sábado, 3 de febrero de 2018

Las verdades a medias.

En artículos anteriores explicábamos que una vida sin mentiras es mentira. Mentimos todos los días, todo el día. Nos mentimos a nosotros mismos, a los nuestros y a los demás. Algunas de las mentiras las decimos conscientemente (con la intención de mentir), otras ni siquiera nos damos cuenta de ellas ya que son mentiras que pertenecen al combés de lo social.

Las mentiras sociales, las más frecuentes de todas, son las que tienen que ver con la cortesía (disfraz elegante de la mentira), y la razón por la cual no nos sentimos mal con estas mentiras es debido a que la cortesía es una mentira socialmente aceptada. La cortesía es la que nos lleva a preguntarle por su salud y bienestar a ese no nos importa en absoluto: ¿cómo estás? ¿Cómo te ha ido? Qué sorpresa. Qué gusto verte… Y así como estas, un sinfín de cosas más.  

En la gran mayoría de los casos el otro nos es totalmente ajeno, si le pasa o le deja de pasar, a nosotros nos tiene sin cuidado ya que no tenemos con él más vínculo que la azarosa casualidad de haber coincidido con él en alguna fugaz y efímera circunstancia social, laboral o del tipo que sea. Cierto que ocasiones algunas de esas circunstancias llegan a algo más, pero ahí si hay interés, en las otras no.

Existe, no obstante, otra modalidad de mentira que la sociedad y la moral dicen sancionar -lo cual no es cierto, ya que si algo se tiene que decir, es porque no es. Esta otra modalidad de mentira, común en nuestra cultura, sociedad y quehacer biográfico es la de las verdades a medias. Las verdades a medias son de uso frecuente y se encuentran en todos los ámbitos del ser, empezando, como no, por la religión.

La religión hace uso de la metáfora (traslación del correcto significado de una cosa a otra figurada) para explicar lo que dios nos quiere decir. Por supuesto que cabe preguntarnos como le hacen los burócratas de ultratumba para hablar con dios, sin embargo el tema de este artículo es el de las verdades a medias, por lo que dejaremos los canales de comunicación de esos iluminados para postrer ocasión.  

La metáfora es una herramienta que tiene como fin brindarle un poco de sosiego a ese que no tiene en sí mismo las herramientas para enfrentar la realidad, ya sea porque no las ha desarrollado o porque genéticamente carece de ellas. Esto último, en estricto sentido, es poco probable.

La realidad es un instrumento modificador que perfecciona al hombre que no rehúsa vivirla. La realidad siempre rebasa todo que hemos aprendido y negarse a ella es negarse a sí mismo. Lo paradójico es que siendo esta inevitable, poco nos educan para lidiar con ella. Al contrario, nos enseñan a ignorarla, privándonos con ello del derecho de adquirir con dolor, las herramientas que se requieren para digerir y dirigir la realidad.

A nuestros padres se les olvido, y a nosotros de adultos también, que la paz difícilmente llega sin descender a los abismos que nos fructifican. Si para algo sirve la inteligencia es para entender que el orden de la acción es el orden de la transformación, y en esto siempre hay sufrimiento.

Debido a este enorme miedo que tenemos a la realidad y al dolor que está en ocasiones suele regalarnos, es que hacemos uso de la metáfora para mitigarla, sin darnos cuenta de que lo que estamos haciendo es deformar nuestra mente y la mente del otro, lo que ineluctablemente nos llevará a deformar la realidad. La metáfora forma mentes infantiles. Mentes, que sin importar la edad que tengan, aprenden a vivir esperando lo inesperable.

Gracias al constante uso de la metáfora en la des-educación de las personas, es que los juegos de azar, loterías, casinos y demás menesteres como las sociedades anónimas (sean o no de capital variable), tienen tanto mercado, aun cuando un mínimo de lógica dicte lo contrario.

La metáfora es una verdad a medias que muestra y recrea solo una parte de la realidad. No obstante la metáfora, cuando se usa y explica bien, no solo le ayuda al otro a entender la realidad tal como es, sino que además le permitirá digerirla y dirigirla. Sirva como ejemplo la siguiente metáfora: Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?

