Los
seres humanos hablamos todo el día. Hablamos cuando trabajamos, comemos o hacemos
el amor. No hay un instante del día en que no estemos inmersos en un intenso dialogo
con el otro o con nosotros mismos. La realidad es que nos la pasamos hablando.
Mucho con nosotros, poco con los otros, pero hablando.
Con
nosotros hablamos siempre, incluso cuando estamos hablando con los demás. Los
escuchamos, pero al tiempo que los escuchamos nos estamos diciendo lo que
pensamos de su decir. Ahora bien, si estamos ciertos de que hablamos todo el
día, debiéramos, por simple lógica, cuidar en demasía lo que le decimos a los
otros, pero más mucho más lo que nos decimos a nosotros mismos…
Ya
que es de este constante decirnos cosas, de donde salen todas nuestras
emociones, yerros y aciertos, lo que por sí solo justifica el hecho de que seamos
extremadamente cuidadosos con aquello que nos decimos a nosotros mismos, ya que
de no hacerlo nos veremos constantemente sorprendidos por lo túneles de la mente
(deseos del instinto y de la razón-vanidad-, que no pasamos por el filtro de la
razón).
El
cerebro y su aire.
En
artículos anteriores hemos explicado que el cerebro no está hecho para pensar,
está hecho para adaptarse y sobrevivir. Al cerebro le tenemos que enseñar a
pensar y es lo único que no hemos hecho. Lo hemos dejado que piense a su aire
(solo), y si algo nos ha enseñado la vida es que cuando el cerebro piensa solo,
piensa mal.
El
cerebro se alimenta para pensar de todo lo que recibe del entorno, es decir de todo
aquello que vemos, escuchamos, degustamos, tocamos y olemos, amén, claro está,
de todo lo que leemos y de todas las personas con las que nos relacionamos laboral,
social o sentimentalmente.
El
cerebro toma datos de todo esto y los procesa a su aire. Un aire que se ha ido
formando al paso del tiempo y al que no le hemos puesto nada de atención, lo
que en estricto sentido significa que se ha formado solo, con una nula o exigua
aportación de nuestra parte.
Al
principio nuestro cerebro aprende a procesar las cosas con la ayuda de nuestros
padres y mayores, a esta etapa se le llama Afirmación-
ellos, nuestros padres, son los que nos
afirman la personalidad.
En
la adolescencia dejamos la Afirmación (padres
y mayores) en un muy segundo término para procesar los datos del entorno con la
ayuda de nuestros amigos (etapa de Negación-
negamos la personalidad que nos formaron nuestros
padres en aras de crear una propia), es decir, de esos otros que como
nosotros carecen de identidad y criterio para escoger no entre el bien y el
mal, sino entre dos bienes el mejor.
Al
final, ya de adultecentes y de adultos, hacemos una Síntesis de ambas etapas (Afirmación
-Negación), la cual crea en nuestras redes neuronales un software o base de
datos del que poco tenemos conciencia, y que es el que el cerebro usa para filtra
y procesar todo lo que recibe del entorno.
La buena noticia es que el cerebro nunca termina de formarse. Es tan elástico que siempre se puede incidir en él, sin importar la edad que se tenga. Y la mejor manera de hacerlo es convirtiéndose en una persona elegante, es decir, en un ente que sabe elegir. Recuerde que vivir es elegir y elegir es descartar.
La buena noticia es que el cerebro nunca termina de formarse. Es tan elástico que siempre se puede incidir en él, sin importar la edad que se tenga. Y la mejor manera de hacerlo es convirtiéndose en una persona elegante, es decir, en un ente que sabe elegir. Recuerde que vivir es elegir y elegir es descartar.
Para
poder reestructurar nuestro cerebro, nos es menester descartar todo aquello que
no nos ayude a crear una base procesal mejor que la que tenemos, tarea asaz
difícil si consideramos nuestras filias y fobias, ya que habrá a quien no
queramos dejar ir y otros que a todas las luces nos conviene su interacción,
aun cuando no estén dentro de nuestras filias.
Así
pues nos es menester elegir con sumo cuidado lo que hemos de ver, escuchar,
degustar, tocar y oler. Amén de ser muy selectivos con lo que leemos y de
manera muy particular con quien nos relacionamos, en especial en la parte
sentimental y social. Si el otro no nos va a llevar a más, no tiene caso estar
con ese otro, aun cuando nuestras filias estén en él. No olvidemos que también
la estupidez y la inteligencia se obtienen por contagio.
O
eliges tu entorno o el entorno te elegirá a ti.
