viernes, 8 de mayo de 2015

Los escritores de Dios.

Al emitir una opinión sobre un libro, hecho, acontecimiento o persona, lo que estoy afirmando es lo que estas representan para mí y no lo que son en sí mismas. Antropológicamente no podemos ver las cosas como son. Las vemos como se divisan detrás de nuestros ojos. Ojos que no solo están influenciados por nuestra genética e historia, sino que además procesan lo que ven en función de aquello con lo que hemos alimentado nuestro cerebro, lo que de suyo hace que lo que usted ve sea diferente a lo que yo veo, aun cuando ambos estemos viendo la misma cosa.

Cuando dos personas hacen la misma cosa, ya no es la misma cosa.
En 1997 se estrenó el Titanic de James Cameron. Invite a tres amigos (dos hombres y una mujer) a ver la película. Al final de la misma nos fuimos a casa para hacer el análisis correspondiente. El resultado no me sorprendió. Ella, poeta, escritora y fiel seguidora del romanticismo del siglo XIX, se identificó con el romanticismo y tragedia de los amantes. El otro, informático especializado en animación, se extasió con los efectos especiales, y el tercero, discípulo de Nietzsche y Schopenhauer, comentó que era la historia de dos cornudos.
Los tres vieron la misma película, pero cada uno con su correspondiente subjetividad -ojos, historia y carga informática-, lo que hizo que esta fuera diferente para cada uno de ellos.     

La subjetividad está presente en todos y cada uno de nosotros. Yo no puedo decir que es la Gioconda de Leonardo o el Quijote de Cervantes. Lo que puedo decir es lo que me significan, pero no lo que son. Lo mismo me pasa con la Biblia. No puedo decir lo que esta es. Lo que sí puedo hacer es hablar de mi Biblia, de esa que está prohibida porque poco o nada se asemeja a la Biblia de los demás. Por ejemplo, mi Biblia no es la palabra de Dios. Es la palabra de muchos hombres, escrita a través de muchos siglos y en muchos lugares.

Josías de Judá (Rey de Judá entre 639 y 608 A.C.), hábil estratega y político, inventó con un alto sentido de la oportunidad el hallazgo de las tabillas de babilonia (Deuteronomio), lo que le permitió, junto con la hábil pluma del profeta Jeremías, hacer las reformas para eliminar la idolatría a favor del monoteísmo judaico. Esta hábil e inteligente medida la instituyo con el fin de centrar el poder celestial en un solo Dios y el terrenal en un solo hombre. La idolatría o politeísmo centraba el poder celestial en varios dioses y el terrenal en varios hombres, lo que devenía en constantes luchas y cambios de gobierno. El monoteísmo de Josías cambio el concepto teológico y político. Centro el poder en un solo Dios y el terrenal en un solo hombre.

Muchos siglos después, este modelo quedaría obsoleto con la llegada del catolicismo. Migraríamos del poder de un solo hombre al poder de una familia. El catolicismo instituye con la divina trinidad (Dios, Padre y Espíritu Santo) el concepto de la monarquía hereditaria, reconociendo el derecho de sangre que es el impera hasta este momento. Sin embargo, como bien comentamos, se requerían de muchos siglos para llegar a este modelo, por lo que nos es menester regresar a Josías de Judá.

Josías de Judá crea un Dios masculino, severo, irascible, penalista. Un Dios de pocas dulzuras y de muchas cóleras. Un Dios obsecuente a la época, a las necesidades de Josías, de Jeremías y del pueblo en sí.

En mi Biblia, que no es tan antigua como la Ilíada o la Odisea y que empezó a redactarse en el reinado de Josías, dice que Dios creo primero la vegetación con todo su verdor clorofílico y después el sol. Este anacronismo se debe a que los redactores de mi Biblia no sabían lo que sabemos nosotros, que era necesario crear primero el sol para que las plantas puedan alimentarse de este, sin el cual no hay forma de lograr el verdor clorofílico que las distingue.

