domingo, 6 de mayo de 2018

Una religión de supermercado


En escritos anteriores hemos explicado que no existen personas que no crean en algo, más claro, no existe el ateo en cuanto tal. Cierto que mucha gente no cree en los dioses que promueven las religiones institucionales, pero eso no los hace ateos, ya que estos creen en otros dioses que han acuñado para sí mismos y que les hacen tanto bien o tanto mal como los institucionales.

Las religiones institucionales le ofrecen a sus seguidores: mito, dogma, culto y rito; elementos por los cuales la feligresía canaliza la angustia de vivir. La realidad es que una religión institucional sin mito, sin dogma, sin culto y sin rito es una entelequia pero no una religión. La diferencia entre las religiones institucionales y las que no lo son, es que la institucional es una sociología concebida para explicar todas las cosas desde un punto de vista físico, metafísico y moral. Que la explicación tenga o no fundamento es irrelevante, ya que sus feligreses encuentran en ellas el sustento que necesitan.

Las religiones no institucionales, es decir, esas que como resultado de un sincretismo particular la persona acuña para sí misma, no ofrecen el mito, dogma, culto y rito de las institucionales, pero ofrecen a sus seguidores otras alternativas de salida para la angustia de vivir. Estas alternativas o guiños de las religiones no oficiales, son diseñadas individualmente por cada uno de sus seguidores y son delineadas para sí y no para los demás. Y si bien es cierto que cada uno de sus devotos es un convencido proselitista de su propia religión, también lo es el que esta, en caso de ser asumida por alguna otra persona, será similar pero diferente a la original. 

Todas las religiones, ya sean institucionales o no, son el resultado de un sincretismo que busca capitalizar la experiencia del pasado. La diferencia estriba en que las institucionales, ya una vez definidas por sus respectivas iglesias, les ofrecen a todos los amantes de la invariabilidad, la repetición, predictibilidad, orden y estabilidad que estos buscan y necesitan. La religión es para ellos un consuelo, un guiño de paz, un abrigo congregacional que difícilmente podrán encontrar en las no oficiales.  

En las antípodas de estas están las religiones de cuño individual. Las que cada feligrés delinea para sí. Estas son tan flexibles, dinámicas y cambiantes como sus feligreses. Los devotos de estas religiones son más aire que tierra, lo que hace que los ritos o expresiones de estas cambien en función de las necesidades del feligrés y de las circunstancias que lo envuelven. En ellas hay todo menos uniformidad, repetición o monotonía, cosa que no acaece en las institucionales. En estas el feligrés debe guardar el canon que le exige su religión, ya que de lo contrario será alejado de la congregación.

Los feligreses de las institucionales no son individualistas, son gregarios, por lo que les es menester la congregación y todo lo que esta encierra. Esta no solo les permite ser parte de una colectividad en la que unos a otros se auxilian en una confirmación tácita de sus creencias, sino que además la interacción y comunión apológica de la comunidad les ratifica y refuerza la identidad.

Los fieles de las no oficiales son individualistas. Son personas que se sienten mejor trabajando en el uno a uno que en las multitudes. Estos no quieren ni gustan de la masa. Se sienten y desenvuelven mejor en lo individual que en lo grupal.   

También están las otras religiones, esas que no tienen que ver con el combés de lo espiritual pero que hemos hecho de ellas una religión. Todos, de una manera u otra, hemos hecho de nuestro hacer una religión que nos define, explica y justifica.

Para explicar esto me es menester hacer una pequeña disgregación…
Las peores decisiones de la vida las tomamos bajo dos circunstancias: cuando no tenemos nada que hacer y cuando nada debemos hacer.

Por lo general cuando no tenemos nada que hacer, ocupamos nuestro tiempo en cosas que ni remotamente haríamos si tuviéramos algo que hacer. Cuando estamos desocupados, nuestro hacer se torna vacuo, inútil, errático y molesto a los demás. Nuestro hacer en estos casos es un hacer que lo único que busca es poblar el tiempo.

