Dimensión de probabilidad.
La dimensión de probabilidad lo
conforma nuestro código de creencias -todo aquello que desde la cuna nos han
enseñado a creer-. Y es este, nuestro código de creencias, el que determina el
total de nuestro acontecer biográfico. El problema de las creencias es que ya
una vez asimiladas es difícil que las volvemos a escrutar, lo que de suyo hace que nos sea casi imposible considerar como viable cualquier idea o concepto que
este fuera de nuestra dimensión de probabilidad. Entre más estrecha es nuestra dimensión de probabilidad, más estrecho será nuestro horizonte.
Por ejemplo, si una persona creció
convencida de que para hacer negocio se requiere dinero, tenderá a ver el
ahorro como medio de inversión. Su capacidad de riesgo será mínima. Le dará más
valor a la idea que a la acción. A lo seguro que a lo variable. Sus inversiones
serán domésticas, rara vez empresariales. Por el contrario, si una persona creció convencida de
la intermediación, tenderá a juntar a las partes y cobrar por el servicio sin
poner un centavo en la operación. Será una persona proclive al riesgo y la movilidad. Será mucho
más audaz que el otro, Se distinguirá por su practicidad, agilidad mental y
sentido de negocios. No perderá el tiempo, ni en lo personal ni en lo
empresarial, con alguien con quien no pueda hacer negocio. La diferencia sucinta entre uno y
otro es lo que está en su dimensión de probabilidad (código de creencias).
Dimensión evaluativa.
La dimensión evaluativa es todo
aquello que nos han enseñado a significar. Lo importante de esta dimensión, es
que lo que nos significa nos identifica. Esto quiere decir que nosotros calificamos
todo lo que nos pasa, oímos, hacemos o vemos en función de lo que las cosas nos
significan. Al que no le significa el deporte, le tendrá sin cuidado la proeza
del otro. Al que no le significa la academia, le tendrá sin cuidado la nota
escolar, ya sea la propia o la de los hijos. Lo que nos significa es lo que nos
hace elegir una cosa sobre otra: la certeza sobre la incertidumbre, la
seguridad sobre el riesgo, lo fijo sobre lo variable, lo domable sobre lo indómito,
etc. Así pues, nuestras creencias y significaciones son las que
nos hacen ver y entender el mundo de una determinada manera, escindiendo de él
todo aquello que no encuentre cupo en nuestras dos dimensiones.
El
quehacer empresarial en México.
En el artículo
intitulado “Educar lo que queremos”, menciono como ha cambiado el quehacer
empresarial en México. En el explico que 1950, de cada cien personas que
estaban en edad y capacidad de trabajar, 55 estaban en el auto empleo y 45 en
la nómina de los primeros, y que hoy, 65 años después con sesenta y cinco veces
más profesionistas que en la década de los cincuenta, 8 de cada cien están en
el auto empleo y 92 en la nómina de los primeros, lo cual quiere decir que hoy hay
un 85.45% menos empresarios que en la década de los cincuenta.
Las razones de
este cambio son múltiples y explicamos algunas de ellas en el artículo arriba
mencionado. No obstante es importante anotar que una de las cosas que más llama
la atención es la pérdida del oficio empresarial. Nuestra sociedad ha
estigmatizado y penado el ejercicio empresarial. Tal vez no de palabra pero si
de acción. Tanto que la actividad empresarial se ha visto disminuida en un 85%,
concentrándose esta en un número cada vez más reducido de personas. Se nos ha olvidado que la riqueza está íntimamente
ligada a la producción. Para tener más
hay que producir más.
Este comentario
que a primera vista se antoja materialista, es también una penosa realidad que
determina el nivel de bienestar de los países y de quienes en ellos habitamos. Todos
vivimos equiparando las oportunidades y la calidad de vida que hay en nuestro
país en comparación con las que existen en otros países, en los cuales la
producción dista mucha de la nuestra. Sin embargo la realidad es que los países
más ricos del mundo son también los más productivos.
