miércoles, 21 de septiembre de 2016

Entre la ficción y la realidad.

Mi oficio me lleva a conocer un sinfín de personas y personajes. Unos dentro del mundo de los negocios, otros fuera de él. Algunos de ellos instalados intermitentemente en la realidad, y otros, la gran mayoría, en la fantasía.

Lo cierto es que esto que de suyo se antoja poco plausible, no tiene nada de extraño. La realidad es que todos nos movemos entre la ficción y la realidad. Nadie quiere y puede vivir permanentemente en la realidad. La realidad desquicia, deprime y mata. Se requiere estar mal de la cabeza para vivir única y exclusivamente en la realidad.

Siempre le añadimos un poco de ficción a la realidad.
Una ficción elegida (religión, amor, familia, ética, moral  y demás etcéteras de lo irreal) es aquella que sabes que no es cierta. Es aquella que la eliges racionalmente. La eliges a sabiendas de que no es real. De que tiene posibilidad, más no probabilidad. Y gracias a esto es que la puedes usar como lo que es: una catarsis (liberación) que te permite escapar intermitentemente de la realidad. 

El problema en si no es la ficción. A todos nos educan desde la cuna a vivir en ella. El problema es creer que se vive en la realidad, cuando se vive en la fantasía. Este no querer llevar a la conciencia que mucho de lo que hacemos es irreal (la realidad no se subordina a los deseos humanos), es la causa de muchos de nuestros descalabros.

Ya comentamos que nadie quiere ni puede vivir permanentemente en la realidad. Por eso es que se dice, y se dice bien, que la verdad es para los idiotas. Solo estos la pueden recibir tal cual es, sin que ella les represente un problema mayor… Ya están Idiotas.

Condicionantes de la verdad.
Como ya hemos mencionado en escritos anteriores, la verdad debe ser dicha solo a aquellas personas que reúnen dos condiciones:

Primera:
La verdad solo debe ser dicha a aquellas personas que tengan la capacidad de recibirla, digerirla y dirigirla, de lo contrario estas personas causarían un problema mucho mayor que el que se buscó subsanar. Es por ello que la verdad no es para todos.

La verdad se le debe decir solo aquellas personas que les compete y que tienen la madurez para recibirla, digerirla y dirigirla.

Segunda:
La verdad solo debe ser dicha a aquellas personas que tengan la capacidad de hacer del instante un instante y no una constante. De lo contrario estas personas estarían constantemente trayendo al presente un pasado que ya no es, que ya no existe.

No olvidemos que la muerte de los muertos es la vida. Lo que ya paso, ya paso. Hay que aprender de ello, enterrarlo y no sacarlo más.

Si el otro no tiene la capacidad de enterrar a sus muertos, lo mejor sería no decirle nada, ya que de lo contrario se va a pasar la vida desenterrando cadáveres que ya no tiene razón de ser.

La realidad no es para todos.
Entramos y salimos de la realidad a través de las ficciones que consciente o inconscientemente escogemos para tal efecto.

Las ficciones son de suma importancia para nuestra salud mental, no obstante es importante escoger nuestras ficciones y escogerlas a sabiendas de que son eso: ficciones. Las ficciones son una válvula o catarsis que nos permite escapar intermitentemente de la realidad. Cuidando, por supuesto, que esa intermitencia no se convierta en permanencia, como le sucede a muchos.

La primera responsabilidad que tenemos para con nosotros mismos es escoger y dirigir racionalmente nuestras ficciones. De lo contrario ellas serán las que nos dirijan a nosotros. Cuando no escoges tus ficciones, ellas te escogen a ti, de tal suerte que lo que no existe, lo que pertenece cien por cien al mundo de la fantasía, lo que solo es un ente de razón porque existe en nuestra mente pero no en el mundo real, es lo que terminara gobernando a lo que sí existe... A ti.  

¿Está mal creer en las ficciones? No. Lo que está mal es que estas nos gobiernen a nosotros. Lo cierto es que esto que de suyo se antoja poco inteligente, es el común denominador del día a día.

En el devenir del acontecer nos es frecuente encontrar gente que no solo está instalada en la ficción como motor y centro de vida, sino que además es notorio que estas (las ficciones) terminan gobernando a la persona en lugar de que la persona las gobierne a ellas, haciendo de la ilusión de su mentira, una realidad verosímil pero falsa.

Ficciones sobrevaloradas.

El amor. 
El amor es la más bella ficción que tenemos los seres humanos, pero ficción al fin…

En la antropología hay una premisa que rige todos los ámbitos del ser quehacer humano. Premisa que debiéramos tener siempre presente, pero que frecuentemente olvidamos o hacemos a un lado, y en ningún lugar es más notorio este olvido que en el combes del amor.