Los escritores de mi Biblia redactaron esta con los conocimientos que tenían en ese momento. De tal suerte que no podían plasmar en ella la Edad de piedra, ya que no la conocían. Esto les llevo a omitir 45 mil años de historia. Dando por sentado que Adán y Eva, conocieron lo mismo que ellos: el fuego, la agricultura y la ganadería, razón por la cual en mi Biblia sitúan a los primeros seres humanos en una etapa de cultivo sistemático y ganadería organizada, con un padre y una madre que tenían un hijo agricultor y otro ganadero (Caín y Abel). En mi Biblia los hombres ya conocen el fuego, las oblaciones y los ritos elaborados (liturgias) que se requieren para hacer las ofrendas, cuando la realidad es que nos llevó 45 mil años llegar a ello.

En mi Biblia dice que Dios hizo al hombre y a la mujer: Hombre y mujer los creo y los llamo Adán. Años después en la corrección editorial de la misma dice que Dios creo a Adán y que la mujer salió del hombre, cambios obligados en función de las circunstancias históricas de ese momento.

En mi Biblia el diluvio se presenta como castigo inmediato del pecado original. Un diluvio universal, es decir, un diluvio en Asia menor que era el total del universo conocido en esa época.

En mi Biblia los malos son los egipcios y los buenos los israelís. No porque los primeros fueron malos, sino porque eran los que ostentaban el poder mientras que los otros no, aunado al hecho de que mi Biblia la redactaron los israelís, no los egipcios.

Mi Biblia habla de un Dios penalista e iracundo que siempre está en búsqueda de un culpable. Un Dios inhumano que le pide a su pueblo que agarre un puñal, que lo tenga listo sobre su muslo y que vaya a la tienda del padre, hermano, hijo y amigo, y que los atraviese con su puñal porque les ha prohibido vivir por sus prevaricaciones. Esto, obviamente, es redacción del escritor de turno, pero no de Dios.

En la BAC del Vaticano (biblioteca de autores cristianos) de 1959, nos dice en la introducción de la Biblia católica romana que Caín y Abel representan los dos géneros de vida primitivos conocidos por los hebreos, los cuales, cito textual, ignoraban la edad de piedra.

La Biblia de Jerusalén de 1969 nos dice en el prólogo que el incidente entre Caín y Abel no representa lo que aconteció entre los hijos de la primera pareja humana, sino a personajes muy posteriores a ellos y de nombres parecidos. Los cambios, claro está, se deben a la corrección editorial de los hombres, no de Dios.  

Hacemos con la Biblia lo mismo que hicimos con los viejos dioses. Los fuimos creando en función de nuestras necesidades, de nuestra evolución como seres humanos, como sociedad. Que mejor caso para ilustrar lo anterior que el viejo conflicto entre Atenea y Poseidón.

Poseidón era el antiguo Dios de muchos asentamientos humanos, en donde lo más natural es que siendo pescadores inventaran un Dios marino. Ya una vez que aprendieron a cultivar la tierra se vieron en la necesidad de inventar otro Dios, y como la agricultura fue un invento de la mujer, crearon una deidad femenina que respondiera a las necesidades de ellas. Una diosa que como ellas era creadora de vida, responsable de la germinación, fructificación y multiplicación de los productos de la tierra.

Así nació Atenea, lo cual creo un problema entre los seguidores de uno y otro Dios, ya que unos preferían a Poseidón y otros a Atenea. Esto derivo en un conflicto que termino con una lucha abierta entre Atenea y Poseidón, debido a que cada uno quería tener a los atenienses como pueblo suyo. Poseidón les decía a los atenienses que él les había dado el mar y sus productos, el agua potable y los caballos. Atenea les decía que ella les había dado los granos, el olivo, el aceite, etc. La mitología dice que Atenea resulto vencedora, debido, claro está, a que en ese momento había más mujeres que hombres.

