martes, 2 de agosto de 2016

Autobiografía de un cuadro.

¿Sí yo fuera cuadro?
¡Interesante pregunta! 

¿Si yo fuera cuadro qué?
Definitivamente no tendría injerencia o decisión sobre mí mismo.

Ciertamente ya estaría hecho, firmado. Probablemente enmarcado o, en el mejor de los casos, colgado… ¡Colgado! Que fuerte palabra.

Colgado como los mártires ó los más grandes traidores, y sin embargo, por difícil que esto pueda parecer, para mí no habría mejor destino que el de estar colgado.

¿Irónico no? ¡De acuerdo! Pero la vida es así, es un ejercicio de pesos y contrapesos. Lo que es una bendición para unos es una maldición para otros, pero dejemos de lado esta pequeño dislate para abocarnos al tema que nos compete: ¿Si yo fuera cuadro qué?

Me queda claro que opinar sobre mis colores, luces y sombras, formas y elementos, estilo, corriente y demás etcéteras pictóricos, es un ejercicio pueril e insustancial.

Nada hay que opinar. Ya estoy hecho. Colgado. Terminado. Lo que opine no cambia lo que soy. No me hace más, no me hace menos, sin embargo hay algo que si me es esencial, pues ahora tengo una posición privilegiada: observar al que me observa, criticar al que me critica, determinar al que me determina.

¿Paradójico?
¡Sí! De acuerdo. Pero qué le voy a hacer. Así es como funciona el conocimiento de uno mismo. Nos conocemos a través de los ojos de los demás… Cuando me ven se ven. Cuando les veo me veo. Así, yo, al igual que ellos, sólo me llego a conocer a través de ojos de los demás.

Como cualquier otro cuadro mi destino es vagar entre los amos y los proxenetas, entre los admiradores y detractores.

Voy a migrar de los ortodoxos y críticos analíticos hasta los esnobs triviales y complacientes. Viviendo y pernoctando en una gran cantidad de escenarios, roles y conciencias.

Y llegaran también, como sino ineluctable de la vida, los más temidos de todos: los indiferentes. Esos que por momentos me harán sentir que no existo, porque curiosamente mi existencia depende de la pasión ó del temor que yo inspire, de la curiosidad o desagrado. De la sublimación o la censura. De tal forma que yo, como ustedes, existo en la medida y forma en la que existo para los demás.

No obstante tengo, por muy aciago que esto parezca, compensaciones y beneficios que difícilmente se les revelan a los demás. Pues a mí se me presenta la posibilidad de dar testimonio de un hecho infrecuente: el de ser testigo de un desfile intemporal e interminable de figuras…

De conciencias…
De inteligentes y retrógrados…
De personajes y fantasmas.

Creo que hasta el mismo Freud me envidiaría, porque yo, a diferencia de él, tengo todo el tiempo del mundo para hacerlo.

Sé que suena egoísta y arrogante, pero esa no es mi culpa, es de mi autor. Autor que rompió mi inmaculada castidad con violentos y certeros trazos. Que me vistió de colores y desnudo de mentiras mi alma de algodón. Que me agredió y acaricio. Que extasiado e intuitivo, frenético y seductor, conmovido o exasperado, por un buen rato enajenado de sí giro a mí alrededor.

Él fue el que me volvió loco. Para terminar después postrado a mis pies... Inclinado, como haciendo reverencia para dejar lo único que le pertenece, su nombre, su firma.

No sé dónde me quede o a qué lugar me vaya, sin embargo acabo de descubrir mi verdadera vocación, seré, perennemente, un coleccionador de espectadores.  

Firma.

Un Cuadro. 

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