jueves, 23 de abril de 2015

El quehacer empresarial en México.

Los seres humanos nos movemos en dos dimensiones: dimensión de probabilidad y dimensión evaluativa.

Dimensión de probabilidad.
La dimensión de probabilidad lo conforma nuestro código de creencias -todo aquello que desde la cuna nos han enseñado a creer-. Y es este, nuestro código de creencias, el que determina el total de nuestro acontecer biográfico. El problema de las creencias es que ya una vez asimiladas es difícil que las volvemos a escrutar, lo que de suyo hace que nos sea casi imposible considerar como viable cualquier idea o concepto que este fuera de nuestra dimensión de probabilidad. Entre más estrecha es nuestra dimensión de probabilidad, más estrecho será nuestro horizonte.
 
Por ejemplo, si una persona creció convencida de que para hacer negocio se requiere dinero, tenderá a ver el ahorro como medio de inversión. Su capacidad de riesgo será mínima. Le dará más valor a la idea que a la acción. A lo seguro que a lo variable. Sus inversiones serán domésticas, rara vez empresariales. Por el contrario, si una persona creció convencida de la intermediación, tenderá a juntar a las partes y cobrar por el servicio sin poner un centavo en la operación. Será una persona proclive al riesgo y la movilidad. Será mucho más audaz que el otro, Se distinguirá por su practicidad, agilidad mental y sentido de negocios. No perderá el tiempo, ni en lo personal ni en lo empresarial, con alguien con quien no pueda hacer negocio. La diferencia sucinta entre uno y otro es lo que está en su dimensión de probabilidad (código de creencias). 

Dimensión evaluativa.
La dimensión evaluativa es todo aquello que nos han enseñado a significar. Lo importante de esta dimensión, es que lo que nos significa nos identifica. Esto quiere decir que nosotros calificamos todo lo que nos pasa, oímos, hacemos o vemos en función de lo que las cosas nos significan. Al que no le significa el deporte, le tendrá sin cuidado la proeza del otro. Al que no le significa la academia, le tendrá sin cuidado la nota escolar, ya sea la propia o la de los hijos. Lo que nos significa es lo que nos hace elegir una cosa sobre otra: la certeza sobre la incertidumbre, la seguridad sobre el riesgo, lo fijo sobre lo variable, lo domable sobre lo indómito, etc. Así pues, nuestras creencias y significaciones son las que nos hacen ver y entender el mundo de una determinada manera, escindiendo de él todo aquello que no encuentre cupo en nuestras dos dimensiones.  

El quehacer empresarial en México.
En el artículo intitulado “Educar lo que queremos”, menciono como ha cambiado el quehacer empresarial en México. En el explico que 1950, de cada cien personas que estaban en edad y capacidad de trabajar, 55 estaban en el auto empleo y 45 en la nómina de los primeros, y que hoy, 65 años después con sesenta y cinco veces más profesionistas que en la década de los cincuenta, 8 de cada cien están en el auto empleo y 92 en la nómina de los primeros, lo cual quiere decir que hoy hay un 85.45% menos empresarios que en la década de los cincuenta. 

Las razones de este cambio son múltiples y explicamos algunas de ellas en el artículo arriba mencionado. No obstante es importante anotar que una de las cosas que más llama la atención es la pérdida del oficio empresarial. Nuestra sociedad ha estigmatizado y penado el ejercicio empresarial. Tal vez no de palabra pero si de acción. Tanto que la actividad empresarial se ha visto disminuida en un 85%, concentrándose esta en un número cada vez más reducido de personas. Se nos ha olvidado que la riqueza está íntimamente ligada a la producción. Para tener más hay que producir más.
 
Este comentario que a primera vista se antoja materialista, es también una penosa realidad que determina el nivel de bienestar de los países y de quienes en ellos habitamos. Todos vivimos equiparando las oportunidades y la calidad de vida que hay en nuestro país en comparación con las que existen en otros países, en los cuales la producción dista mucha de la nuestra. Sin embargo la realidad es que los países más ricos del mundo son también los más productivos. 
 
