¿Sí yo
fuera cuadro?
¡Interesante
pregunta!
¿Si yo
fuera cuadro qué?
Definitivamente
no tendría injerencia o decisión sobre mí mismo.
Ciertamente
ya estaría hecho, firmado. Probablemente enmarcado o, en el mejor de los casos,
colgado… ¡Colgado! Que fuerte palabra.
Colgado
como los mártires ó los más grandes traidores, y sin embargo, por difícil que
esto pueda parecer, para mí no habría mejor destino que el de estar colgado.
¿Irónico
no? ¡De acuerdo! Pero la vida es así, es un ejercicio de pesos y contrapesos. Lo
que es una bendición para unos es una maldición para otros, pero dejemos de
lado esta pequeño dislate para abocarnos al tema que nos compete: ¿Si yo fuera
cuadro qué?
Me
queda claro que opinar sobre mis colores, luces y sombras, formas y elementos,
estilo, corriente y demás etcéteras pictóricos, es un ejercicio pueril e
insustancial.
Nada
hay que opinar. Ya estoy hecho. Colgado. Terminado. Lo que opine no cambia lo
que soy. No me hace más, no me hace menos, sin embargo hay algo que si me es
esencial, pues ahora tengo una posición privilegiada: observar al que me
observa, criticar al que me critica, determinar al que me determina.
¿Paradójico?
¡Sí! De
acuerdo. Pero qué le voy a hacer. Así es como funciona el conocimiento de uno
mismo. Nos conocemos a través de los ojos de los demás… Cuando me ven se ven. Cuando
les veo me veo. Así, yo, al igual que ellos, sólo me llego a conocer a través
de ojos de los demás.
Como
cualquier otro cuadro mi destino es vagar entre los amos y los proxenetas,
entre los admiradores y detractores.
Voy a
migrar de los ortodoxos y críticos analíticos hasta los esnobs triviales y complacientes.
Viviendo y pernoctando en una gran cantidad de escenarios, roles y conciencias.
Y llegaran
también, como sino ineluctable de la vida, los más temidos de todos: los
indiferentes. Esos que por momentos me harán sentir que no existo, porque
curiosamente mi existencia depende de la pasión ó del temor que yo inspire, de
la curiosidad o desagrado. De la sublimación o la censura. De tal forma que yo,
como ustedes, existo en la medida y forma en la que existo para los demás.
No
obstante tengo, por muy aciago que esto parezca, compensaciones y beneficios
que difícilmente se les revelan a los demás. Pues a mí se me presenta la
posibilidad de dar testimonio de un hecho infrecuente: el de ser testigo de un
desfile intemporal e interminable de figuras…
De conciencias…
De inteligentes y retrógrados…
De personajes y fantasmas.
De personajes y fantasmas.
Creo que
hasta el mismo Freud me envidiaría, porque yo, a diferencia de él, tengo todo
el tiempo del mundo para hacerlo.
Sé que
suena egoísta y arrogante, pero esa no es mi culpa, es de mi autor. Autor que
rompió mi inmaculada castidad con violentos y certeros trazos. Que me vistió de
colores y desnudo de mentiras mi alma de algodón. Que me agredió y acaricio.
Que extasiado e intuitivo, frenético y seductor, conmovido o exasperado, por un
buen rato enajenado de sí giro a mí alrededor.
Él fue
el que me volvió loco. Para terminar después postrado a mis pies... Inclinado,
como haciendo reverencia para dejar lo único que le pertenece, su nombre, su
firma.
No sé
dónde me quede o a qué lugar me vaya, sin embargo acabo de descubrir mi
verdadera vocación, seré, perennemente, un coleccionador de espectadores.
Firma.
Un
Cuadro.
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