miércoles, 1 de abril de 2015

De úteros y sepulcros.

¿Quien necesita más al otro, el hombre a la mujer o la mujer al hombre?

Recién sostuve una reunión con un hombre que tuvo a su cargo la dirección general de una empresa. Estuvo veinte años al frente de ella hasta que se retiro. Lleva dos años de retiro y me cito para poner a mi consideración una nueva gesta de negocios, no obstante en la reunión salió un tema que cambio toda la sustancia de la reunión.

La gesta en cuestión demanda irse a vivir a otro estado. Un estado en el que él hizo muchas alianzas de negocio cuando estuvo al frente de la empresa. Antes de analizar el proyecto me permití hacerle una sola pregunta: ¿Qué opina Gabriela al respecto?

El cambio que se suscitó en su rostro fue notorio. Dejo entrever una profunda tristeza y preocupación. Me dijo que ya lo había platicado con ella y que si bien no estaba del todo convencida, el pensaba que si iba a funcionar.

Le comente que lo ideal seria que lo meditara muy bien antes de tomar una decisión. Que había razones antropológicas que debería tomar en cuenta, entre ellas la estructura de ellas y de nosotros. Le comente que era de suma importancia que entendiera que la Mujer no solo es útero (casa, raíz), sino que ademas se sabe y siente útero. Es casa que se sabe casa. La mujer no necesita del hombre para ser. La mujer es.

El hombre, por el contrario, posee una estructura que semeja la forma de una escalera. De esas que usas para recargar en una pared. Esta, aunque fuerte, posee vacíos entre peldaño y peldaño. El hombre es así. Esta lleno de vacíos. Vacíos que del útero al sepulcro le es menester poblar. De niño sentirá el vacío de tal forma que se soldara a su madre. De puberto entrara y saldrá del útero, no obstante necesita saber que ella esta ahí, flotando. Haciendo sentir su presencia en el medio ambiente, para que él pueda entrar, curarse, sanar sus heridas para volver a salir. Él la necesita, pero no esta consciente de que la necesita.

En la adolescencia creerá que no necesita el útero (casa, raíz), creencia que extenderá a su etapa de adultecente, sin darse cuenta de que es tanta su necesidad que es justo en esa etapa cuando el hombre busca una mujer que lo acompañe el resto de su vida. 

De adulto empezara a sentir que algo no encaja. Que ella parece estar muy bien sin él, por lo menos mejor que lo que él esta sin ella. Descubre que ella flota en los hijos, parientes, amigas, etc., y que él es una de las tantas cosas que están en la atmósfera de ella, pero ya no como estaba antes. Ya no en la forma en que su yo interno necesita. Claro que no es algo que el hombre reconocerá de manera directa. Preferiría centrarse en el hacer que enfrentarse a ello. El trabajo le servirá de refugio, amen de que la velada distancia que tiene con su mujer le permitirá enfocar todas sus energías a la construcción patrimonial, no obstante lo hará con un dejo de orfandad afectiva que siempre estará presente. Su útero, su casa, esta ahí, pero ya no como estaba antes. De adulto mayor la necesidad de su presencia se acrecentará. Sus heridas, derrotas, frustraciones, victorias, alegrías, aciertos y desaciertos, necesitan de la imperiosa presencia de su mujer.

La razón es muy simple. El hombre es próstata, no útero. Es externo, no interno. Esta y se siente incompleto. Necesita de la mujer para sentir la casa, el nido, el hogar. La mujer lo salva del mundo, pero principalmente de si mismo. Lo cura, lo resguarda, lo competa. Razón por la cual ante un problema el hombre acude a su mujer, mientras que las mujeres acuden a sus amigas. Ella se siente mejor con ellas que con él. Él se siente mejor con ella que con ellos. Ella es. Él esta en proceso de ser y lo hace a través de ella.

Ella, útero al fin, esta centrada en el ser. Sale de casa y sale con todos los suyos. Los lleva consigo. Los tiene presentes. Están en todos y cada uno de sus momentos. Él, próstata pero no útero, esta centrado en el hacer. Sale de casa y sale solo. No lleva a nadie consigo. Se enfoca en la lucha, en la batalla. Ella también lo hace, pero lleva consigo a los suyos. La batalla esta en segundo plano, no en primero. 

Un día sucede lo inevitable. Él descubre, por jubilación, retiro o despido, que ya no tiene el hacer para refugiarse en él. 

Los hijos lo ven como un oráculo. Lo consultan, platican con él. Con opiniones propias, con independencia de carácter. Lo buscan para ver con él las cosas del hacer, no del ser. Estas las ven con la madre. Al padre le comentan algunas cosas del ser, pero las íntimas, las trascendentes, las ven con ella. 

Esto, más la falta del hacer, le hace tomar conciencia de su soledad, de su fragilidad. Ya no tiene el ruido que lo distraía, y lo que es peor es que descubre que ella ya no esta con él. Esta consigo misma, con sus amigas, con sus hijos. 

Si esta para él, pero esta con la intermitencia que él necesitaba cuando estaba construyendo patrimonio. Lo que cambio es que él ya no tiene necesidad de la intermitencia. Necesita la constante presencia de ella. Necesita que lo salve, que lo cure, que lo signifique.

¿Qué hacer? Él necesita entender que ella no lo necesita a él, no como él la necesita ella. Necesita darle su espacio. Flotar sin demandar. Estar ahí. Darle oportunidad de que ella sienta su presencia. Respetarle sus círculos. Su casa. Su ambiente. Necesita consentirla, atenderla que al atenderla la estará enamorando. Llevarla al café, a caminar, a platicar de lo que ella quiera, no de lo que él necesita. Lo que él necesita saldrá de manera natural cuando él logre que ella vuelva a estar para él. Necesita tiempo, presencia, atención y sobre todo entereza y paciencia.

Ten presente, le comenté, que ella es útero que se sabe útero. Casa que se sabe casa. Tú la necesitas mucho mas de lo que ella te necesita a ti, y conforme avances en edad, conforme más te acerques al final, mayor será tu necesidad de ella. 

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