jueves, 8 de marzo de 2018

La mujer de mis sueños.


Este artículo es cien por cien masculino. No va dirigido a las mujeres, aun cuando tengo la ligera sospecha de que lo leerán, escrutarán y diseccionarán con el fino bisturí de la feminidad,  por lo que espero una pronta e inexorable crucifixión. El artículo habla de los motores de los hombres al elegir una mujer, por lo que espero que también me lea uno que otro varón perdido en la nube de mi muy reducido número de lectores.  

Lo que me llevo a escribir estas letras es lo que en íntima y cercana convivencia he vivido con conocidos y amigos, amén de que fui sujeto del asedio de un grupo de mujeres que me interrogaron sobre los pareceres de los hombres al decidir vivir con una mujer. Esto, más la aguda y critica intervención de las asistentes a una cena conferencia sobre matrimonios, me impulso a escribir estas letras para plasmar las razones masculinas, las cuales, pueden estar ciertos, son cien por cien contrarias a las que ellas se imaginan.

Antes de escribir esto lleve a cabo varios ejercicios con ellas y con ellos. En algunas ocasiones por separado, en otras de manera conjunta. En una de estas últimas me reuní con un grupo de inversionistas y sus esposas. El tema salió a la palestra, y ellas, prontas y decidas, nos compartieron sus puntos de vista. Ellos, prudentes o temerosos (usted elije) optaron por el mutismo inteligente, con alguno que otro movimiento de cabeza (afirmando o negando) pero callados al fin.

En dichas cenas escuche de todo, no obstante unas cosas fueron las que escuche en las cenas de ellas, otras las que enunciaron en las de ellos y otras muy distintas las de las cenas conjuntas. En las cenas de ellas se habló de: moral, castidad, decencia, valores, amor y demás conceptos propios de la edad (las de menor edad están en sus últimos cuarentas). Cierto estoy que las respuestas hubiesen sido otras si las mujeres estuvieran en sus últimos veintes o primeros treintas. En las de ellos se habló de plenitud sexual y lo que esto significaba para ellos (cabe aclarar que el espectro de edad ellos fluctuó entre los treintas y sesentas) 

En las cenas conjuntas se habló de algo muy similar a lo que enunciaron en las cenas de puras mujeres, pero agregando (ellas claro está) el concepto de que el hombre busca casarse con una mujer con la que pueda hacer una familia; al preguntar yo qué que significaba esto, me respondieron cien por cien seguras de que el hombre busca una mujer que ante todo pueda ser la madre de sus hijos y criarlos bien. Obviamente este fue un concepto femenino, no obstante uno que otro afirmo con la cabeza, mientras que los otros solo escucharon. Hubo uno solo que negó el concepto afirmando que esto lo pensó después y no antes de casarse.

Mantra-yoga.
El que esto escribe está en sus terceros veintes, con esto lo quiero decir es que el general de mis conocidos y amigos son coetáneos. Cierto es que por razones de trabajo convivo con personas de diversas edades, no obstante son más los que frisan y rebasan los sesenta que los que están debajo de esta caótica edad.

Uno de mis coetáneos, al preguntarle por sus negocios, me respondió que con eso de que su mujer se había especializado en Mantra-yoga, no le quedaba más remedio que gastar como si le sobrara y trabajar como si no tuviera ni un centavo. Al preguntarle que en qué consistía el Mantra-yoga, me respondió lo que le dice su esposa: “El Man trabaja y yo gasto”.

Más allá de la hilaridad que esto me causo, y que estoy cierto que más de una mujer estará de acuerdo con el Mantra-yoga, debo reconocer que esta premisa era la esperada en las generaciones pasadas, más no necesariamente en las actuales. Los hombres nos hemos hecho comodones y las mujeres, resolutivas. Cada vez son más los hogares donde el principal o único ingreso es el de la mujer.

En artículos anteriores he explicado que en el universo todo lo femenino es activo y todo lo masculino es pasivo. El hombre, género masculino, tiende al confort. La mujer, a la acción. El rol de la mujer es mover al hombre con o sin su voluntad, y sin embargo es algo que las mujeres han dejado de hacer. Las consecuencias de esto serán palpables en dos generaciones más.

