martes, 15 de noviembre de 2016

La ilusión del romanticismo.

El romanticismo nace a finales del siglo XVIII.
El movimiento del romanticismo (aquello que no se puede expresar con palabras) se convierte rápidamente en una vía de escape de la realidad. Es un movimiento en donde el ideal (lo que no existe, lo que no es) tiene supremacía sobre lo que sí existe, sobre lo que sí es.

El romanticismo o idealismo se consolida en el siglo XIX llegando a su culmen en el primer y segundo cuartil del siglo XX. De ese entonces a la fecha ha ido perdiendo fuerza, no obstante nos ha legado conceptos e ideas que seguramente van a durar una o dos centurias más… Hasta que le realidad, siempre inobjetable, los acogote y extermine.

En lo esencial los seres humanos nos comportamos, más allá de las particularidades que nos distinguen, como son la geografía en la que nacimos y habitamos, la raza y la historia que esta genera, igual que al resto de nuestros congéneres. Hay, claro está, particularidades que nos distinguen e individualizan, pero en lo general nuestro comportamiento obedece a las características de nuestra especie.

No nos damos cuenta de ello debido a que en la ineluctable individualidad en la que nos movemos, no nos es posible ver más allá de ese particular, interesante y apasionante viaje que hacemos del útero al sepulcro, circunscribiendo nuestra atención y energía a nuestro quehacer biográfico y a nuestro espacio - tiempo.

Los siglos previos al XIX fueron de una racionalidad y objetividad tal, que la única forma en que podíamos escapar intermitentemente de la realidad era a través de la creación y del trabajo, ya fuera este agrícola, comercial, eclesiástico, militar, artístico o político.

La vida en ese entonces era igual a la de hoy: cruda, agreste y competitiva. La vida no es justa o injusta, la vida solo es. Somos nosotros los que la matizamos vía los conceptos de justicia o injusticia, sin embargo la realidad es que la vida solo es y a esta le tiene sin cuidado nuestro muy particular y común parecer.

La vida va a continuar con o sin nosotros, indistintamente de que vivamos instalados en la psicología del auto-engaño o en la realidad.

Todavía a principios del siglo XX, se morían en los primeros cinco años de vidas, ocho de cada diez niños. Las madres, padres y hermanos de los mismos estaban tan acostumbrados a la muerte, que no veían esta como la vemos nosotros. Enterraban a sus muertos en el patio de la casa y con los muertos su dolor. Entendían a la perfección que la muerte de los muertos es la vida y que no se podían parar en el dolor, ya que la vida seguía y no se iba a detener por ellos o por su dolor.

Esta constante en el devenir de los siglos es lo que dio pie a que naciera el romanticismo como vía de escape aun a sabiendas de que este era una burda ilusión. La realidad no se va a detener ni va a cambiar por las emociones e ilusiones de una persona o de todas las personas. 

No obstante en el siglo XIX la humanidad escapo en Masa de la realidad refugiándose en el siempre incierto, intermitente y cambiante mundo de los ideales y de las emociones, dándole a estas un certificado de legitimidad y perdurabilidad que por esencia no tienen.

Herencias del romanticismo.
El romanticismo nos legó ideas y conceptos que no tienen razón de ser, pero que rigen nuestra toma de decisiones y con ellas el devenir de nuestra vida. Veamos algunos de ellos y sus nefastas consecuencias.

Vocación.
Una de las ideas más románticas e inútiles del romanticismo es la de la vocación. Esta dice que es de suma importancia que el discente sepa para qué es naturalmente bueno, ya que esto le ayudará a hacer una elección inteligente para su futuro, escogiendo lo que va a estudiar y por ende a lo que se va a dedicar, lo cual, en teoría, incrementará sus posibilidades de éxito.   

La realidad es que a finales del siglo XX y en lo que va del XXI, el 85% de las personas terminan trabajando en algo totalmente distinto a lo que estudiaron. La realidad ha demostrado que puede más la determinación que la vocación.

La palabra vocación proviene del latín vocati cion (llamado). Más tarde, a mediados del siglo XX, se presupuso que el vocati cion se leyera o tradujera como un llamado de la naturaleza, cuando en la realidad solo significa llamado.

En nada se percibe más la realidad que en las grandes crisis. Estas ponen de manifiesto la naturaleza humana, tanto en lo bueno como en lo malo, sin embargo si algo nos ha demostrado la realidad, por ejemplo en las dos grandes guerras del siglo XX, es que el ser humano puede hacer todo lo que se propone, tenga o no vocación para ello, ya que la vocación, bien entendida, no es más que la forma en que hacemos las cosas.

Así pues, la vocación no pone de manifiesto aquello para lo que la persona es naturalmente buena, sino la forma en que esta hace las cosas. Todo nuestro accionar tiene un sello que lo hace nuestro y que permite que los demás sepan que fuimos nosotros los autores de ese hacer.

En nada se percibe más esto que en los escritores. Lea usted a un autor, y después de cinco o seis libros descubrirá que el autor se repite en formas, más no en fondos. Es decir, cambiara la trama, el argumento y el contenido, más no la forma de escribir. Esta le identifica y le da forma.