Es un hecho que
en esos países, como en el nuestro, la actividad empresarial se ha ido
circunscribiendo a un número cada vez menor de personas (25 de cada cien están
en el autoempleo en los países del primer mundo), sin embargo en el caso de
México es preocupante, tanto por lo que en el acontece (solo el 8% de la
población económicamente activa ejerce el oficio de empresario) como por el
hecho de ser mexicanos.
Hace cincuenta
años México era un país en el que el autoempleo era una constante. La educación
familiar se orientaba más a la producción que al consumo. Los hogares eran
centros productivos en donde todos los miembros de la familia tenían una responsabilidad.
Los estudios tenían un peso importante más no como lo tenía el sentido de la
responsabilidad familiar. Cada uno de los miembros tenía que contribuir con su
trabajo al sustento de la familia, los gastos se presupuestaban y el ahorro era
un objetivo primordial.
Los hijos no
solo tenían que cumplir con su escuela. Les era menester aprender un oficio y
contribuir con lo poco que pudieran al gasto familiar. Los padres se
preocupaban más por la educación del carácter de los hijos que por la instrucción
que estos recibían. Sin embargo lo cierto es que el modelo se fue
desvirtuando en el devenir del tiempo. Poco a poco fuimos tergiversando la
realidad al grado de instalarnos en la realidad que los medios nos crearon en
su lento y después intempestivo crecimiento, edificando en nuestro interior una
forma de ser y de hacer la vida que poco o nada obedecía al espíritu de
conquista de los que nos precedieron.
Sería injusto atribuir esta mutación a la sola influencia de los medios, pues al final es uno el que decide si apaga o no al televisor. Por lo menos así lo manifestó el anterior Presidente de la televisora más grande del país, cuando se le cuestionó sobre la calidad de sus programas: Porque me cuestionan a mí. Yo solo transmito lo que la gente me pide. Y lo hago consiente de que son ustedes quienes deciden si le apagan o no. Sería una falta de respeto pensar que nosotros podemos decidir por ustedes.
La propaganda se construye con frases y
la publicidad con símbolos.
En esta
migración también hubo otros factores. Hubo frases y dogmas que se fueron filtrando en el
subconsciente colectivo y que determinaron la manera en que veíamos y hacíamos
la vida. Frases como: “cuanto vales cuanto sabes”,
incidieron en el quehacer biográfico de quienes habríamos de construir el
México que hoy vivimos y legamos a nuestros hijos. Es cierto que esta frase,
como muchas otras, tienen un alto contenido didáctico y formativo, pero también
es cierto que mucho nos hubiese ayudado saber que el "conocimiento ayuda pero no determina". Pues la capacidad de
riesgo y la tolerancia a la frustración que demanda el ejercicio empresarial,
no se adquiere ni en los libros ni en el aula, se adquiere haciendo empresa.
Así pues, poco
a poco y sin darnos cuenta, fuimos estructurando una nueva forma de ser y hacer
la vida. Al grado que los universitarios llegaron a ser más valorados que los
pequeños empresarios. Socialmente tenía más valor un título universitario que
un negocio. Los padres penaban cualquier intento de sus hijos por emprender un negocio. La respuesta más común era: dedícate a estudiar, ya trabajaras cuando termines.
Lo mismo acontecía en el combés de lo social. Las familias eran más valoradas
por el número de graduandos y el nivel de especialización de estos que por los talleres
o negocios que la familia pudiera establecer.
Un joven
emprendedor que hubiese dejado trunca su carrera era mal visto por su familia,
por los padres de sus amigos, de la novia y por la sociedad en sí. Mientras que
un joven graduando era visto como una promesa en ciernes. Poco a poco fuimos
edificando una generación de individuos que socialmente poseían tanto valor
como títulos tuvieran. México se industrializo, creció y logro estándares de
productividad no alcanzados jamás. No obstante esto a la postre nos perjudico,
pues la exigua creación de empresarios nos llevó a concentrar el oficio
empresarial en muy pocas manos, circunscribiendo la productividad del país al
quehacer de unos pocos, perdiendo con ello la oportunidad de potencializar
tanto el capital humano como el material.
