martes, 17 de marzo de 2015

Las tablas de esperanza y los boletos de personalidad.



Hace poco más dos lustros, cuando mis tres hijos varones estaban pequeños, hice un experimento que hoy estaría fuertemente criticado por los ambientalistas y, con justa razón, por muchas mamás.

El experimento en cuestión fue con unas ratas que con tiempo y paciencia cazamos en el terreno adjunto a mi casa. La madre de mis hijos no estaba nada contenta con nuestra cacería pero los tres pequeños Indiana Jones estaban encantados. Las ratas las teníamos en una jaula grande y debidamente alimentadas. Son animales agresivos y muy valientes. No dejaban pasar oportunidad para atacar mi mano cuando la metía a la jaula para darles de comer.

En el experimento en cuestión utilice un tambo de 200 litros, con aproximadamente cien litros de agua. Cuando ya estaba todo listo convoque a mis tres pequeños Indiana Jones para que me ayudaran con el experimento, el cual consistía en meter una rata en un tambo con agua para ver cuánto tiempo se tardaba está en morir... Ese ruido que usted acaba de escuchar es el grito de los ambientalistas y de una que otra indignada mamá. Metí una rata en el tambo de 200 litros y contabilizamos el tiempo que esta se tardó en morir. Ya una vez que comprobamos que efectivamente estaba muerta, procedimos a meter la segunda rata en el tambo, la cual duro casi un minuto más que la primera. Hicimos lo mismo con cinco ratas y todas se tardaron más menos el mismo tiempo. La diferencia entre unas y otras no fue mayor a dos minutos.

Ya una vez que teníamos contabilizado el tiempo, les explique cómo funcionaba la esperanza, así como las características de la misma. Les explique que una esperanza es real cuando se sustenta en hechos, y fantasiosa cuando no tiene nada que la respalde. Y que nada hay más peligroso que una falsa esperanza.

Ya una vez que me explicaron lo que habían entendido y que aclaramos el concepto, procedimos a meter la siguiente rata en el tambo, y justo cuando ésta estaba en el límite de tiempo, metimos al tambo un triplay de pino de 30 por 30 como tabla de salvación. La rata de inmediato se subió a la tabla, explorándola para ver si esta ofrecía otras opciones o si todo consistía en estar encima de ella. Dejamos a la rata un minuto en la tabla salvadora, la cual retiramos para estudiar que pasaba con ella. Esta estuvo nadando y al aproximarse al tiempo en que habían muerto las otras, empezó a dar señales de desesperación, por lo que volvimos a meter la tabla permitiendo que la rata estuviera medio minuto sobre ella. Acto seguido retiramos la tabla y la dejamos así hasta que esta murió. El tiempo que tardo en morir no fue mayor que el de las anteriores.

Después de esto y de varios justos y atinados reclamos de la mamá, procedimos con la siguiente rata. Cuando esta llego al límite de tiempo empezó, como las anteriores, a dar señales de desesperación. Por lo que metimos la tabla de esperanza permitiendo que la rata estuviera una hora sobre ella. Al término de la hora retiramos la tabla, dejando a la rata flotar en el tambo si nada a lo que se pudiera asir. Cuando la rata llego al tiempo en el que las otras habían empezando a desfallecer, metimos de nuevo la tabla de esperanza para darle otra hora de salvación. Justo a la hora retiramos la tabla dejando a la rata a su suerte. La rata nado y nado. Paso todo el día, llego la noche y seguía viva. Al día siguiente cual va siendo mi estupor al encontrar a la rata luchando por su vida. De alguna manera había encontrado pequeñas irregularidades en la pared del tambo que le permitían asirse por segundos para volverse a soltar. La rata duro todo el día. La penúltima vez que revisamos fue antes de cenar. Terminamos de cenar, fuimos a ver la rata y ya había muerto.

Esto, que sin lugar a dudas merece el escarnio de los ambientalistas y de las mamás, me sirvió para explicarles a mis tres pequeños Indiana Jones, la forma en que opera la esperanza. La esperanza, cuando se sustenta en hechos, te da un impulso de lucha que te ayuda a salir adelante. Cuando se sustenta en fantasías te desvía, te pierde y te aleja de la solución, al grado que si la persona no reacciona a tiempo la puede llevar a una debacle de la que difícilmente va a salir.

En una ocasión le recomendé a un amigo que frisara los cuarenta años, que aplicara el concepto de las Tablas de Esperanza con sus padres, sugiriéndole que de vez en vez les regalara una tarde de cine, una cena, unas copas y/o una cena donde pudieran bailar. Mi amigo, a quien en lo sucesivo llamaremos Enrique, se había llevado a sus padres a vivir con él. Enrique es escritor. Colabora con varios periódicos, revistas y medios de la comunicación. Su trabajo demanda una buena dosis de silencio y soledad, por lo que le es menester encerrarse en su estudio para poder escribir los artículos que le demandan sus clientes. Enrique me comentó que su mamá vivía interrumpiéndole y que por más que le explicaba que tenía necesidad de concertase en lo que  estaba haciendo, esta seguía como si nada le hubiese dicho. Le recomendé que un día, de preferencia a media semana, llegue a su casa antes de lo acostumbrado y les pidiera a sus padres que se arreglaran porque los iba a llevar a comer, al cine y a tomar unas copas. Me costó trabajo convencerlo, no obstante accedió a hacerlo cuando le propuse que lo viera como un experimento, el cual le terminaría brindando un sin fin de ideas y temas para escribir.

Llego a su casa más temprano de lo acostumbrado. Encontró a sus padres en el antecomedor. La mamá estaba tomándose un café y el papa fumando una pipa. La mamá le preguntó que qué hacía tan temprano en casa, a lo que Enrique le contesto que había decido tomarse la tarde libre para llevarlos a comer y al cine. La mamá se quedó estupefacta. El papá le dijo que le parecía una gran idea por lo que de inmediato se fue a tomar una ducha. La mamá aprovecho la ausencia del padre para espetarle con mil y un preguntas: que sí estaba todo bien; que si había surgido algún problema, etc. Enrique le dijo que lo único que quería era salir con ellos. Que no había nada atrás de ello, que era una simple salida a comer y al cine. La mamá se fue llena de dudas, lo cual no fue óbice para que se aprestara a salir. Me cuenta Enrique que la mamá salió echando tiros. Que se veía guapísima. Los llevo a comer,  después se fueron a un museo y de ahí a tomar una copa a un bar de gente mayor en el que ambos bailaron un par de piezas. Llegaron al orden de las 23 horas a su casa, cansados y prestos a dormir.

Lo que paso después fue lo importante. Los padres, en especial la mamá, le respetaron su espacio de silencio y solo lo interrumpía para llevarle un café o una pipa. El boleto de personalidad que le dieron sus padres le duro una semana, de tal suerte que la semana les volvió a ofrecer otra tabla de esperanza.

En síntesis, cuando tú le das al otro una tabla de esperanza sustentada en hechos, el otro te regresa un boleto de personalidad. El boleto de personalidad no es otra cosa más que la tolerancia y respeto que el otro hace de tus espacios y formas, no obstante es menester tener siempre presente que este lo tienes que estar renovando a través de la continua entrega de Tablas de Esperanza.

 
 

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