En
artículos anteriores explicábamos que una vida sin mentiras es mentira. Mentimos
todos los días, todo el día. Nos mentimos a nosotros mismos, a los nuestros y a
los demás. Algunas de las mentiras las decimos conscientemente (con la
intención de mentir), otras ni siquiera nos damos cuenta de ellas ya que son
mentiras que pertenecen al combés de lo social.
Las
mentiras sociales, las más frecuentes de todas, son las que tienen que ver con
la cortesía (disfraz elegante de la mentira), y la razón por la cual no nos
sentimos mal con estas mentiras es debido a que la cortesía es una mentira
socialmente aceptada. La cortesía es la que nos lleva a preguntarle por su
salud y bienestar a ese no nos importa en absoluto: ¿cómo estás? ¿Cómo te ha
ido? Qué sorpresa. Qué gusto verte… Y así como estas, un sinfín de cosas más.
En
la gran mayoría de los casos el otro nos es totalmente ajeno, si le pasa o le
deja de pasar, a nosotros nos tiene sin cuidado ya que no tenemos con él más
vínculo que la azarosa casualidad de haber coincidido con él en alguna fugaz y
efímera circunstancia social, laboral o del tipo que sea. Cierto que ocasiones algunas
de esas circunstancias llegan a algo más, pero ahí si hay interés, en las otras
no.
Existe,
no obstante, otra modalidad de mentira que la sociedad y la moral dicen
sancionar -lo cual no es cierto, ya que si algo se tiene que decir, es porque no es. Esta otra modalidad de mentira,
común en nuestra cultura, sociedad y quehacer biográfico es la de las verdades
a medias. Las verdades a medias son de uso frecuente y se encuentran en todos
los ámbitos del ser, empezando, como no, por la religión.
La
religión hace uso de la metáfora (traslación del correcto significado de una
cosa a otra figurada) para explicar lo que dios nos quiere decir. Por supuesto
que cabe preguntarnos como le hacen los burócratas de ultratumba para hablar con
dios, sin embargo el tema de este artículo es el de las verdades a medias, por
lo que dejaremos los canales de comunicación de esos iluminados para postrer
ocasión.
La
metáfora es una herramienta que tiene como fin brindarle un poco de sosiego a
ese que no tiene en sí mismo las herramientas para enfrentar la realidad, ya
sea porque no las ha desarrollado o porque genéticamente carece de ellas. Esto
último, en estricto sentido, es poco probable.
La
realidad es un instrumento modificador que perfecciona al hombre que no rehúsa
vivirla. La realidad siempre rebasa todo que hemos aprendido y negarse a ella
es negarse a sí mismo. Lo paradójico es que siendo esta inevitable, poco nos
educan para lidiar con ella. Al contrario, nos enseñan a ignorarla, privándonos
con ello del derecho de adquirir con dolor, las herramientas que se requieren para
digerir y dirigir la realidad.
A
nuestros padres se les olvido, y a nosotros de adultos también, que la paz
difícilmente llega sin descender a los abismos que nos fructifican. Si para
algo sirve la inteligencia es para entender que el orden de la acción es el
orden de la transformación, y en esto siempre hay sufrimiento.
Debido
a este enorme miedo que tenemos a la realidad y al dolor que está en ocasiones
suele regalarnos, es que hacemos uso de la metáfora para mitigarla, sin darnos
cuenta de que lo que estamos haciendo es deformar nuestra mente y la mente del
otro, lo que ineluctablemente nos llevará a deformar la realidad. La metáfora
forma mentes infantiles. Mentes, que sin importar la edad que tengan, aprenden
a vivir esperando lo inesperable.
Gracias
al constante uso de la metáfora en la des-educación de las personas, es que los
juegos de azar, loterías, casinos y demás menesteres como las sociedades
anónimas (sean o no de capital variable), tienen tanto mercado, aun cuando un
mínimo de lógica dicte lo contrario.
La
metáfora es una verdad a medias que muestra y recrea solo una parte de la
realidad. No obstante la metáfora, cuando se usa y explica bien, no solo le ayuda
al otro a entender la realidad tal como es, sino que además le permitirá digerirla
y dirigirla. Sirva como ejemplo la siguiente metáfora: Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni
siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial
las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?
La
metáfora, así como esta, sin explicarla, sin complementarla, es una verdad a
medias que se circunscribe a mostrar una muy acotada parte de la realidad, lo
que inevitablemente formará en la mente de aquel que la acepte como está
escrita, una realidad que lo llevará al engaño. Cierto que usted podrá pensar
que nadie en su sano juicio puede vivir esperando lo inesperable, sin embargo
la realidad es que la gran mayoría vive así… Esperando lo inesperable: ya cambiará; dale tiempo; si dios quiere;
todo va a salir bien y una suma de etcéteras más.