Por ejemplo, los días en que usted come más, son los días en que no tiene nada que hacer. En los días de descanso hace del comer un hacer. Este comer es más un satisfactor psíquico que fisiológico. No come por hambre, sino por la ingente necesidad de hacer algo. Así, sin darse cuenta de ello, se somete a un ejercicio de expansión celular (gordura), ya sea sentado frente al televisor viendo a 22 idiotas tras un kilo de cuero (futbol), una película, serie o algún otro Valium visual que distraiga su mente para que esta no se cuenta de que no está haciendo nada.

Los gregarios por excelencia se inventan carnes asadas y demás estulticias que les permitan, en nombre de la convivencia social (esa en la que se habla sin decir nada), poblar un tiempo que no saben cómo usar. Por otro lado están los que no comen en el ocio pero que tampoco saben qué hacer. Estos, por regla general, se dedican a incordiar a los demás, en especial a esos que tienen junto a sí. Es, para ellos, una forma de existir.

El otro hacer, y más peligroso que el anterior, es ese hacer que hacemos cuando nada debemos hacer. Cuando la incertidumbre y la espera nos apremian, tendemos a tomar decisiones que aceleren los procesos, olvidando que los objetos como los sujetos, tienen su tiempo y su momento. En estos momentos el único hacer recomendable es no hacer nada, entendiendo que la mejor decisión cuando nada debemos hacer, es hacer de nuestro hacer un inteligente periodo de espera.

El hacer, pues, es inherente a nosotros. Tendemos a él aun en esos momentos en los que no tenemos nada que hacer. Esta ingente necesidad de hacer algo es lo que nos ha llevado a hacer del hacer una religión.

La bailarina de Ballet encuentra el sentido de su vida a través del ballet, este no solo la define, completa y complementa, sino que aparte le explica y justifica ante sí y ante los demás. Lo mismo acaece con el futbolista, el boxeador, el ciclista, gimnasta y demás actividades deportivas. En los oficios sucede lo mismo. El empresario, el político, financiero, abogado, médico, youtuber y demás oficios, hacen de su hacer una religión que los explica y justifica.  

Usted no sale a la calle a decirle a todo el mundo que es cristiano, wiccano, católico, anglicano, musulmán o budista, usted sale y le dice al otro su oficio sin importar si es empresario, artista, político o futbolista Su oficio lo explica y justifica ante sí y los demás. Así, pues, el hacer no solo es un medio de subsistencia, es también un credo a través del cual expresamos la identidad.
No obstante lo ya explicado, nos es menester dejar las religiones del hacer al margen para abocarnos a las del ámbito teológico espiritual.

Líneas arriba decíamos que todas las religiones, indistintamente de su origen, son resultado de un sincretismo que capitaliza el pasado y que tienen como objetivo brindarle al devoto un consuelo ante la angustia de vivir.

Cuando una mujer esta aburrida con el hombre y con su conversación, se consolara a sí misma jugando con su pelo. Enredara su pelo entre sus dedos como si se estuviese haciendo caireles. Por supuesto que el hombre masa, ese pariente próximo del orangután que no ve más allá de sus narices, pensará que lo está seduciendo cuando la realidad es que ella se está consolando a sí misma diciéndose algo así como: no te preocupes… Esto ya está por terminar.

Con la religión pasa lo mismo. Esta es un guiño o consuelo que el devoto se hace a sí mismo para poder enfrentar los avatares de la vida… Y como lo que angustia a uno no es lo mismo que angustia al otro, cada quien, este o no consciente de ello, individualizará su forma de creer y de comunicarse con su deidad para consolarse a sí mismo.

En ambos tipos de religión (institucionales o de cuño personal), la comunicación que el devoto establecerá con su dios, demiurgo o taumaturgo personal, será una comunicación unidireccional. Las únicas ocasiones en que se da un intercambio en ambas direcciones es cuando el devoto padece un cierto grado de esquizofrenia que le permite ver y escuchar personas y voces donde no las hay.

No estoy denigrando o criticando religión alguna. Todo lo contrario. Estas son de suma utilidad para el humano común (empezando por mí). No obstante lo que deseo enunciar con este artículo es el hecho de que cada quien personaliza su religión sin importar si esta es institucional o de cuño personal.

