sábado, 29 de agosto de 2015

Sócrates, el maestro de occidente.

Sócrates es para algunos el más trascendente de los maestros occidentales...

Para otros fue un vago con una mente privilegiada que gustaba de incordiar a sus vecinos con preguntas inteligentes. No obstante y más allá de sí fue un maestro o un vago, lo cierto es que las preguntas que le planteaba a sus vecinos, y que hoy nos plantea a nosotros a través de los diálogos de Platón, los obligaban y nos obligan a pensar y a pensarnos más allá de lo cotidiano.

Fue un pensador antropológico. Un pensador que no sabía leer ni escribir. Que no fue discípulo de maestro alguno, enseñanza o corriente en particular. Que no nos dejó una escuela o corriente de pensamiento. Lo que él quería es enseñarnos a pensar. El problema es que no puedes enseñarle a pensar a aquel que cree que sabe pensar. 

Primero es menester hacer que se dé cuenta de que no sabe pensar, para que después, si él lo permite, le enseñes a pensar.

Nacimiento de Sócrates.
Sócrates nace alrededor del 469 antes de nuestra era. Nace en La Raposa, que era el barrio de los artesanos en Atenas. Hijo único del matrimonio conformado por Sofronisco y Fainarete. Sofronisco era un escultor mediocre que hacia imágenes de divinidades para las casas y talleres de sus vecinos, mientras que Fainarete era la partera en el barrio.

Paradójicamente él, que era hijo de un escultor y de una partera, nació con una deformidad y una fealdad que no podía pasar desapercibida…

Nació sin cuello, por lo que la cabeza la tenía pegada al tronco, amén de que era platirrino (nariz extremadamente achatada) y tenía los ojos muy cerca de las orejas. Su tronco era muy grueso y sus piernas extremadamente delgadas, de tal suerte que para poder moverse de un lado a otro le era menester desplazar su peso a una pierna y después a la otra. Su andar era el propio del infante que está aprendiendo a caminar.

Sócrates decía que él no era feo. Que la belleza es un aspecto estadístico, por lo que su apariencia no tenía que ver con la fealdad sino con la estadística de los demás. Afirmaba que su belleza obedecía a la estadística de otras estrellas. Estrellas en las que los dos más bellos eran como él, y que nosotros, limitados al pequeño mundo que habitamos, no podíamos apreciar lo bello que era él.

Decía que los dioses le habían concedido el don de tener los ojos muy cerca de las orejas, por lo cual le era menester tener que ver primero de un lado y después del otro. Este tener que ver las cosas dos veces, hizo de él un acucioso observador de realidad y un hombre renuente a extraer conclusiones prematuras de las cosas, ya que tanto los objetos como los sujetos demandan de muchas horas de observación y análisis para poder aproximarnos a su íntima realidad.

Esta forma de ver, mirar, considerar y reconsiderar las cosas, le hizo muy popular en su barrio y en toda Atenas. Se escapaba del taller de su padre para ir a las otras tiendas y talleres a ver qué es lo que hacían sus vecinos y las razones por las cuales hacían lo que hacían.

Las preguntas del infante Sócrates eran simples y por simples difíciles de responder…
Por ejemplo, entraba a casa de la vecina y le preguntaba:
¿Y usted quién es?
-          A lo que la vecina le respondía: Yo soy la señora de la casa.
¿Y este señor quién es?
-          Este señor es mi marido.
¿Y por qué está segura de que ese señor es su marido?
-          Porque me case con él.
Eso no significa que sea su marido. Significa que se casó con él, pero eso no lo hace su marido, ¿Usted como sabe que él realmente es su marido?...

Hay una anécdota infantil de Sócrates que ilustra a la perfección su proceso mental.
-          Su madre le dice un día cuando este recién se levanta: buenos días hijo.
Sócrates de inmediato espeto a su madre con un: ¿qué?
-          Te dije buenos días hijo.  
Pero cómo. Usted dijo buenos y además añadió la palabra días. Lo cual quiere decir que usted ya sabe lo que es el bien y el mal, de lo contrario no podría haberme dicho buenos días. Porque cómo puede alguien calificar de bueno, algo que no sabe que si lo es.

Además debo entender que tiene usted el don de la anticipación, pues me está diciendo buen día a una hora en que no es posible saber si el día va a ser bueno o malo. De no ser así lo correcto sería no decir nada, o en su defecto decir: veamos, al final del día, si este fue un buen o mal día.