Otro factor importante
fue el aspecto social. Una persona posee mayor o menor valor en la estructura
societaria en la que habita, en función del puesto que ocupa y la empresa en la
que trabaja. Las candilejas del reconocimiento social no se enfocan a los
hombres que de la nada arrancan un taller o un pequeño negocio. Se enfoca más a
los altos directivos que a los micros empresarios. También atiende, es cierto,
a aquellos empresarios que se han erigido en símbolo del ejercicio
empresarial. Empresarios que han logrado potencializar lo que sus
ancestros les heredaron, aun cuando estos padecieron en sus inicios el mismo
nivel de ostracismo social que los que hoy se atreven a ir contracorriente
iniciando una gesta empresarial.
Variables antropológicas.
Los seres
humanos sin importar época, idioma, religión o color, necesitamos para operar
el mundo de cuatro variables antropológicas: símbolos, mitos, retórica y
ritual. Símbolos que nos den identidad y sentido de pertenencia; Mitos que nos den en que creer; Retórica que nos dé de que hablar; y un Ritual que nos dé la certeza de la repetición.
En la actualidad el símbolo o modelo a seguir es el empresario ejecutivo, dueño de un consorcio nacional o multinacional, así con el alto ejecutivo que dirige sus empresas y que aparece en revistas y periódicos. El símbolo no es el empresario que inicia un pequeño negocio o taller, arriesgando patrimonio y prestigio. La sociedad no reconoce a los que tanto necesita, a esos que poseen el suficiente talante para arriesgar lo que poseen en aras de un futuro mejor para sí y para quienes con ellos trabajan. A esos que son los que mañana, si todo les resulta bien, harán que otros emprendan un camino símil al suyo. A estos no se les reconoce, se les estigmatiza.
Otra de las
causas de esta acusada disminución del ejercicio empresarial, sino es que la
más paradójica de todas, es que los empresarios en sí mismos no han hecho nada
por estimular el ejercicio empresarial. No olvidemos que la única
responsabilidad social del empresario es crear empresarios. Un empresario
responsable es aquel que tiene el coraje de entregarle a la sociedad lo que
mejor saber hacer, y lo que mejor sabe hacer un empresario es empresa.
Los empresarios
que surgieron de esta nueva generación no poseen el espíritu empresarial de
quienes les precedieron. Los neo-empresarios hacen todo para evitar que su
gente desarrolle el espíritu empresarial. Le llaman, con un alto sentido del
eufemismo, conflicto de intereses. Cuando un empleado valioso, con talante para
el oficio de empresario, emprende una odisea empresarial, es visto por sus
iguales y por sus superiores como una persona deshonesta que está dejando de
atender los asuntos de la empresa en miras de los suyos propios. Es curioso,
pero los empresarios de hoy se sienten
más cuando son menos. Pareciera ser
que su objetivo personal fuera el de minimizar, al grado de la extinción,
cualquier intento de gesta empresarial en su gente, al grado de que les pagan muy cara la dependencia, con el fin de hacerles incosteable la
independencia. Es como si todo estuviese conformado para que cada vez haya
menos empresarios. En la casa, en la
escuela y en las empresas se trabaja intensamente para formar a los empleados
del mañana, y poco o nada para formar a los empresarios del mañana.
Solo el hombre que aprende a rechazar lo que no merece, es capaz de
construir lo que si merece.
Recién estuve
en una conferencia en la ciudad de México y una persona del público me
interpelo diciéndome que como quería que las actuales generaciones formaran
empresarios si nadie puede dar lo que no tiene. Sin lugar a dudas tienen razón,
por lo menos hasta cierto grado. Pues los empresarios de nuevo cuño, esos que
de la nada edificaron imperio, lo hicieron sin tener un marco de referencia del
cual pudieran absorber lo que ya anidaba en su interior. Para ellos, que poseen
coraje y determinación, no fue necesario tener un papá rico o un papá empresario.
Lo que les impulsaba era su necesidad de hacer algo por ellos mismos, pues cuanta más
autoestima tiene un hombre, mayor es su deseo y capacidad de gobernarse a sí
mismo, por el contrario, cuanto menor es su autoestima, mayor es su necesidad
de que otro asuma su gobierno.
