jueves, 26 de noviembre de 2015

Hitler. El triunfo de la mediocridad.

En el artículo publicado el mes de marzo con el nombre de Anómalos, Periféricos y Masa. Explique que hay tres tipos de personas. Los que crean mundo (Anómalos), los que lo dirigen (Periféricos) y los que lo operan (Masa).

El Anómalo es alguien que, como su nombre lo dice, posee una anomalía que ha sabido explotar y dirigir para crear el mundo que habitamos los demás. Esto no quiere decir que todos los héroes o villanos que han poblado la faz de la tierra sean Anómalos. La realidad es que muchos de ellos representan el triunfo de la mediocridad. Hitler es uno de ellos y en este artículo lo trataremos de explicar.

La mejor referencia que tenemos para explicar el tema es la investigación que realizo el psicólogo G. M. Gilbert. Este hombre fue elegido por el comandante de la prisión de Nüremberg como el psicólogo responsable de entrevistar, observar y perfilar a los dirigentes nazis.

G. M. Gilbert tenía libre acceso para entrevistarse con los jerarcas nazis, lo que le permitió mantener largas horas de conversación con ellos, amén de sujetarlos a pruebas psicológicas, observar sus reacciones y perfilar sus respectivas patologías. El proceso de entrevista, pruebas y análisis duro poco más de un año. Año que aprovecho para tomar notas de todas sus conversaciones, amén de pedirles, discutir y analizar los informes que cada uno de ellos elaboró sobre su vida, sobre el movimiento Nazi y sobre Adolfo Hitler.

Una parte de estas investigaciones las podrán encontrar en el libro The Psychology of Dictatorship (The Ronald Press Company). G.M. Gilbert conservo para su estudio y postrer publicación, un manuscrito de mil páginas sobre Adolfo Hitler, escrito por Hans Frank en la prisión de Nüremberg.

Hans Frank fue el abogado de Hitler y el responsable de defenderlo ante innumerables procesos por difamación. Frank, en su calidad de abogado, tenía más conocimiento que cualquier otra persona sobre hechos de la vida de Hitler en los que éste observaba la mayor secrecía.

Hans Frank le hizo a G. M. Gilbert valiosas confidencias sobre la vida del Führer, amén de que le brindo información inédita que éste obtuvo de los compañeros con los que se inició Hitler, especialmente los de Greiner y de Otto Strasser. Greiner, como es sabido, fue un artista plástico, compañero de miseria de los años vieneses de Hitler, y Otto Strasser no es otro que el hermano de Gregor Strasser, rival infortunado del Führer en el partido nazi.

Gregor fue eliminado durante la purga Roehm, pero Otto pudo escapar al extranjero y decir todo lo que su hermano le había comunicado, y todo lo que él mismo sabía sobre Hitler. Así, la investigación de G. M. Gilbert logro abarcar una buena parte de la vida pública y privada del Führer, arrojando información que nos ayuda a entender el destino poco singular de Adolfo Hitler.

Podemos afirmar, en base a la documentación estudiada, que el destino de Adolfo Hitler fue la única cosa notable de un hombre que, en todo lo demás, fue absolutamente mediocre.

Si algo nos ha ensenado la historia es que un hombre, sin tener nada de excepcional, puede, si se lo propone y lo dejan, hundir al mundo en un mar de desesperación, fuego y sangre. La realidad es que no se le puede atribuir un valor extraordinario a lo que fue ese hombre que se llamó Hitler, más que el reconocer que lo único que hizo fue transmutar sus sentimientos de inferioridad y frustración en superioridad y en odios extendidos a grupos enteros… Cosa que logro debido a que las circunstancias históricas del momento estaban a su favor.

Hitler no inventó nada. Alemania había vivido largo tiempo obsesionada por la glorificación de la raza, el odio a los grupos no-germanos, la manía de la persecución y el sueño grandioso de la misión histórica. Lo cual se tornó en humillación después de la derrota de 1918. Esta precipitó más que nunca las circunstancias históricas y psicosociales que propiciaron el fenómeno Hitler.