De igual forma la Biblia ha evolucionado en función de las eras y etapas de los hombres. En el caso de Caín (el primer hombre pensante) y Abel (obediente pero no pensante), lo que trata de explicar mi Biblia es que a una generación de agricultores le sucedió una de ganaderos. Y que aun cuando los agricultores están más pegados a la tierra y por ende son más pacientes, pasivos y resignados que los ganaderos, fue el agricultor y no el ganadero el que resulto estigmatizado, cuando lo lógico es que lo fuera este último, ya que éste, por necesidades de oficio, se ve en la necesidad de ser más activo, violento, agresivo e impaciente que el primero.

El agricultor (Caín) siembra, cuida, riega, atiende. Le tiene amor a la tierra, a sus frutos, a la vida en sí. El ganadero debe cuidar, defender y arriar a sus animales. Debe hacerles frente a otros animales, atacar si es necesario y destazar los suyos para llevar la comida a la mesa. Las personalidades de uno y otro no pueden ser más diferentes.   

Eva llamó a su primogénito Caín, que significa don, regalo, gracia, no solo porque le es concedido, sino porque la gratifica ya que pasa de esposa a madre, ama y matrona. Ya no es la mujer que depende de hombre. Es mujer generadora de hombres, mujer que convierte la maternidad en un principio de afirmación matriarcal.

Caín no solo convierte a Eva y a todas las mujeres en matriarcas, él es, desde el punto de vista de la teología, nuestro primer ancestro. Todo lo malo que digamos de él, lo estamos diciendo de nosotros. Adán y Eva no son nada nuestros. Nada nos pueden enseñar. Ellos no supieron lo que es tener padres, tener infancia, ser niños, adolescentes, etc. Ellos no pudieron decir papá, mamá. No conocieron la intimidad salvífica del seno de la madre. Su padre, aunque divino, era cósmico, ajeno, lejano, distante. Jamás pudieron disfrutar de esa exclusividad que tuvo Caín de decir mi papá, mi mamá.

Caín es, teológicamente, el verdadero representante de la humanidad. Es el primer hombre nacido de mujer. El primero que mamo leche materna. El primero que supo lo que es una mamá. Es el primer pensante y por ende el primero en equivocarse, y solo se equivocan los que piensan. Los obedientes, los que acatan sin pensar, sin cuestionar y cuestionarse nada, son segundones, son gente que no nos gustaría ser.

Dice mi Biblia que Caín decidió ser agricultor. Esto quiere decir que lo que para sus padres fue un castigo (ganar el pan con el sudor de tu frente) para él fue una vocación. Lo que para Adán fue una obligación, para Caín fue una devoción. Adán nos heredó el trabajo como castigo, Caín como vocación. Adán nos lo lego como maldición, Caín como bendición.

Mi Biblia dice que Caín fue el primero hombre que pensó, lloro y se preguntó un porqué. Porque si él no estuvo en el Paraíso, si él no conoció el árbol de bien y del mal, si no oyó hablar a la serpiente, porqué si él nació en el destierro, porqué si él se solidarizó con su padre ayudándole por gusto en aquello que para Adán era obligación. Porqué si él esta ajeno a todo eso tuvo que heredar la enemistad de Dios.

Caín es el primero humano que sufre por algo que no hizo, es el primero que nace sin nada y que se muere dejando algo. El primero en hacer filosofía, cultura. El primero que eligió mujer, que formo familia y con ella un patrimonio para legar. El primero en fundar una ciudad. El primero que hizo y sintió todo lo que nosotros hacemos y sentimos.

Caín, como todo agricultor, le ofrecía a la divinidad lo más sacro en él, lo que más amaba, los productos de la tierra. Las flores, guirnaldas, frutos y semillas. Abel, en cambio, era pastor. El pastoreo demanda fuerza, carácter, violencia. Al pastor le es menester proteger el ganado, defenderlo de otros animales, arriarlo y si es necesario empujarlo.