Es un hecho que en esos países, como en el nuestro, la actividad empresarial se ha ido circunscribiendo a un número cada vez menor de personas (25 de cada cien están en el autoempleo en los países del primer mundo), sin embargo en el caso de México es preocupante, tanto por lo que en el acontece (solo el 8% de la población económicamente activa ejerce el oficio de empresario) como por el hecho de ser mexicanos. 

Hace cincuenta años México era un país en el que el autoempleo era una constante. La educación familiar se orientaba más a la producción que al consumo. Los hogares eran centros productivos en donde todos los miembros de la familia tenían una responsabilidad. Los estudios tenían un peso importante más no como lo tenía el sentido de la responsabilidad familiar. Cada uno de los miembros tenía que contribuir con su trabajo al sustento de la familia, los gastos se presupuestaban y el ahorro era un objetivo primordial.  

Los hijos no solo tenían que cumplir con su escuela. Les era menester aprender un oficio y contribuir con lo poco que pudieran al gasto familiar. Los padres se preocupaban más por la educación del carácter de los hijos que por la instrucción que estos recibían. Sin embargo lo cierto es que el modelo se fue desvirtuando en el devenir del tiempo. Poco a poco fuimos tergiversando la realidad al grado de instalarnos en la realidad que los medios nos crearon en su lento y después intempestivo crecimiento, edificando en nuestro interior una forma de ser y de hacer la vida que poco o nada obedecía al espíritu de conquista de los que nos precedieron. 

Sería injusto atribuir esta mutación a la sola influencia de los medios, pues al final es uno el que decide si apaga o no al televisor. Por lo menos así lo manifestó el anterior Presidente de la televisora más grande del país, cuando se le cuestionó sobre la calidad de sus programas: Porque me cuestionan a mí. Yo solo transmito lo que la gente me pide. Y lo hago consiente de que son ustedes quienes deciden si le apagan o no. Sería una falta de respeto pensar que nosotros podemos decidir por ustedes. 

La propaganda se construye con frases y la publicidad con símbolos.
En esta migración también hubo otros factores. Hubo frases y dogmas que se fueron filtrando en el subconsciente colectivo y que determinaron la manera en que veíamos y hacíamos la vida. Frases como: “cuanto vales cuanto sabes”, incidieron en el quehacer biográfico de quienes habríamos de construir el México que hoy vivimos y legamos a nuestros hijos. Es cierto que esta frase, como muchas otras, tienen un alto contenido didáctico y formativo, pero también es cierto que mucho nos hubiese ayudado saber que el "conocimiento ayuda pero no determina". Pues la capacidad de riesgo y la tolerancia a la frustración que demanda el ejercicio empresarial, no se adquiere ni en los libros ni en el aula, se adquiere haciendo empresa. 

Así pues, poco a poco y sin darnos cuenta, fuimos estructurando una nueva forma de ser y hacer la vida. Al grado que los universitarios llegaron a ser más valorados que los pequeños empresarios. Socialmente tenía más valor un título universitario que un negocio. Los padres penaban cualquier intento de sus hijos por emprender un negocio. La respuesta más común era: dedícate a estudiar, ya trabajaras cuando termines. Lo mismo acontecía en el combés de lo social. Las familias eran más valoradas por el número de graduandos y el nivel de especialización de estos que por los talleres o negocios que la familia pudiera establecer. 

Un joven emprendedor que hubiese dejado trunca su carrera era mal visto por su familia, por los padres de sus amigos, de la novia y por la sociedad en sí. Mientras que un joven graduando era visto como una promesa en ciernes. Poco a poco fuimos edificando una generación de individuos que socialmente poseían tanto valor como títulos tuvieran. México se industrializo, creció y logro estándares de productividad no alcanzados jamás. No obstante esto a la postre nos perjudico, pues la exigua creación de empresarios nos llevó a concentrar el oficio empresarial en muy pocas manos, circunscribiendo la productividad del país al quehacer de unos pocos, perdiendo con ello la oportunidad de potencializar tanto el capital humano como el material. 

