viernes, 13 de marzo de 2015

El dólar, Peña Nieto y el intestinal repudio.

El dólar, Peña Nieto y el intestinal repudio.
Reviso la historia y no encuentro un Presidente de México que intestinalmente haya causado tan ilógico e irracional rechazo dentro de la clase media. Las razones de este rechazo son cien por cien viscerales y tienen que ver más con la estructura antropológica del que lo rechaza que con él presidente en sí. Le pasa a éste Presidente lo contrario que a Vicente Fox. Fox se ganó un nivel de credibilidad y aceptación totalmente ilógico e irracional.

Fox, como Peña Nieto, fue gobernador de su estado antes de llegar a la presidencia, sin embargo Fox, a diferencia de Peña Nieto, dejo el estado peor que como lo encontró. Los seis años que estuvo al frente del gobierno de Guanajuato se dedicó de lleno a hacer campaña para la presidencia, sin que hubiera una voz en los medios o en el ámbito social que cuestionara su poco nulo oficio de gobierno. La gente lo acepto sin más y centro en él todas sus esperanzas. Si estas tenían fundamento o posibilidad de realizarse debido a sus capacidades, era otro tema. La gente dio por sentado que Fox tenía las capacidades y habilidades para ser presidente. ¿A qué se debió el incondicional apoyo e irracional entrega de la gente a Fox? A las circunstancias. Al hartazgo de la gente ante la falta de opciones políticas. A su peculiar y abrupta forma de hablar. Al hecho de que éste se enfrentó al sistema (su única y real capacidad) como muchos lo hubiesen querido hacer. Fox, a quien dentro del PAN le decían el “Alto Vació” debido a su extraordinaria pereza mental, se distinguió por su franco e irreverente hablar, por sus dichos, por su fácil y pronta respuesta, por el hecho de que poseía (y posee) un estilo que rompe con las formas protocolarias a las que estamos acostumbrados. Fox era (ya no es) la viva imagen del virus de rebeldía que habita en cada uno de nosotros. Ese vernos reflejados en él es lo que hizo que la gente se volcara sobre él.

En la vida, lo mismo que te lleva al éxito te lleva al fracaso.
Lo mismo que hizo que Fox llegara a la presidencia, fue lo que hizo de él un pésimo gobernante. Dudo mucho de que hoy Fox tenga el mismo nivel de credibilidad y respeto que tenía antes de ser Presidente. Y no es que el oficio de gobernar lo haya desgastado (que si desgasta), sino que la realidad hizo evidente las ineficiencias e incapacidades que tenía para gobernar. Como contraparte tenemos a Ernesto Zedillo. Éste, ni duda cabe, tuvo un sexenio difícil. Los primeros tres años de su gobierno sufrió el escarnio y vilipendio de la gente. Enfrentó y resolvió la peor crisis financiera y política del México moderno. Fue el presidente de la transición, lo que le gano el repudio de su partido y la acerva crítica de expresidentes y militantes, y sin embargo lo cierto es que hoy Ernesto Zedillo goza del reconocimiento de propios y extraños. Cosa que no sucede con Fox.

Con Peña Nieto pasa algo similar. Recibe el país después de doce años aciagos en el oficio de gobierno. Años donde la corrupción pasó a esferas no vistas en la historia del México moderno. Los gobiernos priistas se distinguían por el famoso diezmo. En el sexenio de Fox el moche pasó del 10% al 20% y en el de Calderón al 35%.

Peña Nieto recibió un país en condiciones de guerra civil. Los dos presidentes que le precedieron confundieron la academia con la realidad. El narcotráfico y la delincuencia organizada no son temas de combate, son temas de control. Y solo cuando se controla es que este se mantiene en los niveles que debe estar.

En el ámbito político recibió un país de feudos. El poder ya no estaba en las instituciones del país. Estaba en los Gobernadores y en los Alcaldes. Los gobernadores, y en menor medida los alcaldes, eran los que decidían el acontecer político del país. El poder pasó del centro a los estados. Del Presidente al congreso y del congreso a los gobiernos. Los presidentes dejaron de hacer su trabajo. No había oficio político ni ganas de gobernar. Sus gabinetes estaban desintegrados y con miras opuestas no solo a las del presidente, sino entre ellos mismos.

