La cortesía, para con uno mismo y con los demás, nos lleva
a ser tolerantes con el disfraz de las palabras de los demás y de nosotros
mismos. Disfraz que no nos ayuda a tomar conciencia de lo que pensamos y
sentimos respecto a las personas y circunstancias con las que interactuamos y
vivimos, sobre todo en aquellos ámbitos donde la ambigüedad nos embarga (deseo,
pero no quiero; quiero, pero temo).
Esto viene a colación debido a una plática que sostuve con un inversionista, el
cual me aseguraba que ya había renunciado a la no realización de un proyecto deseado,
pero no logrado. Ante la disonancia cognitiva que me genero su decir (si lo
tienes que decir es porque no es), me atreví a preguntarle si había renunciado
o si se había resignado, ya que una cosa es la renuncia y otra la resignación.
Respondió, con un poco de enojo, que su renuncia era total y que no le iba a dedicar ni un minuto más de su tiempo al tema (aunque estuviera hablando de él). Le comenté que mi objetivo no era incomodar, sino ayudarle a clarificar si era una u otra, ya que la paz viene con la renuncia. El incordio y la lucha, con la resignación.
Te resignas porque nos has encontrado la forma de coronar lo que pretendes, pero eso no quiere decir que has renunciado. La diferencia entre una y otra es la ausencia o presencia de la voluntad.
En la renuncia hay ausencia de voluntad. Dejas de desear, querer o ambicionar determinadas cosas, personas o proyectos. En donde lo paradójico de este dejar de querer, es que genera paz. Una paz que hace que no pienses ni hables más de ello…, pero si eso a lo que crees que has renunciado sigue en tu mente y en tu boca, entonces estás en un estado de resignación, pero no de renuncia.
En la resignación la voluntad no desaparece. Esta en estado latente y presta a activarse en cuanto encuentre la forma de conseguir lo que se propone. En la resignación lo que hay es una lucha con uno mismo, no con lo deseado. Por eso es muy importante distinguir si lo que hemos hecho es una renuncia que nos ha permitido alcanzar la paz o un estadio de resignación, que no es otra cosa más que una pausa que hace la voluntad en el inter de que encuentra la forma de lograr lo que se propone.
La resignación nos incita al incordio, a la lucha, pero no a la paz. En la resignación, por sintetizarlo arbitrariamente en una sola palabra, lo que hay es dolor. Tan es así que nos vemos en la necesidad de hablar de ello, ya sea con uno mismo o con los demás. Ya que lo que estamos haciendo al hablarlo es educir los medios para lograrlo o los medios para sacarlo de nuestro sistema y enterrarlo.
En el inter de que lo logramos o enterramos, adoptamos un cierto grado de tolerancia (disfraz elegante del desdén) primero con nosotros mismos y después con la idea, proyecto o sujeto deseado. Tolerancia que desaparecerá en el momento en que encontramos la forma de conseguir lo que queremos… O que se agudizará en el momento en que nos demos cuenta de que nada podemos hacer para lograrlo.
Cuando sucede esto último se inicia en nuestro interior un lento proceso de minimización del objeto deseado. Proceso que lleva un tiempo, pero que nos ayuda a convertirlo en una anécdota (en el mejor de los casos) o en un recuerdo (en el peor de ellos). Justo en ese momento llega la renuncia y con ella, la paz.
Nos leemos en el siguiente artículo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentarios y sugerencias