Todos
los días reestructuramos los filtros y el software de nuestro cerebro. Y parte
primordial de la reestructura está en lo que nos decimos a nosotros mismos, en
donde, como ya comentamos líneas arriba, el contenido de este decir está
subordinado al entorno que elegimos elegir.
Cierto que no podemos aislarnos del mundo, pero si podemos elegir el mundo que queremos. Nosotros elegimos que ver y que ignorar. Si vemos basura, procesaremos basura. Lo mismo acaece con los otros sentidos. Tenemos que ser muy selectivos con todo aquello que escuchamos, olemos, degustamos y tocamos, amén de ser muy selectivos con lo que leemos, y de manera muy particular, con quien nos relacionamos.
Cierto que no podemos aislarnos del mundo, pero si podemos elegir el mundo que queremos. Nosotros elegimos que ver y que ignorar. Si vemos basura, procesaremos basura. Lo mismo acaece con los otros sentidos. Tenemos que ser muy selectivos con todo aquello que escuchamos, olemos, degustamos y tocamos, amén de ser muy selectivos con lo que leemos, y de manera muy particular, con quien nos relacionamos.
La
importancia del lenguaje.
La
dicción va a menos y con ella la comprensión y dirección del entorno. El
lenguaje es la herramienta que usamos para entender, asimilar y dirigir el
mundo. Entre más pobre es el lenguaje de la persona, más pobre será la comprensión
del entorno que le rodea, lo que ineluctablemente hará que termine subordinándose
a él.
Cada
día usamos menos palabras para comunicarnos y las que usamos las usamos mal. En
otras palabras, el detrimento de las cosas que nos decimos a nosotros mismos va
a más, no a menos.
Lo
invito a que haga un experimento…
Vaya
a un café y siéntese a escuchar las conversaciones de los demás. Descubrirá que
la gente no solo se comunica con menos palabras, sino que además han logrado
comunicarse, debido a una extraordinaria pereza intelectual, con palabras a las
que les han atribuido múltiples significados, lo cual les exime de tener que
buscar la palabra correcta para decir lo que se tiene que decir.
Esto,
que por cotidiano lo vemos normal, no lo es. Recuerde que la inteligencia se
crea a sí misma y se crea a través del lenguaje,
de la ausencia de las cosas, del dolor que genera esa ausencia y de la necesidad de trascender en dicha
ausencia.
En
este caso nos centraremos en el lenguaje, ya que en este artículo nos vamos a
centrar en los Túneles de la Mente (deseos del instinto y de la
razón-vanidades, que no pasamos por el filtro de la razón). Tan reales son los
túneles de la mente, que ya una vez que las palabras y actos salen de nosotros,
nos preguntamos, cuando nos llegamos a dar cuenta de lo que estamos diciendo o
haciendo, por qué estaremos haciendo algo tan carente de sentido.
Don
Miguel de Cervantes y Saavedra uso, de las casi trecientas mil palabras que
tiene el idioma español, 22, 939 palabras diferentes para escribir el Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Hoy,
en una conversación normal entre gente culta de la mediana edad, se usan en
promedio tres mil doscientas palabras diferentes. Mientras que en una conversación
entre jóvenes que están en sus primeros veintes, se usan en promedio trescientas
palabras, de las cuales más del treinta por ciento son groserías a las que les
han atribuido múltiples significados, amén de que un treinta por ciento de la
comunicación se hace a través de ideogramas (emoticones) y no de palabras, lo
cual de suyo explica la grave dificultad que tienen para comprender y explicar el
mundo que les rodea, ya que lo que la mente no puede nombrar, no existe… Por lo
menos no como la cosa es, sino como ellos la verbalizan, es decir, como algo
muy limitado en alcance y significado, lo cual a la postre termina afectando
todo lo que en el mundo podrían hacer.
Líneas
arriba decíamos que el cerebro lo podemos reestructurar a más o a menos. El
cambio a menos obedece a los deseos
racionalizados, es decir, a las razones que le damos a la razón. El cambio a más obedece al querer – querer, es
decir a todo eso que necesitamos y sabemos que debemos hacer, lo cual demanda
de nosotros un muy decidido esfuerzo para llamar a las cosas por su nombre y
para enseñarle a nuestro cerebro a pensar.
Por
ejemplo, el algoritmo que cada uno de nosotros tiene (instinto, impulso, tendencia) nos lleva a repetirnos siempre en los
mismos errores, no obstante nos es menester reconocer que el algoritmo nunca
deja de avisarnos que estamos a punto de decir o hacer estupideces. Cierto que
en ocasiones nos avisa justo en el momento en que las estamos diciendo o haciendo,
pero nos avisa, por lo que siempre tendremos la posibilidad de frenar la
palabra o el acto para no caer en los mismos errores.
