domingo, 18 de febrero de 2018

¿Y si las cosas fueran dinero?


El mundo de las finanzas me ha permitido acceder a diferentes formas de ver y vivir la vida, en especial en lo que tiene que ver con el combés de dinero. Una es la óptica de los que hacen dinero y otra, diametralmente opuesta, de los que no.

Los que están enfocados ganar dinero, son extraordinariamente tenaces y pacientes, sobre todo pacientes. Saben que el dinero no se gana de la noche a la mañana y que se tiene que trabajar mucho por él. Amén de que el trabajo que este demanda es más inteligente que operativo. La operación es importante, pero esta lo único que asegura es el correcto funcionamiento de las cosas (eficiencia), lo cual de suyo es muy bueno para las utilidades, sin embargo, las utilidades que marcan una diferenciación no están en la operación, sino en el diseño inteligente del negocio (eficacia).

Las personas que tienen como objetivo hacer dinero están ciertos de que nadie tiene prisa por deshacerse de su dinero, lo que hace que las transacciones de negocios sean mucha más lentas y complejas de lo que los académicos, idealistas e ignaros creen. Por lo general, estos últimos ven el dinero como un instrumento de gasto y no de inversión, por lo que tienden a mostrar una prisa propia de todos aquellos que nunca han hecho nada, lo cual de suyo ya es de suma importancia para no realizar con ellos ningún tipo de transacción.

La paciencia (ciencia de la paz) es algo que no tienen ni tendrán los académicos, idealistas e ignaros. Su nivel de exigencia es tal, que lo único que logran es que algo que pudiera tener factibilidad de éxito, fracase por su ignorancia y apremios. Ya que el otro, ese con quien quieren hacer dinero y que si sabe de negocios, vera con muy malos ojos las exigencias de tiempo de su contraparte.

Lo primero que se hará evidente al hombre de negocios, es que ese tipo de personas son aquellas con las que no se debe realizar ningún tipo de transacción que vaya más allá de la simple operación mecánica de un negocio. Son personas que no tienen la capacidad de tomarse el tiempo para meditar y analizar lo visible e invisible de toda operación, lo que ineluctablemente mermara su capacidad para responder con propiedad cuando la oblicuidad se presente, ya que los negocios (como la vida) son oblicuos, no lineales.

Las personas que han hecho dinero están ciertas de que el dinero es para hacer dinero, no para gastar. Siempre saben en que invertir cada centavo que ganan. Lo que compra el dinero es una resultante del éxito, no obstante para ellos es más importante como ganarlo que como gastarlo.

Otro diferendo sustancial es que todo lo que ven, lo ven en su forma de dinero. Puede ser que las cosas estén en forma de billetes o en forma de objetos, pero ellos, indistintamente de la forma en que estén las cosas, las ven como dinero, ya que para poder tener todas esas cosas, por insustanciales que puedan parecer, se requiere dinero. Así pues, ellos, al adquirir algo, le dan el valor que tiene como dinero, mientras que otros, al adquirir algo, lo ven como cosa, es decir, dejan de verlo como lo que es: dinero en forma de cosa.  

Hace algunos años tuve una cafebrería llamada El Toboso. Era una librería de tres pisos, con restaurante, área infantil y demás menesteres. En una ocasión llego un grupo de inversionistas a la Cafebrería, debido a que nos íbamos a entrevistar ahí con un grupo de académicos liderados por una excelsa académica del mundo de las letras que necesitaba que la apoyáramos con charlas y dinero para un proyecto universitario que no fructifico.

Recibí a unos y a otros, haciendo un recorrido por las instalaciones para que conocieran el lugar. Uno de los inversionistas al ver el inventario de libros que tenía en exposición, comentó desde el fondo de su ser, lo poco afortunado que le parecía tener todo ese dinero ahí, siendo este más rentable en otros giros. La académica y sus compañeros escucharon el comentario con acritud, respondiendo también, desde el fondo de su ser, que como era posible que siendo los libros el epitome de la cultura, se les viera de una manera tan prosaica y utilitaria. Está por demás decir que no consiguió los fondos que buscaba.

La verdad está en los objetos.
La verdad está en los objetos, no en los sujetos. Los sujetos lo que hacemos es una interpretación del objeto. Interpretación que está subordinada a nuestras percepciones y códigos de creencias. Las cosas son lo que son y lo son más de allá de nuestros pareceres y códigos de interpretación. Si nos queremos acercar a la verdad, tenemos que acercarnos al objeto y reconocer lo que este es lo que es, indistintamente de la posición que tengamos respecto a él.

En estricto sentido, para poder tener esos libros en exposición, fue menester invertir una enorme cantidad de dinero, no obstante el comentario de ella fue valido desde su percepción, preferencias y creencias, pero fue un comentario alejado de la verdad. Ese dinero, en otro negocio, sería mucho más rentable.

Al paso del tiempo el inversionista que emitió tal comentario, termino haciendo más dinero, al tiempo que ella logro una jubilación universitaria que la dejo con una relativa comodidad. Muy probablemente los únicos libros que ese inversionista tenga en su haber son los de contabilidad, mientras que ella es muy probable que tenga un acervo bibliográfico de encomiable admiración, no obstante en el diario vivir es menester reconocer que él sigue haciendo más dinero, al tiempo que ella vive rodeada de sus libros, pero batallando con su cada vez más exigua pensión.