Los empresarios
de nuevo cuño son personas cansadas de lo usual. Son personas conscientes de
que el futuro es un paisaje misterioso e incierto reservado solo para aquellos
que poseen el valor de explorar caminos inexplorados. Son personas maduras.
Personas que ya han visto la espalda de las cosas. Personas dispuestas a aprender
lo no sabido. Dispuestas a construir un nuevo conocimiento para sí y para los
demás. Son personas con la capacidad de comprar billete para lo desconocido,
para lo no hallado.
Son personas
que tienen el valor de ser una franca expresión de sí mismas. Personas que son búsqueda,
mutación y no simple aceptación de su herencia. Personas que no se conforman
con ser como los que les antecedieron. Son individuos que representan en sí
mismos el comienzo de otro tiempo. Son una casta especial. Entienden que cuando nada es seguro todo es posible,
por eso es in-certidumbre (adentro de lo cierto), porque ahí es donde mora la
oportunidad.
La fuerza de la inercia nos ha llevado a un nivel de
confort que ha adormecido el espíritu empresarial. En los hogares, escuelas y
empresas edificamos hombres con una sola ambición: colocarse en una buena
empresa y trabajar con denuedo para alcanzar los beneficios que los puestos
altos otorgan. Hombres que nacen siendo originales y mueren siendo duplicados. Hombres
que no se dan cuenta que terminan siendo actores secundarios de su propia obra.
Hombres que creen que poseen lo que no poseen, pues nunca será lo mismo tomar
una decisión con el respaldo del nombre y el capital de la empresa que lo
ampara, que tomarla cuando el riesgo y el capital están en uno mismo.
Lo que necesita
nuestro país es una nueva generación de padres, maestros y empresarios. Personas
que estén dispuestas a formar a otros con una mayor capacidad de riesgo, enseñándoles,
desde la infancia, lo que la conquista es. Necesitamos formadores que no
exacerben las bondades de la instrucción pública. Formadores que vean a esta como
lo que esta es: instrucción, más no formación.
Cierto es que
los niños van a la escuela para adquirir conocimientos que les serán de suma
utilidad en su quehacer cotidiano, pero más cierto es el hecho de que van a la
escuela a aprender y a tomar conciencia de que el otro existe, de que hay una sociedad
y unas reglas. Van a aprender y a tomar conciencia de que su libertad llega
hasta donde llega la libertad del otro. En la preparatoria, como su nombre lo
indica, los discentes se prepararán para sus estudios profesionales, para que
cuando lleguen a estos les resulte más amable el proceso y puedan adquirir los
conocimientos para dirigirla, no para ejercerla.
El médico puede
estudiar su carrera para ejercer la medicina o para hacer negocio de la
medicina. El ingeniero puede estudiar su carrera para ejercerla o para saber cómo
opera la estructura pensante de aquellos con quien mañana se asociará o
contratará. En otras palabras, a la escuela profesional pueden ir a estudiar,
pero también pueden ir a conocer a sus futuros socios o empleados, o, si así lo
deciden, a sus futuros empleadores. Depende de lo que se les haya enseñado a
creer y a significar.
Los maestros de las escuelas se debieran escoger bajo otra mira.
Hasta secundaría
como formadores sociales. Maestros que sin demérito del conocimiento que han de
impartir, los formen para entender que la vida hay que ganarla, conquistarla,
que los otros existen y que para ellos nosotros somos los demás de los demás.
Maestros
que les enseñen a cumplir su responsabilidad, a convivir y a respetar. Maestros
que les enseñen que no hay nada más atentatorio a la dignidad humana que la
igualdad (disfraz elegante de la mediocridad), ya que esta siempre busca igualarnos
por lo bajo, nunca por lo alto.
Maestros que entiendan que no se puede formar
igual a los desiguales. Que cada uno es una unidad que se encuentra limitada
por las unidades de los demás, y que los mejores hombres del mundo son aquellos
que entienden y dirigen su unidad y la de los demás.
