martes, 9 de junio de 2015

La importancia de la personalidad.

Lo único que nadie te da, nadie te quita y desaparece contigo al morir es la personalidad, y es lo único que no trabajamos. La personalidad es la clave del éxito, por eso sorprende el que su construcción y devenir obedezca más al azar que a una firme intención de construirla.

La palabra personalidad viene del etrusco per-sonare (para que suene). Era un instrumento que usaban los actores para magnificar su voz en el teatro. Así pues, la personalidad es lo que suena de nosotros. Es ese ruido o sonido que consciente o no, en nuestra calidad de emisor, enviamos a los demás.

La personalidad es percepción.
Lo primero que los demás perciben de nosotros es nuestra imagen, porte, formas  y maneras.
La otra parte, la que corresponde a la cultura, educación, dicción y elegancia en el ser y hacer lo perciben con el trato. Así pues, la primera impresión que nos formamos de los demás y que proyectamos en los demás, es debido a la imagen, porte, formas y maneras de ellos y de nosotros. La personalidad es, en apariencia y trato, lo que define nuestra relación con los demás.

Al ver el porte, dignidad, señorío y comportamiento de un ser humano, no es inevitable no formarnos una idea que nos hará proclives a abrirnos o cerrarnos ante cualquier oportunidad de trato con él. Ya una vez superada esta barrera, serán los demás elementos de su personalidad: cultura, educación, dicción y elegancia en el ser y hacer lo que nos confirme lo percibido, o lo que nos sorprenda o desencante si es que subestimamos o sobreestimamos sus cualidades. 

La personalidad no tiene que ver con la cuna, ni con el dinero, tiene que ver con la persona. Tener recursos ayuda, pero no resuelve. El que resuelve es el individuo y lo resuelve consigo mismo, con su higiene física y mental, con su trato, formas, educación, porte y prestancia. 

La realidad es que la construcción de la personalidad no es una prioridad en la educación de los hijos y en la formación del individuo. La personalidad es, en la gran mayoría de los casos, el resultado de nuestro errático y accidentado accionar. No existe en los padres de familia, en los formadores ni en el individuo una intención dirigida hacia la construcción de la personalidad.

La personalidad se nutre principalmente de tres factores claves: cerebro, mente y cuerpo.

Cerebro.
Pensar que se piensa no es pensar, es imaginar.
Piensa aquel que tiene la capacidad de pensar lo que piensa, aquel que tiene la capacidad de decirle a su cerebro que es lo que éste debe pensar.

Es importante entender que el cerebro no está hecho para pensar, está hecho para adaptarse y sobrevivir. El cerebro es como el ojo. El ojo está hecho para ver, no para mirar. A nosotros nos corresponde enseñarle a mirar. Enseñarle a ver más allá de lo obvio, de lo inmediato. 

Con el cerebro nos pasa lo mismo. Nos es menester educarlo, formarlo, enseñarle a pensar.
El cerebro que no piensa desarrolla una pereza mental recurrente, al grado que cuando este se ve en la necesidad de hacerle frente a un problema y parir una decisión, no podrá ni sabrá cómo hacerlo.

Si usted no enseña a su cerebro a pensar, este hará todo lo posible para que sea otro el que piense por él, generando una solución que no es de usted ni aplica a usted.

Mente. 
La mente se conforma por todas esas conexiones sinápticas que hemos establecido en el cerebro. Conexiones que se forman y nutren de vivencias, experiencias, viajes, gente y demás cosas que nos hemos permitido ver, leer, oír y vivir.

Todas estas conexiones, ya una vez establecidas, trabajan a su aire. Toman del archivo general imágenes, frases, ideas y emociones para crear un cúmulo de pensamientos que poseen un cierto grado de orden y forma, ya que las conexiones que establecemos en el día a día van dejando un patrón de ideas, querencias y motivaciones de las que no estamos del todo conscientes.

Uno aprende a querer lo que ve, oye y gusta... Si cambias lo que ves, oyes y gustas, cambia tu mente y con ella tu patrón de ideas querencias y motivaciones.  