Las
palabras y actos que obedecen a nuestro algoritmo no solo nos son cómodos, sino
que además nos es muy fácil dejarnos llevar por ellos. Es cuestión de gravedad,
solo hay que dejarse caer. El problema es cuando queremos ir contra la
gravedad. En estos casos nos es menester caminar en sentido contrario al de
nuestro algoritmo e inercia para frenar lengua y acto antes de, o, en el peor de
los casos, en el inter de.
Esto
nos permitirá pensar dos veces lo que esta atrás de nuestro decir y hacer, ya
que, la gran mayoría de las veces, lo que esta atrás no es más que una fatua y
estulta vanidad.
Cambie
su lenguaje y cambiara su visión del mundo.
Haga
un esfuerzo por buscar las palabras correctas para nombrar las cosas por su
nombre y para decir lo que tiene que decir. Haga un esfuerzo para frenar el
dialogo que mantiene con su cerebro, usando las palabras correctas y los
pensamientos correctos. No deje que su cerebro piense solo.
Cuando
descubra que su cerebro está pensando solo, frene el proceso y vuelva a pensar
las cosas pero usando las palabras correctas, sin engañarse y sin decirse lo
que quiere oír. Descubrirá que al paso de tres o cuatro meses de hacer esto,
empezara a ver las cosas con más claridad y sin problemas de expresión.
Deseos
hay muchos, necesidades, pocas.
Recién
me tome un café con una amiga que está en sus últimos cuarentas. El tenor de la
reunión fue un proyecto de negocio que está madurando, para lo cual se está entrevistando
con varias personas con el fin de ampliar su mirada y tomar una decisión con
más conocimiento de causa. Al término del café pasamos por una tienda IPhone en
la que compro un reloj para el mayor de sus hijos.
Al
preguntar la razón de la compra, me contestó que su primogénito se lo había
pedido. El hijo tiene 24 años y actualmente está cursando sus estudios
universitarios. Le comenté que me parecía una compra innecesaria, ya que era inoperante
ver los mensajes en la pantalla de un reloj pudiendo verlos en la pantalla del
teléfono, o contestar una llamada en el reloj, pudiendo contestar en el móvil. Me
dijo que sí, pero que lo útil e importante de ese reloj es que te avisa cuando
alguien te llama o te manda un mensaje, amén de que mide tu ritmo cardiaco y
otras estulticias totalmente innecesarias en un joven que no hace absolutamente
nada de ejercicio.
Me
dio más razones las cuales ya no objete, primero porque no era mi tema, y
segundo, porque estaba pecando de imprudente. Mi amiga compro el reloj y
salimos de ahí, ella convencida de mi muy rara forma de ser (lo cual es cierto),
y yo convencido de lo inútil del gasto (lo que también es cierto). Ya que el reloj,
desde mi óptica muy personal, es un deseo, no una necesidad.
Ambos,
deseos y necesidades, construyen túneles en la mente Los primeros inconscientes,
razón por la cual se nos dificulta frenarlos. Los segundos, conscientes, por lo
que nos es más fácil dirigirlos.
Los
túneles de la mente.
Lo
invito a que observe la reacción de aquellos que están esperando un elevador.
Por lo general presionan el botón varias veces, como si esto hiciera que el
elevador llegará más rápido. Están ciertos de que con una sola vez que opriman
el botón es suficiente para que el sistema funcione.
Así
entonces: ¿porque presionar varias veces cuando ya saben que solo es menester
hacerlo una vez? Este ilógico accionar obedece a los túneles de la mente. Estos
nos hacen sentir que al presionar el botón varias veces, la angustia de la
espera va a disminuir.
Cosas similares nos acaecen en todos los ámbitos del ser. La mente nos crea túneles con mil un recovecos en donde el pensamiento se retruca con tal acierto y energía, que terminamos convenciéndonos de lo que este nos dice y conmina a hacer, aun cuando este decir sea un retruécano que nos lleve deformar la realidad.
Cosas similares nos acaecen en todos los ámbitos del ser. La mente nos crea túneles con mil un recovecos en donde el pensamiento se retruca con tal acierto y energía, que terminamos convenciéndonos de lo que este nos dice y conmina a hacer, aun cuando este decir sea un retruécano que nos lleve deformar la realidad.
Recién
estuve en una cena donde uno de los asistentes le preguntaba al otro sobre su
expareja. El interrogado es un hombre que ama profundamente a una mujer con la
que piensa que no puede vivir, dadas las dispares formas de ser de uno y otro. Ante
la pregunta, el interrogado contesta que esta cierto de que ella es la mujer de
su vida, pero que se le dificultan sus formas.
