sábado, 26 de mayo de 2018

Un nuevo amor.


El que esto escribe está en sus últimos cincuentas, por lo que mis cofrades y asociados suelen ser personas de mi segmento etario. Convivo también con otros que están lejos de él, pero son los menos. Ya que ellos interaccionan en otros estratos etarios, no obstante me buscan con alguna asiduidad para ver temas de negocios y ocasionalmente para discurrir temas personales.

Recién departí una tarde de café con uno que está en sus primeros cuarentas. El tema a discutir era una propuesta de negocios, la cual ya una vez definida nos permitió navegar por otros derroteros que mi interlocutor necesitaba purgar. El tema salió a flote como no queriendo la cosa. Había terminado una relación asaz accidentada y presto a iniciar otra.

Su exposición fue lacónica. Termino una relación de poco más de cuatro años, lo cual no dejo de llamarme la atención ya que tres semanas atrás había coincidido con ellos en un evento y se veían superficialmente bien. Le pregunte que hace cuánto tiempo había terminado y me contesto que días después de dicho evento. Me comentó que había sido un proceso doloroso pero que al paso de los días no solo se sentía mejor, sino que además se sentía liberado.

Yo tuve la oportunidad de departir varias veces con ellos, y si bien es cierto que es una de las jóvenes más bellas que conozco, también lo es que es una de las más complejas y difíciles de tratar. Sus problemas coprofiloneuronales son de tal índole que dificulta en mucho la interacción con ella, incluso la interacción social, esa en la que se habla sin decir nada.

Sus problemas coprofiloneuronales le hacían (y hacen) ver todo desde una óptica en la que todo está mal, menos lo que hace ella. Ella es, desde su muy respetable punto de vista, la poseedora de la verdad absoluta, por lo que se erigía (y erige) en juez de todo y de todos. Así, en aras de salvarlo a él de él mismo y de los demás, ejercía sobre él un coto que incomodaba a propios y extraños, ya que para verle a él era menester contar con la aprobación de ella.

La relación, pues, estaba condenada al fracaso. Por uno y otro lado. Ella no es lo que él necesita y él no es lo que ella demanda. Las posibilidades de éxito eran nulas. No obstante lo que llamo mi atención no es el hecho de que hubieran terminado, ya que su relación era la crónica de una muerte anunciada, sino el hecho de que él estuviera próximo a iniciar otra relación.

Le recomendé prudencia. Que se diera tiempo y que no se precipitara. Le hice ver que el transito del amor es similar al tránsito de las naciones. Unas y otras pasan por el mismo proceso: Descubrimiento; Conquista; Colonia e Independencia.

Pocas relaciones y naciones son las que lo transitan de manera diferente, por lo que era menester que hiciera un alto en el camino y revisara el tránsito de la relación que recién término para que la siguiente no fuera igual.

Descubrimiento (el azoro, el éxtasis).
Primero te descubren. Y por lo general te descubren sin que tú te des cuenta, por lo que discurres por ahí sin saber que eres estrictamente observado, cosa que siempre sucede (el que te observen), ya que todos somos a un tiempo escenario y espectador. Este olvidar que eres observado, y en este caso... particularmente observado, es lo que le permite al otro verte en todas tus mascaras: la diaria, la motivacional y la oculta.

El ejercicio de observación lleva tiempo, y más allá de si el observador requiere de mucho o poco tiempo, la realidad es que la observación le sirve para lo mismo: observar sin ser observado. Investigar, preguntar, acopiar información y decidir… Y así sigue el proceso hasta que te echan al olvido o te lo hacen evidente.

Si se da la casualidad de que la persona que te ha descubierto te llena el ojo, la piel, el alma y las neuronas, tu azoro y éxtasis será mayúsculo. Las endorfinas de tu sistema se mantendrán de continuo exacerbadas, haciéndote sentir de lo mejor.

En este estadio la impronta del otro poblara gran parte de tu cerebro, por lo que tu boca no hará otra cosa más que hablar de la persona en cuestión. En el descubrimiento todo está bien. Las cosas tal vez se compliquen en los otros avatares de la vida, pero te sientes tan bien en el descubrimiento, que sientes que no hay nada que no puedas resolver.

En el descubrimiento todo es novedad, azoro y éxtasis. La mirada se oblicua y obnubila a un grado mayúsculo, por lo que tiendes a ver al otro muy por arriba de lo que es, atribuyéndole virtudes y cualidades que no posee al tiempo que le minimizan defectos que si tiene.

Nadie es como él o como ella. Tal vez los demás, familiares, amigos e íntimos, vean a tu descubridor o descubridora como una persona fea o mal hecha, pero siempre sabrás que eso se debe a una miopía mal atendida, por lo que pasarás por alto sus comentarios.