El tema del artículo no son los roles de uno y otro en la relación, no obstante incurrí en esta pequeña disgregación, debido a que le mete un mayor grado de complejidad al tema que nos compete: ¿qué es lo que hace que un hombre se decante por una mujer? En muchos casos, aunque usted no lo crea, es el dinero.

Un joven ejecutivo que estaba en sus últimos treintas, me decía que tenía que cuidar mucho a su esposa, ya que esta tenía mucho potencial y estaba ganando mucho más que él, amén de que estaba cierto que con el tiempo iría a más. Tenía claro que no era la mujer de sus sueños, pero si era la que le podía proveer de todo lo que él buscaba.

Conocí, por mencionar otro ejemplo de los cada vez más frecuentes, a un hombre de pasados mejores que estaba en sus primeros cincuentas, al cual la esposa lo mantenía desde hace más de dos décadas. Tan cierto esta que no es la mujer de sus sueños, que él prefiere pasársela con sus padres, hermanos y amigos que en su casa, no obstante la cela y la cuida no por lo que ella es, sino por lo que ella representa.

Este fenómeno se está manifestando en todos los ámbitos sociales, al grado que el ingreso potencial de la mujer se ha convertido en un motor. Estos son los primeros indicios de muchos otros que constataremos dentro de dos generaciones. Repito, el rol de la mujer es empujar al hombre, y esto, por cansancio o hastió, lo ha dejado de hacer

El amor de una mujer.
El amor es una decisión que genera un sentimiento y no un sentimiento que genera una decisión. Cierto es que el instinto es el motor primario en toda relación, no obstante este se ve en la necesidad de muchas otras variables para mantenerse vivo, ya que cuando el motor se circunscribe única y exclusivamente en el instinto, éste se muere al subsanarlo, desapareciendo con él el interés en él otro, por lo menos hasta que la biología vuelva a hacer lo suyo.

El amor, pues, es ante todo una decisión. Asaz compleja y difícil de explicar. Tanto que muchas veces no sabes porque específicamente amas a una persona, sobre todo cuando la razón te dice que no hay lógica en tu amor… Y sin embargo, el amor es una decisión.

Explico esto por lo siguiente (y aquí empieza mi primera crucifixión)… Cuando una mujer decide amar a un hombre lo ama por sobre toda las cosas. No importa si el otro es un belitre adocenado o un pingajo de hombre, ella, sin importar lo que su razón y cercanos le digan, lo amara total y absolutamente y en contra de todo y de todos, porque así ama la mujer.

Así pues, ya una vez que una mujer decide amar a un hombre no hay poder humano sobre la tierra que le impida hacerlo (cosa que no pasa con los hombres). Ella le amará contra viento y marea y este amor será para ella más importante que la realidad. Si resulta que él es digno de su amor, bien por ella, pero si resulta que no lo es, ella estará ahí hasta que ella (y nadie más) decida dejar de hacerlo.

El amor en los hombres también es una decisión, sin embargo los motores de esta son asaz diferentes a los de la mujer. En el hombre el instinto pesa mucho. De hecho el instinto y la emoción pesan en el hombre más que la razón. Cierto es que la razón tiene un peso, pero esta se nutre de los insumos que le proporcionan el instinto y la emoción

Los hombres, por regla general, etiquetamos a la mujer como un ser emocional, y ni duda cabe que lo es, ya que ella, a diferencia de nosotros, vive hacia adentro. El hombre, en cambio, se etiqueta así mismo como un ser racional, y lo es, pero solo en que aquello que tiene que ver con el mundo del hacer. En el ser, es decir, en lo que tiene que ver con sus emociones y sentimientos, es más frágil y emocional que la mujer.

El equilibrio entre razón y emoción en la mujer es mucho mejor que el del hombre. El hombre es, en el combes del hacer, duro, frío, cruento y despiadado, sin embargo en el combes del ser es mucho más frágil y visceral que la mujer, para muestra un botón, vea usted los juicios de divorcio y pensión alimenticia. La irracionalidad de los hombres en estos temas es mayúscula, tanto que los hijos, sin dejar de quererlos, pasan a ser objeto en lugar de sujeto. El hombre pelea la pensión alimenticia con tal de darle a la mujer lo menos posible, ya que este considera que el dinero se lo va a gastar ella y no sus hijos.

