El
mundo de las finanzas me ha permitido acceder a diferentes formas de ver y
vivir la vida, en especial en lo que tiene que ver con el combés de dinero. Una
es la óptica de los que hacen dinero y otra, diametralmente opuesta, de los que
no.
Los
que están enfocados ganar dinero, son extraordinariamente tenaces y pacientes,
sobre todo pacientes. Saben que el dinero no se gana de la noche a la mañana y
que se tiene que trabajar mucho por él. Amén de que el trabajo que este demanda
es más inteligente que operativo. La operación es importante, pero esta lo único
que asegura es el correcto funcionamiento de las cosas (eficiencia), lo cual de
suyo es muy bueno para las utilidades, sin embargo, las utilidades que marcan
una diferenciación no están en la operación, sino en el diseño inteligente del
negocio (eficacia).
Las
personas que tienen como objetivo hacer dinero están ciertos de que nadie tiene
prisa por deshacerse de su dinero, lo que hace que las transacciones de negocios
sean mucha más lentas y complejas de lo que los académicos, idealistas e ignaros
creen. Por lo general, estos últimos ven el dinero como un instrumento de gasto
y no de inversión, por lo que tienden a mostrar una prisa propia de todos
aquellos que nunca han hecho nada, lo cual de suyo ya es de suma importancia
para no realizar con ellos ningún tipo de transacción.
La
paciencia (ciencia de la paz) es algo que no tienen ni tendrán los académicos,
idealistas e ignaros. Su nivel de exigencia es tal, que lo único que logran es
que algo que pudiera tener factibilidad de éxito, fracase por su ignorancia y apremios.
Ya que el otro, ese con quien quieren hacer dinero y que si sabe de negocios,
vera con muy malos ojos las exigencias de tiempo de su contraparte.
Lo
primero que se hará evidente al hombre de negocios, es que ese tipo de personas
son aquellas con las que no se debe realizar ningún tipo de transacción que vaya
más allá de la simple operación mecánica de un negocio. Son personas que no
tienen la capacidad de tomarse el tiempo para meditar y analizar lo visible e invisible
de toda operación, lo que ineluctablemente mermara su capacidad para responder
con propiedad cuando la oblicuidad se presente, ya que los negocios (como la
vida) son oblicuos, no lineales.
Las
personas que han hecho dinero están ciertas de que el dinero es para hacer
dinero, no para gastar. Siempre saben en que invertir cada centavo que ganan.
Lo que compra el dinero es una resultante del éxito, no obstante para ellos es
más importante como ganarlo que como gastarlo.
Otro
diferendo sustancial es que todo lo que ven, lo ven en su forma de dinero. Puede
ser que las cosas estén en forma de billetes o en forma de objetos, pero ellos,
indistintamente de la forma en que estén las cosas, las ven como dinero, ya que
para poder tener todas esas cosas, por insustanciales que puedan parecer, se
requiere dinero. Así pues, ellos, al adquirir algo, le dan el valor que tiene
como dinero, mientras que otros, al adquirir algo, lo ven como cosa, es decir,
dejan de verlo como lo que es: dinero en forma de cosa.
Hace
algunos años tuve una cafebrería llamada El Toboso. Era una librería de tres
pisos, con restaurante, área infantil y demás menesteres. En una ocasión llego
un grupo de inversionistas a la Cafebrería, debido a que nos íbamos a
entrevistar ahí con un grupo de académicos liderados por una excelsa académica del
mundo de las letras que necesitaba que la apoyáramos con charlas y dinero para
un proyecto universitario que no fructifico.
Recibí
a unos y a otros, haciendo un recorrido por las instalaciones para que
conocieran el lugar. Uno de los inversionistas al ver el inventario de libros
que tenía en exposición, comentó desde el fondo de su ser, lo poco afortunado
que le parecía tener todo ese dinero ahí, siendo este más rentable en otros giros.
La académica y sus compañeros escucharon el comentario con acritud,
respondiendo también, desde el fondo de su ser, que como era posible que siendo
los libros el epitome de la cultura, se les viera de una manera tan prosaica y
utilitaria. Está por demás decir que no consiguió los fondos que buscaba.
La
verdad está en los objetos.