Por otro lado está el hecho de que Hitler uso la obsesión de gloria y raza del pueblo Alemán como una excusa para justificar su propia medianía y derrota personal. Es importante anotar que Hitler, un fracasado en casi todo, carecía de relaciones y vínculos de clase y de casta. No era obrero ni campesino ni ninguna otra cosa. Vivía y dormía en la calle. Era un hombre que vivía al margen de la sociedad. Un hombre que por razones obvias no podía identificarse con ningún grupo social ni hacer suyas las tradiciones y luchas del mismo. No era más que un individuo anónimo e inexistente para el resto de la sociedad en general. No podía, pues, hallar un canal para su enorme necesidad de agresión, más que el de integrase a un grupo más amplio y abstracto al que, como el resto de los alemanes dolidos por la derrota, se podía unir: el de los vencidos. Y pudo hacerlo gracias a que la conciencia histórica de esa patria, herida por la derrota de 1918, hallábase, como la suya después de los reiterados fracasos de su vida privada, en plena evolución patológica.

En otras palabras, para no reconocer su propia derrota, lo que hizo es hacer suya la derrota de Alemania y suyo también el desquite de todo el pueblo alemán. Encarno, sin dificultad alguna, la derrota de Alemania y la necesidad de demostrar que la glorificación del pueblo alemán era posible, al grado de llegar a considerarse como el mesías del pueblo alemán. Por supuesto que había en él, como todo buen megalómano, un elemento mesiánico. De tal suerte que, sin importar el cumulo de fracasos de su vida privada, sintió que era y podía ser el mesías que Alemania necesitaba para salir adelante de sus problemas.

Hitler hizo de los problemas e Alemania sus problemas. Solía, como todo buen histriónico, derramar un caudal de lágrimas cuando hablaba de la persecución de la que era sujeta la pobre Alemania por la Sociedad de las Naciones, organización, a ojos de él, cien por cien de origen judío. Era tal su odio y fanatismo que al hablar dejaba traslucir la repugnancia que sentía ante la sola idea de que los judíos pudieran pisotear la raza alemana, lo cual, según su propia experiencia, ya estaba pasando. Una muestra de ello era el hecho de que la persona que lo rechazo en la Academia de Artes era judío y que en Viena la muchacha que amaba lo rechazo por un judío.

Es menester entender que estos temas que en la actualidad nos parecen exagerados, eran cotidianos en la Alemania de ese entonces. En otras palabras, no son temas que Hitler haya inventado. Eran temas que yacían en el subconsciente colectivo y que él expresó con una intensidad y frenesí que le permitió multiplicar su poder de influencia y contagio en las masas afectadas. Hitler toco, sin proponérselo, las fibras más sensibles de un pueblo orgulloso pero vencido.

Todas esas ideas de poder y de odio que generaciones de pedagogos habían desarrollado en la mente de los alemanes, tenían como fin crear una identidad y sentido de gloria, cosas, ambas, que Hitler tomo como verdad literal, regresándole al pueblo alemán un discurso que en otras circunstancias no hubiese sido escuchado.

Hitler creía en ello con todo su ser; eran su carne y su sangre. Y los exponía con el romanticismo frenético y ciego de un hombre sin cultura, sin criterio, y además petrificado en feroces prejuicios provinciales, animado de una estulta xenofobia que no tenía otro sustento que los folletines y libelos que leía. La realidad es que era necesario ser singularmente estrecho y limitado para elevar esas ficciones a dignidad y eficacia de una religión revelada. Cosa que pudo hacer, repetimos, debido a las circunstancias.

Es menester entender que los temas paranoicos de venganza, odio y poderío del pueblo alemán, eran temas que, sometidos a la angustia de la época, encontraron eco en personas con circunstancias similares. Temas, que no obstante, no tenían cabida en las conciencias normales o en otro tipo de circunstancias.