Porque te casas con ella y no con otra.
En una cena de negocios, comentaba la esposa de uno de los comensales, que la educación que les brinda a sus hijas está centrada en lo que estas van a ser como madres de familia. Fue algo así como un viaje en el túnel del tiempo. No porque los preceptos estuviesen equivocados, sino porque los conceptos que vertió eran los propios de otras épocas.   

No obstante lo que llamo mi atención no fueron sus conceptos, sino uno de los fundamentos por ella vertidos. Ella aseguraba que los hombres no se casan con las mujeres con las que tienen relaciones sin estar casados. Tan es así, afirmo, que yo llegue casta al matrimonio (cosa que no teníamos porque saber). La plática siguió su curso pero mi mente ya estaba en otros derroteros. Nos despedimos y me fui con el tema rumiando en medio de mis dos parietales y preguntándome si las mujeres saben cuál es la razón que lleva a un hombre a casarse con ellas.

La premisa me atrapo de tal manera que entre de lleno a auscultar a mis cofrades y cercanos sobre la vigencia de la misma. Confieso que hice trampa, ya que a ninguno de los encuestados les explique el motivo de la misma. Tampoco les pregunté si habían tenido relaciones previas con su pareja, ya que eso es algo que pertenece al combes de lo particular, amén de que corría el riesgo de que con justa razón me mandaran a freír patatas.

Lo que les pregunté fue: ¿Qué te lleva a casarte con una mujer y no con otra? Las respuestas fueron variadas, no obstante en todas ellas impero un común denominador: la complementariedad sexual. En otras palabras, a ninguno tuve que preguntarle si habían tenido relaciones previas, todos, con la respuesta, contestaron que sí.

Lo que enunciaron en común denominador todos los encuestados, es que con ninguna otra mujer habían sentido lo que sintieron con su pareja. Que la razón por la cual se habían casado con ella y no con otra es porque ninguna otra supo hacerles el amor.

Viene la segunda crucifixión... El hombre pues, se casa, entre otras cosas, con esa mujer que sabe cómo hacerle el amor.

Este es un dato importante, porque este saber no tiene que ver con la experiencia, sino con la persona. De hecho uno de ellos me comento que cuando conoció íntimamente a la que hoy es su mujer, que lo primero que pensó es que ella había nacido para hacer el amor, lo paradójico del tema es que ella no había tenido relaciones previas.

Así pues, este saber no tiene que ver con las experiencias previas de la persona, tan no tiene que ver que si fuera así, las mujeres con poca o nula experiencia se verían incapacitadas para lograr tal plenitud, y si algo nos he demostrado la realidad es que no es así, la plenitud la logran tanto las expertas como las noveles, ya que esta tiene que ver con el ser y no con la experiencia.

El sexo, la piel y el algo más.
Retomemos el camino… La respuesta en común denominador de ellos fue: la complementariedad sexual, lo cual no dejo de azorarme, no por la respuesta en sí, sino porque esta no me decía nada, por lo pase al siguiente paso: escudriñar qué querían decir con complementariedad sexual ¿Cómo se da esta? ¿Qué variables inciden en ella?

A todos nos queda claro que si el sexo fuera una mera cuestión de placer, solo nos masturbaríamos. Sin embargo el sexo se alimenta de algo más que el sexo. En el intercambio erótico entran muchas variables y son estas las que inciden en el sexo y no el sexo en ellas.

Conozco hombres muy atractivos, con una personalidad avasalladora, inteligentes, con sentido del humor y trato social, y sin embargo son hombres que tienen como pareja a una mujer poco agraciada. Al platicar con ellos y auscultar la razón de su elección, todos, indudablemente, contestaron lo mismo: es la mujer con la que mayor plenitud sexual he sentido en mi vida.

A algunos de ellos les pregunté con la familiaridad que brinda la confianza, si estaban ciertos de que con sus atributos podrían aspirar a las mujeres más bellas de su entorno. Y todos contestaron que sí. Que estaban ciertos de que su mujer no es necesariamente la más agraciada, pero si es con la que mejor se sienten en todos los sentidos… y con esta respuesta entramos al meollo del asunto.