No estamos resaltando aquí si el camino por el que optaron uno y otro fue el correcto. Cierto estoy que para ellos lo fue. Lo que estamos resaltando es el hecho de que a él le asistía la razón. Ese dinero en otro giro hubiese (y fue) mucho más rentable. La diferencia valorativa entre uno y otro está en la percepción que cada uno tiene del dinero.   

Veamos otro ejemplo. Hace un tiempo caminaba con el dueño de una empresa papelera en Monterrey. Transitábamos por los pasillos de su fábrica inmersos en el intercambio dialógico que nos ocupaba, cuando se detuvo en medio del pasillo, saco un billete de 20 pesos y lo tiro al piso. Acto seguido se movió unos metros (y yo con él), sin dejar de observar con la vista periférica el destino del billete. 

Al minuto paso el Jefe de Producción, vio el billete, lo recogió y se lo metió a la bolsa. Acto seguido lo llamo el dueño preguntándole que había hecho con el billete que él dejo en el piso. El Jefe de Producción, todo apenado, lo saco del bolso del pantalón y se lo devolvió.

El dueño de la empresa tomo el billete y le preguntó: A dos metros de donde estaba el billete, había un rollo de papel higiénico, porqué recogiste el billete y no el rollo de papel, siendo que ambos son dinero: uno en forma de billete y el otro en forma de papel higiénico.

El jefe de Producción se quedó callado. No supo que responder. No obstante el silencio fue tan abrumador que lo único que alcanzo a decir es que no lo había visto. El dueño de la empresa le dijo que era un excelente Jefe de Producción, pero que se necesitaba algo más que su desempeño operativo para poder ascender a puestos de mayor relevancia. Le hizo ver que necesitaba trabajar consigo mismo para entender lo que es el dinero y lo que con este se puede hacer, y que mientras no aprendiera a ver las cosas como dinero y no como cosas, su horizonte de posibilidades iba a estar suscrito a la operación.  

El jefe de Producción regreso a su trabajo cabizbajo y confundido. El dueño de la empresa y un servidor retomamos nuestro camino hasta llegar a la oficina de Recursos Humanos. El dueño le explico lo sucedido al responsable del área y le pidió que desarrollara una campaña al respecto para todo el personal de la empresa.

Sirva lo anterior para ejemplificar el título de este artículo: ¿Y si las cosas fueran dinero?
Hemos perdido la capacidad de ver las cosas como dinero. Las vemos como cosas, pero no como dinero. Lo interesante del caso es que para poder comprar todas esas cosas, se necesita dinero. Así entonces, porque si nos fue menester pagar por ellas, es que las vemos como cosas y no como dinero.

Ya una vez que compramos las cosas, las dejamos de ver como lo que son: dinero que se ha transmutado en cosas. Lo cual no solo hace que pierdan su valor, sino que además las demeritamos en su propia función, es decir, en su función de cosa.

Observe su hábitat: ¿Cuántas cosas tiene en su hábitat que no utiliza o que utiliza muy poco? ¿Qué valor de reposición tienen esas cosas? ¿Cuánto tendría que trabajar para poder comprar todo eso que no usa o devenga a plenitud? Revise su oficina. Pasa exactamente lo mismo. ¿Cuánto de lo que está ahí no lo devenga o usa?

Lo mismo acaece con los que están a nuestros alrededor, ya sea la pareja, los hijos, colaboradores o amigos. Todos ven las cosas como cosas y no como dinero.

Centrémonos en el tema de los hijos. Estos, porque así los hemos educado, piden cosas sin tener idea de lo que se tiene que pagar para obtenerlas… Y cuando se les da dinero lo ven como algo que se gasta, no como algo que se gana y mucho menos como algo que se invierte.

Por mucha instrucción pública que les demos (carrera, maestría o doctorado), su horizonte va  estar limitado a la concepción que les hayamos formado del dinero. Si se supone que nuestros hijos son lo que más nos importa en la vida, porque entonces no los educamos a ganar dinero y a ver las cosas como dinero y no como cosas.  

Por donde usted camine va a ver dinero tirado en su forma de cosa. Y si bien es cierto que el dinero no lo es todo, también es cierto que usted trabaja para ganarlo, luego, si esto es así, la pregunta obligada es: ¿por qué si trabaja por él, se da usted el lujo de tirarlo ya una vez que este se convierte en cosa?

En una ocasión llego el mayor de mis hijos con unas calificaciones paupérrimas. En él las letras y la academia no estaban presentes ni tenían un valor determinado. La escuela era el lugar donde estaban sus amigos y a eso iba, a socializar, no estudiar.

Hable con él y le sugerí que dejara la escuela y que ese dinero lo invirtiéramos en algo que fuera obsecuente a él. Su primera reacción fue decir que no. Que todos sus amigos estaban en la preparatoria y que no quería dejar de estudiar, que había sido un desliz académico pero que no se iba a repetir. Le hice ver que en todo lo que argumento no había un gramo de realidad académica, pero si social, por lo cual el resultado que él pretendía era imposible de lograr. Habló con su madre y esta lo apoyo (qué haríamos sin ellas).