Premisa antropológica: En la vida nadie quiere lo que tú quieres y el que quiere lo que tú quieres, no lo quiere como tú lo quieres.

Analicémosla desde el combés del amor.
Cierto es que ambos quieren cosas comunes, pero más cierto es que ambos quieren cosas del otro que el otro no puede (no está en su naturaleza); que no quiere (no está en su voluntad) y que no está dispuesto a dar (no está en su deseo). Y si no tenemos la capacidad de reconocer y aceptar que el otro es autónomo (tiene y ejerce sus propias normas), autómata (posee su propio motor), autócrata (tiene y ejerce su propio poder) y auto determinado (se determina –define- a si mismo), entonces la decepción será mayúscula, ya que una cosa es la idealización que hemos hecho del amor y otra muy distinta el amor en sí.

Obviamente que cuando la realidad se sobrepone al ideal, lo cual tarde o temprano va a suceder, el desencanto de los amantes será mayúsculo.

Nos es común escuchar que la gente dice: es que el otro cambio. No obstante la realidad es que el otro no cambio. En esencia sigue siendo el mismo, ya que no puede ser lo que no es. Por lo tanto no es cierto que haya cambiado.  Nadie puede cambiar. Lo que hacemos es modificar temporalmente nuestra conducta en función de las circunstancias… Cambian las circunstancias, cambia la conducta.

En síntesis, lo que los seres humanos hacemos es adecuar transitoriamente nuestra conducta con el fin de lograr un objetivo, que como la circunstancia, es transitorio, pero al final lo que primará es nuestra esencia. Ya que la genética se puede administrar (adecuación de conducta), pero no cambiar.

Amar es amar lo que el otro es, no lo que queremos que sea.

El matrimonio debiera empezar por el divorcio.
Muchas parejas desconocen al otro en el divorcio.
Ese energúmeno o energúmena que los acosa jurídica y económicamente. Que les quita o restringe los hijos, el patrimonio, la estabilidad emocional, mental y demás etcéteras de una separación, está muy lejos, en apariencia, de ese o esa con la que se casaron. Sin embargo la realidad es que no es así. El otro siempre fue así: esquizoide, cuenta chiles (avaro), neurótico, mentiroso, mitómano, controlador y demás etcéteras que suelen salir en estos procesos.  

¿Por qué entonces no nos dimos cuenta desde el principio?
Porque decidimos hacer a un lado la realidad y estacionarnos en la ficción. Por eso dicen que el amor es ciego pero los vecinos no.

Todos se dan cuenta de lo que él o ella es, los únicos que deciden no darse cuenta son los dos involucrados, ya sea por la ficción de que el amor todo lo cambia, lo cual es una verdad medias (ya que modificas tu conducta en función del otro, pero no cambias tú ni cambia el otro) o por la ficción de que la familia es el núcleo de la sociedad, cuando la realidad es que el individuo es el núcleo de la sociedad. Sin individuo, no hay familia, ni sociedad.

En otras palabras, el mito de la familia es un motor de adecuación de la conducta, pero solo para aquel que está instalado en esa ficción. Para que el que no esté instalado en dicha ficción, será el individuo y su desarrollo o motivaciones personales, los que regirán el cien por cien de sus acciones. 

Dinero llama dinero.
Otra ficción común en el combes de los negocios es de que el dinero llama dinero.

En este ámbito también se cree que para hacer un negocio se necesita dinero. Ambas cosas están muy lejos de la realidad.

El dinero no llama al dinero. El dinero para lo único que sirve es para enmarcar que tan fina o vulgar es una persona. Una persona fina no necesita dinero para demostrar que es fina, así como el vulgar tampoco necesita del dinero para hacer patente su vulgaridad, no obstante, un vulgar con dinero es mucho más notorio que un fino con dinero.

Una persona lista (no inteligente) no va a hacer negocios con el vulgar, le va a invitar a hacer negocios en los que él sea el que ponga el dinero y corra el riesgo, a cambio de crearle una falsa imagen de hombre de negocios que no tiene. Al final el vulgar descubrirá que no fue más que un peón en el tablero de ajedrez de otro jugador.

Por el contrario, un inteligente  si se puede asociar con una persona que no tenga dinero, siempre y cuando esta tenga una idea, un plan y un programa del negocio en sí. Ya que los negocios se hacen con la cabeza, no con el dinero.

El dinero no nos hace más inteligentes, solo hace más evidente la poca o mucha inteligencia que tenemos.


Así pues, para poner un negocio no se necesita dinero, se necesita tener una idea que valga la pena, un plan para lograrla y un programa para ejecutarla.

Ya una vez que se tenga esto, se tendrá que hacer un largo recorrido de presentaciones con un sin fin de inversionistas, hasta que dé con aquel al que no le gusta trabajar, pero si invertir. Ese será su socio ideal.

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