Recién
impartí una conferencia en donde comentaba que hemos pasado de la generación de
los conquistadores a la generación de los merecedores.
Sentencia
que no es del todo cierta, ya que poco a poco se está gestando un cambio en las
nuevas generaciones que ni por equivocación tuvieron las que les precedieron. Claro
que es un sector favorecido el que está experimentando este cambio. Es un porción
de jóvenes que están expuestos a horizontes culturales que les permiten soñar con
emprender. Este sector no sueña con el empleo de su vida. Sueñan con el
emprendimiento de su vida.
Recién
le comentaba a uno de mis hijos que no se preocupe, que la vida es muy simple... Que siempre que piense que no puede realizar sus sueños, tenga en mente que siempre habrá alguien que lo pueda contratar para realizar los suyos. Es una cuestión de elección.
La realidad es que son pocos los jóvenes que tienen estas oportunidades. La gran mayoría sigue pensando en el empleo de su vida, pero esto es algo que poco a poco va a desaparecer. Tanto por los avances de la tecnología como por los cambios en la dinámica poblacional que se está gestando a nivel mundial.
La realidad es que son pocos los jóvenes que tienen estas oportunidades. La gran mayoría sigue pensando en el empleo de su vida, pero esto es algo que poco a poco va a desaparecer. Tanto por los avances de la tecnología como por los cambios en la dinámica poblacional que se está gestando a nivel mundial.
No
obstante es menester reconocer que una muy buena parte de mis coetáneos -y de las generaciones que me suceden-, siguen trabajando, sin
importar circunstancias y posición socio económica, en crear
la generación de los merecedores en lugar de construir la generación de los
conquistadores.
Este
artículo lleva como nombre una pregunta interesante: ¿Quién es más injusto, aquel
que da más de lo que le persona merece o aquel que da menos de lo que esta merece?
Obviamente
que ninguno de los dos cumple en estricta razón con el Ius romano: dar a cada quien lo de dada quien. Ni un peso más, ni
un peso menos. No obstante la pregunta sigue en pie: quién, desde el punto de
vista de la antropología es más injusto.
Tal
vez si la pregunta la planteamos de otra forma que permita que mis dos o tres
lectores la entiendan mejor y por ende respondan con mayor propiedad
a la misma: ¿Quién te hace más daño: aquel que te da más de lo que te mereces o
aquel que te da menos de lo que mereces?
La
conferencia en cuestión era sobre la formación de los hijos. En dicha
conferencia les comentaba que si queremos que los hijos sean lo mismo o más que
nosotros, tenemos que darles a cargar lo mismo o más de lo que cargamos.
Por
supuesto que las cosas no son así de simples. Los seres humanos somos la suma de muchas causas. Por lo que seré más específico.
Somos
lo que fuimos, seremos lo que somos.
Hoy
somos una consecuencia de lo que hicimos ayer. Mañana seremos una consecuencia
de lo que hagamos hoy.
De
tal suerte que si queremos que nuestros hijos sean más que nosotros, debiéramos
considerar la posibilidad de darles a cargar una responsabilidad similar o
mayor a la que cargamos cuando teníamos su edad. Si nuestras circunstancias y
posición nos permiten darles más de lo que tuvimos, no seamos egoístas y
démosles a cargar más de lo que cargamos.
Como
padres tenemos todos los derechos del mundo, menos uno de ellos… El de privarlos del derecho de
conquista. No obstante la realidad es que es el derecho que más les quitamos, el de conquista. Tendemos a resolverles y proveerles todo. Desde un simple traslado de
un lugar a otro (no saben moverse en transporte público) hasta los más nimios
detalles escolásticos con tareas, profesores y directivos, sin contar con el apremio y
exigencia que tienen por estar a la moda, tanto en la ropa como en lo
electrónico.
El
mayor de mis hijos se mueve a todas partes en transporte público. En una
ocasión le pedí que le enseñara al menor de mis hijos a moverse en transporte
público. Para tal efecto se fueron a una esquina para esperar el camión y empezar
el recorrido. Estando en la esquina un taxista le toca el claxon y Alonso (el
mayor de mis hijos) le dice con la mano que no. Mi hijo el menor ve que su
hermano está saludando al taxista y le comenta con inusitado asombro: ¡No puede
ser…, conoces al taxista!
Esto
que llevará a gracia a más de un lector, pone en evidencia lo mucho que les
hemos acotado el nivel de exposición a nuestros hijos, y cierto estoy que así
como me paso a mí, le pasa, en una u otra forma, a la gran mayoría de los
padres de familia.
Cada
uno de nosotros, sin importar el nivel socio económico que tengamos, le
brindamos a nuestra dinastía más protección que proyección, cuando lo que
realmente debemos hacer es exponerlos al mundo, que al fin y al cabo es donde
van a tener que hacer la vida.
Es
de naturaleza humana estimar en poco lo que cuesta poco.