Otro factor importante fue el aspecto social. Una persona posee mayor o menor valor en la estructura societaria en la que habita, en función del puesto que ocupa y la empresa en la que trabaja. Las candilejas del reconocimiento social no se enfocan a los hombres que de la nada arrancan un taller o un pequeño negocio. Se enfoca más a los altos directivos que a los micros empresarios. También atiende, es cierto, a aquellos empresarios que se han erigido en símbolo del ejercicio empresarial. Empresarios que han logrado potencializar lo que sus ancestros les heredaron, aun cuando estos padecieron en sus inicios el mismo nivel de ostracismo social que los que hoy se atreven a ir contracorriente iniciando una gesta empresarial.
 
Variables antropológicas.
Los seres humanos sin importar época, idioma, religión o color, necesitamos para operar el mundo de cuatro variables antropológicas: símbolos, mitos, retórica y ritual.

Símbolos que nos den identidad y sentido de pertenencia; Mitos que nos den en que creer; Retórica que nos dé de que hablar; y un Ritual que nos dé la certeza de la repetición.

En la actualidad el símbolo o modelo a seguir es el empresario ejecutivo, dueño de un consorcio nacional o multinacional, así con el alto ejecutivo que dirige sus empresas y que aparece en revistas y periódicos. El símbolo no es el empresario que inicia un pequeño negocio o taller, arriesgando patrimonio y prestigio. La sociedad no reconoce a los que tanto necesita, a esos que poseen el suficiente talante para arriesgar lo que poseen en aras de un futuro mejor para sí y para quienes con ellos trabajan. A esos que son los que mañana, si todo les resulta bien, harán que otros emprendan un camino símil al suyo. A estos no se les reconoce, se les estigmatiza.  

Otra de las causas de esta acusada disminución del ejercicio empresarial, sino es que la más paradójica de todas, es que los empresarios en sí mismos no han hecho nada por estimular el ejercicio empresarial. No olvidemos que la única responsabilidad social del empresario es crear empresarios. Un empresario responsable es aquel que tiene el coraje de entregarle a la sociedad lo que mejor saber hacer, y lo que mejor sabe hacer un empresario es empresa. 

Los empresarios que surgieron de esta nueva generación no poseen el espíritu empresarial de quienes les precedieron. Los neo-empresarios hacen todo para evitar que su gente desarrolle el espíritu empresarial. Le llaman, con un alto sentido del eufemismo, conflicto de intereses. Cuando un empleado valioso, con talante para el oficio de empresario, emprende una odisea empresarial, es visto por sus iguales y por sus superiores como una persona deshonesta que está dejando de atender los asuntos de la empresa en miras de los suyos propios. Es curioso, pero los empresarios de hoy se sienten más cuando son menosPareciera ser que su objetivo personal fuera el de minimizar, al grado de la extinción, cualquier intento de gesta empresarial en su gente, al grado de que les pagan muy cara la dependencia, con el fin de hacerles incosteable la independencia. Es como si todo estuviese conformado para que cada vez haya menos empresarios. En la casa, en la escuela y en las empresas se trabaja intensamente para formar a los empleados del mañana, y poco o nada para formar a los empresarios del mañana.  

Solo el hombre que aprende a rechazar lo que no merece, es capaz de construir lo que si merece.
Recién estuve en una conferencia en la ciudad de México y una persona del público me interpelo diciéndome que como quería que las actuales generaciones formaran empresarios si nadie puede dar lo que no tiene. Sin lugar a dudas tienen razón, por lo menos hasta cierto grado. Pues los empresarios de nuevo cuño, esos que de la nada edificaron imperio, lo hicieron sin tener un marco de referencia del cual pudieran absorber lo que ya anidaba en su interior. Para ellos, que poseen coraje y determinación, no fue necesario tener un papá rico o un papá empresario. Lo que les impulsaba era su necesidad de hacer algo por ellos mismos, pues cuanta más autoestima tiene un hombre, mayor es su deseo y capacidad de gobernarse a sí mismo, por el contrario, cuanto menor es su autoestima, mayor es su necesidad de que otro asuma su gobierno.  

