miércoles, 9 de agosto de 2023

Por amor a la nación.

Vivimos en el mundo una serie de cambios de orden político y electoral que viene de antaño. Algunos cocinándose desde los tiempos Karl Marx, burgués de clase media alta que, al no tener necesidad de trabajar, se dedicó a idealizar y diseñar lo que desde su óptica sería una sociedad perfecta. Su familia poseía importantes viñedos en Mosela. Se caso con una aristócrata prusiana, hija del Barón Ludwing von Westphalen (miembro de la alta burocracia del imperio), lo cual le aseguraba una buena renta. Fue colaborador y becario de Friedrich Engels el cual era propietario de la fábrica textil más importante de Manchester.

Las ideas y valores que estos ricos y empoderados idealistas sembraron han causado más daño del que se hicieron así mismos. Hoy, el descreimiento en la política y en los políticos nos ha hecho caer en los absurdos que nos han llevado en el proceso electivo a decantarnos por populistas de izquierda y derecha que no tienen la más mínima idea de la realidad, amén de que hemos llegado a pensar que la ciudadanía, dividida en minorías muy vocales, es la que puede arreglar lo que los políticos no. Minorías que, claro está, no representan más que ese tres, cuatro o cinco por ciento que representan y que están en conflicto con esas otras minorías que, como ellas, quieren hacer de su pequeña parte un todo.

Sirva esta estulta disgregación para recordar, sin mitificación, idealización y nostalgia, pero si con un fuerte sentimiento de realidad, la forma en que los Aztecas elegían a su emperador. Cierto que eran otros los tiempos, las circunstancias y la cultura, pero que útil nos seria a muchas naciones, regresar a ello.

La elección del emperador era electiva, no hereditaria. El emperador no podía escoger a su sucesor ni placearlo como representante o defensor de su gobierno. La elección del emperador recaía en un colegio de electores formado por la máxima autoridad religiosa, por el capitán de los ejércitos y los señores de Texcoco y Tlacopan. Estos tenían la obligación de elegir, dentro de los descendientes de Ténoch (primer emperador azteca), a los más capacitados y virtuosos.

Hasta aquí todo bien, sin embargo, la diferencia estriba en que los candidatos al puesto de emperador se tenían que postular ellos mismos. El único requisito que se les pedía era que fueran descendientes de Ténoch. Esto permitía que los hijos del difunto, sobrinos, hermanos y demás parientes que se sintieran calificados, podían aspirar a sucederlo sin que el hombre que sucedían en el poder haya podido incidir en el proceso, ya que las postulaciones se hacían hasta la muerte de este.

Los aspirantes para sucederlo conocían el método de selección, por lo que no había engaño. Todo era transparente. El análisis de los candidatos era muy riguroso, de tal suerte que no solo evaluaban su devoción, su inteligencia, bravura y triunfos o fracasos en el campo de batalla, sino que además era de suma importancia la ética y comportamiento de estos, así como la habilidad diplomática mostrada en los puestos que hubiesen ocupado.

La parte más importante del proceso de sucesión era el de la muerte, ya que el procedimiento exigía la decapitación de los no elegidos, de tal suerte que el primer acto oficial y público del nuevo emperador, era la decapitación de los otros contendientes.

En otras palabras, los contendientes a la sucesión lo hacían conscientes de que serían ejecutados en caso de que no salieran elegidos. Imagine por un momento si esta regla estuviera vigente en todo el mundo. Cuantos de los candidatos que existen en este momento para la presidencia de sus respectivos países, estarían dispuestos a contender, bajo la estricta vigilancia de un colegio elector ajeno a independiente a ellos.

No hay duda de que los que contendieran lo harían por amor a la nación o por una excesiva confianza en sus posibilidades, sin olvidar, claro está, que una de las atribuciones del colegio elector era la de ejecutar al elegido, si este no cumplía cabalmente su función.

En ocasiones como las que estamos viviendo en algunos países, más de uno puede llegar a pensar que la barbarie de nuestros ancestros no nos vendría del todo mal en este momento, por lo menos en lo que respecta al rubro electoral y al de la función pública.

Hay países en los que la regla de cero corrupción aplica con un cierto grado de modernidad. En Singapur, por ejemplo, se empezó por condenar con las penas más altas a los funcionarios públicos que aceptaban sobornos o que hacían mal uso del dinero del estado. Esto llevo a la cárcel a muchos funcionarios, burócratas y empresarios involucrados, pero como esto no fue suficiente, se instituyo, años después, la pena de muerte.

Obviamente que en Singapur no ejecutan a los que no hayan logrado el voto del colegio electivo. Son tan civilizados que estos pueden colocarse dentro de la administración del candidato ganador o en algún otro equipo de la función pública, pero todos los hacen firmando un documento legal en el que autorizan al Estado a auditar sin previo aviso las cuentas bancarias de ellos y de los suyos, dentro y fuera del pais.

El equipo auditor es ajeno a ellos y goza de plenos poderes, por lo que en el momento en que se descubre una irregularidad, por mínima que esta sea, se lleva a juicio a la persona y si es encontrado culpable, se la ahorca o fusila.

Cierto que ambos casos eran y son una autocracia democrática. Autocracia por que el fallo era y es irrevocable y, democrática, porque llegan al poder o a la función vía un colegio electoral. En ambos casos los candidatos se postulaban (Aztecas) o se postulan (Singapur). Pero lo hacían y lo hacen con conocimiento de causa de que es lo que les pasaría si fallan o no cumplen a cabalidad con sus responsabilidad.

Esto es muy mal visto en la actualidad, pero me pregunto si hubiese sido posible que gente como la que hoy detenta el poder y la gran mayoría de los cargos públicos hubiesen contendido por el poder y, en caso de llegar, estuviesen aun ahí si esta ley siguiera vigente, así como el tipo de gobernantes, funcionarios públicos y sociedad que tendríamos bajo una ley como las arriba mencionadas.

En esas autocracias se paga un precio muy alto, en las democracias participativas, otros. No obstante, me preguntó: ¿Cuál de los dos sistemas nos proporcionaría un mejor nivel de vida y una mejor sociedad, tanto en el combes de lo político, como en el de lo empresarial y social?

Solo usted puede elucidarlo. En el inter salga, vote y reclame.

Apoye a quien usted desee, pero vote a invite a votar a otros.

Nos leemos en el siguiente artículo.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    

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