Por razones de mi oficio convivo con personas que se ven en la necesidad de realizar transacciones económicas de alto espectro en una gran diversidad de proyectos, por lo que el nivel de incertidumbre que manejan es dramáticamente mayor que el que maneja una persona común, no por la inversión en sí, ya que la incertidumbre es la misma para el gran o pequeño inversor, sino por el número de veces que se exponen al proceso de inversión.

El hijo adolescente de un conocido estuvo ahorrando para invertir en un negocio en el cual la compra venta de determinados productos le asegura un alta probabilidad de éxito, dado que los mismos son muy demandados dentro del recinto universitario en el que está estudiando. Así, pues, invirtió todo su capital en dicho proyecto, lo cual le genero un nivel de estrés exactamente igual al del gran inversor, ya que lo hace la diferencia entre uno y otro no es el nivel de la apuesta, sino la frecuencia de la misma.

El joven en cuestión arriesgo una vez mientras que el potentado arriesga muchas veces. Lo que cambia entre uno y otro no es la inversión, por lo menos no en estrés. Lo que cambia es el número de veces que se someten a un proceso de inversión… Y es precisamente ahí, en la incertidumbre y en la angustia de la decisión, donde entra en juego la religión.

Las religiones nos separan más de lo que nos unen.
Hay tres cosas que nos separan de las demás especies: la imaginación, el lenguaje y el conocimiento.

La imaginación nos permitió inventar unas cuevas en forma de casas cuando las cuevas se acabaron; inventar las religiones que nos han servido desde el principio de los tiempos como un catalizador ante las angustias de la vida; la agricultura como fuente de sustento, las armas como defensa y ataque y muchas cosas más que no existen en la naturaleza pero que nosotros hemos creado.

El lenguaje nos permitió venderles a otros lo que nuestra imaginación concebía con el fin de lograr que estos se sumaran a nuestro proyecto en aras de un objetivo común. Este hacer individual y conjunto nos permitió instrumentar diferentes formas de hacer las cosas, las cuales vía prueba/error nos permitieron aprender y trasmitir lo aprendido para que otros partieran de esa base. No olvidemos que experiencia es aquello que obtenemos cuando hacemos algo que nunca habíamos hecho antes.

Las otras especies tienen que vivir la experiencia día a día. Nosotros no. Gracias a la imaginación, lenguaje y conocimiento, tomamos la experiencia de los que nos antecedieron para hacer de ella nuestro cero y empezar de ahí. Cada generación empieza del máximo construido por otros, lo cual a su vez, es el cero de ellos.

Esto crea una diferencia enorme respecto a las demás especies, ya que ellas todos los días empiezan de un cero absoluto, mientras que la nuestra empieza de un cero que fue el cien de los que nos precedieron.

Esto, que tanto nos ha ayudado, es al mismo tiempo lo que nos separa. La imaginación, lenguaje y conocimiento ha tomado matices particulares en función de la geografía que habitamos, lo que hace que tengamos diferencias insalvables con aquellas culturas opuestas a la nuestra, ya que nuestras distintas realidades imaginadas (católico, cristiano, judío, musulmán, vegano, carnívoro y demás religiones del hombre), nos separan mucho más allá de lo que nos pudiera unir.  

La razón es muy simple. Hemos hecho de cada una de las realidades imaginadas una religión. Religión que le da sentido a nuestra vida y que nos dificulta en mucho la convivencia con los demás. Unirnos a alguien que profesa otra religión, es renunciar a la nuestra y con ella a la vida que inventamos para nosotros mismos.

La gente no nace destrozada.
Todos, gracias a la inocencia que brinda el desconocimiento de la realidad, empezamos con pasión y anhelo nuestro tránsito por la vida… Hasta que la realidad nos va sacando poco a poco del error. Y es ahí, en ese áspero descubrimiento de la realidad donde descubrimos y aquilatamos el guiño de la religión, la cual nos cura y salva de la realidad.