La
verdad está en los objetos, no en los sujetos. Los sujetos lo que hacemos es
una interpretación del objeto. Interpretación que está subordinada a nuestras
percepciones y códigos de creencias. Las cosas son lo que son y lo son más de
allá de nuestros pareceres y códigos de interpretación. Si nos queremos acercar
a la verdad, tenemos que acercarnos al objeto y reconocer lo que este es lo que
es, indistintamente de la posición que tengamos respecto a él.
En
estricto sentido, para poder tener esos libros en exposición, fue menester
invertir una enorme cantidad de dinero, no obstante el comentario de ella fue valido
desde su percepción, preferencias y creencias, pero fue un comentario alejado
de la verdad. Ese dinero, en otro negocio, sería mucho más rentable.
Al
paso del tiempo el inversionista que emitió tal comentario, termino haciendo más
dinero, al tiempo que ella logro una jubilación universitaria que la dejo con
una relativa comodidad. Muy probablemente los únicos libros que ese inversionista
tenga en su haber son los de contabilidad, mientras que ella es muy probable
que tenga un acervo bibliográfico de encomiable admiración, no obstante en el diario
vivir es menester reconocer que él sigue haciendo más dinero, al tiempo que
ella vive rodeada de sus libros, pero batallando con su cada vez más exigua pensión.
No
estamos resaltando aquí si el camino por el que optaron uno y otro fue el
correcto. Cierto estoy que para ellos lo fue. Lo que estamos resaltando es el
hecho de que a él le asistía la razón. Ese dinero en otro giro hubiese (y fue)
mucho más rentable. La diferencia valorativa entre uno y otro está en la percepción
que cada uno tiene del dinero.
Veamos
otro ejemplo. Hace un tiempo caminaba con el dueño de una empresa papelera en
Monterrey. Transitábamos por los pasillos de su fábrica inmersos en el
intercambio dialógico que nos ocupaba, cuando se detuvo en medio del pasillo,
saco un billete de 20 pesos y lo tiro al piso. Acto seguido se movió unos
metros (y yo con él), sin dejar de observar con la vista periférica el destino
del billete.
Al
minuto paso el Jefe de Producción, vio el billete, lo recogió y se lo metió a
la bolsa. Acto seguido lo llamo el dueño preguntándole que había hecho con el
billete que él dejo en el piso. El Jefe de Producción, todo apenado, lo saco
del bolso del pantalón y se lo devolvió.
El
dueño de la empresa tomo el billete y le preguntó: A dos metros de donde estaba
el billete, había un rollo de papel higiénico, porqué recogiste el billete y no
el rollo de papel, siendo que ambos son dinero: uno en forma de billete y el
otro en forma de papel higiénico.
El jefe de Producción se quedó callado. No supo que responder. No obstante el silencio fue tan abrumador que lo único que alcanzo a decir es que no lo había visto. El dueño de la empresa le dijo que era un excelente Jefe de Producción, pero que se necesitaba algo más que su desempeño operativo para poder ascender a puestos de mayor relevancia. Le hizo ver que necesitaba trabajar consigo mismo para entender lo que es el dinero y lo que con este se puede hacer, y que mientras no aprendiera a ver las cosas como dinero y no como cosas, su horizonte de posibilidades iba a estar suscrito a la operación.
El jefe de Producción se quedó callado. No supo que responder. No obstante el silencio fue tan abrumador que lo único que alcanzo a decir es que no lo había visto. El dueño de la empresa le dijo que era un excelente Jefe de Producción, pero que se necesitaba algo más que su desempeño operativo para poder ascender a puestos de mayor relevancia. Le hizo ver que necesitaba trabajar consigo mismo para entender lo que es el dinero y lo que con este se puede hacer, y que mientras no aprendiera a ver las cosas como dinero y no como cosas, su horizonte de posibilidades iba a estar suscrito a la operación.
El
jefe de Producción regreso a su trabajo cabizbajo y confundido. El dueño de la
empresa y un servidor retomamos nuestro camino hasta llegar a la oficina de
Recursos Humanos. El dueño le explico lo sucedido al responsable del área y le
pidió que desarrollara una campaña al respecto para todo el personal de la
empresa.
Sirva
lo anterior para ejemplificar el título de este artículo: ¿Y si las cosas
fueran dinero?
Hemos
perdido la capacidad de ver las cosas como dinero. Las vemos como cosas, pero
no como dinero. Lo interesante del caso es que para poder comprar todas esas
cosas, se necesita dinero. Así entonces, porque si nos fue menester pagar por
ellas, es que las vemos como cosas y no como dinero.