Sirva para explicar lo anterior, lo siguiente: el aparente odio al judío que sentía el alemán medio, era en realidad una compensación imaginativa. Compensación que le permitía al alemán sin trabajo, vencido e inferiorizado por la derrota, creerse víctima de una posible conjura mundial, y considerarse, a pesar de todo, superior al profesor judío cuyas obras de ciencia se traducían a todas las lenguas. Pero ello no significaba que esas conciencias pensaran seriamente en la destrucción física del judío.

Hitler captó ese odio abstracto, imaginado, irreal, odio que no obstante anidara en estado latente en la mente del pueblo alemán. Sentimiento que encontró caldo de cultivo con la derrota de Alemania. Hitler proyectó a gran escala ese sentimiento, llevándolo a consecuencias que ningún alemán medio quería, al grado que se esforzaron largamente para no ver la realidad, rechazando con horror y hastió lo que sus elites habían hecho.

Elites que debían pensar, y con razón, que la historia es obra de los sabios o de los locos, en donde, uno de los secretos de la historia, es que en épocas de trastornos se escucha preferentemente a los locos, y eso fue lo que las Elites permitieron y alentaron.

La vida privada de Adolfo Hitler, al margen de todo interés sensacional o anecdótico, asume para el estudioso del comportamiento humano, un interés particular, pues esta explica perfectamente el accionar de éste.

Como todos sabemos, el padre de Hitler (Alois) fue un hijo nacido fuera de matrimonio. Recibió el apellido de su madre, María Schickelgruber, la cual se casó más tarde con un tal Hitler.

Alois tenía 39 años cuando su padrastro lo legitimó y le dio su nombre. La prensa contraria al movimiento nazi publicó, antes de que Hitler conquistará el poder, que la madre de Alois había estado, en el momento de nacer Alois, al servicio de una rica familia judía, y que ésta le pagó por muchos años una pensión por alimentos.

La conclusión era que María Schickelgruber había sido seducida por un miembro de esa familia, y que Adolfo Hitler, por consiguiente, tenía en sus venas sangre judía. En este punto ofrece Frank pormenores de importancia capital.

En 1930 Hitler recibió una carta extorsiva de su medio hermano Alois Hitler (hijo de un primer matrimonio de Alois Schickelgruber-Hitler), quien ofrecía mantener en secreto la historia del abuelo judío, mediante compensaciones. Hitler confesó entonces a Frank que sabía lo de la pensión por alimentos pagada a su abuela por un judío; pero, según él, su abuela había obtenido esa pensión por medio de un engaño. Rogó a Frank que verificara el hecho material del pago de la pensión, y Frank, después de investigar, lo confirmó todo.

En resumen, los hechos que actualmente pueden considerarse seguros son los siguientes:
1). Una familia judía que había tenido a su servicio a la abuela de Adolfo Hitler le pagó durante catorce años una pensión por alimentos, después que dio a luz un hijo ilegítimo;
2). Hitler, aunque negando decididamente que ese hijo ilegítimo fuera el fruto de los amores de su abuela con un judío, admitía, no obstante, que su abuela se hallaba en una posición tal, frente a ese judío, al grado que podía obtener de él una pensión por alimentos gracias a una afirmación engañosa.

Como el nacimiento de Alois Schickelgruber-Hitler se sitúa aproximadamente medio siglo antes del nacimiento de Adolfo Hitler, cabe preguntarse cómo hacía éste para estar tan seguro de que el judío en cuestión no fuera su abuelo. Obsérvese, de paso, que el Führer, para salvarse de la horrible sospecha de tener sangre judía en las venas, suponía que su abuela había tenido dos amantes a la vez, y que había practicado una forma realmente odiosa de estafa, al hacer creer a uno que el hijo del otro era suyo.

Está claro que lo importante no es saber si el abuelo de Adolfo Hitler era o no judío. Lo que importa es que él supo desde su infancia que la pureza aria de su padre era una ficción. La vida de su padre había sido sino un largo y continuado fracaso. Tuvo una gran cantidad de oficios, hasta que finalmente llegó a ser un modesto empleado de aduana. Se retiró a los 56 años y se entregó al alcohol. Su vida sentimental fue accidentada y errática. Su primera esposa se separó del él debido a sus constantes adulterios. Su segunda esposa lo abandonó al cabo de un año. Finalmente se casó a los 49 años con Klara Polzl, que tenía entonces 23 años: él había sido su tutor (Hitler haría algo similar más tarde).

