jueves, 17 de noviembre de 2016

¿Quién es más injusto, el que da de más o el que da de menos?

Recién impartí una conferencia en donde comentaba que hemos pasado de la generación de los conquistadores a la generación de los merecedores.

Sentencia que no es del todo cierta, ya que poco a poco se está gestando un cambio en las nuevas generaciones que ni por equivocación tuvieron las que les precedieron. Claro que es un sector favorecido el que está experimentando este cambio. Es un porción de jóvenes que están expuestos a horizontes culturales que les permiten soñar con emprender. Este sector no sueña con el empleo de su vida. Sueñan con el emprendimiento de su vida.

Recién le comentaba a uno de mis hijos que no se preocupe, que la vida es muy simple... Que siempre que piense que no puede realizar sus sueños, tenga en mente que siempre habrá alguien que lo pueda contratar para realizar los suyos. Es una cuestión de elección.

La realidad es que son pocos los jóvenes que tienen estas oportunidades. La gran mayoría sigue pensando en el empleo de su vida, pero esto es algo que poco a poco va a desaparecer. Tanto por los avances de la tecnología como por los cambios en la dinámica poblacional que se está gestando a nivel mundial.

No obstante es menester reconocer que una muy buena parte de mis coetáneos -y de las generaciones que me suceden-, siguen trabajando, sin importar circunstancias y posición socio económica, en crear la generación de los merecedores en lugar de construir la generación de los conquistadores. 

Este artículo lleva como nombre una pregunta interesante: ¿Quién es más injusto, aquel que da más de lo que le persona merece o aquel que da menos de lo que esta merece?

Obviamente que ninguno de los dos cumple en estricta razón con el Ius romano: dar a cada quien lo de dada quien. Ni un peso más, ni un peso menos. No obstante la pregunta sigue en pie: quién, desde el punto de vista de la antropología es más injusto.

Tal vez si la pregunta la planteamos de otra forma que permita que mis dos o tres lectores la entiendan mejor y por ende respondan con mayor propiedad a la misma: ¿Quién te hace más daño: aquel que te da más de lo que te mereces o aquel que te da menos de lo que mereces?

La conferencia en cuestión era sobre la formación de los hijos. En dicha conferencia les comentaba que si queremos que los hijos sean lo mismo o más que nosotros, tenemos que darles a cargar lo mismo o más de lo que cargamos.

Por supuesto que las cosas no son así de simples. Los seres humanos somos la suma de muchas causas. Por lo que seré más específico.  

Somos lo que fuimos, seremos lo que somos.
Hoy somos una consecuencia de lo que hicimos ayer. Mañana seremos una consecuencia de lo que hagamos hoy.

De tal suerte que si queremos que nuestros hijos sean más que nosotros, debiéramos considerar la posibilidad de darles a cargar una responsabilidad similar o mayor a la que cargamos cuando teníamos su edad. Si nuestras circunstancias y posición nos permiten darles más de lo que tuvimos, no seamos egoístas y démosles a cargar más de lo que cargamos.

Como padres tenemos todos los derechos del mundo, menos uno de ellos… El de privarlos del derecho de conquista. No obstante la realidad es que es el derecho que más les quitamos, el de conquista. Tendemos a resolverles y proveerles todo. Desde un simple traslado de un lugar a otro (no saben moverse en transporte público) hasta los más nimios detalles escolásticos con tareas, profesores y directivos, sin contar con el apremio y exigencia que tienen por estar a la moda, tanto en la ropa como en lo electrónico.

El mayor de mis hijos se mueve a todas partes en transporte público. En una ocasión le pedí que le enseñara al menor de mis hijos a moverse en transporte público. Para tal efecto se fueron a una esquina para esperar el camión y empezar el recorrido. Estando en la esquina un taxista le toca el claxon y Alonso (el mayor de mis hijos) le dice con la mano que no. Mi hijo el menor ve que su hermano está saludando al taxista y le comenta con inusitado asombro: ¡No puede ser…, conoces al taxista!

Esto que llevará a gracia a más de un lector, pone en evidencia lo mucho que les hemos acotado el nivel de exposición a nuestros hijos, y cierto estoy que así como me paso a mí, le pasa, en una u otra forma, a la gran mayoría de los padres de familia.

