jueves, 4 de agosto de 2016

¿Y si todo fuera mentira?

Parece que ese es el gran problema de muchas personas… La duda de que todo sea mentira. De que el amor de su vida no sea verdad, de que los dioses sean un cuento que ha venido mutando en el devenir del tiempo, de que sus padres no sean sus verdaderos padres, de que el otro o los otros no le quieran como ellos les quieren, de que los amigos no sean amigos y solo estén por interés, y así como estas una suma de etcéteras más de los que se duda que sean verdad.

La realidad es que lo único que uno les puede decir es: ¡No se preocupen! A nadie le importa si todo lo que les acontece es una mentira. Qué porque a nadie le importa… Pues porque todos vivimos en nuestra muy particular mentira. Todos le metemos un poco de ficción a nuestra realidad.

De hecho todo lo que hemos inventado lo hemos hecho con la finalidad de paliar la realidad. De instalarnos en una mentira que nos haga más amable y llevadera la vida. Así inventamos la religión, la política, el trabajo, la familia, la sociedad, el arte, el cine, la danza, la pintura, el maquillaje, la fotografía, la literatura, la música, comedia y todos los etcéteras que se puedan imaginar.

Luigi Pirandelo (1867 – 1936), filósofo italiano célebre por su inteligencia y sarcasmo, acuño una frase que explica muy bien lo anterior. Él decía: “Así es, si así os parece”.

Un ejemplo de ello es la famosa frase que el Papa Alejandro VI (Roderic de Borja) le escribe a Pico della Mirandola (de la orden de los Dominicos). La frase en cuestión dice así: “Desde tiempos inmemorables hemos sabido lo útil que nos resultado esta fábula que inventamos de Jesucristo para gobernar al pueblo”.

La frase, aunque real, fue tomada como falsa y eso es lo que importa, ya que “Así es, si así os parece”

La realidad es que no hay nada más parecido a la verdad que la mentira. Y gracias a la imaginación, al arte, a las letras y a todas las cosas que los seres humanos hemos inventado, es que podemos hoy entender, sin que esto sea un problema, que todo en la vida puede ser verdad y mentira.

Si algo nos enseña la vida en el devenir del tiempo, es que todo puede ser mentira y sin embargo haber sucedido, haber existido y/o ser solamente un sueño. Si no me lo creen, hablen con los ancianos. Ellos, como mañana nosotros, seremos el vivo ejemplo de lo anterior.

Esto que se lee y se ve como una contradicción o como las letras de un esquizoide, tiene una realidad fundamental. Esa mentira que vivimos es una verdad de nuestro interior, aun cuando en esencia sea una mentira.

Por favor no ponga esa cara. No se rasgue las vestiduras. Observe la realidad. Sirva como ejemplo los fotógrafos y la fotografía en sí. Común es que los fotógrafos, profesionales o aficionados (como usted y yo), retoquen sus imágenes o que borren de las mismas el rostro de alguien porque no encaja ahí. Así como usted, los demás
hacemos de todo lo que nos acontece una puesta en escena. Ponemos una dosis de ficción en una realidad que no nos gusta, que la queremos ajena.

Veamos algunos ejemplos emblemáticos:
Es una puesta en escena aquella fotografía de la Segunda Guerra Mundial en la que aparece un soldado ruso en Berlín, en la cual le borran los dos relojes que trae en la muñeca y que seguramente robo de un muerto (o de un vivo). Le borran los relojes porque lo importante no es el robo, ni el que haya hecho del muerto un objeto, sino que lo importante era la imagen de él colocando la bandera rusa sobre las ruinas del Reichstag.

Ese soldado fue un icono del valor, de la honestidad y de la rectitud en la Madre Rusia. Su imagen aparecía en los libros de texto. Todos querían ser él. Un él que estaba muy lejos de lo que la realidad, pero no de la imagen que la fotografía proyectaba. De nuevo: “Así es, si así os parece”.

Como tampoco es cierta aquella fotografía de Capa en la que se ve un partisano español muerto en la guerra civil. La fotografía fue una puesta en escena en la que Capa lo que quería es crearle al mundo occidental una verdad irrefutable a través de una imagen simbólica de algo que no vio, pero que se le contrato para ello. Algo que hoy, debemos reconocerlo, pasa mucho en los medios…

La realidad es que nuestra historia personal, como la del mundo, está llena de mentiras. Mentira es aquella fotografía que al paso del tiempo se convirtió en verdad, en la que se capta ese beso espontáneo en las calles de París capturado al vuelo por Doisneau. Fotografía que solo fue posible gracias al extenuante trabajo de dos actores que ensayaron las veces necesarias (que envidia) para que pareciese casual y furtivo.