Alois tuvo cinco niños con la madre de Hitler. Las condiciones materiales y morales en que vivía esa familia de siete personas eran poco alentadoras. Dos adultos y cinco niños apiñados en dos piezas. Los niños no sólo eran testigos de las disputas diarias entre el padre y la madre, sino también de las violencias sexuales que sobre la joven ejercía el viejo borracho.

Adolfo, a los diez años, debía traer cada noche de una taberna que hedía a tabaco, a un padre embrutecido por el alcohol. Padre que, por otra parte, lo castigaba con una brutalidad sádica. La madre de Adolfo Hitler era joven e indulgente. Él era su hijo preferido. Adolfo, por su parte, le era profundamente adicto, y se comprenden perfectamente los sentimientos de odio y repulsión que experimentaba por un padre brutal, alcohólico, que se conducía para con la madre del modo que hemos descrito.

Hitler confesó más tarde a Frank que cuando iba a buscar a su padre a la taberna, vivía “la vergüenza más horrible de su vida”. De ahí que el alcohol haya llegado ser el más grande enemigo de su juventud. Lo mismo pasó con el tabaco. Era algo que asociaba con su padre, y todo lo que tenía que ver con él, le causaba el más profundo repudio. Hitler no sólo no fumó jamás, lo que podía explicarse normalmente por el hecho de que no le gustara, sino que además prohibía que se fumara en su presencia.

La relación con su padre era de lo peor. Un día llego a sus manos un libro en el que se relataba que los indios soportaban las peores torturas sin hablar. A partir de ese momento decidió no proferir una sola exclamación cuando su padre lo castigaba, lo cual no dejaba de exasperar al padre, agravando la relación sado masoquista que había entre ellos dos.

Alois quería hacer de su hijo lo que él mismo había sido: un empleado público, lo cual fue suficiente para que Adolfo rechazara tajantemente la opción, optando por algo que fuera lo más alejado de ello. Decidió ser un artista plástico ya que era lo que más molestaba a su padre. Alois deseaba que su hijo adquiriese una instrucción sólida, y en su presencia insistía a menudo sobre ese punto. Adolfo, que poseía una memoria prodigiosa, inició la escuela sin problemas, no obstante y con tal de llevarle la contra a su padre, descuido todas las materias, salvo la de historia. Su profesor de historia era elocuente, y Adolfo vertía lágrimas al escuchar los sufrimientos del pueblo alemán y la persecución de la que era sujeto.

En Mein Kampf dice que las discusiones entre sus padres “eran de tal crudeza que no dejaban nada a la imaginación”. Es posible que su madre haya respondido a los golpes con injurias y que en más de una ocasión lo haya llamado judío o puerco judío (expresión muy común en la época). No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que las agresiones del padre (de ascendencia judía) contra su madre (de ascendencia nórdica) dejaron en él una huella imborrable. Lo que muy probablemente explique la obsesión maníaca de Hitler, que durante toda su vida imaginó el espectáculo de la mujer nórdica profanada por un judío.

Cuando murió ese padre cuya muerte, según todas las probabilidades, había deseado a menudo, hubo de experimentar una sensación de alegría y de alivio, pero es muy probable que con él haya experimentado también -porque el infante cree en el poder mágico del deseo- un vivaz sentimiento de culpabilidad.

Ello explica el hecho de que Hitler, al referir más tarde a Frank la escena de la taberna, no dijera que detestaba a su padre, sino que detestaba lo que el alcohol le había hecho a su padre. Así, el alcohol pasó a ser el símbolo púdico que le permitía satisfacer su odio, al tiempo que “mantenía un respeto por su padre”. Más sintomático aún es ese pasaje de Mein Kampf en que Hitler no teme escribir que “honraba a su padre”: piadosa declaración manifiestamente contradicha por los hechos. Todos éstos son indicios son una prueban de que reprimió el odio que sentía contra su padre, por lo que viose obligado a escogerse un padre simbólico al que pudiera odiar sin transgredir ninguna norma. Ese padre, como por azar, fue el judío.