Lo correcto, si usted es creyente, sería explicarle a los suyos el objetivo de la metáfora, pero sin dejar de complementarla con la otra parte de la realidad, pues si bien es cierto que las aves no siembran, ni siegan ni recogen en graneros, también lo es que estas se juegan la vida día a día para recoger el alimento que necesitan, y a estas nadie les dice que habrá un padre celestial que va a ver por ellas para que no sean víctimas de esa otra ave de presa o rapaz que no está haciendo nada más que proveerse del alimento que necesita ella y los suyos.
Lo correcto, si usted es creyente, sería explicarle a los suyos el objetivo de la metáfora, pero sin dejar de complementarla con la otra parte de la realidad, pues si bien es cierto que las aves no siembran, ni siegan ni recogen en graneros, también lo es que estas se juegan la vida día a día para recoger el alimento que necesitan, y a estas nadie les dice que habrá un padre celestial que va a ver por ellas para que no sean víctimas de esa otra ave de presa o rapaz que no está haciendo nada más que proveerse del alimento que necesita ella y los suyos.
La
metáfora, bien entendida, tiene como objetivo lograr que el oyente haga conciencia
del valor real de las cosas y que nos las sobredimensione. Que si bien es
cierto que tiene que trabajar para lograr las cosas, también lo es el hecho de
que hay cosas que por obvias las deja de pensar y aquilatar, pues son esas
cosas que al ser tan común en nosotros, se valoran solo cuando no están: como
por ejemplo la salud, la vida, la visión y muchas cosas más.
La
metáfora, cuando se aplica y explica bien, deja de ser una verdad a medias. Una
verdad que en ningún momento pretende que el otro deje de trabajar o que se
dedique solo a pedir y esperar los sobornos de dios, de la sociedad o de la sociedad
anónima en la que supuestamente trabaja, esperando que ese fabuloso Sinaí le
provea a él y a los suyos de todo lo que necesita.
No
obstante el hombre Masa, ese que imagina pero no piensa, al recibir la metáfora
sin la debida explicación y complementación de la verdad, se tranquilizará
pensando que dios de alguna manera proveerá lo de él y los suyos eximiéndolo de
su genuina responsabilidad. La metáfora, en este caso, lleva al no pesante a la inacción, haciendo de él un parásito
social que siente (y está convencido de ello) que los otros (dios, sociedad
anónima y sociedad en general) son responsables de él.
Desafortunadamente las metáforas son muy socorridas en el cristianismo/catolicismo y por ende en occidente. Hay un mayor uso de ellas en la cultura latina que en la sajona. El Protestantismo, aun cuando hace uso de ellas, las complementa y explica. Y si bien es cierto que no las clarifica del todo, también lo es que el daño no es de la magnitud que se da en el catolicismo, ya que el protestantismo le da un muy alto valor al trabajo duro y al ahorro, cosa que en nuestra latinidad no existe, por lo menos no al nivel del protestantismo.
Desafortunadamente las metáforas son muy socorridas en el cristianismo/catolicismo y por ende en occidente. Hay un mayor uso de ellas en la cultura latina que en la sajona. El Protestantismo, aun cuando hace uso de ellas, las complementa y explica. Y si bien es cierto que no las clarifica del todo, también lo es que el daño no es de la magnitud que se da en el catolicismo, ya que el protestantismo le da un muy alto valor al trabajo duro y al ahorro, cosa que en nuestra latinidad no existe, por lo menos no al nivel del protestantismo.
Las
verdades a medias de la sociedad.
En
otro artículo explicábamos que la verdad es un conjunto de mentiras repetidas
hasta el infinito por un infinito de generaciones, hasta que poco a poco va
surgiendo otro conjunto de mentiras que se repetirá hasta el infinito a un
infinito de generaciones y así sucesivamente…
Pues
con las verdades a medias pasa lo mismo. A cada generación le venden un
conjunto de verdades a medias que no tienen otro fin más que el de distorsionarles
la realidad, al tiempo que les venden un cúmulo de utopías que les hacen creer que
la sociedad evoluciona y avanza. Lo cual es cierto. Cada generación vive, en
cuanto a herramientas y servicios, mejor que la anterior, pero eso no quiere
decir que la sociedad, formada por un ligado de individuos con una misma
cultura, sea mejor que la precedente. Al contrario, cada generación es más
débil que la anterior.
Un
ejemplo de estas verdades a medias es el de la discriminación…
Recién
asistí a una cena en la que el hijo de uno de los contertulios me preguntó que
si le podía ayudar con una investigación que tenía que hacer sobre la discriminación,
debido a que tenía que presentar un ensayo al respecto. Le comenté, en mis
cinco minutos de cinismo (habrá quien diga que son meses enteros), que entendía
a la perfección el objetivo de lo que le habían pedido en la universidad, pero
que me era menester confesarle que poco podía ayudarle en ese tema y que lo
poco que le podía ayudar, no le iba a servir de mucho, ya que yo estaba a favor
de la discriminación.