La metáfora, así como esta, sin explicarla, sin complementarla, es una verdad a medias que se circunscribe a mostrar una muy acotada parte de la realidad, lo que inevitablemente formará en la mente de aquel que la acepte como está escrita, una realidad que lo llevará al engaño. Cierto que usted podrá pensar que nadie en su sano juicio puede vivir esperando lo inesperable, sin embargo la realidad es que la gran mayoría vive así… Esperando lo inesperable: ya cambiará; dale tiempo; si dios quiere; todo va a salir bien y una suma de etcéteras más.

Lo correcto, si usted es creyente, sería explicarle a los suyos el objetivo de la metáfora, pero sin dejar de complementarla con la otra parte de la realidad, pues si bien es cierto que las aves no siembran, ni siegan ni recogen en graneros, también lo es que estas se juegan la vida día a día para recoger el alimento que necesitan, y a estas nadie les dice que habrá un padre celestial que va a ver por ellas para que no sean víctimas de esa otra ave de presa o rapaz que no está haciendo nada más que proveerse del alimento que necesita ella y los suyos.

La metáfora, bien entendida, tiene como objetivo lograr que el oyente haga conciencia del valor real de las cosas y que nos las sobredimensione. Que si bien es cierto que tiene que trabajar para lograr las cosas, también lo es el hecho de que hay cosas que por obvias las deja de pensar y aquilatar, pues son esas cosas que al ser tan común en nosotros, se valoran solo cuando no están: como por ejemplo la salud, la vida, la visión y muchas cosas más.

La metáfora, cuando se aplica y explica bien, deja de ser una verdad a medias. Una verdad que en ningún momento pretende que el otro deje de trabajar o que se dedique solo a pedir y esperar los sobornos de dios, de la sociedad o de la sociedad anónima en la que supuestamente trabaja, esperando que ese fabuloso Sinaí le provea a él y a los suyos de todo lo que necesita.

No obstante el hombre Masa, ese que imagina pero no piensa, al recibir la metáfora sin la debida explicación y complementación de la verdad, se tranquilizará pensando que dios de alguna manera proveerá lo de él y los suyos eximiéndolo de su genuina responsabilidad. La metáfora, en este caso, lleva al no pesante a  la inacción, haciendo de él un parásito social que siente (y está convencido de ello) que los otros (dios, sociedad anónima y sociedad en general) son responsables de él. 

Desafortunadamente las metáforas son muy socorridas en el cristianismo/catolicismo y por ende en occidente. Hay un mayor uso de ellas en la cultura latina que en la sajona. El Protestantismo, aun cuando hace uso de ellas, las complementa y explica. Y si bien es cierto que no las clarifica del todo, también lo es que el daño no es de la magnitud que se da en el catolicismo, ya que el protestantismo le da un muy alto valor al trabajo duro y al ahorro, cosa que en nuestra latinidad no existe, por lo menos no al nivel del protestantismo.

Las verdades a medias de la sociedad.
En otro artículo explicábamos que la verdad es un conjunto de mentiras repetidas hasta el infinito por un infinito de generaciones, hasta que poco a poco va surgiendo otro conjunto de mentiras que se repetirá hasta el infinito a un infinito de generaciones y así sucesivamente…

Pues con las verdades a medias pasa lo mismo. A cada generación le venden un conjunto de verdades a medias que no tienen otro fin más que el de distorsionarles la realidad, al tiempo que les venden un cúmulo de utopías que les hacen creer que la sociedad evoluciona y avanza. Lo cual es cierto. Cada generación vive, en cuanto a herramientas y servicios, mejor que la anterior, pero eso no quiere decir que la sociedad, formada por un ligado de individuos con una misma cultura, sea mejor que la precedente. Al contrario, cada generación es más débil que la anterior.

Un ejemplo de estas verdades a medias es el de la discriminación…
Recién asistí a una cena en la que el hijo de uno de los contertulios me preguntó que si le podía ayudar con una investigación que tenía que hacer sobre la discriminación, debido a que tenía que presentar un ensayo al respecto. Le comenté, en mis cinco minutos de cinismo (habrá quien diga que son meses enteros), que entendía a la perfección el objetivo de lo que le habían pedido en la universidad, pero que me era menester confesarle que poco podía ayudarle en ese tema y que lo poco que le podía ayudar, no le iba a servir de mucho, ya que yo estaba a favor de la discriminación.