¿Está mal? No. No está mal.
¿Es una mentira? Si, si es una mentira, pero es una mentira que nos hace ver la verdad desde la más pura mentira, tal como sucede en la vida real y en la vida de cada uno de nosotros.

La importancia del arte, las letras y de todas las cosas que hemos inventado, es la creación de puestas en escenas que se conviertan en símbolos, en mensajes icónicos que expliquen y den sentido a la vida, a las ideas, a los sentimientos. Es algo que hacemos todos los días con nuestros hijos, amigos y colaboradores. Son historias falsas que creamos y editamos con el fin de que sigan vivas para siempre, porque en su centro vive la auténtica verdad. Ya sea que está esté escrita por Cervantes o por cualquier escritor o creador anónimo como el que esto suscribe.

El objetivo es crear una puesta en escena que nos alcance y nos hiera para siempre (que otra cosa es el amor), para toda nuestra vida e incluso para toda nuestra muerte. Porque la puesta en escena, que en sí es un arte, es la más bella forma de mentir que tenemos los seres humanos. Es la forma que tenemos de contar la verdad a través de tantas mentiras como días han existido.

Lo cierto es que preferimos la mentira a la verdad porque suele ser más real, más auténtica, más humana. Sobre todo si esta está bien contada. La realidad es que la historia de todos está llena de mentiras. Algunas más bellas que otras pero mentiras al fin.

Un ejemplo de ello es el arte en sí…
Ahí están las esculturas de Rodin que parece ser que no las hizo él sino su amante Camille Claudel (la hermana de Paul Claudel) encerrada por su “locura” y borrada de la historia.
Ese urinario o “Fuente” de Duchamp que él no necesariamente creó pero que está a su nombre ya para siempre.
Esos cientos de pinturas atribuidas o directamente certificadas a nombre de artistas que nunca las pintaron, que fueron hechas por discípulos, alumnos, ayudantes, que nunca conoceremos, y no todas de fechas antiguas. De hecho algunas de ellas aún están calientes en los talleres de los artistas sin nombre.
Solo en Estados Unidos existen dos mil quinientas obras de Renoir certificadas ante notario, de las mil quinientas que pinto en toda su vida.

¡Qué bella eres mentira cuando te llamas verdad!
Hay historias increíbles que, al parecer son verdad. Como la de una niñera cualquiera en una gran ciudad que aunque en vida nunca vendiese ni publicase foto alguna, a los dos años de su muerte ya ha expuesto en todo el mundo, y se han publicado libros y realizado documentales sobre ella y su obra.

Si alguien les cuenta que un coleccionista que ni usted ni yo conocemos compró unas fotos suyas en un mercadillo (o se las encontró casualmente) en París o Amsterdam o Nueva York y la encumbró como una de las figuras de la Street Photography norteamericana, pueden pensar que es una versión moderna de la Cenicienta, o tal vez un cuento chino, pero ¿y si es verdad?

Y qué decir de toda esa gente que se encuentra un Goya, un Picasso e incluso un Morandi entre los trastos viejos del abuelo, que estaban en el desván de la casa del pueblo olvidadas y abandonadas y que un buen día aparecen para enriquecer al pobre e inocente heredero. “Cosas veredes amigo Sancho”, cita que todos atribuyen al Quijote y que no aparece ahí, sino el Cantar del Mio Cid.

Pero hoy, en vez de dudar entre molinos o gigantes, se duda entre el Photoshop y la edición; entre la verdad y la mentira; entre galgos o podencos, sin saber que si no son lo mismo poco se llevan de diferencia, tan poca que no se les distingue y que a nadie le importa.

Cuando a Picasso le presentaron una obra falsa, saco una pluma y la firmó, “es tan buena que merece ser mía”, dijo, convirtiendo a la pobre fregona en princesa, a un lienzo cualquiera en un Picasso, a la mentira en verdad, a la fea en la reina de la belleza.

Nosotros, como él, vivimos creando nuestros Picassos a sabiendas de que son mentiras que merecen ser verdad, ya que todos y cada uno de nosotros nos refugiamos en la verdad profunda de nuestras mentiras.


Ellas nos salvan y nos dan una razón de ser. 

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