viernes, 3 de abril de 2015

La temporalidad de eso que mal llamamos valores.

Un valor es un valor solo si es válido para todos los seres humanos sin importar época, idioma, religión o color. Valores son tres. Los demás son usos sociales pero no valores.

Los usos sociales cambian con el tiempo. Cada generación hereda y transforma eso que mal llamamos valores. Los usos sociales van sufriendo en el transcurso de una generación, cambios que flexibilizan su uso, permitiendo que al paso de tres generaciones sea tolerado hoy, lo que era penado ayer. 

En una ocasión me invitaron a dar una conferencia en una empresa. Previa a la misma el dueño de la empresa me pidió que nos tomáramos un café en el comedor de la empresa, el cual recién había remodelado. Fuimos al comedor. Nos servimos un café. Comentamos los cambios y nos sentamos a una mesa a platicar. Al poco tiempo llegaron tres muchachas jóvenes del área de ingeniería. Estas, con el arrojo que da la juventud, se les hizo fácil sentarse en la mesa donde estábamos nosotros. Saludaron y después se pusieron a platicar entre ellas. El dialogo entre ellas fue de lo mas común. Una de ellas quería saber como les había terminado de ir en la noche. No obstante el dialogo en sí llamó mi atención debido a la temporalidad del mismo, ya que ese dialogo hubiese sido un escándalo sesenta años atrás.

El dialogo fue más o menos el siguiente:
Una de ellas le preguntó a las otra dos:
- ¿Y hasta qué hora siguieron la fiesta.
A lo que una de ellas contestó con una pregunta:
¿A qué hora te dejamos en tu casa?
A las dos de la mañana, responde la interrogada.
- Pues la verdad es que no mucho. De ahí nos regresamos al antro y estuvimos unas dos horas más.
- Y que tal estuvo, pregunta la primera.
- Muy bien, contesta la que no había hablado. Nos tomamos unas copas y después le pedí a María que me llevara a mi casa, por que ya me sentía mal. Ya veía guapo a fulano. Imagínate como tendría que estar para verlo guapo.  
Se rieron las tres. Terminaron su descanso y regresaron a sus labores. 

El dueño de la empresa me habló maravillas de las tres. Me comentó que eran muy buenas en su trabajo, decentes y de buenos valores. En ese momento no pensé ahondar en el tema, ya que la conferencia que tenía que impartir era sobre otro tema. No obstante me quede con el análisis y reflexión del tema. 

Por un momento situense por favor en el entorno y en los usos sociales del México de 1950. 

El presidente del país era Adolfo Ruíz Cortines. La cultura era de recato y austeridad. El trabajo, el ahorro y el cuidado de las cosas eran la norma social. La mujer iba a votar por primera vez. No existían los productos desechables. Los encendedores Cricket llegarían al mercado en 1961 con un fracaso rotundo. La gente no podía concebir comprar algo que tenían que tirar. 

Revise por favor el dialogo de las tres jóvenes ingenieras bajo el entorno y cultura arriba mencionado. ¿Qué pensaría de ellas? ¿Que pensarían los padres de ellas? ¿Qué sus jefes? ¿Que pensarían los padres de usted? ¿Qué la sociedad? La lista es larga, pero lo más probable es que el pensamiento hubiese sido réprobo, debido a los usos sociales de la época.

Así pues, una cosa son los valores y otra los usos sociales. Estos están sujetos a la época y cambian diametralmente cada sesenta años. Los valores son, han sido y serán los mismos. No cambian. Los valores son valores solo si son validos para todos los seres humanos sin importar época, idioma, religión o color. 

Los valores antropológicos son: 
I) Reproducción de la especie; 
II) Conservación de la especie;
III) Mejora de la especie.

Estos habitan lo más profundo de nuestro ser. Son los que hacen que los padres corran al doctor cuando sus hijos se lastiman sus partes genitales. Son los que nos hacen reprobar el exterminio de nuestros semejantes. Los que nos hacen luchar a brazo partido para lograr que nuestros hijos sean mejores que nosotros. Los que nos hacen hacer y decir muchas de las cosas que decimos y hacemos, aun cuando no estemos conscientes del origen de los mismas.

En una ocasión llega mi hija y me presenta al hombre que hoy es su marido y padre de sus tres hijos. Cuando le conocí pensé que Sir Robert Charles Darwin me envidiaría. Él se paso toda la vida buscando el eslabón perdido, y yo lo tenia justo frente a mí. Departimos un rato, platicamos, nos tomamos un café y ya una vez que se fue regresa mi hija y me pregunta:
¿Y bien, que te pareció? 
Le conteste que lo importante no es que me parecía a mí, sino a ella, ya que ella era la que iba a pasar el resto de su vida con él.
No obstante insistió y me dijo.
- Si. Ya lo sé, pero en vedad quiero saber que te parece.
Respire profundo y le dije:
- Hija, cuando te dije que había que mejorar la especie, me refería a la nuestra, no a la de él.

Esta anécdota real, que habla muy mal de mi, es una de las tantas cosas que decimos y hacemos en función de esos tres valores que habitan en lo más profundo de nosotros y que no estamos conscientes de ellos.

Mucho nos ayudaría entender que una cosa son los valores y otra los usos sociales.

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