Una escena cotidiana de Caín sería regar la tierra, cuidar sus plantas, flores, árboles, tomar sus frutos y abonar todo para que crezcan bien. La escena cotidiana de Abel sería estar con sus animales, cruzarlos, caparlos, destazarlos para llevar a la carne a la mesa. Uno cuida y el otro mata. Uno desarrolla una personalidad noble, agradecida, bondadosa. El otro cuida para matar. Desarrolla un gusto por la sangre, una personalidad fuerte, agresiva, asesina.

Caín representa la rehabilitación de un castigo. Es el labrador voluntario que trabaja por gusto con su padre, labrador obligado. Abel representa una regresión a lo más primario, a lo más cruento. Cada uno de ellos eligió oficio en función de su naturaleza. Caín poeta, Abel carnicero. Sus vocaciones eran opuestas, lo que nos permite intuir que sus relaciones no eran del todo buenas. Claro que mi Biblia solo nos pone una escena que obedece a las preferencias y gustos del escritor de turno, puesto que Dios sería incapaz de mostrarnos una parcialidad. Eso lo hacen los humanos, pero no Dios.

Es lógico pensar que personalidades tan disímbolas tuvieron más de un desencuentro, en donde lo más probable es que Caín, el poeta, hubiese sido el que se llevó la peor parte. Algo así ha de haber pasado con la ofrenda que le hicieron a la divinidad. Caín, pegado a la tierra, a la naturaleza, le ofreció a la divinidad lo que más amaba, sus flores, guirnaldas, espigas, semillas. Mientras que Abel le ofreció lo propio, sus animales. Los dos hicieron una fogata. La primera de flores, la segunda de animales. Es lógico pensar que la segunda logro un tamaño que jamás podría lograr la primera.

Mi Biblia dice que Jehová, observante de ambas ofrendas, noto que la de Abel era más grande: Jehová miro propicio a Abel y a su oblación, pero no miro propicio a Caín ni a su oblación. Esto obviamente no fue dictado por Dios. Fue escrito por un hombre con gusto por la carne, las grasas, la hoguera, pero no Dios. Este hubiese sabido apreciar la ofrenda de Caín.

Lo más probable es que Abel, competitivo al fin, se haya mofado de la ofrenda de Caín. Este, en su calidad de hermano mayor, seguramente le habrá querido dar un coscorrón y el otro para evitarlo se movió, se resbalo por la grasa de sus animales y cayó rompiéndose el occipital.

Caín no podría querer asesinar a su hermano. No sabía lo que era eso. Al no conocer la muerte humana, no podía desearla. Ninguno de los cuatro sabía lo que era la muerte. Jamás habían visto un cadáver humano. Lo que Caín quería era darle un coscorrón, no matarlo.

Dice el escritor de turno de mi Biblia que apareció Dios y que le pregunto a Caín: dónde está tu hermano y que éste contestó: no lo sé. Y tenía razón. Su respuesta fue sincera, honesta. No podía saberlo. No sabía lo que era la muerte. Caín sabe que algo sucedió, pero no sabe qué fue lo que sucedió. Él no podía saber que el hermano inmóvil quedo privado de la vida. Lo veía examine, pero no muerto.

No obstante el desconocimiento de lo que había hecho, Dios lo juzgo y con el nosotros. Nosotros que por siglos hemos matamos a millones de personas por no querer aceptar el amor de Dios, somos los que juzgamos e inculpamos a Caín.

La subjetividad de los redactores de la Biblia, nos han hecho ver las cosas de manera errada. Lo mismo nos pasa cuando hablamos de un tercero. Es nuestra subjetividad la que hace que este pague o disfrute lo que nosotros queremos. Es nuestra subjetividad la creadora de cada uno de nuestros Caín.         

 

 

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