Hitler siempre creyó en el mito de la omnipotencia judía. Estos, según él, tenían una clara injerencia en los asuntos mundiales. Mito que no era más que una transferencia que éste hizo sobre los judíos y que tiene su origen en esa omnipotencia que los infantes atribuyen habitualmente al padre. Así, Hitler reprimía su rencor contra el padre, escogiendo al judío como padre simbólico. Un padre al que podía odiar sin sentimiento de culpa.

También es notaria la forma en que negaba, sin aportar prueba alguna, que su padre fuera medio judío. Por el contrario, él honraba a su padre y proclamaba su inocencia. En Mein Kampf hecho un velo púdico sobre sus brutalidades y errores. Silenció su alcoholismo y trasmuto en triunfo el fracaso de su vida: decía que su padre había dominado su destino. La transferencia estaba consumada. El verdadero padre de Adolfo Hitler era ahora digno de su hijo, mientras que el padre simbólico heredaba todos sus vicios y el odio que éste le profesaba. Así, el judío, en su calidad de padre simbólico, era un “padre para matar”, sin que ello le generara remordimiento o culpa.

Existen episodios en la vida de Hitler en los que es palpable lo arriba mencionado. En su juventud, en su época de pintor, llego en una ocasión al estudio de su amigo, el pintor Greiner, encontrando ahí a una muchacha de diecisiete años que posaba para él, ya que este debía hacer un afiche para una marca de ropa interior. La modelo tenía un hermoso tipo nórdico y Hitler se enamoró perdidamente de ella. Procuró hacerle la corte de todas las formas posibles, pero siempre fue rechazado. Se obstinó, y un día, hallándose solo con ella en el estudio de Greiner, mientras esta se desvestía, se lanzó sobre ella.

Ese empleo de violencia obedecía a lo que había vivido con su padre, salvo que Hitler no tenía la fuerza física de su padre, por lo que la muchacha consiguió zafarse. En ese momento llegó Greiner quien se dio cuenta de todo. La muchacha salió de la escaramuza con algunos moretones y mordiscos, y Greiner la convenció de no presentar denuncia.

Dicha muchacha fue el primer amor de Hitler. El fracaso fue quemante y la herida profunda. Lo que siguió a ese episodio agravó aún más las cosas. Al poco tiempo la muchacha tenía novio, y Hitler supo que el novio era judío. Se puso fuera de sí. Le dijo a Greiner que estrangularía a ese “puerco judío” (Saujude) que osaba profanar su belleza aria, y escribió al joven una carta llena de amenazas e insultos en la que le decía que la muchacha “era de él”, y que no aceptaría que un Saujude se la quitara. Más tarde, al encontrarse con la pareja en la calle le hizo una escena violenta, y excitó a la multitud para que hicieran un escarmiento a los Saujudes que seducían “a las puras mujeres alemanas”. Hizo una nueva tentativa de escándalo en la ceremonia de la boda, pero dos policías sin uniforme, llevados allá con ese fin, lo expulsaron.

He aquí, pues, que el padre simbólico le robaba y le profanaba a “su novia”, tal como su padre había hecho con su madre. No nos puede asombrar, después de esto, que esta suma de episodios; el rechazo en la Academia de Artes y el de la mujer que amaba, hayan desencadenado en él una sensación de fracaso angustioso e insostenible. Fracaso que podía sumir y capitalizar para aprender de ellos, o rechazar y proyectar para escapar de él.  

Hitler opto por rechazar y proyectar en otros su propio fracaso, lo que irremediablemente le llevo a desencadenar un odio frenético al judío, al grado de pensar en una destrucción en masa. Este no ver la realidad, le llevo a creer que los judíos eran un gobierno dentro del gobierno. Les acusó de ser los dueños del dinero y causantes de todo mal, cuando la realidad es que la gran mayoría de ellos vivían en ghettos. La realidad es que el porcentaje de judíos prósperos era ínfimo en relación con la población judía de la ciudad.