La polémica no se hizo esperar, tanto él como los tertulianos que estaban a mí alrededor, reaccionaron de inmediato. No obstante lo que más llamó mi atención es que dentro del grupo había un buen número de coetáneos que se sintieron tan indignados como el joven en cuestión.

Uno pensaría que es normal que los jóvenes de ese estrato socioeconómico, que no conocen otra realidad más que la idílica realidad que sus padres les han brindado, se sintieran ofendidos con mi respuesta, ya que la burbuja de verdades a medias en la que están inmersos no les permite ver el mundo real. Sin embargo, el que los adultos, que en más de una ocasión la vida les ha dado algunos toques de realidad, se indignen por mi comentario, es inconcebible, ya que todos, sin excepción, practicamos la discriminación.

La selección es el disfraz elegante de la discriminación.
Todos, sin importar la cultura en la que hayamos crecido, somos selectivos. Y toda selección es una discriminación, por lo que en estricto sentido no habría porque incomodarse. El hecho es que como no nos gusta llamar a las cosas por su nombre, nos incomoda el que alguien lo haga, pero eso no quiere decir que no profesemos lo que decimos repudiar.

En un artículo que escribí sobre liderazgo, decía que el líder debe tener la capacidad de reprobar en público lo que profesa en privado. Pues en el ámbito social pasa lo mismo. Debemos, de cara a la sociedad, repudiar genuinamente las insultantes manifestaciones de discriminación que en esta se dan, ya que no es menester insultar al otro para sepáranos de él. El insulto habla de miedo. De un miedo enorme de que ese otro sea y pueda más que nosotros, sino no lo atacaríamos.  

La gente solo ataca y destruye aquello que admira y necesita y no puede tener…
Algo del otro, ya sea su coraje, su poder adaptación, su cinismo (he aquí mi proyección), su cercanía o distancia social… Algo en especial es lo que nos hace atacarlo y lo atacamos porque tememos ese algo que no queremos llevar a la razón. Si lo lleváramos a la razón, lo aceptaríamos tal como es, ya que de inmediato nos daríamos cuenta de que eso que tiene él y no tengo yo, se completa y complementa con lo que tengo yo y no tiene él.

Así pues, todos ejercemos la discriminación, aun cuando socialmente lo neguemos, pero una cosa es ser selectivo y discriminar de nosotros a aquellos que no nos gustan, y otra muy distinta insultar al otro. Estoy en contra del insulto, pero no en contra de la discriminación. Esta no tiene por qué ser ofensiva. Es natural. Alejémonos con decoro de aquellos que no nos gustan, y reconozcamos el derecho que tienen de alejarse de nosotros aquellos a los que nos les gustamos.  

El amor: una verdad a medias.
El amor no es como las novelas y películas de amor. Todo lo que se ve o se lee en ellas no es más que una verdad a medias. Estas lo único que hacen es presentarnos una realidad distorsionada, la cual inevitablemente terminará afectando la relación que tenemos con nuestra pareja, sobre todo si somos de esos románticos empedernidos que poco / nada nos asomamos a la realidad.

La relación de pareja no es otra cosa más que la cohabitación de dos sistemas nerviosos y de dos biografías disímbolas. Cierto que el instinto ayuda, pero ya una vez satisfecho el instinto, lo que sigue es realidad.

En otros artículos he explicado que la primera premisa antropológica que nos debieran enseñar y explicar a detalle es que en la vida nadie quiere lo que tú quieres y el que quiere lo que tú quieres, no lo quiere como tú lo quieres… Y si en algún lugar se vive esto día a día es en la relación de dos y más si estos dos son pareja.    

Me queda claro que eso de engañarnos a nosotros mismos es tan natural como respirar, amén, claro está, que es de las primeras cosas que nos enseñan nuestros amadísimos padres. Por supuesto que estos se escudan en la inocencia de la infancia para crearnos distorsiones de la realidad que, según ellos, nos van a hacer un bien: santa claus,  los reyes magos, las hadas, y cuantos dioses y divinidades nos regalan, hasta que poco a poco nos va alcanzado la realidad.