El erotismo (eros-amor; ismo-sistema, respuesta) es ante todo una respuesta.
El erotismo, contra lo que el vulgo pueda imaginar, está en las antípodas de la pornografía. El erotismo habla de elegancia; la pornografía de vulgaridad. El erotismo tiene que ver con el instinto, emoción y razón. La pornografía con la parte más primitiva del instinto.

De hecho, entre más pornografía ve una persona, menos erótica (atractiva) es. No solo eso, sino que entre más pornografía ve una persona, menos va a sentir y disfrutar el acto sexual, ya que este está deformado en su mente, imposibilitándolo para encontrar afuera lo que construyo en su mente, ya que eso que construyo, no existe.

En el erotismo la psique juega un papel preponderante. El erotismo se nutre de la piel, olor, alma y mente del otro. Lo que hace que no todas las pieles sean tu piel. Hay una piel que te habla, que te dice con el solo tacto lo que la palabra omite. La piel envuelve, acoge, salva. Estar con la persona que es, es estar en casa. Así, cuando el otro es, se vuelve casa, hogar, refugio, y todo esto está más allá de su geografía corporal o de la arquitectura de su rostro.

Cierto que el ojo quiere su parte, sin embargo la realidad es que el ojo ve lo que la lengua quiere. El ser y hacer del otro nos llega a través del habla. Esta, su habla, entra por el oído y el oído le dice al ojo lo que este debe de ver. Es por ello que solemos ver a personas que nos parecen muy atractivas con otras no tanto. Nos sería menester conocerles y saberles para entender que es lo que hace que estén con ellas y no con otras.

¿Qué es lo que hace que una piel sea mi piel?    
Un cofrade, muy cercano a mí, está enamorado de una mujer que es dos décadas más joven que él. Lo paradójico del tema es que ha hablado con ella en contadas ocasiones y si bien es cierto que la conoce de muchos años, también lo es que en todos esos años nunca pudo o supo cómo acercarse a ella. Ella creció y con el paso del tiempo los horizontes se fueron emparejando, al grado que llego el momento en que la comunicación empezó a fluir entre ellos logrando establecer un canal de comunicación abierto y franco.

Él le hizo saber que tenía interés en ella. Ella, escéptica pero atenta, le hizo saber que tenía interés en su mente y en su muy particular forma de ver las cosas. Le comentó que era la persona más rara que había conocido en su vida y que era precisamente eso, su rareza, lo que le hacía tener interés en él.

Cuando platique con él le pregunté que cómo sabía que ella era la indicada, si a lo más habían platicado en persona cinco o seis veces y al teléfono otras tantas. Me comentó que cuando la vio supo que era ella, pero ella estaba casada en ese entonces y no era lo propio incomodarla con sus avances, amén de que ella lo veía a él como un señor. Ella, supongo yo, lo ha de seguir viendo como un señor, no obstante en el horizonte de edad, ya hay más cosas en común que antes.

Regreso a él. Le pregunte respecto a la química. Le hice ver que muchas veces vemos a una persona que nos atrae y sin embargo cuando nos acercamos a ella, su olor y su piel nos repele tanto como la nuestra a ella. Me comentó lo esperado. Que si bien es cierto que no habían intimado de ninguna forma, si habían platicado cara a cara tanto como para saber que su olor y piel son afines a las de él, por lo menos desde la óptica de él.

Así como él, tuve la oportunidad de platicar con muchos otros con circunstancias diversas, pero con la misma pregunta: ¿cómo sabes que es ella?

La Mujer de mis sueños.
Cabe aclarar que el prototipo de mujer que habita nuestros sueños, mora en nuestro interior desde hace mucho. No la llevamos a la razón porque no queremos y no debemos (todo lo que llevas a la razón se muere), sin embargo ella está ahí..., flotando en el etéreo mundo de lo ideal, distorsionada o magnificada pero está ahí.