Esta es la razón por la cual cada uno de nosotros indivisa y adecua su religión para que esta pueda ser lo que es: una catarsis a nuestra muy particular angustia de vivir. Esto hace que todos, de una forma u otra, construyamos, conscientes o no de ello, una religión de supermercado.

Los feligreses de las institucionales, tomaran del dogma lo que necesitan adecuando este a sus necesidades pero sin salirse demasiado de la norma, ya que el precio es la exclusión. No obstante recrearán el dogma y sus creencias para sí, de tal suerte que en la misma familia habrá diferentes interpretaciones de la norma, aun cuando en lo general haya un común denominador (los ritos) que les hacen creer y sentir que profesan la misma religión, no obstante la realidad es que cada uno de ellos tendrá su propia religión.

Los devotos de las no institucionales son tan o más fanáticos que los anteriores. No obstante en ellos es más notorio el hecho de que su religión es de supermercado. Toman de aquí y de allá fragmentos conceptuales que unen para crear un todo que responda a sus necesidades pero que no encaja con ninguna de las partes del todo que tomaron.

Habrá, por ejemplo, quien tome una parte de la mística de Gurdjíeff y a esta le agregue algo de los cuatro acuerdos de Miguel Ruiz, de astrología, de la Wicca, de los ángeles, energía y demás etcéteras del mundo esotérico. De tal suerte que la religión que esta persona creo para sí partiendo de la mística de Gurdjíeff, no se parecerá en casi a la que este acuño en el segundo cuartil del siglo XX.

Así todos, sin importar si la religión es institucional o no, le damos a nuestro culto un sello particular, no obstante los devotos de las religiones no oficiales, son los que más hacen de la suya una religión de supermercado. Toman de aquí y de allá lo que necesitan para paliar las angustias de la vida, cambiando lo que tomaron ayer en aras de lo que necesitan hoy.

Lo más interesante de esto es que entre más frecuente este expuesta la persona a la toma de decisiones trascendentales, más proclive será a crear una religión de supermercado que se adapte a sus necesidades.

Contra lo que usted pueda creer, esto se ve más entre los potentados que entre los atorrantes. Estos últimos suelen conformarse con lo que les ofrecen las religiones institucionales, sin embargo los emprendedores, los políticos, financieros (me excluyo) y dirigentes de conglomerados lícitos o ilícitos, son los que más crean y recrean una religión a su gusto y necesidad.

Lo mismo acaece en el combés de la instrucción. Entre más alto es el grado académico del sujeto (maestría, doctorado, postdoctorado) más alta será la creación y recreación de su culto.

Por supuesto que ninguno de ellos reniega del dios de las institucionales, es solo que el dios que estos tomaron de ellas y que modificaron para sí, se parece ya muy poco al original, no obstante ellos creen que siguen siendo fieles devotos de ese dios que en lo único que se parece al dios de los demás es en el nombre.

Estas personas, ya sea por el nivel de presión al que constantemente están expuestos, o por el nivel de conocimiento que tienen, crean un culto que en esencia es lo suficientemente amplio, flexible y cambiante para que se pueda adaptar a sus angustias y necesidades.

Esto es lo que hace que personas que jamás nos hubiésemos imaginado, consulten a astrólogos, chamanes, médiums y demás farsantes o creyentes de esas corrientes. Creen en dios. Un dios que complementan con brujería (limpias, polvos y demás estulticias), con el devenir de los astros, la lectura de la mano y mil cosas más.

Todos, pues, tenemos una religión de supermercado. Cierto estoy que muchos no lo podrán aceptar, ya que su religión está muy cerca de lo dicta el canon de las institucionales, no obstante la realidad es que ellos, como usted y como yo, al individualizar y/o complementar nuestro credo, hacemos de nuestra religión, una religión de supermercado.

La diferencia entre unos y otros son las fuentes que tomamos (esotéricas u ortodoxas), y sin embargo, más allá de si usted está de acuerdo o no, lo verdaderamente importante es que su religión sea ese refugio en el que se cura y salva.

Nos leemos en el siguiente artículo.

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