Abundan pruebas que demuestran que Hitler, en su infancia y juventud, vivió conflictos psicosexuales de excepcional violencia. Y como todos sabemos, el complejo de Edipo mal resuelto, deviene en una homosexualidad latente pero no reconocida, y Hitler no fue la excepción. No obstante es menester reconocer que G.M. Gilbert, quien pudo interrogar sobre ese punto a sus íntimos, no encontró en la vida de Hitler experiencias de éste tipo.

Lo que tenía Hitler era una conducta ambigua, propia de quien se niega a reconocer su tendencia homosexual. A Greiner, que en Viena se alarmaba de verle frecuentar a homosexuales, Hitler le respondió: No te hagas mala sangre. Soy demasiado tuberculoso para gustar a las mujeres o a los hombres. La respuesta en sí nos dice mucho, ya que la respuesta de un hombre heterosexual que no se siente atraído por hombres, sería: “no me atraen los hombres”.

Cierto que otra de las consecuencias de un complejo de Edipo mal resuelto es el escaso interés en la parte sexual, lo cual de suyo degenera en una impotencia que excluye prácticamente toda actividad erótica, pero sin excluir a priori, y en un plano mental, los amores anormales.

Podemos deducir, a falta de toda referencia segura que nos muestre en Hitler a un homosexual comprobado, que había en él una homosexualidad latente, razón por la cual se apegaba mucho a los hombres y poco a las mujeres, incluida Eva Braun.

Su actitud para con Roehm es un claro ejemplo de ello. Antes de la conquista del poder, Frank tuvo que defender a Roehm, en un proceso por difamación, en la que se le acusaba de Homosexual. Frank investigó y descubrió que la acusación era fundada, y se lo dijo al Führer. Este respondió que mientras Roehm no pervirtiera a muchachos de corta edad, ello no tenía importancia. Roehm, por lo tanto, podía tener todas las relaciones que quisiera con los jefes de las tropas de asalto: Hitler cerraba los ojos, mientras Roehm y sus jefes fueran fieles a él y a su concepto.

Poco más adelante Hitler sintió que Roehm trabajaba en su contra y procedió contra él, pagando con su vida lo que Hitler considero como traición.

Hitler denunció a Roehm, ante la faz de Alemania y del mundo, como un repugnante homosexual, cuando la realidad es que siempre supo que lo era. Después de la ejecución de Roehm, extendió su paranoia contra todos los homosexuales o sospechosos de practicarla. Los declaro enemigos del Estado nazi, los persiguió, marco con un triángulo rosa y los envió en masa a los campos de exterminio.

Los aparentes amores de Hitler y de Eva Braun no contradicen este análisis. Su doble y dramático suicidio ha hecho que la masa le atribuya más importancia a la relación de la que realmente tuvo. La realidad es que el suicidio de Hitler y Eva fue la última puesta en escena de ese hombre que manejo lo sensacionalista mejor que ningún otro.

Baldur von Schirach, cuya esposa estaba estrechamente vinculada a Eva Braun, afirmaba que ésta no tenía en la vida del Führer ascendencia alguna. La impresión de von Schirach y su esposa, es que Eva era más bien una muñeca decorativa a la que Hitler usaba para imprimir un aspecto normal a su vida privada, amén, afirmaban estos, que las relaciones de la pareja no eran precisamente normales.

Más interesante es aún la profesión que ejercía Eva Braun cuando Hitler dio con ella: era una modelo conocida por ser usada como la imagen de Viena. Eva Braun fue una elección razonada. La cual, entre otras cosas, le sirvió de desquite simbólico sobre el fracaso vienés de su primer amor.

Otro hecho a considerar es la relación que sostuvo Hitler con su joven sobrina (se repite el mismo fenómeno del papá). Poco antes de asumir el poder, Hitler vivía en casa de una media hermana y la hija de ésta, Geli Raubal.