Somos nosotros los que consciente o inconscientemente le creamos a nuestra mente un patrón o modelo de pensamientos y querencias que trabajan a su aire, generando decisiones y acciones que seguramente nos parecen plausibles, pero que no son las mejores.

Para mejorar nuestras decisiones, nos es menester mejorar el patrón operativo de nuestra mente. Y si bien es cierto que podemos incidir en él, también lo es el que no lo hacemos. Los seres humanos pensamos poco, muy poco. Pensamos solo cuando tenemos un problema, y lo que pensamos es el problema en sí. Nunca vemos ni vamos allá de él.

Los seres humanos, cuando tienen un problema que no pueden resolver, crean uno mayor.
Otra realidad poco atendida de nuestra mente es la forma en que resolvemos o enfrentamos las crisis. Una mente que ha desarrollado el hábito de no pensar, ante una situación que no tiene el valor para encarar o que no sabe cómo resolver, creara como distractor, un problema mayor. 

El problema creado en estas circunstancias es de tal magnitud y extensión, que no solo opacará al anterior, sino que se extenderá a terceras personas, recayendo en estos parte de la solución...
Así, la muchacha que salió muy mal en el semestre y que teme enfrentar a sus padres, se embaraza. De tal suerte que el semestre es una minucia comparado con lo del embarazo, amén de que el embarazo es problema de todos, no nada más de ella.   

Tan pronto dejamos de pensar, ya sea porque resolvimos el problema o creamos otro mayor, regresamos en automático al patrón operativo con el que trabaja nuestra mente. Patrón que determina nuestro diario accionar. Razón por la cual hay ocasiones en las que ante un acto consumado nos preguntamos con sorpresa: ¿por qué habré hecho yo esto? La respuesta es simple: lo que hicimos obedece a una decisión que tomo nuestra mente por nosotros. Decisión que tomo en función del patrón que le hemos instalado.

La construcción de la mente demanda de una estricta observación y cuidado de todo lo que vemos, oímos y leemos. Así como del lenguaje que usamos y la gente con la que nos juntamos.

Nos es menester escoger lo que vemos, oímos y leemos.
Para la construcción o modificación de la personalidad, nos es de suma importancia cuidar nuestro lenguaje. Usar las palabras correctas para decir lo que queremos decir. Rodearnos de gente que demande de nosotros una mejor preparación, cultura, visión y formas de expresión. Todo esto va hacer que cambie nuestra mente y con ella el patrón o modelo de pensamientos y querencias con las que esta decide y opera el mundo.

La mente es el arma más poderosa de la personalidad, y es nuestra primera responsabilidad.

Cuerpo. 
Las almas como los cuerpos, tienen formas diferentes…

El cuerpo, porte, formas y maneras de expresarnos a través de él es uno de los sellos distintivos de la personalidad. Mantenerse esbelto, erecto, limpio, bien arreglado, etc., es una parte importante de nuestra personalidad. 

Es común ver gente mal parada, mal sentada, vestida sin propiedad, sin elegancia, con un cuerpo amorfo, descuidado. Un cuerpo que es la representación de esa fuerza latente que lo está sosteniendo. Cierto que por el cuerpo de una persona no podemos saber si es inteligente, pero si nos dice que en él hay carácter y decisión, de lo contrario no tendría ese cuerpo.

El cuerpo es una expresión de la mente. Es nuestra tarjeta de presentación ante los demás. Un cuerpo esbelto, formado, erguido, limpio y bien vestido, hace que los demás se lleven una mejor imagen de nosotros, amén de que es una invitación a que el otro conozca algo más de nosotros, la mente.

Conclusión.
Vivir implica moverse y actuar en un espacio o ámbito común en el que se ha de crear una identidad y un distingo, y esa identidad y distingo es la personalidad.

No somos responsables de nuestra genética, pero si de lo que hacemos con ella, y si algo pone en evidencia lo que con nuestra genética hemos hecho, es la personalidad...

Usted decide que mensaje le manda los demás.

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