La polémica no se hizo esperar, tanto él como los tertulianos que estaban a mí alrededor, reaccionaron de inmediato. No obstante lo que más llamó mi atención es que dentro del grupo había un buen número de coetáneos que se sintieron tan indignados como el joven en cuestión.
La polémica no se hizo esperar, tanto él como los tertulianos que estaban a mí alrededor, reaccionaron de inmediato. No obstante lo que más llamó mi atención es que dentro del grupo había un buen número de coetáneos que se sintieron tan indignados como el joven en cuestión.
Uno
pensaría que es normal que los jóvenes de ese estrato socioeconómico, que no
conocen otra realidad más que la idílica realidad que sus padres les han
brindado, se sintieran ofendidos con mi respuesta, ya que la burbuja de
verdades a medias en la que están inmersos no les permite ver el mundo real. Sin
embargo, el que los adultos, que en más de una ocasión la vida les ha dado
algunos toques de realidad, se indignen por mi comentario, es inconcebible, ya
que todos, sin excepción, practicamos la discriminación.
La selección es el disfraz elegante de la discriminación.
La selección es el disfraz elegante de la discriminación.
Todos,
sin importar la cultura en la que hayamos crecido, somos selectivos. Y toda selección
es una discriminación, por lo que en estricto sentido no habría porque
incomodarse. El hecho es que como no nos gusta llamar a las cosas por su
nombre, nos incomoda el que alguien lo haga, pero eso no quiere decir que no
profesemos lo que decimos repudiar.
En
un artículo que escribí sobre liderazgo, decía que el líder debe tener la
capacidad de reprobar en público lo que profesa en privado. Pues en el ámbito
social pasa lo mismo. Debemos, de cara a la sociedad, repudiar genuinamente las
insultantes manifestaciones de discriminación que en esta se dan, ya que no es
menester insultar al otro para sepáranos de él. El insulto habla de miedo. De
un miedo enorme de que ese otro sea y pueda más que nosotros, sino no lo
atacaríamos.
La
gente solo ataca y destruye aquello que admira y necesita y no puede tener…
Algo
del otro, ya sea su coraje, su poder adaptación, su cinismo (he aquí mi
proyección), su cercanía o distancia social… Algo en especial es lo que nos
hace atacarlo y lo atacamos porque tememos ese algo que no queremos llevar a la
razón. Si lo lleváramos a la razón, lo aceptaríamos tal como es, ya que de
inmediato nos daríamos cuenta de que eso que tiene él y no tengo yo, se
completa y complementa con lo que tengo yo y no tiene él.
Así
pues, todos ejercemos la discriminación, aun cuando socialmente lo neguemos,
pero una cosa es ser selectivo y discriminar de nosotros a aquellos que no nos gustan,
y otra muy distinta insultar al otro. Estoy en contra del insulto, pero no en
contra de la discriminación. Esta no tiene por qué ser ofensiva. Es natural.
Alejémonos con decoro de aquellos que no nos gustan, y reconozcamos el derecho
que tienen de alejarse de nosotros aquellos a los que nos les gustamos.
El
amor: una verdad a medias.
El
amor no es como las novelas y películas de amor. Todo lo que se ve o se lee en
ellas no es más que una verdad a medias. Estas lo único que hacen es
presentarnos una realidad distorsionada, la cual inevitablemente terminará
afectando la relación que tenemos con nuestra pareja, sobre todo si somos de
esos románticos empedernidos que poco / nada nos asomamos a la realidad.
La
relación de pareja no es otra cosa más que la cohabitación de dos sistemas
nerviosos y de dos biografías disímbolas. Cierto que el instinto ayuda, pero ya
una vez satisfecho el instinto, lo que sigue es realidad.
En
otros artículos he explicado que la primera premisa antropológica que nos debieran
enseñar y explicar a detalle es que en la
vida nadie quiere lo que tú quieres y el que quiere lo que tú quieres, no lo
quiere como tú lo quieres… Y si en algún lugar se vive esto día a día es en
la relación de dos y más si estos dos son pareja.
Me
queda claro que eso de engañarnos a nosotros mismos es tan natural como
respirar, amén, claro está, que es de las primeras cosas que nos enseñan
nuestros amadísimos padres. Por supuesto que estos se escudan en la inocencia
de la infancia para crearnos distorsiones de la realidad que, según ellos, nos
van a hacer un bien: santa claus, los
reyes magos, las hadas, y cuantos dioses y divinidades nos regalan, hasta que
poco a poco nos va alcanzado la realidad.