Los empresarios de nuevo cuño son personas cansadas de lo usual. Son personas conscientes de que el futuro es un paisaje misterioso e incierto reservado solo para aquellos que poseen el valor de explorar caminos inexplorados. Son personas maduras. Personas que ya han visto la espalda de las cosas. Personas dispuestas a aprender lo no sabido. Dispuestas a construir un nuevo conocimiento para sí y para los demás. Son personas con la capacidad de comprar billete para lo desconocido, para lo no hallado.
 
Son personas que tienen el valor de ser una franca expresión de sí mismas. Personas que son búsqueda, mutación y no simple aceptación de su herencia. Personas que no se conforman con ser como los que les antecedieron. Son individuos que representan en sí mismos el comienzo de otro tiempo. Son una casta especial. Entienden que cuando nada es seguro todo es posible, por eso es in-certidumbre (adentro de lo cierto), porque ahí es donde mora la oportunidad.  

La fuerza de la inercia nos ha llevado a un nivel de confort que ha adormecido el espíritu empresarial. En los hogares, escuelas y empresas edificamos hombres con una sola ambición: colocarse en una buena empresa y trabajar con denuedo para alcanzar los beneficios que los puestos altos otorgan. Hombres que nacen siendo originales y mueren siendo duplicados. Hombres que no se dan cuenta que terminan siendo actores secundarios de su propia obra. Hombres que creen que poseen lo que no poseen, pues nunca será lo mismo tomar una decisión con el respaldo del nombre y el capital de la empresa que lo ampara, que tomarla cuando el riesgo y el capital están en uno mismo.  

Lo que necesita nuestro país es una nueva generación de padres, maestros y empresarios. Personas que estén dispuestas a formar a otros con una mayor capacidad de riesgo, enseñándoles, desde la infancia, lo que la conquista es. Necesitamos formadores que no exacerben las bondades de la instrucción pública. Formadores que vean a esta como lo que esta es: instrucción, más no formación.  

Cierto es que los niños van a la escuela para adquirir conocimientos que les serán de suma utilidad en su quehacer cotidiano, pero más cierto es el hecho de que van a la escuela a aprender y a tomar conciencia de que el otro existe, de que hay una sociedad y unas reglas. Van a aprender y a tomar conciencia de que su libertad llega hasta donde llega la libertad del otro. En la preparatoria, como su nombre lo indica, los discentes se prepararán para sus estudios profesionales, para que cuando lleguen a estos les resulte más amable el proceso y puedan adquirir los conocimientos para dirigirla, no para ejercerla. 

El médico puede estudiar su carrera para ejercer la medicina o para hacer negocio de la medicina. El ingeniero puede estudiar su carrera para ejercerla o para saber cómo opera la estructura pensante de aquellos con quien mañana se asociará o contratará. En otras palabras, a la escuela profesional pueden ir a estudiar, pero también pueden ir a conocer a sus futuros socios o empleados, o, si así lo deciden, a sus futuros empleadores. Depende de lo que se les haya enseñado a creer y a significar. 

Los maestros de las escuelas se debieran escoger bajo otra mira.
Hasta secundaría como formadores sociales. Maestros que sin demérito del conocimiento que han de impartir, los formen para entender que la vida hay que ganarla, conquistarla, que los otros existen y que para ellos nosotros somos los demás de los demás.
Maestros que les enseñen a cumplir su responsabilidad, a convivir y a respetar. Maestros que les enseñen que no hay nada más atentatorio a la dignidad humana que la igualdad (disfraz elegante de la mediocridad), ya que esta siempre busca igualarnos por lo bajo, nunca por lo alto.
Maestros que entiendan que no se puede formar igual a los desiguales. Que cada uno es una unidad que se encuentra limitada por las unidades de los demás, y que los mejores hombres del mundo son aquellos que entienden y dirigen su unidad y la de los demás.  

