miércoles, 3 de agosto de 2016

El oído de la mujer.

En fechas recientes escuche a mis hijos hablar de mujeres y de lo docto que eran dos de ellos para enamorarlas. El tercero (más inteligente) se dedicó a observar y escuchar. No emitió opinión alguna, aun cuando tenía una postura clara al respecto.

El menor de los tres (16 años) es un seductor nato. Es un hombre que entiende a la perfección que la capacidad de seducción esta intima ligada a la necesidad del seducido. Seductor es aquel que tiene la capacidad de identificar la necesidad del seducido y ofrecerle, en función de su necesidad, lo que busca y necesita. Y mi hijo, sin lugar a dudas, posee esa capacidad en grado sumo. Es comentario, no envidia.

Aunado a ello diré que es muy carismático y que tiene el donde caer bien. Tiene un excelente sentido del humor, amén de poseer la rara habilidad de reírse de sí mismo. Desde pequeño mostró una fuerte inclinación al tacto. No tocaba a su madre, la acariciaba y lo mismo hacía con todas las mujeres que lo cargaban. Esta natural inclinación se ve hoy exacerbada por el impulso hormonal de la adolescencia, lo cual le lleva a gravitar más hacia al tacto y contacto de la piel.

El mayor de ellos (20 años) posee una vanidad intelectual que lo desborda. En él cabe la broma de que nunca obtuvo una nota de 90. Sus notas siempre han oscilado entre 96 y 100, las cuales, para colmo de la personalidad, obtiene con relativa facilidad. Se considera un experto en casi todo y no porque lo sea (está muy lejos de serlo), sino porque se documenta para poder fundamentar sus afirmaciones. Algunas de ellas erróneas por criterio de selección y otras tantas acertadas por la misma razón.

El de en medio (18 años) es un pragmático que busca la nota como objetivo, ya que esta le permite acceder a las becas que necesita para poder estudiar en las escuelas que quiere y que van acordes a sus objetivos empresariales. Este es taciturno, reservado. Poco nada habla de sus objetivos, pero siempre logra lo que se propone.

El menor de los tres es un hombre que gravita hacia las mujeres. Lo cual de suyo ha hecho que tenga un sinfín de relaciones y que logre, gracias a su carisma y encanto, terminar bien con todas ellas. Aun cuando en la mayoría de los casos, estas terminan por la aparición de otra mujer.

El mayor tiene una relación que supera los dos años y si bien es cierto que mantiene el ojo atento a otras mujeres, también lo es que respeta su relación.

El de en medio tiene una relación próxima a los dos años y fundamenta su relación en dos pilares: espacio y fidelidad. Ambos están en la misma Universidad, por lo que tienen especial cuidado de no tomar clases juntos. Lo que les permite tener su propio círculo de amigos y su propio espacio. Por otro lado cabe mencionar que él es fiel por convicción y por pragmatismo, ya que no le gusta perder el tiempo en lo que no es.

Esta disgregación aparentemente ociosa, tiene como fin ilustrar las diferentes personalidades de los actores de la discusión. El tema entre los tres era el de cómo enamorar a una mujer.

El menor de ellos, que no cree en la reencarnación, pero que fiel a sus contradicciones sospecha que él es la reencarnación de Don Juan Tenorio, esta cierto de que es su natural encanto lo que hace que las mujeres a las que pretende se rindan a sus pies. Lo cual me es menester reconocer que hasta el día de hoy ha resultado cierto, como cierto es el hecho de que esto va a cambiar conforme avance en edad y espectro, ya que se topará con un sinfín de mujeres que serán ajenas a su carisma y gracia. Lo que hará que se cuestione, si es que eso llega a suceder, si todo está subordinado a ello o hay algo más en el proceso de enamoramiento de una mujer.

El mayor de ellos está seguro de que es su inteligencia sin par, lo que hace que las mujeres lo busquen y asedien, ya sea para que les ayude en sus procesos académicos o en sus devenires intelectuales o psicológicos. Él, huelga decirlo, no tiene el erotismo ni la gracia del menor. Tampoco posee la simétrica y varonil figura del pragmático, y si bien es cierto que tiene una figura varonil, también lo es el hecho de que está muy lejos de la de su hermano inmediato, por lo que ha centrado su estrategia en el quehacer intelectual.

Es, me queda claro, inteligente y decidido, no obstante en los devenires del amor, siempre hay algo más que la burda inteligencia, cosa que, sin lugar a dudas, ira descubriendo al paso del tiempo.

El pragmático, que compite en atletismo y levantamiento de peso, no emitió comentario alguno, por lo que no puedo decir nada más que el hecho de que él piensa que es el trato y no el encanto lo que enamora a una mujer.