-          La madre le dice que lo que ella expreso es un deseo, no una afirmación.
Por lo que de inmediato le pregunta: ¿Y por qué? Acaso expresar el deseo hace que el día sea bueno.
Realmente el bien decir (bendecir) o el maldecir tienen el poder de hacer que el día sea bueno o malo. Y de ser así: ¿cómo es posible que la enunciación de una palabra tenga el poder de incidir sobre la realidad?

El constante porqué.
Sócrates detecto que el principal problema de la educación es el que nuestros padres, maestros y tutores nos brindan respuestas pero no preguntas. Respuestas que explican el qué de las cosas, pero nunca el para qué o porqué de las mismas. Lo que termina circunscribiéndonos a un conocimiento muy limitado de nuestra realidad. Conocimiento que en algunos casos se extiende al para qué de las cosas pero casi nunca al porqué de las mismas.

Cuando la realidad es que el porqué de las cosas es lo único que nos hace evidente ese íntimo pero desconocido motor que nos impulsa a decir lo que decimos y a hacer lo que hacemos...

Y, se preguntaba Sócrates, si no sabemos qué es lo que nos mueve a decir y a hacer las cosas, como entonces vamos a dirigir lo que somos, si ni siquiera sabemos que es lo que somos.

Vida y entorno de Sócrates.
De adolescente noto que no era bien recibido por sus coetáneos, ya que físicamente no podía hacer lo que hacían ellos, amén de que tampoco podía jugar o con-jugar con ellos. Este aislamiento al que lo condenaron sus coetáneos, hizo que en su niñez y adolescencia conviviera con personas mayores que él, pues eran los únicos con los que podía platicar y con-jugar.

Es en este intervalo donde aprendió que la sustancia es la que determina al objeto y no al revés. Aprendió que solo se puede trabajar con lo que la naturaleza ha dado como materia prima. Que en la interacción con los objetos y sujetos nos es menester respetar lo que estos son. No solo es estéril, nos decía Sócrates, sino que además es una estulticia enorme el tratar de alterar su sustancia o ir en contra de ella. 

El mejor escultor es ese que logra hacer con la materia prima del otro, una obra de arte que trascienda el espacio-tiempo del escultor.

Esta forma de ser es lo que en la edad adulta lo llevo a tener una gama muy amplia de compañeros, cada cual disímbolo a él y al otro, pero todos, por la cercanía e influencia de él, abiertos y dispuestos a edificar en sí mismos una mejor estatua de varón.  

Sócrates siempre se enfocó en descubrir aquello de lo que estaba hecho el otro. De identificar qué es lo que pedía y comandaba su naturaleza. De descubrir en que podía ser ese otro el mejor de todos. 

Ya una vez identificada la esencia del otro, procedía, como buen partero, a ayudarle a dar a luz eso que ya tenía adentro. La mayéutica, instituida por Sócrates, es un método donde el discípulo es el que debe engendrar, gestar y parir sus propias respuestas.

Sócrates creció bajo el gobierno de Pericles, quien mucho hizo por la cultura en Atenas. El teatro, por ejemplo, era gratuito para la gente que no tenía recursos. Estos recibían los óbolos para poder ir al teatro, donde constantemente se exponían obras que evidenciaban las múltiples facetas del ser humano en lo individual y en lo social.

Anaxágoras, Arquéalo, Protágoras y Eurípides fueron otros de los grandes referentes de Sócrates. Anaxágoras, gran con-jugador de ideas, fue el primero en afirmar que los dioses no existen. 

Le explico al adolescente Sócrates, que son los hombres con sus miedos y fantasías los que usan el numen (inspiración), para ir transformando una idea en una deidad muy parecida a los seres humanos.

Una prueba de que las divinidades no existen, es que la historia de la cultura pone en evidencia una creación continua de dioses. Algunos de larga duración y otros de breve existencia. Sin embargo lo cierto es que todas las divinidades obedecen a las necesidades de los hombres. Necesidades que toman diferentes formas de expresión, en función de la época, geografía, raza e historia.

Un dios, decía Anaxágoras, no puede ni debe ser representado, ya que en el momento en que se le represente se le humaniza, dejando con ello de ser dios. Pues un dios, para ser dios, debe ser la mente del universo, y la mente del universo no cabe en la mente de un ser humano.