Peña Nieto, que no goza del aprecio de la clase media, es el presidente que más ha logrado en sus primeros tres años de gobierno. No obstante lo que ha hecho ha pasado desapercibido para las clases medias, y no por que no sea del dominio público lo que ha hecho, sino porque es tanto lo que les desagrada, que no se dan el permiso de centrarse en los hechos, los cuales a la postre son los únicos que cuentan.

Las clases medias se ven fuertemente influenciadas por las redes sociales, y en estas la objetividad no tiene mercado. En ellas lo que impera es el trending topic, el cual, obviamente, no suele ir de la mano de lo correcto. Veamos pues algunas de las cosas que se han hecho en este gobierno, y que sean los hechos y no las redes sociales las que nos sirvan para emitir un juicio que este más allá del intestinal rechazo que genera en sus mal querientes, el rostro de niño bien que tiene el Presidente.

El mito es el hermano idiota de la historia.
Un mito que está fuertemente arraigado en la clase media es el del tipo de cambio. Escuche usted a sus amigos y conocidos. Es muy probable que la gran mayoría le expresen su preocupación al respecto, y no solo eso, sino que además en su calidad de expertos en economía culpen de ello al actual gobierno.

Lo cierto es que la preocupación por el tipo de cambio carece, en la gran mayoría de los casos, de fundamento alguno. El tipo de cambio es un mito que encuentra cabida en lo más profundo de nuestra infancia, pues era común escuchar a nuestros padres quejarse de lo mismo.

El tipo de cambio no nos apremia por la inflación, ésta está controlada (3%). Tampoco nos apremia por las importaciones que tengamos que hacer, ni por el hecho de que al exportar nuestros productos sean más competitivos en el mercado internacional. No. El tipo de cambio nos apremia por el exiguo nivel de consumo que llegamos a hacer cuando vamos al vecino país del norte.

El tipo de cambio no le apremia al 60% de la población, que es donde está el voto duro, ni al 15% de la población que se beneficia con la exportación. El tipo de cambio le apremia a las clases medias, que son las que publican y emiten opinión. ¿Cuánto de lo que opinan está justificado? No lo sabemos. Eso es lo que tenemos que analizar.

Como todos sabemos el tipo de cambio es un precio de la economía que se rige por las leyes de la oferta y la demanda. Si la Comisión de Cambios interviene no es para defender una paridad sino para garantizar la liquidez en el mercado. Lo que estamos viviendo es lo propio de un mercado donde el tipo de cambio se rige por la oferta y la demanda y no por el control del estado. Si el país tuviera, como en el pasado, un tipo de cambio fijo, no sólo no se estaría acumulando reservas como sucede en la actualidad, sino que ya se habrían perdido.

Lo cierto es que dentro de la economía mexicana no se están dando fenómenos que atenten contra la paridad de la moneda. Lo que en realidad está pasando es que el dólar se está fortaleciendo, no solo respecto a nuestra moneda (15%), sino respecto a todas las monedas del mundo: Real brasileño 32%; Euro 24%; Peso colombiano 23%; Yen 17%. En contrapartida nuestro peso, que es la octava moneda con más liquidez en el mundo, se ha apreciado 8.25% frente al Euro; 10% frente al Real brasileño y 4% frente al Dólar canadiense.

La devaluación, como ya vimos, no daña a la economía en su conjunto. La mejor prueba es que la inflación durante los últimos 12 meses es de 3%, justo en el centro del rango de la meta de largo plazo establecido por el Banco de México. Ha tenido mucho más impacto en el control de la inflación la reducción de precios que se ha estado dando gracias a las reformas, que la adquisición de bienes de origen extranjero. Sirva como ejemplo para ilustra lo anterior, la desaparición de la larga distancia nacional, el menor aumento en el precio de gasolina y otros factores más.

Como contraparte la apreciación del dólar ha hecho más competitivo al país en el ámbito de la exportación. Veamos, por ejemplo, el sector automotriz. Este sector ya era muy competitivo, pero ahora, dada la apreciación del dólar, lo es mucho más. Al grado de que en el pasado mes de febrero se estableció un récord histórico en la exportación de vehículos (poco menos de 300 mil unidades), lo cual es muy positivo, ya que el sector automotriz es de los principales motores de la economía. Otra muestra de los beneficios de la apreciación de dólar son las ingentes inversiones que se están haciendo en ese sector. La planta de KIA Motors representa una inversión de dos mil millones de dólares, los cuales se estima que generará 10,000 empleos. La nueva planta de Volkswagen representa una inversión de mil millones de dólares, creación de 2,000 empleos directos y compra de autopartes mexicanas con valor de mil millones de dólares al año.

