Qué tanto te conoces.
Para conocerse es menester observarse.
Conforme avanza la dinámica del mundo, nos es más difícil
estar con nosotros mismos. Los mass media han puesto al alcance de todos un
cumulo de datos que no solo nos es imposible abarcar, sino que además no nos
alcanzaría el tiempo hacerlo.
La velocidad de cambio es tal, que cada dos años
hay un cien por cien de nueva información, lo que nos obliga a ser selectivos y
a diferenciar las cosas, pues una cosa son los datos, otra la información,
otro el conocimiento y otro la inteligencia.
Los mass media arrojan una gran infinidad de datos. De esos
datos hay que extraer lo que realmente es información, de esa información lo
que realmente es conocimiento y de ahí lo que es inteligencia. Filtrar todo lo que nos
arrojan los mass media es imposible, razón por la cual tenemos que hacernos
selectivos y decidir qué queremos saber y que podemos ignorar.
La selectividad también demanda tiempo para nosotros.
Por
supuesto que debemos estar conectados con el mundo exterior, pero más cierto es
que debemos estar conectados con nuestro mundo interior. No obstante la realidad
es que hoy vivimos más hacia afuera que hacia adentro. Hemos perdido la capacidad
estar con nosotros mismos.
El silencio y la soledad es ejercicio de sabios.
Este no estar con nosotros mismos nos ha hecho perder la
capacidad de observarnos, de estar conscientes de las cosas que pensamos, las
palabras que usamos y de la trascendencia de las cosas que decimos y hacemos.
En otras palabras, hemos perdido la capacidad de dirigirnos.
Por obvias razones, al no dirigirnos nos llenamos de actos
inútiles. La gran mayoría de nuestra vida es una terapia ocupacional. Terapia
en la que pensamos cosas que no nos llevan a nada, decimos cosas que no debemos
y hacemos cosas que solo sirven para poblar el espacio tiempo que
habitamos.
Recién escuche a un joven decirle a la novia con la que
llevaba poco más de un lustro de noviazgo, las siguientes palabras: creo que lo
que sigue es casarnos. La respuesta fue contundente. Ella no solo le dijo que
no, sino que además termino la relación. Las palabras concretas fueron: No me
voy a casar porque es lo que sigue, sino porque en realidad quiera casarme. Y si algo me quedo claro en este momento es que si me quiero casar.., pero no con
un hombre que se quiere casar porque es lo que sigue.
Él estaba actuando en función de una inercia. Ella, aunque siguió
una inercia de cinco años, empezó a observarse y cuestionarse, lo que
ineluctablemente la llevo a dirigirse, terminando una relación con un hombre
que en ese momento poco o nada se observaba.
Observarse implica ser honesto consigo mismo. Preguntarse el
porqué de lo que pensamos, decimos y hacemos.
Observarse no significa verse en el
espejo y cambiar con nuestra imagen miradas de admiración. Observarse es
descubrirse, entenderse, educarse, dirigirse.
Veamos algunas de las razones por
las cuales no nos observamos. Empecemos con la primera de ellas... La
costumbre.
La costumbre es una segunda naturaleza.
Una de las razones por las cuales no tenemos una clara
conciencia de lo que nuestra naturaleza Es, es la costumbre.
La costumbre es una segunda naturaleza. Es una máscara de
actos y hábitos heredados y adquiridos que se llegan a arraigar de tal forma en
nuestro ser, que llegamos a pensar que somos la máscara que actuamos. Y si bien
es cierto que la gran mayoría de nuestros actos tienen un sello genético,
también lo es el hecho de que no podemos acceder a lo que nuestra naturaleza Es
solo través del análisis de nuestros actos.
Nuestros actos son una manifestación parcial del gen, pero
no el gen mismo. Nos define más la forma en que hacemos las cosas que las cosas
que hacemos.
Cuando dos personas hacen la misma cosa, ya no es la misma
cosa.
La forma de ser de cada uno (natura), hará que el hacer de
cada quien sea diferente, aun cuando el hacer este centrado en la misma
cosa.
Sirva como ejemplo para ilustrar lo anterior el acto del
amor.
El acto del amor, en esencia, es el mismo. Lo que cambia es
la forma de pensar, decir y hacer del amante. Será su vocación (voca-ation /
llamado de su naturaleza) el que marque la diferencia entre una persona y otra,
aun cuando el acto en si es el mismo.