Este constante debate e intercambio de ideas con las mentes más brillantes de su entorno, llevaron al joven Sócrates a pensar y analizar los conceptos de su época. Así, mientras los otros adolescentes jugaban en  las plazas públicas, él se dedicaba a someter las ideas y argumentos debatidos a la más estricta realidad, con el fin de no adherirse a términos que no tenían cabida en ella.

Sócrates le dice a Anaxágoras:
Maestro, fíjese que tengo una voz que es mi Daemon, y que siempre me dice lo que debo de hacer, pero es una voz que parece que nadie más tiene.

Anaxágoras le recomienda que no negocie con esa voz. Que la escuche. Que le haga caso. Que esa voz es la que le mantendrá alejado de esa medianía en la que se mueven los demás. 

Le dice que la voz que oye es el Sócrates perfecto que le habla al Sócrates imperfecto, y que en la medida en que escuche y obedezca a esa voz, hará de sí mismo el hombre que debe ser.  

La vida no explica, enseña.
Sócrates decía que la vida no explica, enseña. Luego, si la vida no da explicaciones, porque nosotros queremos explicar cuándo lo que debemos hacer es enseñar.

Para enseñar es menester hacer las preguntas correctas. Preguntas que lleven al otro a educir las respuestas que necesita. Esto le hará descubrir que las respuestas (la realidad) siempre estuvieron ahí, y ese re-descubrir la realidad le hará enamorarse y apropiarse de ella. La meterá a su sistema y la aplicara a su diario quehacer.

En aquel entonces se estaba erigiendo el Partenón y los demás edificios de la Acrópolis. Y a esas obras concurría todo Atenas. En esas obras vivió y convivio con Pericles, Aspasia, Anaxágoras, Arquéalo, Sófocles y junto con ellos las mentes más representativas de la ciudad. Así, el que de infante fue marginado por su incapacidad y fealdad, de adolescente convivio con las mentes más brillantes de Atenas.

Aspasia, esposa de Pericles, se enamoró de la mente del joven Sócrates, por lo que lo invito a su casa donde cada semana se llevaban a cabo exposiciónes de pinturas, esculturas, estrenos de obras, intercambio de ideas y debates intelectuales donde el joven Sócrates de inmediato sentó sus reales. Ahí conoció y convivio con políticos, comerciantes, pintores, escultores, poetas y filósofos.

El resultado de esa convivencia fue que el Gobernante Pericles nombrara al joven Sócrates como Consejero personal (puesto honorifico).

La responsabilidad de Sócrates era ser la conciencia de Pericles. Su tarea era formular las preguntas que llevaran a Pericles a encontrar las mejores alternativas para su gobierno. Así siguió hasta que estalló la guerra contra Samos, por lo que Sócrates tuvo que ir a ese fracaso de la inteligencia que llamamos guerra.

Tres veces fue a la guerra. Ni mato ni lo mataron. Dicen que en vez de luchar, se quedaba absortó, ensimismado, preguntándose el porqué de la guerra. Se hizo famoso con los espartanos (enemigos de Atenas) debido a que éste se quedaba estático, abstraído en sus pensamientos, sin atacar y sin ser atacado.

De esas guerras nacieron dos temas que ocuparon el resto de su vida: el bien y la verdad. De ahí en adelante dedicó el resto de su vida a explorar estos dos temas. Para tal efecto interpelo a cuanta gente se encontraba en la calle.

Así fue como llego a la conclusión de que no sabemos que es el bien, pero si sabemos que el bien no es aquello que el jefe, dios o dioses del momento dicen que es bueno.

El bien es un valor que nos ayuda a construirnos como un ser humano perfecto. En donde el ser humano perfecto es aquel en quien el querer y el deber coinciden exactamente. Un ser humano perfecto es aquel que quiere lo que debe y debe lo que quiere.

Los socráticos.
Poco a poco se fue formando un grupo de intelectuales que buscaban a Sócrates para esgrimir con él ideas y conceptos. Sus cofrades eran disímbolos entre sí, lo que nutria al grupo con diferentes visiones de la realidad.

Critón, provenía de una familia acomodada de ideas conservadoras. Alcibíades, amante de Sócrates, provenía de una familia aristocrática con poder político. Critias era un reaccionario. Parco, un anarquista. Hermógenes, un místico de la pobreza (un millonario venido a menos). Aristocles, vulgarmente conocido como Platón (hombre de hombros anchos), era el poeta, el que le daba el toque romántico e idealista del grupo.

