poder, Frank tuvo que defender a Roehm, en un proceso por
difamación, en la que se le acusaba de Homosexual. Frank investigó y descubrió
que la acusación era fundada, y se lo dijo al Führer. Este respondió que
mientras Roehm no pervirtiera a muchachos de corta edad, ello no tenía
importancia. Roehm, por lo tanto, podía tener todas las relaciones que quisiera
con los jefes de las tropas de asalto: Hitler cerraba los ojos, mientras Roehm
y sus jefes fueran fieles a él y a su concepto.
Poco más adelante Hitler sintió que Roehm trabajaba en su contra y
procedió contra él, pagando con su vida lo que Hitler considero como traición.
Hitler denunció a Roehm, ante la faz de Alemania y del mundo, como un repugnante
homosexual, cuando la realidad es que siempre supo que lo era. Después de la
ejecución de Roehm, extendió su paranoia contra todos los homosexuales o
sospechosos de practicarla. Los declaro enemigos del Estado nazi, los
persiguió, marco con un triángulo rosa y los envió en masa a los campos de
exterminio.
Los aparentes amores de Hitler y de Eva Braun no contradicen este
análisis. Su doble y dramático suicidio ha hecho que la masa le atribuya más
importancia a la relación de la que realmente tuvo. La realidad es que el
suicidio de Hitler y Eva fue la última puesta en escena de ese hombre que
manejo lo sensacionalista mejor que ningún otro.
Baldur von Schirach, cuya esposa estaba estrechamente vinculada a Eva
Braun, afirmaba que ésta no tenía en la vida del Führer ascendencia alguna. La
impresión de von Schirach y su esposa, es que Eva era más bien una muñeca
decorativa a la que Hitler usaba para imprimir un aspecto normal a su vida
privada, amén, afirmaban estos, que las relaciones de la pareja no eran
precisamente normales.
Más interesante es aún la profesión que ejercía Eva Braun cuando Hitler
dio con ella: era una modelo conocida por ser usada como la imagen de Viena. Eva
Braun fue una elección razonada. La cual, entre otras cosas, le sirvió de desquite
simbólico sobre el fracaso vienés de su primer amor.
Otro hecho a considerar es la relación que sostuvo Hitler con su joven
sobrina (se repite el mismo fenómeno del papá). Poco antes de asumir el poder,
Hitler vivía en casa de una media hermana y la hija de ésta, Geli Raubal.
Según el testimonio de Otto Strasser, Hitler habría asediado a su
sobrina, o más exactamente, le habría hecho proposiciones de un carácter
especial. Geli confesó a Otto Strasser que su tío se irritó locamente un día, y
la encerró con llave en su cuarto porque ella rehusaba someterse a prácticas increíbles (así reza en la
declaración). Poco después, un tal Padre Semple vendió al tesorero del partido
nazi una carta que no dejaba dudas sobre este episodio. Además, un periodista llamado
Gehrlich había olido el asunto, metió la nariz y consiguió reunir ciertas
informaciones...
El 18 de setiembre de 1931 la hermosa Geli fue hallada muerta de un
balazo, y según Otto Strasser, Hitler le confesó al hermano de éste (Gregor
Strasser), que en un arranque de ira había matado a la muchacha. Su
desesperación era tal que a Gregor le costó trabajo impedirle que se matara. Gregor
se movió y logro que el Juez dictaminara que la muerte de Geli había sido un suicidio por accidente.
Está por demás comentar que tanto el Padre Semple, como Gehrlich y
Gregor Strasser fueron liquidados poco después en el asunto de Roehm. Asunto en
el que, obviamente, no tenían nada que ver. Lo más seguro es que Otto Strasser también
hubiese sido asesinado si Hitler hubiera
sabido que él había recibido las confidencias de Gregor. Otto se refugió en el
extranjero, lo que le eximio de correr la misma suerte su hermano. Los diarios
de la oposición publicaron en su momento que Geli se había suicidado ante las proposiciones infames de su tío.
G.M. Gilbert interrogó a Goering sobre el mismo tema en la prisión de
Nüremberg. Goering siempre asevero que el suicidio había sido accidental. Es
importante recordar que Hitler llamo a Goering y que éste fue el que le imprimió
al asesinato la apariencia de un suicidio. Este no solo era fiel al Führer,
sino que es el único que en el proceso de Nüremberg mantuvo una fidelidad
absoluta al Führer, por lo que era imposible que emitiera una versión diferente
durante los interrogatorios.
En todo caso, Frank y Goering, interrogados por G. M. Gilbert,
confirmaron la versión de Otto y Gregor Strasser en cuanto a las ideas de
suicidio que se apoderaron del Führer a la muerte de Geli. Pasó dos días sin
tomar alimento alguno, y Goering hubo de arrancarle de allí casi a la fuerza
para llevarlo a Hamburgo, donde había de pronunciar un gran discurso político.
Ambos hombres se detuvieron por el camino en un hospedaje para pasar la noche.
A la mañana siguiente, según el relato que Goering hiciera a Gilbert, sirvióse
jamón en el desayuno, y Hitler de pronto alejó el plato diciendo: Es como si comiera de un cadáver. A
partir de ese instante, nunca más volvió a comer carne.
Hitler le llevaba veinte años a su sobrina. Alois, el padre de Hitler,
le llevaba vente años a la madre de Hitler. En ambos casos vemos a un hombre de
más de cuarenta años abusar de la familiaridad que le concedían los vínculos de
parentesco. En donde la semejanza con el padre, en lo referente a la agresión hacia
la mujer, es palpable tanto en el caso de la muchacha de Viena como en el caso
de Geli y posteriormente con Eva. Repetía, pues, lo que tanto odiaba.
Podemos especular sobre la muerte de Geli y decir que la mato en un acceso
de rabia, ya que él había fracasado donde su padre triunfo, no obstante la realidad
es que él canalizo su frustración, transfiriendo su sentido de derrota y
venganza al pueblo alemán, el cual, como ya vimos, se sentía igual.
La transferencia que éste hizo con el pueblo alemán, llego a ser tal, que
no imaginó un solo instante la posibilidad de que Alemania pudiera
sobrevivirle, e impartió órdenes para la destrucción completa del pueblo alemán,
porque no había conseguido probar su superioridad
sobre los otros pueblos.
La muerte de Geli, que precedió en pocos años a la purga Roehm, es
importante, porque cortó el último lazo que unía a Hitler con su propia vida
privada, y las posibilidades de apaciguamiento y de satisfacción que le
quedaban en ese orden de cosas. Es posible que si Geli hubiera aceptado las
pretensiones de su tío, la faz del mundo habría cambiado.