lunes, 23 de octubre de 2017

El amor por la novedad.

El gregarismo es consustancial a la vida. Lo vemos en todo lo vivo. Específicamente en el reino animal, vegetal y celular. El gregarismo tiene que ver con la ingente necesidad de agruparse, de ser parte de algo como estrategia de supervivencia y cada especie o reino lo manifiesta de una manera particular, similar en cuanto a la agrupación, diferente en cuanto a la actuación.  

En este artículo vamos a hablar del gregarismo humano, más específicamente de aquel que tiene que ver con el constante amor por la novedad. Este se da tanto en hombres como en mujeres. En ellas, objetivamente. En ellos, subjetivamente.

Cuando el sujeto necesita del objeto para ser sujeto.
Todos los seres humanos somos gregarios, no obstante hay quienes padecen un gregarismo por arriba de lo normal. Estas personas necesitan vivir de sorpresa en sorpresa. Viven con una constante necesidad de lo nuevo. Tan pronto se abre una tienda de marca, restaurante o se da el lanzamiento de un producto nuevo, acudirán, sin importar las circunstancias, a hacer filas interminables o a pasar la noche en vela frente a la tienda, para ser los primeros en adquirir o consumir aquellos que por un instante los reposiciona como sujetos.

Por supuesto que es una sensación efímera, la vacuidad interior no se puede solucionar con objetos, estos son una herramienta, no una solución. Amén de que en muy poco tiempo, días o semanas, una gran parte de su entorno poseerá y hablará de lo mismo que ellos, acabando así la breve y estulta diferenciación que pretendían lograr al adquirir dicho objeto.

Esto mismo es lo que hace que la cacería de novedades sea en ellos una forma de vida. Su ausencia de identidad es tal, que se ven en la necesidad de derrochar el poco o mucho dinero que tienen en cosas fatuas e inútiles, ya que estas personas compran identidad (marca), no función.

La naturaleza se mueve violentamente hacia su lugar, lentamente en su lugar.
Las personas que padecen de gregarismo (amor por la novedad) suelen tener, en el combés de la relación sentimental, entre tres o cinco amores de vida. No se relacionan sentimentalmente con cualquier persona. Necesitan que el otro posea una inteligencia y visión del mundo diferente a la de los demás, lo que hace que la cohabitación sea de suyo interesante. Amén de una filosofía de vida de la cual puedan absorber eso que, en ese tránsito de su vida, están buscando.

Es importante recalcar la palabra tránsito, ya que eso es: un tránsito.
El intervalo por el que están pasando los lleva a buscar, más inconsciente que conscientemente, eso que su yo interno les va a reafirmar cuando lo encuentren Poco les va a importar el atractivo del otro, lo que les va a significar es que ese otro tiene, en apariencia, las respuestas que ellos creen necesitar.

No obstante la realidad es que por mucho que haya que descubrir en una persona, llegará un momento en que hasta la sorpresa se convierta en cotidianidad, dado que la persona que las genera es la misma.

Es algo así como cuando lees muchos libros del mismo autor. Cada libro te sorprenderá en cuanto ha contenido y continente, pero el estilo será siempre el mismo: a esto se le llama cotidianidad. Un ejemplo de lo anterior son los libros de ese gran semiólogo que fue Umberto Eco.

Cada uno de sus libros es un deleite al intelecto y a los sentidos, no obstante encontramos que en ellos, el secreto, el complot, la paradoja y el carácter en cierto modo interminable e indeterminable de la interpretación, son el común denominador de todos ellos.

Para una persona que padece de gregarismo (amor por lo nuevo), no hay nada peor que la cotidianidad. El otro podrá ser una caja infinita de sorpresas, pero llegará un momento en que su estilo se convertirá en cotidianidad, lo qué hará que se desencante de aquel que antaño le encantó.

Por supuesto que no es fácil detectar a las personas que padecen de gregarismo, ya que estas personas son encantadoras y saben halagar elegantemente la vanidad del otro. Son, sobre todo para aquellos que padecen alguna anomalía intelectual, una audiencia cautivadora. Siempre dispuesta a escuchar y a aprender, por lo menos hasta que la cotidianidad los alcance.

En el momento en que la cotidianidad los alcanza, inician, más inconsciente que conscientemente, un nuevo proceso su proceso de búsqueda, lo que inevitablemente les llevara a buscar a ese otro que, según los nuevos conocimientos que creen poseer, les ofrece un arcón de sorpresas mejor que el que tenían, para encontrar, al paso de pocos meses, que no posee aquello a lo que sin saber, se habían acostumbrado a ver como normal.

Líneas arriba decíamos que todos somos gregarios, pero que ese gregarismo que nos impele a la búsqueda de lo nuevo, lo padecen objetivamente las mujeres y subjetivamente los hombres. El hombre suele padecer un grado de gargarismo mucho más alto que el de la mujer. Ese gregarismo es lo que lo lleva a la búsqueda intermitente de mujeres, placeres y saberes.

La mujer, por el contrario, padece un gregarismo que la lleva a la búsqueda de nuevas cosas, lugares, ropa, restaurantes, actividades y una suma de etcéteras que por mucho excede a la linealidad de los hombres.

Para muestra un botón… Entre usted a un centro comercial. Lo más probable es que no le cause estupor constatar que el 90% de las tiendas son para mujeres. Tiendas que muestran una gran variedades de estilos, colores y formas. Ahora entre usted a tiendas exclusivamente de caballeros. Se azorará al descubrir que estas poseen una linealidad monocromática que se repite en estilo y forma. El hombre ya una vez que encuentra un par de zapatos con los que se sienta cómodo, comprará el mismo modelo hasta que llegue una mujer que le cambie el estilo.

Así pues, ambos, de una forma u otra, poseen un gregarismo que los impele a lo nuevo, no obstante hay casos, tanto en hombres y mujeres, en que su gregarismo va más allá de la media social. Poseen un gregarismo que se exacerba en cuanto llegan a la cotidianidad… lo cual es inevitable. Va a llegar.

Líneas arriba decíamos que la naturaleza se mueve violentamente hacia su lugar y lentamente en su lugar, no obstante el problema de estas personas es que no tienen lugar. Esto es lo que les lleva constátenme a migar de una pareja a otra y de un país a otro. Se les olvida que cuando uno cambia de país, cambia de clima, pero no de carácter.  

Me queda claro que es un pecado no conocer la cárcel en la que vivimos, no obstante hay personas que necesitan estar constantemente viajando. No pueden estar en un lugar más de seis o doce meses. Se empiezan a sentir incomodas, irritables y frustradas. Estas personas necesitan viajar para conocer el planeta que nos contiene, pero principalmente para escapar de la cotidianidad de su vida, es decir, de esa falta de sentido que tiene su vida.

Lo mismo pasa en el combés de las relaciones sentimentales. Estas personas necesitan migrar cada cierto tiempo de una de una geografía espiritual a otra. Cierto que el amor, cuando es amor, se suelda en la cotidianidad. Cosa, que para el gregario extremo, es difícil de entender.

La cotidianidad es la que nos permite fortalecer la relación. La continuidad está en la cotidianidad, no en el gregarismo.

Los gregarios extremos, por este constante afán de estar en la búsqueda de lo nuevo, terminan descubriendo al final de su vida, que sus sueños de juventud se convirtieron en las pesadillas de su vejez.

Por supuesto que esto es algo que nos pasa a todos en mayor o menor medida, pero entre más continuidad le demos a lo que hagamos: pareja, proyecto y vida en sí, menos pesadillas serán las que tengamos en la vejez.

Nos leemos en el siguiente artículo.

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