En los diálogos recopilados por Platón, podemos ver la mayéutica de Sócrates. Por ejemplo, en Critón cuestiona a este sobre la creencia en dios o en los dioses. Lo lleva a descubrir lo ilógico de esta creencia y lo fatuo que es esperar que un dios incida en la realidad cuando él mismo carece de realidad.

En otro de los diálogos dice que hay cuatro tipos de personas: los que no saben que no saben: los que no saben que sí saben; los que sí saben que no saben y los que sí saben que sí saben.

Los que no saben que no saben (el 98% de la gente), son esos que opinan con una falsa autoridad sobre todo lo que deben hacer reyes, gobernantes, papas y líderes del orbe. Esos que se esconden en sus principios, sin saber que estos no son principios, sino finales.
Los que no saben que sí saben, esos que no capitalizan su saber, ni comparten su saber.
Los que sí saben que no saben, esos que investigan, preguntan, estudian, leen.
Los que sí saben que sí saben. Ese que ya puede asumir su humanidad, cosa que no ha pasado hasta el momento.

El sabio, decía Sócrates, es sabio porque nunca deja de preguntar, de investigar, leer, estudiar, pensar. El sabio es ese que sabe que nunca va a terminar de ser, ya que la vida es un constante estarse haciendo.

En una ocasión le preguntan qué porque no fue escultor como su padre. A lo que Sócrates responde: no puedo tratar de obtener una figura humana de un trozo de piedra, cuando los humanos se pasan toda la vida tratando de ser un trozo de piedra.

Debacle y muerte de Sócrates
Sócrates se ganó muchas enemistades, ya por la forma en que incordiaba a los demás, como por el hecho de que muchos percibían como un ataque a su intelecto las preguntas y argumentos que este esgrimía en contra de sus convicciones. Si bien la intención de Sócrates es que estos dejaran de ser un trozo de piedra, también es cierto que muchos no lo veían así.

Aristófanes escribió una obra en contra de Sócrates. Un obra en la que se le acusaba de confundir a los jóvenes y a dudar de sus principios. En la obra lo presentan como ateo y lo acusan de introducir a un nuevo dios: el Daemon.

En el estreno de la obra estuvieron Sócrates y Jantipa, y esta le reclamo que su proceder hubiera ocasionado la creación de esa obra.

Jantipa, 30 años menor que él, demando tres veces a Sócrates por no cumplir con sus obligaciones económicas. Lo acuso de dedicar todo el tiempo a la bebida, a la vagancia y a los amigos (nunca trabajo), pero no a cumplir con sus obligaciones como esposo y padre de tres hijos.

En una ocasión estaba en el pórtico de su casa en uno de sus diálogos, cuando sale Jantipa y le reclama a gritos el que esté perdiendo el tiempo con ellos cuando lo que debe hacer es trabajar para llevar dinero a la casa. 
Sócrates ignora los gritos de Jantipa, y continua el dialogo con sus discípulos. 
Jantipa se enoja y le echa un barreño de agua sucia en la cabeza. 
Sócrates, sin inmutarse, dice: debí imaginármelo, después de los truenos, la lluvia.

Acto seguido uno de sus discípulos le pregunta: Maestro, usted que se ha casado dos veces, que recomienda: la soltería o el matrimonio. 
A lo que Sócrates contesta: cualquiera de las dos que escojas, te arrepentirás.

Después de la presentación de las Nubes de Aristófanes, se extendió entre el pueblo y sus enemigos políticos las acusaciones contra Sócrates. Fue llevado a juicio y declarado culpable. Se le condeno a beber la cicuta.

Fue llevado a la cárcel y en ella se dedicó a consolar a sus discípulos. Les decía que lo que van a matar es su cuerpo pero no lo que él es. Que lo que él es permanecerá más allá de él y de ellos. 

En la cárcel se afano en aprenderse una melodía en flauta. Su carcelero le pregunta:
-          Maestro, para que se afana tanto si mañana al salir el sol deberá de beber la cicuta.
A lo que Sócrates contesta: para que cuando me muera, me muera sabiéndola.

Sócrates, como todos los genios, tuvo sus claroscuros. Fue un pésimo esposo y un mal padre, no obstante nos es menester reconocer que fue, es y será el Maestro de occidente. 

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