Lo importante es que tú lo ves como lo quieres ver: como la más sublime expresión de la belleza; aun cuando a ojos de los demás no sea más que el gemelo monocigótico de cuasimodo. No obstante en este estadio todo es felicidad y lo será así hasta que poco a poco se vayan desvelando esas capas del ser que ineluctablemente nos llevarán al siempre álgido proceso de la conquista.

Conquista (el ajuste, la subordinación).
En este intervalo la pareja se va a ajustando, se van limado las aristas de uno y otro. Ambos se dan cuenta de que hay un buen número de cosas que le desagradan de ese ser otrora perfecto. Algunas triviales, otras trascendentales, sin embargo el esfuerzo de ambos para minimizarlas es encomiable, por lo menos al principio de la conquista, tanto que tal vez el otro necesite más datos para poder sumar dos más dos, sin embargo esto se minimizará debido a sus otras cualidades, aun cuando haya que ayudarle a sumar.

La conquista va desvelando los claroscuros de la personalidad y si bien es cierto que no en su más profunda realidad, si en esas aristas que te van dejando ver eso que mañana aborrecerás. Por supuesto que los abismos de la personalidad requieren más tiempo para conocerlos, pero no se preocupe, ya los conocerá. Es solo cuestión de tiempo. Por supuesto que será menester que se aplique a ellos, de lo contrario estos los sorprenderán...

Es por eso que se dice que lo ideal es que el matrimonio empiece por el divorcio, porque ahí es donde en verdad conoces al otro.

Regresemos a la conquista. En este estadio se van haciendo ajustes. Uno y otro hacen concesiones de forma, no de fondo… Estas vendrán después y se dan en la colonia, no en la conquista.

Si las concesiones se dan bien, es decir con el genuino convencimiento de las partes, en especial del que debe conceder, la conquista será entonces una combinación de miel y hiel. Miel por los beneficios a obtener (la permanencia del otro) y hiel por la renuncia a sí mismo.

Si las concesiones no son genuinas, es decir, si no son obsecuentes a nuestro más profundo querer, entonces la conquista será más hiel que miel… Habrá concesiones que nos incordiarán en demasía, sobre todo aquellas que tienen que ver con la no expresión del ser, pero también habrá cosas que no estamos ciertos de querer perder: el amor del otro.

En la conquista todo es freno y acelerador. Pero es tanta la necesidad que se siente del otro y tanto el temor a perderlo que frenamos donde no debemos de frenar y aceleramos donde no debemos acelerar, y así, poco a poco, vamos entrando a esa difícil paradoja en la que buscamos conciliar lo inconciliable, lo que ineluctablemente nos llevará a la colonia.

Colonia (la aceptación, la confrontación).
En este intervalo las cosas se empiezan a endurecer. El otro sigue siendo el que queremos y es, pero hay cosas de él y de nosotros que no marchan bien. Los ajustes son de fondo y algunos o muchos de ellos de difícil realización.

Muchos de estos ajustes necesitan voluntad, sin embargo hay muchos otros que están más allá de la voluntad, ya que son inherentes a nuestra personalidad. Renunciar a estos es renunciar a sí mismo, lo cual poco a poco nos lleva a convertirnos en una caricatura de nosotros mismos, dejando de ser ese que en el descubrimiento encanto y enamoró al otro.

En este estadio el otro buscará poblar todo tu ser, tu mente, tus espacios, tu hábitat, tus cosas y cuantos etcéteras pueda usted imaginar. Esto lo hace por instinto, sobre todo si este le dice que la colonización va a ser difícil de coronar.

Su objetivo será poblar la totalidad del ser amado, con el fin de asegurarse que no quepa en nosotros nada más que su esencia y presencia. Y así seguirá hasta que un día, vivan o no juntos, descubres que eres inquilino en tu propia casa. El otro fue poblando los espacios, los rincones y todo lo que hay en ella, para que no haya forma de que tu hábitat no te hable de él o de ella.

En la colonia el objetivo es poblar la totalidad del otro, cosa de suyo imposible, no obstante cuando no se entiende que el otro es por sí mismo con o sin nosotros, se buscará poblarlo de tal forma que no haya en él ninguna de las expresiones de su ser que no sean obsecuentes a nosotros.  

Así, en la colonia, la pareja oscila entre el poblar y el invadir. Pueblas al otro cuando las cosas están bien. Cuando el otro es lo que quieres y necesitas y cuando tú eres lo que el otro quiere y necesita. Sin embargo cuando el otro es lo que quieres pero no lo que necesitas, el acto de poblar se transmuta en invasión.

El poblar al otro es natural. Lo que no es natural es invadirlo. Cuando el otro es lo que quieres y necesitas, el acto de poblar será natural, ya que ambos son en esencia símiles y compatibles. Sin embargo, cuando para poder estar con el otro es menester que renuncies a ti, entonces el otro, por mucho que quieras estar con él, no es tu otro.

