martes, 8 de agosto de 2023

Interrogantes para Matías.

El artículo anterior (Una decisión difícil) genero un cúmulo de correos que muestran lo poco atinente que fueron mis letras, ya que la gran mayoría de ellos se abocaron a preguntar cuál de las dos opciones era mejor: la mujer que mitifica al padre o la que está en conflicto con él.

Por supuesto que también hubo correos en contra y otros en los que se me ataco de misógino y misántropo, lo cual no deja de ser cierto, ya que todos los seres humanos poseemos, independientemente del género, un cierto grado de misoginia y misantropía. Fue tal la reacción que genero el artículo, que por unas horas me cancelaron la página. No obstante, y sin demerito de las quejas y de lo anecdótico de la cancelación, procederé a responder la pregunta primaria, ya que esta fue vertida por igual, por ambos géneros.

Primero me gustaría aclarar que por muy avanzada que este la ciencia, la antropología, piscología y demás ramas del saber humano, no hay una sola que pueda considerarse determinante. Todo lo que se ha descubierto y estudiado del ser humano no son más que aproximaciones. Unas más certeras que otras, pero aproximaciones al fin. Dicho esto, procederé a dar mi opinión.

El amor es como el ser humano: alógico, insondable e inexplicable. Sirva, para explicar esto, la historia de Isaac, un hombre diez años mayor que yo y con el que he tenido el privilegio de convivir financiera, intelectual, filosófica y teológicamente.

Isaac enviudo en sus tempranos treintas, lo que lo convirtió en papá soltero con un hijo de ocho años. Es el primogénito de una dinastía de tres generaciones de banqueros. Creció con un padre que lo formo desde su primera infancia para tomar las riendas del negocio, cosa que hizo poco antes de cumplir los treinta.

Culto, inteligente y con una elegancia en las formas y en el vestir, que hacían de él el candidato ideal de muchas mujeres. En el tránsito de nuestra amistad, poco más de tres décadas, le conocí mujeres hermosas donde las haya. Altas, delgadas y con un porte de modelo que excedía en mucho a las de las pasarelas de su momento. No obstante, se mantuvo célibe hasta hace algunos años.

Se dedicó de lleno a los negocios y a formar a su hijo para la sucesión. Mudo las oficinas centrales a Estados Unidos y dejo al frente de ellas a su vástago. Se retiro hace poco más de doce años y hace diez me invito a cenar a su casa para presentarme a la mujer con la que hoy está casado.

Confieso que para mí fue una sorpresa. Nos veíamos con cierta frecuencia y en ningún momento había salido comentario alguno, por lo que fui a la cena con cierta expectación y seguro de que vería a una mujer bellísima, como todas las que la había conocido.

Al llegar me presento la antítesis de todo lo visto. Poco agraciada, con un rostro y cuerpo propio de una matrona. Agradable, platicadora y, desde mi gusto, un poco locuaz, pero él, estaba (y está) feliz.

Lo que deseo explicar con esta historia es que en el amor no hay nada escrito. Es importante saber si la mujer mitifica al padre o está en conflicto con él, como también es importante saber si el hombre tiene un problema con la figura materna o valora a la mujer. No obstante, y más allá de las mitificaciones y conflictos, lo más importante es la vida que uno y otro le inyectan a su pareja.

En el artículo anterior, Matías explicaba que la mujer representa la Vida y el hombre la Tierra. Y que la tierra (
terrae = seco) recibe de la mujer (hayyim – manantial) el agua que hará que esa tierra sea tan fértil como nutrientes posea el agua.

En la relación no se trata de priorizar un género sobre otro, sino la forma en que estos se nutren mutuamente. Cierto que hay mujeres que mitifican al padre o están en conflicto con él, pero también hay hombres que tienen problemas con la figura femenina (materna) y otros que la valoran y respetan. Sin embargo, estas cosas, aunque importantes, no definen la relación. La hacen más tersa o accidentada, pero no la definen.

Lo que define la relación es la atracción física, psíquica y, de manera muy especial, el proyecto. A Isaac le conocí mujeres extraordinariamente bellas, sin embargo, el proyecto de ellas no coincidía en tiempo y oportunidad con el de él. Ellas se querían casar. Él, consolidar un imperio.

Solo cuando este consolido su proyecto es que estuvo abierto a construir otro. Y, para sorpresa de todos y de él mismo, todo lo que él había pensado sobre la mujer ideal, en cuanto a ética y estética, quedo en lo anecdótico cuando encontró a la mujer con la que vive hoy. La relación, me cuenta Isaac, era social, no sentimental, no obstante, se sentía extrañamente atraído por esa mujer que le inyectaba vida a su vida, aun cuando era (y es) la antítesis de las anteriores.

Platicando con ella se dio cuenta de que ambos buscaban lo mismo, una persona con la que, en orden de importancia, pudieran ser, estar y transitar lo que les resta de vida. Él descubrió, terminando la consolidación de su proyecto, que era más vivaz y locuaz de lo que pensaba y que, allende las finanzas, la filosofía y la teología, compartía con ella temas mundanos que le divertían.

En otras palabras, si en la relación hay un alto nivel de química y de comunión psíquica, pero no proyecto, la relación, o no va a funcionar, o va a ser una más de esas que están por estar.

Así, pues, sin demeritar las áreas de oportunidad psicológica que las partes tengan que sanar, lo que realmente importa es que, amén de la atracción física y psíquica que sientan por la persona en cuestión, ambos tengan y compartan proyecto, en donde ambos construyan y cuiden el tema económico, de salud y de desarrollo individual y de pareja. En donde tal vez los gustos culinarios, artísticos, intelectuales y demás, no coincidan del todo, pero el tener un proyecto común les va a ayudar a buscar un punto medio en donde su puedan interesar por los gustos del otro para poder departirlos y compartirlos.

Sin un proyecto común, lo que hay, es una temporalidad, pero no una relación.

Nos leemos en el siguiente artículo.   

 

1 comentario:

  1. Un proyecto en común, puede ser también dos fines personales distintos, gestionando se en una lógica funcional de quid pro Quo.

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