martes, 21 de enero de 2025

El no saber que hacer.

Este artículo se debió llamar: el difícil arte del retiro, no obstante, opte por: El no saber que hacer; debido a que frecuentemente me topo con personas que le tienen un miedo enorme a la jubilación, debido, principalmente, a que no saben qué hacer cuando no tienen nada que hacer.

Para muchos es más doloroso haber perdido el ayer que no alcanzar el mañana.
Es común que los hombres jubilados se reúnan con sus iguales en los mentideros sociales (café) a platicar de lo extraordinariamente exitosos que son, de lo mal que esta el mundo y el pais ahora que ellos ya no lo operan y de lo extraviadas que están las nuevas generaciones. No demerito dichas reuniones, ya que la narrativa épica que se da entre ellos les ayuda a sentirse mejor, sin embargo, esto no resuelve el núcleo de su problema, que es el no saber qué hacer cuando no tienen nada que hacer.

Recién acudí al llamado de una persona que se retiró del quehacer empresarial hace poco más de dos años. Me pidió que nos reuniéramos en un mentidero social porque necesitaba consultarme algunas cosas. Yo sabía que no tenía nada que consultarme y que lo que realmente necesitaba era un auditor. Consciente de ello acudí a la cita para encontrar a un hombre abúlico que en nada se parecía al acendrado hombre que fue ayer.

Lo que más llamó mi atención fue su pereza mental. Es un hombre que está en su primeros sesenta (64), lo que me hace pensar que, de seguir así, se le dificultará cada vez más el intercambio dialógico. Amén de ello, me azoro de sobre manera que de lo único que me hablaba era de su pasado. En su platica no había presente ni futuro, solo pasado.

Al preguntarle sobre su día a día, me comento que este oscila entre las redes sociales, las series de televisión y el YouTube. Lo cual se nota no solo en su mente, sino en su cuerpo (sobrepeso). Cuando le pregunté que qué era lo que seguía para él, se quedó un momento en pausa y me respondió que es algo que está en proceso de definición.

Es importante anotar que este no saber que hacer les acaece solo a aquellos que llegaron a creer que eran lo que hacían. Lo que hace que el retiro sea el equivalente a un ostracismo social y funcional que los lleva a dejar de existir en el ser de los demás.

La gran mayoría de los hombres que se jubilan se dilatan en las redes sociales y en las series televisivas. Esas que antes llamábamos telenovelas, pero que hoy suena más elegante si le decimos “series”. Amén, claro está, de que acompañan este dilatar con un intenso ejercicio mandibular y etílico que deja huella y facturas en el cuerpo interno y externo.

Las mujeres experimentan algo similar, sobre todo cuando empiezan a desaparecer del radar de su marido y de sus hijos (en ese orden). No obstante, estas llenan su tiempo recurriendo a un recurso que les pertenece de origen: las amigas. La diferencia entre hombres y mujeres es que las amistades son una constante en estas y una intermitencia en estos. No quiere decir que los hombres no tengan amigos de vida, los tienen, solo que el hombre no ve a los amigos con la frecuencia y la intención que la mujer ve a las suyas (ellas hablan de sus cosas, ellos, no).

A lo ya mencionado hay que agregar el hecho de que la mujer, cuando no se siente bien, prefiere estar con las amigas que con su pareja. El hombre, cuando no se siente bien, prefiere estar con su pareja que con sus amigos. El hombre es mucho más dependiente de la mujer que esta de él. No obstante, lo que menos quiere la mujer es tener en casa a un hombre sin nada que hacer, lo cual en sí mismo es una paradoja, ya que el no hacer es una especialidad masculina.

Por otro lado, está el hecho de que la mujer posee una capacidad de interlocución de seis a siete veces mayor que la del hombre. De tal suerte que cuando está llega a esa etapa en la que ya no tiene que hacer lo que antes tenía que hacer, su necesidad de interlocución se extrapola. Lo que hace que cuando encuentran un auditor, no lo suelten, con el consabido resultado de que saturen el oído de este, cuando es hombre, o que compitan por hablar, cuando es mujer.

Lo ideal, más allá de su ingente necesidad de hablar es que encuentren un nuevo hacer en el voluntariado, en un taller de lectura o en clases de algo que les ayude a proyectar todo lo que aún tienen que decir.

Olvido escrito.
La historia del mundo y de nosotros mismos no es otra cosa más un “olvido escrito”. Cuando comprendes que el “olvido escrito” es inexorable, aprovechas el estadio del retiro para hacer nuevos emprendimientos. No solo tienes el conocimiento, sino que además tienes la experiencia. Cierto que el emprendimiento demanda que nos reinventemos, pero es algo que, por salud mental y física, debemos hacer.

Nos leemos en el siguiente artículo.

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