Al final decidieron incluirme de manera activa en su debate, por lo que me pidieron una opinión. Les hice saber que en eso, como en todo lo que tiene que ver con el combés de lo humano, no hay una causa única, sino una suma de causas en donde definitivamente el carisma, el encanto, la geografía corporal, la inteligencia y el trato, eran factores determinantes en el proceso de enamorar una mujer.

Mi sentencia, claro está, le daba una parte de razón a la postura de cada uno de ellos, pero no subía a la palestra mi opinión personal. El reclamo no se hizo esperar por lo que me vi en la necesidad de definir una postura.

Lo primero que aclare con ellos es: si lo que se estaba discutiendo es el cómo enamorar a una mujer o cómo conservar a una mujer. Ya una vez definido que el tema en sí era el de enamorar en su primera etapa, más que el de conservar, me aboque a contestar.

En el proceso de enamoramiento entran una suma de causas: la personalidad, la inteligencia, el éxito, el carisma, el sentido de humor, el trato, la elegancia, el atractivo físico y demás etcéteras que conforman el proceso humano. No obstante lo cierto es que cada una de estas causas por si solas son insuficientes y de corta duración, ya que el influjo de ellas demanda de la presencia constante del emisor.

En el amor la que escoge es la mujer.
Por supuesto que hay otras variables que normalmente no consideramos, como por ejemplo el hecho de que siempre son ellas las que escogen, rara vez son ellos los que eligen (muy rara vez).

Lo común es que ellas elijan al hombre que les interesa. Y conscientes de la opacidad visual y cerebral que padece el género masculino en estos menesteres, le mandan un conjunto de sutiles reactivos para ver si este responde. En caso de que este no responda, ya sea porque no le interesa, porque está muy bruto o porque en realidad necesita ayuda, ellas, dispuestas siempre a ayudar al hombre para que no se pierda esa magnánima oportunidad, le dan otra u otras oportunidades, solo para estar ciertas de que la razón por la cual no responden es cerebral y no falta de interés.

Así, cuando una mujer se decide por un hombre, no hay poder humano que la desvié de su  objetivo, pero esto es algo que él no sabe. Tan no lo sabe, que puede llegar a creer que es él, el que la eligió y conquisto, gracias, claro está, a eso que él supone que son sus innegables encantos.

Es importante que esto se quede así. Es decir, esto que todas ellas saben pero ellos no, se quede así. Sin que nosotros nos enteremos. Sin que nos lo hagan saber. Siempre es bueno que nosotros pensemos que ellas son las elegidas y conquistadas y no al revés. Es algo que alimenta de sobremanera nuestra fatua vanidad.  

El amor es una decisión.
El amor, como todos saben, es una decisión, no un sentimiento…
Es una decisión que se convierte en sentimiento. Y en este proceso de decisión, son ellas las que deciden quién será el afortunado que tendrá su atención. Y cuando alguno de ellos, dada su apatía, incapacidad o brutalidad se distinga por su falta de respuesta, ellas, siempre sabias, pensaran que es él el que se lo pierde y ellas las que se lo ahorran.  

El oído de las mujeres.
Las mujeres, les decía yo a mis hijos, tienen el corazón en el oído.
Cierto es que el ojo quiere su parte, no obstante la realidad es que el ojo de la mujer, siempre termina subordinado al oído. Este le aconseja que ver y como ver lo que ve.  

Así pues, le decía yo a mis vástagos, a la mujer se le enamora por los oídos, no por los ojos.  La piel atrae la mirada, pero no la retiene. Es el oído, primero, y el acto, después, lo que hace que la mirada se retenga. En otras palabras, es el decir del hombre lo que hace que una mujer se fije en él o lo deseche.

Es importante aclarar que hasta este momento solo estamos hablando de la retención de la mirada y de la atención de la mujer. Enamorarla, demanda de más cosas, pero el decir es una de las más importantes y más si este decir va de la mano con un congruente hacer. Tan es así, que en el amor es más importante el cómo te amo (la forma, el acto) que el simple te amo (la palabra).

Sin lugar a dudas el contenido es importante (figura, rostro, cuerpo y demás atributos físicos), pero no más que los continentes (el pensar, decir y hacer del otro).

Había un viejo adagio que decía que al hombre se le enamora por estómago, lo cual seguramente termino haciéndonos panzones a todos. Pues bien, si al hombre se le enamora por el estómago (lo cual es falso), a la mujer se le enamora por el oído (lo cual es cierto).

Un hombre puede no ser físicamente agraciado y sin embargo tener a su lado a una belleza de mujer, ya que esta le hará más caso a su oído que a su vista. La vista siempre termina distorsionada por el oído…

En otras palabras: si usted enamora por el oído a una mujer, esta, aun cuando usted sea la reencarnación de Cuasimodo (como es mi caso), terminara diciendo:

Si es feo, pero no tanto…
Es bien lindo…
Y todo gracias al oído de la mujer.


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