Ya
una vez que compramos las cosas, las dejamos de ver como lo que son: dinero que
se ha transmutado en cosas. Lo cual no solo hace que pierdan su valor, sino que
además las demeritamos en su propia función, es decir, en su función de cosa.
Observe
su hábitat: ¿Cuántas cosas tiene en su hábitat que no utiliza o que utiliza muy
poco? ¿Qué valor de reposición tienen esas cosas? ¿Cuánto tendría que trabajar para
poder comprar todo eso que no usa o devenga a plenitud? Revise su oficina. Pasa
exactamente lo mismo. ¿Cuánto de lo que está ahí no lo devenga o usa?
Lo mismo acaece con los que están a nuestros alrededor, ya sea la pareja, los hijos, colaboradores o amigos. Todos ven las cosas como cosas y no como dinero.
Lo mismo acaece con los que están a nuestros alrededor, ya sea la pareja, los hijos, colaboradores o amigos. Todos ven las cosas como cosas y no como dinero.
Centrémonos
en el tema de los hijos. Estos, porque así los hemos educado, piden cosas sin
tener idea de lo que se tiene que pagar para obtenerlas… Y cuando se les da
dinero lo ven como algo que se gasta, no como algo que se gana y mucho menos
como algo que se invierte.
Por
mucha instrucción pública que les demos (carrera, maestría o doctorado), su
horizonte va estar limitado a la
concepción que les hayamos formado del dinero. Si se supone que nuestros hijos son
lo que más nos importa en la vida, porque entonces no los educamos a ganar
dinero y a ver las cosas como dinero y no como cosas.
Por
donde usted camine va a ver dinero tirado en su forma de cosa. Y si bien es
cierto que el dinero no lo es todo, también es cierto que usted trabaja para
ganarlo, luego, si esto es así, la pregunta obligada es: ¿por qué si trabaja
por él, se da usted el lujo de tirarlo ya una vez que este se convierte en
cosa?
En una ocasión llego el mayor de mis hijos con unas calificaciones paupérrimas. En él las letras y la academia no estaban presentes ni tenían un valor determinado. La escuela era el lugar donde estaban sus amigos y a eso iba, a socializar, no estudiar.
En una ocasión llego el mayor de mis hijos con unas calificaciones paupérrimas. En él las letras y la academia no estaban presentes ni tenían un valor determinado. La escuela era el lugar donde estaban sus amigos y a eso iba, a socializar, no estudiar.
Hable
con él y le sugerí que dejara la escuela y que ese dinero lo invirtiéramos en
algo que fuera obsecuente a él. Su primera reacción fue decir que no. Que todos
sus amigos estaban en la preparatoria y que no quería dejar de estudiar, que había
sido un desliz académico pero que no se iba a repetir. Le hice ver que en todo
lo que argumento no había un gramo de realidad académica, pero si social, por
lo cual el resultado que él pretendía era imposible de lograr. Habló con su
madre y esta lo apoyo (qué haríamos sin ellas).
Fijamos
un intervalo no mayor a 90 días y si en esos meses no había una mejora sensible
en las notas, se saldría de la escuela para iniciar algo que fuera obsecuente a
él. El resultado fue el esperado. Las notas no solo no mejoraron, sino que iban
a menos. Se tomó la decisión y si bien es cierto que al principio no fue de su
agrado ni de su progenitora, también lo es que después de varios desaciertos, encontró
su nicho de mercado y hoy es un empresario muy exitoso. Iletrado, de acuerdo,
pero exitoso.
En esa migración de estudiante a empresario, trabajamos intensamente en lo que ya venía degustando desde casa, que las cosas son dinero y no cosas. Esto fue de suma importancia ya que al iniciar un negocio, se tiende a idealizar el arranque del mismo, cuando la realidad es que no hay etapa más difícil que el arranque.
En esa migración de estudiante a empresario, trabajamos intensamente en lo que ya venía degustando desde casa, que las cosas son dinero y no cosas. Esto fue de suma importancia ya que al iniciar un negocio, se tiende a idealizar el arranque del mismo, cuando la realidad es que no hay etapa más difícil que el arranque.
Se
invertía en lo necesario y se desechaba lo superfluo, es decir todas esas estulticias
que según él le ayudarían a mejorar la imagen de un negocio que aún no existía el
subconsciente colectivo. Al paso de los años y de varios desaciertos, fue
consolidando lo que era y es obsecuente a él, cuidando cada peso que gana para
invertir en aquello que tiene una función utilitaria para él y los suyos.