Lo mismo pasa en los demás aconteceres de nuestra vida… Revise su biografía y descubrirá que siempre se equivoca con el mismo tipo de personas y en el mismo tipo de cosas. Cambia el rostro, el tono de piel o el idioma, pero en esencia todas las personas con las que se equivoca poseen un común denominador que hace que usted se equivoque con ellas, ya que la elección que usted hace posee un sello que le identifica y caracteriza. Esto se debe a su vocación, es decir, a la forma en que usted hace las cosas.

Así pues no se preocupe por el falso concepto de la vocación. Usted, su hijo, su socio, pareja, amante o amigo puede hacer todo lo que se proponga, obedezca o no a sus habilidades, gustos y preferencias.

Educación.
Otro concepto que obedece al romanticismo es el valor que en la actualidad le hemos dado a la instrucción pública, a la cual erróneamente hemos llamado educación. 

La educación se da por contagio y esta se adquiere en la casa. La instrucción es pública y esta se adquiere en las aulas y en los libros. Nada tiene que ver la educación con la instrucción.

En este artículo nos circunscribiremos a la instrucción pública.
A nivel mundial se estima que el 85% de la población se dedica a algo muy diferente a lo que estudio. La instrucción pública es de suma importancia para los especialistas, más no para los generalistas.

Si usted tiene un problema de salud, buscará al mejor especialista que su dinero pueda pagar, para que lo atienda y cure. Lo mismo hará en el combes de las finanzas, impuestos, construcción, electrónica, redes y demás etcéteras donde el especialista es de vital importancia.

En esos oficios una especialización es de alto valor, no obstante la gran mayoría de los oficios tienen que ver más con la operación, dirección y toma de decisiones en donde un generalista puede rendir más y mejores frutos que un especialista.

El especialista cada día sabe más de menos. Más de lo suyo, menos de los demás. No estoy demeritando a los especialistas. Son de vital importancia, no obstante lo son solo en lo suyo, que es donde queremos que sean los mejores. Sin embargo no son, en el combes de lo general, la mejor opción.

Antes de que el Romanticismo invadiera los hogares y aulas del planeta, la educación se impartía en los hogares o en las iglesias, y si bien es cierto que esta se circunscribía a materias específicas, también lo es el hecho de que era mucho más importante el oficio que la instrucción.

Por supuesto que había universidades, no obstante a estas podía acudir muy poca gente. La generalidad obtenía sus conocimientos y educación en los hogares o Iglesias.

En los países de habla hispana el oficio era una parte esencial de la educación hasta el siglo XIX y mediados del XX. Los infantes aprendían un oficio desde pequeños, de tal suerte que cuando estos llegan a la adolescencia, podían contribuir a los gastos de la casa con los ingresos que les generaba su oficio, ya sea en calidad de aprendiz o, si su capacidad lo permitía, como maestros de su oficio.

El Romanticismo hizo que poco a poco fuéramos perdiendo el valor del oficio y lo supliéramos por el valor del título. Este nos brindaba un abolengo que no teníamos. Como no podíamos ser condes duques o barones nos conformábamos con ser médicos, abogados o ingenieros.

En la segunda mitad del siglo XX era más importante la instrucción que el oficio. Este había perdido todos sus méritos amén de que ofrecía poco aprecio social. En cambio, un joven que estuviera de tiempo completo estudiando una carrera, gozaba de más aprecio que aquel que combinaba sus estudios con el desempeño de un oficio.

Al perder el oficio perdimos algo muy importante, la formación del carácter que este ayuda formar junto con el oficio. A los discentes de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI le enseñamos a ir a la escuela, como si eso fuera todo lo que pueden aprender y aportar a los suyos y a la sociedad.

Hablamos mucho de la responsabilidad social sin embargo poco nada hacemos al respecto. La responsabilidad social de los padres de familia es formar la inteligencia y el carácter de sus hijos.

Inteligencia para pensar lo que se piensa y carácter para educar la voluntad, la cual nos ayudara a acometer y resistir los embates de la vida, y si aunado esto se les da una buena instrucción pública, pues que mejor, no obstante la realidad es que la instrucción pública sin inteligencia y voluntad no sirve para nada.

Si algo nos ha demostrado la vida es que al niño que se le enseña a ser grande de niño, será grande de grande. Por el contrario, al que de niño se le enseña a ser niño, será niño de grande. Una de las grandes preguntas que los padres de familia nos debemos hacer es la siguiente: qué les queremos dar, proyección o protección.

Lo que normalmente hacemos es darles protección, de tal suerte que esto hace que cada vez salgan más tarde del nido y con ello a la realidad. No los hacemos responsables de nada o de casi nada.

Esto es lo que hace que las nuevas generaciones sean más comodonas que las anteriores. Hemos formado personas con un alto nivel de instrucción pública pero con bajo nivel de inteligencia, voluntad y sentido de responsabilidad. Personas que hablan mucho de la ética, de los valores y de la responsabilidad social, pero que nada hacen al respecto.

Son personas que seguramente aportarán su grano de arena a la sociedad, sin embargo la realidad es que cada vez se tardan más en hacerlo, debido, entre otras cosas, al hecho irrefutable de que hoy le damos más valor a los estudios de tiempo completo, postergándolas y despreocupándolas de la responsabilidad de aportar, ya que el aporte que se les exige hoy es de nivel académico.

Entre mejores calificaciones obtienen, más se les permite demorar su contribución a la sociedad. Entre menos notas obtengan, más se les demerita y se les exige que contribuyan al gasto de la casa, lo que a la postre es muy posible que les resulte más benéfico que a los primeros.  


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