Por supuesto que en ese inter vamos aprendiendo algo que ni ellos ni nosotros hemos llevado a la razón: a esperar lo inesperable…, lidiando al mismo tiempo con la exigencia de nuestros padres, tutores, socios y patrones para que logremos los resultados que se esperan de nosotros.
Por supuesto que en ese inter vamos aprendiendo algo que ni ellos ni nosotros hemos llevado a la razón: a esperar lo inesperable…, lidiando al mismo tiempo con la exigencia de nuestros padres, tutores, socios y patrones para que logremos los resultados que se esperan de nosotros.
Es
así, gracias a estas verdades a medias con las que crecemos, que lentamente y
casi sin darnos cuenta, vamos aprendiendo a mostrarnos no como realmente somos,
sino como creemos que los demás desean que seamos, o, en el mejor de los casos,
como nos gustaría ser.
Esto,
a la postre, es lo que ha hecho de nosotros unos seres difusos, profusos y
confusos. Especialmente en lo que concerniente al logro de nuestros objetivos.
Por
favor analícese a usted mismo. Descubrirá que muy rara vez va directo a sus
objetivos. La realidad es que lo que hace es dar mil y un rodeos antes de
llegar al objetivo. Se acerca y se aleja constantemente de él, hasta que un
día, como por error, como no queriendo la cosa, llega a él… Y todo gracias a
que nos mentimos y mentimos tanto como respiramos y vivimos.
En
este juego de verdades a medias, preferimos una mentira que nos haga feliz que
una verdad que nos amargue la vida.
Regresemos,
para ilustrar lo anterior, al tema de las parejas.
Infinidad
de relaciones en las que el único motor que los llevo a estar como pareja fue
el sexual, pero como no está bien visto que ese sea el motor ni tampoco que te
le acerques a una persona para decirle que te agrada y que deseas estar
sexualmente con ella, disfrazas el acercamiento de enamoramiento o amor, hasta
que eso que te llevo a esa persona termina convirtiéndose en una relación de
pareja a ojos de uno mismo y de los demás.
A
estas parejas no les queda otra más que hablarse con la verdad o decirse todos
los días verdades a medias que les permitan seguir funcionando como pareja, aun
cuando en el fondo ambos saben que se están mintiendo, diciéndose verdades a
medias que encubren la realidad que no quieren ver.
Cierto
que es difícil mostrarnos tal como somos ya que siempre hay alguna cosa que
debemos ocultar para poder estar con los demás, como nuestro temperamento o nuestras
verdaderas intenciones, sin embargo la realidad es que la realidad, nos
mostremos o no como somos, nos va a alcanzar.
Veamos
otro ejemplo: el de la ropa.
Otro
ejemplo de una verdad a medias es la ropa que usamos. Nos vestimos de acuerdo
al personaje que hemos creado de nosotros mismos, personaje que, obviamente, no
obedece a lo que somos sino a lo queremos que los otros crean que somos.
En las ciudades, lugares donde la gente vive fuera de su casa y no dentro de ella, nos vestimos para aparentar lo que no somos, para vestir al personaje que nos hemos inventado y que pensamos que es el más útil para lograr lo que superficialmente queremos, porque lo del fondo, es decir, lo que realmente queremos, ni siquiera nos atrevemos a verbalizarlo.
En las ciudades, lugares donde la gente vive fuera de su casa y no dentro de ella, nos vestimos para aparentar lo que no somos, para vestir al personaje que nos hemos inventado y que pensamos que es el más útil para lograr lo que superficialmente queremos, porque lo del fondo, es decir, lo que realmente queremos, ni siquiera nos atrevemos a verbalizarlo.
La
ropa es una herramienta que usamos para proyectar una idea distorsionada de
nosotros mismos. Esto es más notorio en los adolescentes y en los corporativos
de negocios. A todos nos han dicho la frase de que como te ven te tratan… Lo
cual es una verdad a medias. Lo ideal sería que le explicáramos a la gente que
sí: como te ven te tratan…, pero solo al principio, ya una vez que abres la
boca, te tratan en función de lo que salga de ella.
Así
en la cultura judeocristiana en la que crecimos los latinos, las verdades a
medias son parte inherente de nuestra forma de ser, sin darnos cuenta de que
estas, al no analizarlas y explicarlas correctamente, nos han deformado la
realidad y con ella nuestra oblicua forma de ser, decir y hacer las cosas.
Pudiéramos
empezar por analizar nuestras verdades a medias para direccionar nuestro
quehacer biográfico e inmediatamente después el de los demás. Esos demás que
sin nuestros demás: padres, pareja, hijos y demás etcéteras de nuestros acontecer
biográfico.
Nos
leemos en el siguiente artículo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentarios y sugerencias