Lo correcto como nación es que ante el fortalecimiento de dólar a nivel mundial, mantengamos una postura realista que nos ayude a capitalizar la apreciación del dólar en lugar de tratar de incidir en ella. Tratar de incidir en lo interno nos puede llevar a cometer crasos errores de política monetaria. Si el gobierno, en aras de su imagen, trata de evitar el movimiento de la moneda o el ajuste presupuestal, estaría actuando no solo irresponsablemente sino que además caería en el populismo que tanto daño ha hecho al país. Ya tuvimos nuestro López Portillo. No necesitamos otro.

El inteligente prevé, el estúpido constata.
Las variables macroeconómicas se han ido ajustando y se van ajustar más. Lo más probable es que debido al sobre inventario que hay a nivel global, el precio del petróleo termine fluctuando entre los $40 y $34 dólares por barril.  Ante esto lo correcto es ajustar el presupuesto a la baja, ser conservadores en las expectativas de crecimiento y extender la cobertura de cara al aumento en las tasas de interés que se está dando en el mundo.

Las tres cosas las implemento meses atrás el gobierno de Peña Nieto. Las medidas son impopulares, tienen un alto costo político electoral y van en detrimento de su imagen, en especial ante la clase media, la única que tienden a medir su nivel de satisfacción por la estéril capacidad que tienen de comprar cosas que no necesitan, con un dinero que no tienen.

Así, pues, el repudio que la clase media tienen hacia Peña Nieto no tiene que ver con su capacidad para entender y manejar las variables macroeconómicas (3% de inflación – octava moneda con más liquidez en el mundo), con su oficio político (pacto por México), con su ejercicio de gobierno (el poder a la federación), etc. Tiene que ver con un sustrato antropológico.

La clase media no le perdonan al presidente que tenga rostro de niño bien. No le perdonan que dé la impresión de que nada le ha costado. No le perdonan el rostro de inocente que tiene. No le perdonan que su audacia e inteligencia no se vea refleja en el rostro -como si hubiera un termómetro para medir la audacia e inteligencia de una persona en función de la cara que tiene. No le perdonan que parezca actor antes que presidente –como si existiese un prototipo del rostro presidencial. No le perdonan la imagen que él y su esposa proyectan ante el mundo, pero si perdonaron el cuento de hadas que personificaron en Los Pinos Vicente Fox y su esposa.

No le perdonan que no tenga cara de malo, de pirata, de aventurero. No se lo perdonan debido a que en el ámbito del poder es al malo al que la gente quiere. Lo que la clase media quiere en el poder es un presidente que tenga cara de maldito y Peña Nieto no la tiene. No le perdonan que su rostro no hable de carácter, aun cuando lo único que ha demostrado es carácter. Tiene carácter aquel que tiene dominio de sus emociones y Peña Nieto lo tiene.

La objetividad es el gran invento de la subjetividad humana.
La subjetividad hace que seamos parciales en nuestros juicios, lo cual significa que nos sentimos mejor que el evaluado. Nada más lejos de la realidad. No solo no estamos en su posición, sino que además es poco probable que lleguemos a estar. Así entonces, bajo que criterio ejercemos la comparación.

Lo que que realmente nos debiera preocupar no es si el que gobierna nos cae bien. Si es carismático. Si nos gusta o si nos es simpático (primo hermano del payaso).

Lo que nos debe preocupar es si esta haciendo su trabajo. Si sabe lo suyo. Si tiene oficio político. Si tiene la capacidad para negociar de tú a tú con gobernates, políticos, líderes, empresarios. Lo que nos debe preocupar es si es astuto, inteligente, decidido. Y esto solo lo podemos constatar cuando vemos que tiene la capacidad de lograr lo que se propone.

Cuando nos vemos en la necesidad de someternos a una cirujía, no le preguntamos al cirujano por su caligrafía, por su esposa, su casa o sus allegados. Le preguntamos por su cirugía.

De igual forma debiéramos hacer con los líderes, no cuestionarlos por su estilo sino por su eficacia, por sus resultados. Lo hacemos en l s empresas, porque no en la política.

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