sábado, 28 de marzo de 2015

No enseñas lo que sabes, contagias lo que eres.

En la vida no enseñas lo que sabes, contagias lo que eres.
El conocimiento muere contigo. No se transmite. Lo que se transmite es la instrucción, no el conocimiento. 

El conocimiento tiende a la muerte. Para conocer algo nos menester diseccionarlo (matarlo). Conocer el todo de la parte y la parte del todo. Esto es lo que hacen los niños. Les es menester desarmar sus juguetes para comprender lo qué es. Lo hacen instintivamente. Nadie les enseño. Esta en su código genético. Toman cada pieza y la observan como un todo. La mueven para escuchar como suena, la respiran, tocan, gustan. Después, si tienen suerte, podrán ensamblar todas las piezas, de lo contrario le tocara a los padres armar el juguete con el hijo, explicándole la forma en que funciona cada una de sus partes y cada una de ellas en combinación con las otras partes. Lo harán con la finalidad de ayudarle a entender el funcionamiento del juguete, con lo que, sin que el hijo se de cuente, le estarán desarrollando una mente lógica procesal que le será de suma utilidad el resto de su vida.

Habrá padres que lo único que hagan es amonestar a sus hijos cada vez que desarmen sus juguetes, coartando lenta pero progresivamente el proceso de conocimiento de sus hijos, los cuales de adultos sabrán usar las cosas pero no lo que las cosas son. Serán adultos que confundan uso con conocimiento, circunscribiendo su hacer y quehacer a operar, no a transformar.

Regresemos al contagio... En la vida todo se da por contagio. La vida misma se da así. 

Un padre de familia puede comprarle libros a sus hijos. Pedirles que lean una hora al día. Condicionar permisos a la lectura y hacer un sin fin de cosas más para que estos desarrollen el hábito de la lectura. Tal vez lo logre, no lo sabemos. Habrá que esperar a que su hijo crezca para ve el resultado. Lo que si sabemos es que más allá de todo lo que el padre haga, nada incidiría más en ellos que el ver a su padre disfrutar de la lectura. Si los hijos lo ven leer con cara de obligación, sufrimiento, tedio o fastidio, lo que su cerebro les va a decir es que leer es horrible. Por el contrario, cuando ven a su padre cerrar el libro, prender la televisión, emocionarse con el fútbol, gritar, saltar, festejar, etc. Lo que el padre les esta transmitiendo es que ver el fútbol es algo que vale la pena, mientras que leer es algo que no. 

Lo mismo pasa con eso que mal llamamos valores. Un padre puede enseñarle a sus hijos que robar es malo, que apropiarse de lo ajeno es incorrecto, pero si al estar con sus hijos en un lugar público ve que a una persona se le cae un billete al suelo, y en lugar de recogerlo y entregarlo le pide a uno de sus hijos que pise el billete para que nadie lo vea, es ahí, justo en ese momento en el que el inconsciente hacer le traiciona, cuando realmente se da la lección. Su inconsciente e impulsivo hacer, ese que habita en lo más profundo de él, es el que les enseño y contagio lo que su padre es. Lo que le mueve. Lo que le importa.

El contagio se da de manera inconsciente. Es todo aquellos que hacemos por impulso. Sin pensar. Sin estar conscientes de la trascendencia de ese impulsivo hacer. Así pues, contagiamos lo que somos, no lo que hacemos, no lo que sabemos.

Ante los demás, pareja, hijos, amigos, colaboradores, etc., nos define más nuestro impulsivo hace que todo lo que les decimos o actuamos. Es nuestro genuino hacer, el que obedece a los mas profundo de nosotros, lo que nos define como seres humanos, y es precisamente ese  genuino hacer el que contagiamos a los demás. 

De nada sirve que el dueño de la empresa tenga tapizadas las parees, oficinas y cubículos con leyendas de la misión, visión, filosofía y valores de la empresa. La misión, visión, filosofía y valores que la gente respiran son los del hombre vértice de la empresa. Cuando lo ven faltar a la palabra, no respetar acuerdos, sacar ventaja intencional, etc., es cuando su gente toma, respira e introyecta las formas de éxito de ese hábitat, el cual repetirá una y otra vez, sin importar todo lo que se les diga, instruya o haga la dirección y la gente de capacitación. 

Lo mismo acontece en el ámbito doméstico. Es el genuino hacer de los padres y no el falso hacer el que define lo bueno y lo malo, lo permitido y prohibido, y con ello las difusas fronteras del accionar humano. Lo más curioso es que al paso del tiempo es muy común escuchar decir a los padres: ¿porque habrá salido éste así? Porqué si lo mande a las mejores escuelas, lo rodee de la mejor gente, en la mejor colonia, etc. Claro que la madre tendrá el consuelo de decir: salió a él.

El contagio es tan importante que hasta el oficio se adquiere por contagio. El hijo de empresario tendera a ser empresario, el de empleado, empleado, el del político, político, etc. La ronda de las generaciones esta cien por cien subordinada al contagio, no a la instrucción, al falso hacer u oblicuo decir. 

Así pues, lo cierto es que más allá de los títulos, maestrías o doctorados, el individuo es más lo que es por lo que le contagiaron sus padres (en mayor medida), amigos, jefes, etc, que por todo lo que estudió. 

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