Cada uno de nosotros, sin importar el nivel socio económico que tengamos, le brindamos a nuestra dinastía más protección que proyección, cuando lo que realmente debemos hacer es exponerlos al mundo, que al fin y al cabo es donde van a tener que hacer la vida.

Es de naturaleza humana estimar en poco lo que cuesta poco.
Una de las razones por la cual las nuevas generaciones no valoran lo que tienen, es por el hecho de que les ha costado poco tener lo que tienen.

Los padres de familia, en ese afán de darles todo aquello que no tuvimos, nos volcamos sobre ellos dándoles cosas que desean pero que no necesitan. En la vida, no lo olvidemos, son más los deseos que las necesidades.

Las necesidades son muy pocas, los deseos bastos.

Mi hijo el mayor ya tiene carro, pero lo que se compro es transporte, no marca. En cuanto marca, son muchas y variadas las que podemos comprar, sin embargo la realidad es que lo que necesitamos es transporte, no marca.

Cuando a alguien le damos más de lo que merece, es decir, más de lo que se ha ganado, le estamos haciendo más mal que el que le haríamos cuando le damos menos de lo que se merece.

Cierto es que cuando les damos menos de lo que se merecen o de lo que se han ganado, les estamos creando una frustración administrada la cual podemos justificar de manera temporal pero no permanentemente, es decir, se los tenemos que resarcir, pero siempre será mejor darles menos de lo que se merecen que más de lo que merecen.

Por otro lado es importante entender que una de nuestras responsabilidades es administrarles la frustración. El hogar es una burbuja, la cual tiene sus retos y problemas, sin embargo el hogar es un laboratorio de temperatura controlada, por muy agrestes que estén las cosas ahí, siempre hay un marco de protección que no se tiene en el exterior.

El mundo fuera de casa, es decir el mundo real, no tiene la temperatura controlada. Está lleno de oblicuidades y variables que constantemente nos llevan a la frustración y es responsabilidad de cada quien administrar y dirigir esa frustración.

En mi trabajo como financiero he visto que la incapacidad para manejar y dirigir la frustración es la causa primera de la derrota. Puede uno trabajar afanosamente en un proyecto que ocupo una ingente cantidad de tiempo y recursos y no cristalizarse. Ante ello podemos darnos por vencidos o simplemente darle vuelta a la hoja y empezar de nuevo.

La tolerancia a la frustración se adquiere en la casa o en la calle.
En la casa se adquiere de manera administrada, es decir, en pequeñas y constantes dosis que los padres les administran a sus hijos para que estos desarrollen la tolerancia a la frustración y las herramientas necesarias para hacerle frente. O se adquiere en la calle y se adquiere de manera brutal, sin dosis y sin herramientas para manejarla y dirigirla.

La inteligencia, lo hemos mencionado en otros escritos, requiere de tres variables para crearse y magnificarse:
La Ausencia;
El dolor de la ausencia;
Y la trascendencia de la ausencia.

Cuando a los hijos les damos más de lo que merecen o se han ganado, les privamos de la ausencia de las cosas, al grado de que habrá muy pocas cosas que quieran y no posean. Esto hará que muy pocas cosas les generen dolor de ausencia y mucho menos la necesidad de trascender en esa ausencia.

Veámoslo de manera práctica o funcional.
El rico tiene dinero porque primero careció de él, le genero dolor esa carencia y esa carencia lo llevo a trascender en el dinero. El resultado es que ahora posee una fortuna que no tenía y un motor que lo va a llevar a generar más y más fortuna.

El que tiene, ya sea dinero, cultura, educación o cualquier otro etcétera que se les ocurra, lo tiene porque primero careció de ello y esa carencia le genero dolor. Si la carencia no genera dolor, no nos lleva a la trascendencia.

Así, pues, cuando a los hijos les damos menos de lo que merecen, no solo les estamos administrando la frustración y con ello facilitándoles el desarrollo de la tolerancia a la frustración y las herramientas para majarla y dirigirla, sino que además les estamos creando los escenarios que los llevaran a lograr lo que desean o a conformarse con su medianía.

Esto debido a que si la ausencia no les genera dolor, no sentirán la necesidad de trascender en aquello que les causa ese dolor.

Así pues, usted que prefiere, darles más de lo que merecen o darles menos de lo que merecen para construir con ellos las plataformas o ideas que les permitan lograr en conjunto con el apoyo que usted les de, los objetivos que se proponen.


Usted elige. 

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