En la colonia el querer y el ser viven en perenne conflicto. Aceptas o confrontas. No obstante si los empates son mayores que los diferendos, la colonia se prolongará por años o por la vida entera, al grado que la pareja llega a mimetizarse y a crearse entre ellos una simbiosis que hará que cuando uno falte, el otro se deprima o, en el peor de los casos, se vaya con él a los pocos meses.

Cuando el otro es disímbolo a mí, la aceptación de lo que el otro comanda de nosotros se torna imposible e improbable de lograr. El rechazo ira en aumento y con ello el esfuerzo del otro por consolidar la colonia, de tal suerte que en la pareja habrá más conflicto que acuerdo, lo que inevitablemente nos llevara a la independencia.

Independencia (el dolor, la libertad, la alegría).
La independencia llega siempre de manera abrupta. La más de las veces es un pequeño acto el que la dispara, en la inteligencia de que no es el acto en sí, sino la suma de los actos y las frustraciones que estos acarrearon a uno y a otro.

La independencia es dolorosa y liberadora para ambas partes. Primero se piensa que se va a estar mejor, al principio no lo es, sin embargo ya una vez que pasa la etapa de dolor, descubrirá que se siente mucho mejor que cuando estaba con la pareja. 

En la independencia lo primero que se da es un descanso del alma, la cual se aboca de inmediato a recuperarse a sí misma. La persona recupera su sonrisa, espontaneidad y expresión. Todo vuelve a ser lo de antes y mejor. La persona sonríe pero su sonrisa ya no es social, es cardinal, amén de que contagia y transmite las ganas de vivir.

En este estadio, como en el del descubrimiento, puede que los otros avatares de la vida se compliquen a más no poder, y sin embargo la persona se sentirá plena y confiada en salir airosa de ellos, ya que tendrá lo más valioso de todo… Se tendrá a sí mismo. 

Es tal la alegría de vivir que siente y manifiesta ya una vez pasada la etapa de dolor, que es muy posible que en este intervalo sea descubierto por otra persona, sin embargo lo prudente es no involucrarse con nadie más. Darle tiempo al alma para que se encuentre a sí misma, para que se sane, se recupere y vuelva a ser lo que es.

Hasta que eso no suceda, lo ideal es que se dé un tiempo de gracia. Pueden ser años o meses, no hay prisa, pero primero recupérese antes de empezar otra relación, la cual es muy probable que no empiece ni termine bien. 

Un nuevo amor.
Al inicio de este artículo comenté que la persona arriba mencionada estaba saliendo de una relación tormentosa. Su alegría, optimismo y ganas de vivir eran tales que no tardo en descubrirlo otra mujer.

Una mujer que, huelga decirlo, ya le había echado el ojo, por lo que se limitó a esperar a que la independencia se diera para poderse acercar.

Ella, me dice él, es la antítesis de la anterior. Es alegre, espontánea y con una mente abierta a nuevas y mejores posibilidades (lo que muy probablemente pensó al inicio de su anterior relación). 

Era tal su contento que organizo un viaje con ella a las playas del caribe, argumentando para sí, es decir para las razones de su razón, que no hay mejor forma de conocer a alguien que viajando con él.

Le pregunté si tenía en su móvil fotografías de ella, a lo cual me contesto que no solo tenía fotografías sino que además tenía algunos vídeos que ella le había mandado haciendo actividades diversas. 

Me mostro ambos, fotografías y videos, por lo que me fue dable no solo leer su geografía corporal, sino la arquitectura del rostro y los decibelios de su voz. Me quedo claro que la mujer en cuestión tenía el mismo veneno y la misma medicina que la anterior, pero como él está en la etapa del descubrimiento, donde todo es azoro y éxtasis, no lo puede ver.

Le hice ver que si sentía tan bien con ella es porque muy probablemente posea la misma medicina y veneno que la anterior. Y no se lo dije en forma peyorativa o despectiva. Todo lo contrario. La realidad es que todos somos elixir y veneno. Vida para unos y muerte para otros. Por lo que nos es menester aprender del pasado y darnos cuenta de que con la vista obnubilada nos va a ser muy difícil darnos cuenta de si el otro es lo quiero y necesito.

Lo felicite por lo bella que es y lo conmine a disfrutar su momento, no obstante le sugerí que se diera tiempo. Que no hiciera el viaje y que si lo tenía que hacer lo hiciera solo. Que lo más importante en esta etapa, posterior a la independencia, es la de encontrarse a sí mismo.

Lo conmine a darse tiempo y a dejar que las cosas graviten de manera natural.
Los objetos como los sujetos, tienen su tiempo y su momento, y en este momento no era ni el tiempo ni el momento de iniciar otra relación.

La idea no le gusto, no obstante se mostró cortes y me dijo que lo iba a considerar.

Nos leemos en el siguiente artículo.

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