El
romanticismo nace a finales del siglo XVIII.
El
movimiento del romanticismo (aquello que no se puede expresar con palabras) se
convierte rápidamente en una vía de escape de la realidad. Es un movimiento en
donde el ideal (lo que no existe, lo que no es) tiene supremacía sobre lo que
sí existe, sobre lo que sí es.
El
romanticismo o idealismo se consolida en el siglo XIX llegando a su culmen en
el primer y segundo cuartil del siglo XX. De ese entonces a la fecha ha ido perdiendo
fuerza, no obstante nos ha legado conceptos e ideas que seguramente van a durar
una o dos centurias más… Hasta que le realidad, siempre inobjetable, los acogote
y extermine.
En
lo esencial los seres humanos nos comportamos, más allá de las particularidades que nos distinguen,
como son la geografía en la que nacimos
y habitamos, la raza y la historia que esta genera, igual que al resto de nuestros congéneres. Hay, claro está,
particularidades que nos distinguen e individualizan, pero en lo general nuestro
comportamiento obedece a las características de nuestra especie.
No
nos damos cuenta de ello debido a que en la ineluctable individualidad en la
que nos movemos, no nos es posible ver más allá de ese particular, interesante
y apasionante viaje que hacemos del útero al sepulcro, circunscribiendo nuestra
atención y energía a nuestro quehacer biográfico y a nuestro espacio - tiempo.
Los
siglos previos al XIX fueron de una racionalidad y objetividad tal, que la
única forma en que podíamos escapar intermitentemente de la realidad era a
través de la creación y del trabajo, ya fuera este agrícola, comercial,
eclesiástico, militar, artístico o político.
La
vida en ese entonces era igual a la de hoy: cruda, agreste y competitiva. La vida
no es justa o injusta, la vida solo es. Somos nosotros los que la matizamos vía
los conceptos de justicia o injusticia, sin embargo la realidad es que la vida
solo es y a esta le tiene sin cuidado nuestro muy particular y común parecer.
La
vida va a continuar con o sin nosotros, indistintamente de que vivamos
instalados en la psicología del auto-engaño o en la realidad.
Todavía
a principios del siglo XX, se morían en los primeros cinco años de vidas, ocho
de cada diez niños. Las madres, padres y hermanos de los mismos estaban tan
acostumbrados a la muerte, que no veían esta como la vemos nosotros. Enterraban
a sus muertos en el patio de la casa y con los muertos su dolor. Entendían a la
perfección que la muerte de los muertos es la vida y que no se podían parar en
el dolor, ya que la vida seguía y no se iba a detener por ellos o por su dolor.
Esta
constante en el devenir de los siglos es lo que dio pie a que naciera el
romanticismo como vía de escape aun a sabiendas de que este era una burda
ilusión. La realidad no se va a detener ni va a cambiar por las emociones e
ilusiones de una persona o de todas las personas.
No
obstante en el siglo XIX la humanidad escapo en Masa de la realidad
refugiándose en el siempre incierto, intermitente y cambiante mundo de los
ideales y de las emociones, dándole a estas un certificado de legitimidad y
perdurabilidad que por esencia no tienen.
Herencias
del romanticismo.
El
romanticismo nos legó ideas y conceptos que no tienen razón de ser, pero que
rigen nuestra toma de decisiones y con ellas el devenir de nuestra vida. Veamos
algunos de ellos y sus nefastas consecuencias.
Vocación.
Una de las ideas más románticas e inútiles del
romanticismo es la de la vocación. Esta dice que es de suma importancia que el
discente sepa para qué es naturalmente bueno, ya que esto le ayudará a hacer
una elección inteligente para su futuro, escogiendo lo que va a estudiar y por
ende a lo que se va a dedicar, lo cual, en teoría, incrementará sus
posibilidades de éxito.
La
realidad es que a finales del siglo XX y en lo que va del XXI, el 85% de las
personas terminan trabajando en algo totalmente distinto a lo que estudiaron. La
realidad ha demostrado que puede más la determinación que la vocación.
La
palabra vocación proviene del latín vocati
cion (llamado). Más tarde, a mediados del siglo XX, se presupuso que el vocati cion se leyera o tradujera como un llamado de la
naturaleza, cuando en la realidad solo significa llamado.
En
nada se percibe más la realidad que en las grandes crisis. Estas ponen de
manifiesto la naturaleza humana, tanto en lo bueno como en lo malo, sin embargo
si algo nos ha demostrado la realidad, por ejemplo en las dos grandes guerras
del siglo XX, es que el ser humano puede hacer todo lo que se propone, tenga o
no vocación para ello, ya que la vocación, bien entendida, no es más que la
forma en que hacemos las cosas.
Así
pues, la vocación no pone de manifiesto aquello para lo que la persona es
naturalmente buena, sino la forma en que esta hace las cosas. Todo nuestro
accionar tiene un sello que lo hace nuestro y que permite que los demás sepan
que fuimos nosotros los autores de ese hacer.
En
nada se percibe más esto que en los escritores. Lea usted a un autor, y después
de cinco o seis libros descubrirá que el autor se repite en formas, más no en
fondos. Es decir, cambiara la trama, el argumento y el contenido, más no la
forma de escribir. Esta le identifica y le da forma.
Lo
mismo pasa en los demás aconteceres de nuestra vida… Revise su biografía y
descubrirá que siempre se equivoca con el mismo tipo de personas y en el mismo
tipo de cosas. Cambia el rostro, el tono de piel o el idioma, pero en esencia
todas las personas con las que se equivoca poseen un común denominador que hace
que usted se equivoque con ellas, ya que la elección que usted hace posee un
sello que le identifica y caracteriza. Esto se debe a su vocación, es decir, a
la forma en que usted hace las cosas.