Lo
que llamó mi atención no fue su respuesta, sino lo que enuncio a continuación. Comentó,
en una clara negación de la realidad (exceso de optimismo), que estaba dándose
un tiempo con el fin de que los temperamentos se asentaran para poder negociar
con ella las formas que él necesita para la cohabitación. A lo que el otro
preguntó: ¿Y ya consideraste las formas que ella necesita para vivir contigo?
Cuando
el interrogado se dio cuenta de lo imparcial e ilógico de su punto de vista, se
rio de sí mismo, ya que la pareja es un par, no una unidad que desconoce a la otra.
La plática derivo después hacia las trampas o túneles de la mente, explicando el
que llevaba la voz, que la mente siempre tiende a ver y pensar lo mejor de cada
situación, para lo cual le es menester ignorar una parte de la realidad.
Lo
mismo acaece con aquello que los amantes de la superficie llaman pensamiento positivo.
A estos les es menester ignorar la realidad para poder decirse a sí mismos que
todo está bien, por lo menos hasta que la realidad los alcance.
Los
túneles de la mente ponen en evidencia todos aquellos deseos del instinto y de
la razón (vanidades), que no pasamos por el filtro de la razón.
Recién
se me pidió asesoría sobre una operación que nació mal de origen…
El
cliente, un inversionista con dinero rentado, quería que se le consiguiera una
línea de crédito internacional con un dinero que no era suyo. Por supuesto que
se puede hacer, pero depende de las condiciones que haya negociado al rentar el
dinero. En el caso que nos compete, rento el dinero como prueba de fondos, lo
cual solo sirve para demostrar que tiene el capital de trabajo que le piden
para poder concursar una licitación.
El
inversionista en cuestión es una persona que padece una muy aguda des-asociación
de la realidad. Entre otras cosas me comentó que compro una patente de
computadoras quánticas y que las tenía trabajando 24 horas para que armonizaran
todo en el universo y la operación se cerrara con éxito.
Lo cierto es que la realidad decidió ignorar tanto el pensamiento positivo del inversionista como el trabajo cuántico de sus computadoras, ya que no hay forma de que pueda conseguir una línea de crédito sin las correspondientes garantías. Esto no quiere decir que este mal ser positivo. Todo lo contrario, nos es menester ser cien por cien positivos, en la inteligencia de que no hay mayor positivismo que la realidad, ya que esta nunca nos engaña.
Lo cierto es que la realidad decidió ignorar tanto el pensamiento positivo del inversionista como el trabajo cuántico de sus computadoras, ya que no hay forma de que pueda conseguir una línea de crédito sin las correspondientes garantías. Esto no quiere decir que este mal ser positivo. Todo lo contrario, nos es menester ser cien por cien positivos, en la inteligencia de que no hay mayor positivismo que la realidad, ya que esta nunca nos engaña.
En
este caso, los túneles de su mente (deseos del instinto y de la razón que no
paso por el filtro de su razón) le hicieron creer que podía conseguir una línea
de crédito con una Prueba de Fondos, lo cual no se puede hacer. Para conseguir
una línea de crédito con dinero rentado, es menester que ambas partes, el dueño
del dinero y el que lo renta, compartan la responsabilidad y firma de la
garantía. Pero esto, claro está, tiene otro costo.
¿Por
qué entonces el inversionista creyó que lo podía hacer? Lo creyó debido a dos
factores: le mando la Prueba de Fondos a alguien que no conoce del tema y este
le dijo que si podía hacerlo; y el segundo factor, es el que irracionalmente creyó
que en algún lugar del planeta encontraría un Banco que al ver la Prueba de
Fondos, estuviera dispuesto a darle una línea de crédito pensando que el dinero
era de él.
¿Es
ilógico? Sí. Lo es. No hay una Banco, que se precie de serlo, que le pueda dar
lo que él pedía. Pero era tal su deseo de lograrlo, que su mente decidió
ignorar la realidad, llevándolo a trabajar por meses en algo que no tenía visos
de posibilidad. Doce meses después, constató lo que de origen sabía: que ningún
Banco le podía dar una línea de crédito sin garantía.
Los
túneles de la mente nos llevan a decir y hacer cosas que no solo no tienen
sentido, sino que además de ilógicas, no pasan el filtro de la correcta razón.
Los túneles de la mente nos impelen a hacer cosas que ocupan tiempo y energía
que bien pudiéramos usar en realidades y no en fantasías.
Nos
leemos en el siguiente artículo.