¿Por qué no la llevamos a la razón? Porque no nos interesa. Sabemos que en cuanto la veamos (reconozcamos) distorsionaremos la realidad para que esta se ajuste a la que habita nuestra mente. ¿Es ilógico? Sí, pero los seres humanos somos así: lógicamente ilógicos. Y son precisamente estas decisiones lógicamente ilógicas las que nos definen a ojos de los demás.

Regreso al tema. La mujer que puebla nuestros sueños es algo más que piel. Puede ser que sea su sonrisa, su impronta toda, su forma de mirar, su hablar, su forma de pronunciar nuestros nombre o alguna de las mil y un cosas que inexplicablemente nos enamoran, las que hacen que sea ella y no otra. Y ya una vez que la reconocemos y que nos reconocemos en ella, entonces y solo entonces, se dará la plenitud de la que todos los entrevistados hablan.

La plenitud no tiene que ver con el acto sexual, tiene que ver con el erotismo (correspondencia entre los amantes). El acto sexual per se, siempre es el mismo, lo que cambia es el erotismo y este, como ya vimos, está mucho más allá del acto sexual.

El erotismo en la mujer.
Va mi tercera crucifixión. La diferencia en el sexo entre hombres y mujeres es abisal. La mujer siente el sexo; el hombre, piensa el sexo. Y hay una gran diferencia entre sentir y pensar. El sentimiento es permanente, el pensamiento, intermitente.

El hombre piensa en el sexo; piensa un día sí y otro también, pero no permanentemente, sino intermitentemente. Piensa en el sexo cada que se da un estímulo que lo lleve a ello, ya sea ver a la persona amada o una mujer que le estimule el instinto, pero fuera de eso, jamás piensa en el sexo, salvo que la biología lo apremie a ello y esta no es permanente, sino intermitente. Esto quiere decir que cuando el hombre satisface el instinto, en ese momento deja de pensar en el sexo hasta que este se vuelve a manifestar.  

La mujer, por el contrario, siente el sexo. Esto no quiere decir que la mujer está permanentemente en ello, sino que ella siente y está consciente de su cuerpo y de su piel todo el tiempo, todos los días, todas las horas. Es por ello que se cuida, se pone cremas, compra esencias para el baño y cuanto cuidado del cuerpo haya.

El hombre, salvo raras excepciones, pocas veces cuida su cuerpo y su piel. Es común ver a un hombre con las manos descuidadas, rasposas como lijas (como las del que esto escribe) y con las uñas hechas pedazos. Difícilmente vera usted a una mujer con las manos así. Esta, por mucho ejercicio o trabajo manual que haga, cuidara sus manos, rostro, piel y cuerpo con esmero. Esto se debe a que la mujer se siente las 24 horas; el hombre solo en contadas ocasiones.

Esto es de suma importancia entenderlo, ya que el erotismo en la mujer es un arte, un poema, un proceso de seducción. La mujer no tiene el botón de encendido y apagado que tenemos los hombres. La mujer demanda seducción, elegancia, tacto y juego erótico. No es como el hombre que obedece a un impulso. En la mujer obedece a la seducción. Necesita que la pareja haga del acto sexual, un acto de amor.

Para la mujer el erotismo es un termómetro. Es una forma de constatar que todo está bien en la relación. De inmediato percibe si las cosas están mal o si hay algún problema. Para el hombre, en cambio, tendría que ser sumamente evidente. El hombre pueda estar con su mujer y no darse cuenta de nada.  

El hombre puede ser cortes, atender a su mujer y sin embargo no buscarla, no seducirla, no estar con ella..., y ese será un indicativo de que algo está mal. La mujer, por el contrario, puede intimar con su esposo y dejar de atenderlo en otras cosas, y ese dejar de atenderlo en las otras cosas son lo que le hacen ver a él que algo está mal. Ellas están el ser; ellos en el hacer.

Cuarta y última crucifixión. Les recomiendo a mis exiguos lectores masculinos que se pregunten porque el libro y la película del mismo nombre: “Cincuenta sombras de grey”, tuvo tanto éxito. Tal vez encuentren respuestas sobre cómo tratar a su mujer.

La misma pregunta para ellas. Tal vez encuentren respuestas de porque un hombre escoge a una mujer.

Nos leemos en el siguiente artículo.

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