Así
pues no se preocupe por el falso concepto de la vocación. Usted, su hijo, su
socio, pareja, amante o amigo puede hacer todo lo que se proponga, obedezca o
no a sus habilidades, gustos y preferencias.
Educación.
Otro
concepto que obedece al romanticismo es el valor que en la actualidad le hemos
dado a la instrucción pública, a la cual erróneamente hemos llamado educación.
La educación se da por contagio y esta se adquiere en la casa. La instrucción es
pública y esta se adquiere en las aulas y en los libros. Nada tiene que ver la
educación con la instrucción.
En
este artículo nos circunscribiremos a la instrucción pública.
A
nivel mundial se estima que el 85% de la población se dedica a algo muy
diferente a lo que estudio. La instrucción pública es de suma importancia para
los especialistas, más no para los generalistas.
Si
usted tiene un problema de salud, buscará al mejor especialista que su dinero
pueda pagar, para que lo atienda y cure. Lo mismo hará en el combes de las
finanzas, impuestos, construcción, electrónica, redes y demás etcéteras donde
el especialista es de vital importancia.
En
esos oficios una especialización es de alto valor, no obstante la gran mayoría
de los oficios tienen que ver más con la operación, dirección y toma de
decisiones en donde un generalista puede rendir más y mejores frutos que un
especialista.
El
especialista cada día sabe más de menos. Más de lo suyo, menos de los demás. No
estoy demeritando a los especialistas. Son de vital importancia, no obstante lo
son solo en lo suyo, que es donde queremos que sean los mejores. Sin embargo no
son, en el combes de lo general, la mejor opción.
Antes
de que el Romanticismo invadiera los hogares y aulas del planeta, la educación
se impartía en los hogares o en las iglesias, y si bien es cierto que esta se circunscribía
a materias específicas, también lo es el hecho de que era mucho más importante
el oficio que la instrucción.
Por
supuesto que había universidades, no obstante a estas podía acudir muy poca
gente. La generalidad obtenía sus conocimientos y educación en los hogares o
Iglesias.
En
los países de habla hispana el oficio era una parte esencial de la educación hasta
el siglo XIX y mediados del XX. Los infantes aprendían un oficio desde
pequeños, de tal suerte que cuando estos llegan a la adolescencia, podían
contribuir a los gastos de la casa con los ingresos que les generaba su oficio,
ya sea en calidad de aprendiz o, si su capacidad lo permitía, como maestros de
su oficio.
El
Romanticismo hizo que poco a poco fuéramos perdiendo el valor del oficio y lo
supliéramos por el valor del título. Este nos brindaba un abolengo que no
teníamos. Como no podíamos ser condes duques o barones nos conformábamos con
ser médicos, abogados o ingenieros.
En
la segunda mitad del siglo XX era más importante la instrucción que el oficio.
Este había perdido todos sus méritos amén de que ofrecía poco aprecio social.
En cambio, un joven que estuviera de tiempo completo estudiando una carrera,
gozaba de más aprecio que aquel que combinaba sus estudios con el desempeño de
un oficio.
Al
perder el oficio perdimos algo muy importante, la formación del carácter que
este ayuda formar junto con el oficio. A los discentes de la segunda mitad del
siglo XX y lo que va del XXI le enseñamos a ir a la escuela, como si eso fuera
todo lo que pueden aprender y aportar a los suyos y a la sociedad.
Hablamos
mucho de la responsabilidad social sin embargo poco nada hacemos al respecto.
La responsabilidad social de los padres de familia es formar la inteligencia y
el carácter de sus hijos.
Inteligencia
para pensar lo que se piensa y carácter para educar la voluntad, la cual nos
ayudara a acometer y resistir los embates de la vida, y si aunado esto se les
da una buena instrucción pública, pues que mejor, no obstante la realidad es
que la instrucción pública sin inteligencia y voluntad no sirve para nada.
Si
algo nos ha demostrado la vida es que al niño que se le enseña a ser grande de
niño, será grande de grande. Por el contrario, al que de niño se le enseña a
ser niño, será niño de grande. Una de las grandes preguntas que los padres de
familia nos debemos hacer es la siguiente: qué les queremos dar, proyección o
protección.
Lo
que normalmente hacemos es darles protección, de tal suerte que esto hace que
cada vez salgan más tarde del nido y con ello a la realidad. No los hacemos
responsables de nada o de casi nada.
Esto
es lo que hace que las nuevas generaciones sean más comodonas que las
anteriores. Hemos formado personas con un alto nivel de instrucción pública
pero con bajo nivel de inteligencia, voluntad y sentido de responsabilidad.
Personas que hablan mucho de la ética, de los valores y de la responsabilidad
social, pero que nada hacen al respecto.
Son
personas que seguramente aportarán su grano de arena a la sociedad, sin embargo
la realidad es que cada vez se tardan más en hacerlo, debido, entre otras
cosas, al hecho irrefutable de que hoy le damos más valor a los estudios de
tiempo completo, postergándolas y despreocupándolas de la responsabilidad de
aportar, ya que el aporte que se les exige hoy es de nivel académico.
Entre
mejores calificaciones obtienen, más se les permite demorar su contribución a
la sociedad. Entre menos notas obtengan, más se les demerita y se les exige que
contribuyan al gasto de la casa, lo que a la postre es muy posible que les
resulte más benéfico que a los primeros.
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