Fijamos un intervalo no mayor a 90 días y si en esos meses no había una mejora sensible en las notas, se saldría de la escuela para iniciar algo que fuera obsecuente a él. El resultado fue el esperado. Las notas no solo no mejoraron, sino que iban a menos. Se tomó la decisión y si bien es cierto que al principio no fue de su agrado ni de su progenitora, también lo es que después de varios desaciertos, encontró su nicho de mercado y hoy es un empresario muy exitoso. Iletrado, de acuerdo, pero exitoso.

En esa migración de estudiante a empresario, trabajamos intensamente en lo que ya venía degustando desde casa, que las cosas son dinero y no cosas. Esto fue de suma importancia ya que al iniciar un negocio, se tiende a idealizar el arranque del mismo, cuando la realidad es que no hay etapa más difícil que el arranque.

Se invertía en lo necesario y se desechaba lo superfluo, es decir todas esas estulticias que según él le ayudarían a mejorar la imagen de un negocio que aún no existía el subconsciente colectivo. Al paso de los años y de varios desaciertos, fue consolidando lo que era y es obsecuente a él, cuidando cada peso que gana para invertir en aquello que tiene una función utilitaria para él y los suyos.

Por supuesto que se da sus gustos estéticos, culinarios y culturales (viaja mucho), pero estos son una resultante del éxito y no al revés, amén de que busca extraer de ellos algo que pueda aplicar posteriormente a su negocio.

Hoy, al paso del tiempo mi hijo mitifico y tergiverso sus orígenes (lo hacemos todos), lo cual es útil solo para construir el mito, no obstante en lo demás sigue igual: cuidando cada peso y viendo las cosas como dinero y no como cosas.

Otro tema al que tampoco le damos valor y que es de suma importancia, es el del tiempo. Se ha preguntado usted cuánto vale su tiempo. Si tuviera que comprar tiempo: ¿cuánto tendría que pagar por él?

¿Cuántas veces ha escuchado la trillada y nunca comprendida frase de que el tiempo es oro? La realidad es que el tiempo, como los objetos, también es dinero.

Capitalismo viene de Cápita (cabeza), por lo que nos es menester preguntarnos: en qué son más rentables mis ocho o diez horas de decisiones y acciones: produciendo zapatos, vendiendo zapatos o boleando zapatos. El producto es el mismo: zapatos. No obstante a usted le toca decidir si los bolea, los vende o los produce.

¿Usted, en qué usa su tiempo?
Por favor haga un análisis del uso de su tiempo. ¿En que lo aplica? ¿Cuánto le da esté a ganar, ya sea en lo material o en lo espiritual? Ese espacio de divertimento en el que usa su tiempo para mitigar u olvidar la realidad, es en sí mismo un divertimento que le hace crecer o es un tiempo tirado a la basura que no busca otra cosa más que matar a ese que le quiere matar (el tiempo).

Por ese falta de valoración económica utilitaria con la que crecimos y que nadie, ni nuestros padres ni nosotros mismos subsanamos, nos damos el lujo de desperdiciar la vida, de comprar cosas que no necesitamos y que poco o nada devengamos. Objetos que ya una vez que están en su forma de cosas las dejamos de ver como lo que son: dinero en forma de cosas.

Por la misma razón hacemos un mal uso del tiempo gastando este antes de este nos gaste a nosotros, cuando lo que debiéramos hacer es invertir en él como algo que a la larga nos va a redituar como mínimo experiencia. Observe usted a sus mayores, descubrirá que la gran mayoría de ellos son ancianos, pero no sabios. Son personas que no vieron el tiempo como inversión, sino como gasto.

Empecemos por educarnos a nosotros mismos viendo las cosas como dinero sin dejar de verlas como cosas, con un uso y función determinada, que tiene un valor de reposición que no decrece con el tiempo.

Aprendamos a darle un valor económico a todo lo que tenemos y hacemos, no como una medida ajena a los otros valores que las cosas y los actos no puedan generar como son el gozo de un amanecer, la sonrisa de un niño o la presenciad e la persona amada, pero démosle también un valor económico por todo el esfuerzo que ello implica y significa…

Si usted tuviera que comprar un amanecer, cuanto pagaría por él.

Si antes de morir le dieran la oportunidad de pagar para poder contemplar la sonrisa de un infante que en su inocencia le sonríe sin saber que usted se va, pero que en su sonrisa le dice que usted está ahí, en esa sonrisa que tuvo cuando niño y que no valoro. ¿Cuánto pagaría por poder verse en esa sonrisa?

Si usted tuviera que pagar antes de morir por ver a la persona amada, ¿cuánto pagaría por ello?

Por qué sin ese momento estaría usted dispuesto a pagar todo lo que tiene por ello, no lo da el valor que tiene y no le ayuda a los suyos a que aprecien el valor que realmente tienen las cosas y los actos, aun cuando no estén en su forma de dinero. 

Nos leemos en el siguiente artículo.

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