Según el testimonio de Otto Strasser, Hitler habría asediado a su sobrina, o más exactamente, le habría hecho proposiciones de un carácter especial. Geli confesó a Otto Strasser que su tío se irritó locamente un día, y la encerró con llave en su cuarto porque ella rehusaba someterse a prácticas increíbles (así reza en la declaración). Poco después, un tal Padre Semple vendió al tesorero del partido nazi una carta que no dejaba dudas sobre este episodio. Además, un periodista llamado Gehrlich había olido el asunto, metió la nariz y consiguió reunir ciertas informaciones...

El 18 de setiembre de 1931 la hermosa Geli fue hallada muerta de un balazo, y según Otto Strasser, Hitler le confesó al hermano de éste (Gregor Strasser), que en un arranque de ira había matado a la muchacha. Su desesperación era tal que a Gregor le costó trabajo impedirle que se matara. Gregor se movió y logro que el Juez dictaminara que la muerte de Geli había sido un suicidio por accidente.

Está por demás comentar que tanto el Padre Semple, como Gehrlich y Gregor Strasser fueron liquidados poco después en el asunto de Roehm. Asunto en el que, obviamente, no tenían nada que ver. Lo más seguro es que Otto Strasser también hubiese sido  asesinado si Hitler hubiera sabido que él había recibido las confidencias de Gregor. Otto se refugió en el extranjero, lo que le eximio de correr la misma suerte su hermano. Los diarios de la oposición publicaron en su momento que Geli se había suicidado ante las proposiciones infames de su tío.

G.M. Gilbert interrogó a Goering sobre el mismo tema en la prisión de Nüremberg. Goering siempre asevero que el suicidio había sido accidental. Es importante recordar que Hitler llamo a Goering y que éste fue el que le imprimió al asesinato la apariencia de un suicidio. Este no solo era fiel al Führer, sino que es el único que en el proceso de Nüremberg mantuvo una fidelidad absoluta al Führer, por lo que era imposible que emitiera una versión diferente durante los interrogatorios.

En todo caso, Frank y Goering, interrogados por G. M. Gilbert, confirmaron la versión de Otto y Gregor Strasser en cuanto a las ideas de suicidio que se apoderaron del Führer a la muerte de Geli. Pasó dos días sin tomar alimento alguno, y Goering hubo de arrancarle de allí casi a la fuerza para llevarlo a Hamburgo, donde había de pronunciar un gran discurso político. Ambos hombres se detuvieron por el camino en un hospedaje para pasar la noche. A la mañana siguiente, según el relato que Goering hiciera a Gilbert, sirvióse jamón en el desayuno, y Hitler de pronto alejó el plato diciendo: Es como si comiera de un cadáver. A partir de ese instante, nunca más volvió a comer carne.

Hitler le llevaba veinte años a su sobrina. Alois, el padre de Hitler, le llevaba vente años a la madre de Hitler. En ambos casos vemos a un hombre de más de cuarenta años abusar de la familiaridad que le concedían los vínculos de parentesco. En donde la semejanza con el padre, en lo referente a la agresión hacia la mujer, es palpable tanto en el caso de la muchacha de Viena como en el caso de Geli y posteriormente con Eva. Repetía, pues, lo que tanto odiaba.

Podemos especular sobre la muerte de Geli y decir que la mato en un acceso de rabia, ya que él había fracasado donde su padre triunfo, no obstante la realidad es que él canalizo su frustración, transfiriendo su sentido de derrota y venganza al pueblo alemán, el cual, como ya vimos, se sentía igual.

La transferencia que éste hizo con el pueblo alemán, llego a ser tal, que no imaginó un solo instante la posibilidad de que Alemania pudiera sobrevivirle, e impartió órdenes para la destrucción completa del pueblo alemán, porque no había conseguido probar su superioridad sobre los otros pueblos.

La muerte de Geli, que precedió en pocos años a la purga Roehm, es importante, porque cortó el último lazo que unía a Hitler con su propia vida privada, y las posibilidades de apaciguamiento y de satisfacción que le quedaban en ese orden de cosas. Es posible que si Geli hubiera aceptado las pretensiones de su tío, la faz del mundo habría cambiado.


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