En preparatoria y en carrera profesional se requieren maestros que los instruyan y que los cuestionen sobre la utilidad de lo que están estudiando. Haciéndoles ver más allá de lo que ven. Sirva como ejemplo el comentario de un amigo que nos llevó a ver las razones financieras de una nueva y mejor forma; al hablar sobre la razón financiera de la liquidez, nos preguntó: si los excedentes de inventario, de activos inútiles y de mano de obra, los pasáramos a pasivos ¿cómo se leería la razón financiera de liquidez? 
Los maestros, en compañía de empresarios con sentido social, debieran de prepararse para poder transmitir ese ver más allá de lo que hasta hoy les han enseñado a ver.  

La carrera profesional es piso, pero no techo. Pareciera que como ya no podemos aspirar a ser Duques; Condes o Barones; nos conformamos con ser Médicos; Ingenieros o Abogados. Los títulos no son más que una licencia para cobrar. Una licencia para no empezar de abajo. Prefiguran a un Administrador, pero no lo hacen, pues aunque no hay nada más práctico que una buena teoría, se aprende a hacer haciendo. 

Los empresarios también tienen su cuota de responsabilidad en esto. Nadie mejor que ellos para formar empresarios, pues uno nunca enseña lo que sabe, contagia lo que es. Decíamos renglones arriba, que un empresario con responsabilidad social es aquel que le devuelve a la sociedad lo que mejor saber hacer, y lo que mejor sabe hacer un empresario es empresa. La sociedad debiera de calificar a los empresarios en función del número de empresarios que le entrega a la sociedad. Conscientes estamos que no todos tienen el temple para el ejercicio empresarial, sin embargo también es cierto que no estamos potencializando a los que sí lo tienen.   

Nuestro quehacer se circunscribe a formar buenos y mejores empleados, pero no a rescatar a aquellos que pudieran ser nuestros mejores aliados en el de por si álgido mundo del quehacer empresarial. Un empresario que formara empresarios, tendría en cada uno de ellos un aliado de negocios que lo haría cada vez más fuerte.  Habrá uno que otro que le dé la espalda, pero siempre serán más los que vean en él al hombre que los formo como empresarios, a ese hombre que en sí mismo es un aliado con el que pueden edificar una red de negocios que entre más se extienda más fuertes los hará todos.  

Al cambiar su forma de hacer negocios, buscando más aliados que empleados; al cambiar su ejercicio de liderazgo, formando más que capacitando; al crear sistema de compensación que incentiven más la búsqueda del riesgo inteligente que la mediocre medianía de la estabilidad que hoy compensan, estarán formando a esos hombres que continuarán la más ardua tarea de un país: mejorar el índice de bienestar de su gente con una mejor y más amplia distribución de la riqueza. Lo cual solo se logrará a través de la creación de nuevos empresarios, los cuales, sumados a los ya existentes, harán que la productividad del país llegue a cuotas nunca vistas.   

México no necesita empleos, lo que necesita es revalorar el oficio del empresario. Premiar y reconocer, aunque solo sea desde el ámbito social, lo que el emprender es, así como los retos y beneficios que el oficio arroja. 

Los padres, las escuelas y los medios debieran de promover el desarrollo de las habilidades caracterológicas que el quehacer del empresario demanda: Educar, premiar y reconocer el riesgo inteligente; la tolerancia a la frustración, el coraje, la tenacidad y el valor de la persona más allá del nivel de instrucción que esta pueda tener. Estimular, premiar y reconocer, en el hogar, en la escuela, en la empresa, en los medios y en la sociedad, las iniciativas empresariales de los infantes, adolescente y adultos. 

Los invito a formar y crear en todos los ámbitos de su quehacer, nuevas y mejores formas de hacer empresa y de formar empresarios, que la única ventaja que como líderes tenemos sobre los demás, es que podemos hacer más bien que los demás. A nosotros nos corresponde formar a la siguiente generación de empresarios, conscientes de que lo que México necesita son empresarios, muchos y muy buenos empresarios.

 

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