En preparatoria
y en carrera profesional se requieren maestros que los instruyan y que los
cuestionen sobre la utilidad de lo que están estudiando. Haciéndoles ver más
allá de lo que ven. Sirva como ejemplo el comentario de un amigo que nos llevó
a ver las razones financieras de una nueva y mejor forma; al hablar sobre la
razón financiera de la liquidez, nos preguntó: si los excedentes de inventario,
de activos inútiles y de mano de obra, los pasáramos a pasivos ¿cómo se leería
la razón financiera de liquidez?
Los maestros,
en compañía de empresarios con sentido social, debieran de prepararse para
poder transmitir ese ver más allá de lo que hasta hoy les han enseñado a ver.
La carrera
profesional es piso, pero no techo. Pareciera que como ya no podemos aspirar a
ser Duques; Condes o Barones; nos conformamos con ser Médicos; Ingenieros o
Abogados. Los títulos no son más que una licencia para cobrar. Una licencia
para no empezar de abajo. Prefiguran a un Administrador, pero no lo hacen, pues
aunque no hay nada más práctico que una buena teoría, se aprende a hacer haciendo.
Los empresarios
también tienen su cuota de responsabilidad en esto. Nadie mejor que ellos para
formar empresarios, pues uno nunca enseña lo que sabe, contagia lo que es. Decíamos
renglones arriba, que un empresario con responsabilidad social es aquel que le
devuelve a la sociedad lo que mejor saber hacer, y lo que mejor sabe hacer un
empresario es empresa. La sociedad debiera de calificar a los empresarios en
función del número de empresarios que le entrega a la sociedad. Conscientes
estamos que no todos tienen el temple para el ejercicio empresarial, sin
embargo también es cierto que no estamos potencializando a los que sí lo
tienen.
Nuestro
quehacer se circunscribe a formar buenos y mejores empleados, pero no a
rescatar a aquellos que pudieran ser nuestros mejores aliados en el de por si
álgido mundo del quehacer empresarial. Un empresario que formara empresarios,
tendría en cada uno de ellos un aliado de negocios que lo haría cada vez más
fuerte. Habrá uno que otro que le dé la espalda, pero siempre serán más
los que vean en él al hombre que los formo como empresarios, a ese hombre que
en sí mismo es un aliado con el que pueden edificar una red de negocios que
entre más se extienda más fuertes los hará todos.
Al cambiar su
forma de hacer negocios, buscando más aliados que empleados; al cambiar su
ejercicio de liderazgo, formando más que capacitando; al crear sistema de
compensación que incentiven más la búsqueda del riesgo inteligente que la
mediocre medianía de la estabilidad que hoy compensan, estarán formando a esos
hombres que continuarán la más ardua tarea de un país: mejorar el índice de
bienestar de su gente con una mejor y más amplia distribución de la riqueza. Lo
cual solo se logrará a través de la creación de nuevos empresarios, los cuales,
sumados a los ya existentes, harán que la productividad del país llegue a
cuotas nunca vistas.
México no
necesita empleos, lo que necesita es revalorar el oficio del empresario. Premiar
y reconocer, aunque solo sea desde el ámbito social, lo que el emprender es,
así como los retos y beneficios que el oficio arroja.
Los padres, las
escuelas y los medios debieran de promover el desarrollo de las habilidades
caracterológicas que el quehacer del empresario demanda: Educar, premiar y
reconocer el riesgo inteligente; la tolerancia a la frustración, el coraje, la
tenacidad y el valor de la persona más allá del nivel de instrucción que esta
pueda tener. Estimular, premiar y reconocer, en el hogar, en la escuela, en la
empresa, en los medios y en la sociedad, las iniciativas empresariales de los
infantes, adolescente y adultos.
Los invito a
formar y crear en todos los ámbitos de su quehacer, nuevas y mejores formas de
hacer empresa y de formar empresarios, que la única ventaja que como líderes
tenemos sobre los demás, es que podemos hacer más bien que los demás. A
nosotros nos corresponde formar a la siguiente generación de empresarios,
conscientes de que lo que México necesita son empresarios, muchos y muy buenos empresarios.
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