Una
de las razones por la cual las nuevas generaciones no valoran lo que tienen, es
por el hecho de que les ha costado poco tener lo que tienen.
Los
padres de familia, en ese afán de darles todo aquello que no tuvimos, nos volcamos sobre
ellos dándoles cosas que desean pero que no necesitan. En la vida, no lo
olvidemos, son más los deseos que las necesidades.
Las necesidades son muy pocas, los deseos bastos.
Mi hijo el mayor ya tiene carro, pero lo que se compro es transporte, no marca. En cuanto marca, son muchas y variadas las que podemos comprar, sin embargo la realidad es que lo que necesitamos es transporte, no marca.
Las necesidades son muy pocas, los deseos bastos.
Mi hijo el mayor ya tiene carro, pero lo que se compro es transporte, no marca. En cuanto marca, son muchas y variadas las que podemos comprar, sin embargo la realidad es que lo que necesitamos es transporte, no marca.
Cuando
a alguien le damos más de lo que merece, es decir, más de lo que se ha ganado,
le estamos haciendo más mal que el que le haríamos cuando le damos menos de lo
que se merece.
Cierto
es que cuando les damos menos de lo que se merecen o de lo que se han ganado,
les estamos creando una frustración administrada la cual podemos justificar de
manera temporal pero no permanentemente, es decir, se los tenemos que resarcir,
pero siempre será mejor darles menos de lo que se merecen que más de lo que
merecen.
Por
otro lado es importante entender que una de nuestras responsabilidades es
administrarles la frustración. El hogar es una burbuja, la cual tiene sus retos
y problemas, sin embargo el hogar es un laboratorio de temperatura controlada,
por muy agrestes que estén las cosas ahí, siempre hay un marco de protección que
no se tiene en el exterior.
El
mundo fuera de casa, es decir el mundo real, no tiene la temperatura
controlada. Está lleno de oblicuidades y variables que constantemente nos llevan
a la frustración y es responsabilidad de cada quien administrar y dirigir esa
frustración.
En
mi trabajo como financiero he visto que la incapacidad para manejar y dirigir
la frustración es la causa primera de la derrota. Puede uno trabajar
afanosamente en un proyecto que ocupo una ingente cantidad de tiempo y recursos
y no cristalizarse. Ante ello podemos darnos por vencidos o simplemente darle
vuelta a la hoja y empezar de nuevo.
La
tolerancia a la frustración se adquiere en la casa o en la calle.
En la casa se adquiere de manera administrada, es decir, en pequeñas y constantes dosis que los padres les administran a sus hijos para que estos desarrollen la tolerancia a la frustración y las herramientas necesarias para hacerle frente. O se adquiere en la calle y se adquiere de manera brutal, sin dosis y sin herramientas para manejarla y dirigirla.
En la casa se adquiere de manera administrada, es decir, en pequeñas y constantes dosis que los padres les administran a sus hijos para que estos desarrollen la tolerancia a la frustración y las herramientas necesarias para hacerle frente. O se adquiere en la calle y se adquiere de manera brutal, sin dosis y sin herramientas para manejarla y dirigirla.
La
inteligencia, lo hemos mencionado en otros escritos, requiere de tres variables
para crearse y magnificarse:
La
Ausencia;
El dolor de la ausencia;
El dolor de la ausencia;
Y
la trascendencia de la ausencia.
Cuando
a los hijos les damos más de lo que merecen o se han ganado, les privamos de la
ausencia de las cosas, al grado de que habrá muy pocas cosas que quieran y no
posean. Esto hará que muy pocas cosas les generen dolor de ausencia y mucho
menos la necesidad de trascender en esa ausencia.
Veámoslo
de manera práctica o funcional.
El
rico tiene dinero porque primero careció de él, le genero dolor esa carencia y
esa carencia lo llevo a trascender en el dinero. El resultado es que ahora
posee una fortuna que no tenía y un motor que lo va a llevar a generar más y
más fortuna.
El
que tiene, ya sea dinero, cultura, educación o cualquier otro etcétera que se
les ocurra, lo tiene porque primero careció de ello y esa carencia le genero
dolor. Si la carencia no genera dolor, no nos lleva a la trascendencia.
Así,
pues, cuando a los hijos les damos menos de lo que merecen, no solo les estamos
administrando la frustración y con ello facilitándoles el desarrollo de la tolerancia
a la frustración y las herramientas para majarla y dirigirla, sino que además
les estamos creando los escenarios que los llevaran a lograr lo que desean o a
conformarse con su medianía.
Esto
debido a que si la ausencia no les genera dolor, no sentirán la necesidad de
trascender en aquello que les causa ese dolor.
Así
pues, usted que prefiere, darles más de lo que merecen o darles menos de lo que
merecen para construir con ellos las plataformas o ideas que les permitan
lograr en conjunto con el apoyo que usted les de, los objetivos que se
proponen.
Usted
elige.
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