Por
supuesto que se da sus gustos estéticos, culinarios y culturales (viaja mucho),
pero estos son una resultante del éxito y no al revés, amén de que busca
extraer de ellos algo que pueda aplicar posteriormente a su negocio.
Hoy,
al paso del tiempo mi hijo mitifico y tergiverso sus orígenes (lo hacemos
todos), lo cual es útil solo para construir el mito, no obstante en lo demás
sigue igual: cuidando cada peso y viendo las cosas como dinero y no como cosas.
Otro
tema al que tampoco le damos valor y que es de suma importancia, es el del
tiempo. Se ha preguntado usted cuánto vale su tiempo. Si tuviera que comprar
tiempo: ¿cuánto tendría que pagar por él?
¿Cuántas
veces ha escuchado la trillada y nunca comprendida frase de que el tiempo es oro?
La realidad es que el tiempo, como los objetos, también es dinero.
Capitalismo
viene de Cápita (cabeza), por lo que nos es menester preguntarnos: en qué son
más rentables mis ocho o diez horas de decisiones y acciones: produciendo zapatos,
vendiendo zapatos o boleando zapatos. El producto es el mismo: zapatos. No
obstante a usted le toca decidir si los bolea, los vende o los produce.
¿Usted,
en qué usa su tiempo?
Por
favor haga un análisis del uso de su tiempo. ¿En que lo aplica? ¿Cuánto le da esté
a ganar, ya sea en lo material o en lo espiritual? Ese espacio de divertimento
en el que usa su tiempo para mitigar u olvidar la realidad, es en sí mismo un divertimento
que le hace crecer o es un tiempo tirado a la basura que no busca otra cosa más
que matar a ese que le quiere matar (el tiempo).
Por
ese falta de valoración económica utilitaria con la que crecimos y que nadie,
ni nuestros padres ni nosotros mismos subsanamos, nos damos el lujo de desperdiciar
la vida, de comprar cosas que no necesitamos y que poco o nada devengamos. Objetos
que ya una vez que están en su forma de cosas las dejamos de ver como lo que
son: dinero en forma de cosas.
Por
la misma razón hacemos un mal uso del tiempo gastando este antes de este nos
gaste a nosotros, cuando lo que debiéramos hacer es invertir en él como algo
que a la larga nos va a redituar como mínimo experiencia. Observe usted a sus
mayores, descubrirá que la gran mayoría de ellos son ancianos, pero no sabios. Son
personas que no vieron el tiempo como inversión, sino como gasto.
Empecemos
por educarnos a nosotros mismos viendo las cosas como dinero sin dejar de verlas
como cosas, con un uso y función determinada, que tiene un valor de reposición
que no decrece con el tiempo.
Aprendamos
a darle un valor económico a todo lo que tenemos y hacemos, no como una medida
ajena a los otros valores que las cosas y los actos no puedan generar como son
el gozo de un amanecer, la sonrisa de un niño o la presenciad e la persona
amada, pero démosle también un valor económico por todo el esfuerzo que ello
implica y significa…
Si usted tuviera que comprar un amanecer, cuanto pagaría por él.
Si antes de morir le dieran la oportunidad de pagar para poder contemplar la sonrisa de un infante que en su inocencia le sonríe sin saber que usted se va, pero que en su sonrisa le dice que usted está ahí, en esa sonrisa que tuvo cuando niño y que no valoro. ¿Cuánto pagaría por poder verse en esa sonrisa?
Si usted tuviera que comprar un amanecer, cuanto pagaría por él.
Si antes de morir le dieran la oportunidad de pagar para poder contemplar la sonrisa de un infante que en su inocencia le sonríe sin saber que usted se va, pero que en su sonrisa le dice que usted está ahí, en esa sonrisa que tuvo cuando niño y que no valoro. ¿Cuánto pagaría por poder verse en esa sonrisa?
Si
usted tuviera que pagar antes de morir por ver a la persona amada, ¿cuánto pagaría
por ello?
Por
qué sin ese momento estaría usted dispuesto a pagar todo lo que tiene por ello,
no lo da el valor que tiene y no le ayuda a los suyos a que aprecien el valor
que realmente tienen las cosas y los actos, aun cuando no estén en su forma de
dinero.
Nos
leemos en el siguiente artículo.
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