Por supuesto que en ese inter vamos aprendiendo algo que ni ellos ni nosotros hemos llevado a la razón: a esperar lo inesperable…, lidiando al mismo tiempo con la exigencia de nuestros padres, tutores, socios y patrones para que logremos los resultados que se esperan de nosotros.

Es así, gracias a estas verdades a medias con las que crecemos, que lentamente y casi sin darnos cuenta, vamos aprendiendo a mostrarnos no como realmente somos, sino como creemos que los demás desean que seamos, o, en el mejor de los casos, como nos gustaría ser.

Esto, a la postre, es lo que ha hecho de nosotros unos seres difusos, profusos y confusos. Especialmente en lo que concerniente al logro de nuestros objetivos.

Por favor analícese a usted mismo. Descubrirá que muy rara vez va directo a sus objetivos. La realidad es que lo que hace es dar mil y un rodeos antes de llegar al objetivo. Se acerca y se aleja constantemente de él, hasta que un día, como por error, como no queriendo la cosa, llega a él… Y todo gracias a que nos mentimos y mentimos tanto como respiramos y vivimos.

En este juego de verdades a medias, preferimos una mentira que nos haga feliz que una verdad que nos amargue la vida.

Regresemos, para ilustrar lo anterior, al tema de las parejas.
Infinidad de relaciones en las que el único motor que los llevo a estar como pareja fue el sexual, pero como no está bien visto que ese sea el motor ni tampoco que te le acerques a una persona para decirle que te agrada y que deseas estar sexualmente con ella, disfrazas el acercamiento de enamoramiento o amor, hasta que eso que te llevo a esa persona termina convirtiéndose en una relación de pareja a ojos de uno mismo y de los demás.

A estas parejas no les queda otra más que hablarse con la verdad o decirse todos los días verdades a medias que les permitan seguir funcionando como pareja, aun cuando en el fondo ambos saben que se están mintiendo, diciéndose verdades a medias que encubren la realidad que no quieren ver.

Cierto que es difícil mostrarnos tal como somos ya que siempre hay alguna cosa que debemos ocultar para poder estar con los demás, como nuestro temperamento o nuestras verdaderas intenciones, sin embargo la realidad es que la realidad, nos mostremos o no como somos, nos va a alcanzar.

Veamos otro ejemplo: el de la ropa.
Otro ejemplo de una verdad a medias es la ropa que usamos. Nos vestimos de acuerdo al personaje que hemos creado de nosotros mismos, personaje que, obviamente, no obedece a lo que somos sino a lo queremos que los otros crean que somos.

En las ciudades, lugares donde la gente vive fuera de su casa y no dentro de ella, nos vestimos para aparentar lo que no somos, para vestir al personaje que nos hemos inventado y que pensamos que es el más útil para lograr lo que superficialmente queremos, porque lo del fondo, es decir, lo que realmente queremos, ni siquiera nos atrevemos a verbalizarlo.

La ropa es una herramienta que usamos para proyectar una idea distorsionada de nosotros mismos. Esto es más notorio en los adolescentes y en los corporativos de negocios. A todos nos han dicho la frase de que como te ven te tratan… Lo cual es una verdad a medias. Lo ideal sería que le explicáramos a la gente que sí: como te ven te tratan…, pero solo al principio, ya una vez que abres la boca, te tratan en función de lo que salga de ella.

Así en la cultura judeocristiana en la que crecimos los latinos, las verdades a medias son parte inherente de nuestra forma de ser, sin darnos cuenta de que estas, al no analizarlas y explicarlas correctamente, nos han deformado la realidad y con ella nuestra oblicua forma de ser, decir y hacer las cosas.

Pudiéramos empezar por analizar nuestras verdades a medias para direccionar nuestro quehacer biográfico e inmediatamente después el de los demás. Esos demás que sin nuestros demás: padres, pareja, hijos y demás etcéteras de nuestros acontecer biográfico.


Nos leemos en el siguiente artículo. 

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