No es lo que hacemos lo que nos
define. Lo que nos define es la forma en que hacemos lo que hacemos. Analizar la forma en que hacemos lo que hacemos nos acerca
a ese interminable proceso de identificar, educar y dirigir el gen (lo que nuestra naturaleza Es).
Siembra hábitos y cosecharas costumbres.
Un acto repetido se vuelve costumbre. La costumbre es un
estado cómodo del ser.
Todas las costumbres se pueden cambiar. Demandan
inteligencia y voluntad. Inteligencia para pensar y darse cuenta de las cosas
(observarse), y voluntad para aplicar (cambiar la forma en que pensamos,
decimos y hacemos las cosas).
Todos, ante un acto que violente nuestras estructuras de
raíz, ya sea orfandad, divorcio, enfermedad, quiebra financiera, cárcel, guerra
o cualquier otra agravante que las violente de raíz, nos hará cambiar de
inmediato nuestras costumbres sin detenernos a pensar si las podemos o no
cambiar.
Si bien es cierto que la costumbre es una segunda
naturaleza, también lo es el que cada uno de nosotros puede decidir que mascara
(costumbre) le sobrepone al ser... Ya sea una que la complemente y magnifique o
una que la distraiga y minimice.
Cada quien se parece a si mismo mucho antes de que él mismo
sepa lo que él mismo es.
Nuestros ancestros decían que por la forma de agarrar el
taco, conoces al que es tragón.
Lo que querían decir con esto es que la naturaleza siempre
se hace presente. Siempre está ahí. Es tan obvia que no la vemos. Lo que somos se manifiesta en todo lo que
hacemos y, de manera muy particular, en la forma en que hacemos lo que hacemos.
Nuestra natura es visible a nosotros mismos y a los demás. No obstante
como no nos observamos a nosotros mismos, pero si a los demás… Nos es más fácil acceder a lo que nuestra natura Es a través de los ojos de los demás, así como a ellos les
es más fácil conocer la suya a través de nuestros ojos.
Una alternativa viable para acceder a lo que nuestra naturaleza es,
es la observación que los demás hacen de esta. En especial nuestros padres y
abuelos. Estos nos han estado observando desde el día en que nacimos...
Ellos nos
conocen en nuestra manifestación primera, es decir, en esa etapa de la vida en
que no traemos prejuicios ni ideas heredadas o preconcebidas que moldeen o
tergiversen la intención de nuestros actos. Etapa en la que nuestra naturaleza se muestra tal como
es, sin mascaras ni posees sociales o culturales.
De tal suerte que si hoy acudimos a nuestros ancestros, a
estos les va a ser muy fácil hilar lo que hoy somos con lo que éramos ayer.
Así, el que de pequeño se mostraba conciliador, de grande se mostrara diplomático o negociante. Lo que definirá una u otra manifestación sera el grado en que atempero o magnifico su naturaleza.
El que en su primera infancia se mostró audaz, de adulto
mostrara con una audacia medida si atempero su natura, o una audacia que borda en la osadía si la magnifico. El que de infante se mostró litigante, de adulto
será un eficaz contendiente o un magnifico polemista. Para en todos los casos,
la natura (nuestros genes) se hizo patente desde la primera infancia.
Acceder a aquellos que nos conocen desde nuestra primera
infancia, nos ayudara a tomar conciencia de aquello que somos y hemos
atemperado.
La vocación siempre empuja por salir y el entorno por
comprimir.
Las combinaciones genéticas de cada quien forman un lenguaje
único de expresión del ser. Nuestros genes se van a expresar manifestando lo
que estos son. Esta expresión del gen es lo que conocemos por naturaleza.
Entre menos trabas familiares, sociales y culturales tenga
un individuo, mejor será la expresión del gen y con él la manifestación pública
de nuestra naturaleza. El gen nace, pero también se hace. No obstante el hacer
no modifica el gen, lo administra (atempera o magnifica), pero no lo modifica.
En otras palabras, muy pocos nacen para ser médicos,
ingenieros, psiquiatras, abogados, comerciantes y toda la suma de etcéteras que hay
de carreras profesionales. A la escuela vamos a aprender todo lo que hicieron
los que no estudiaron. Lo que no nos enseñan en la escuela es que usted puede estudiar
la carrera de ingeniería, ser el mejor de su generación, y aun así, no ser
ingeniero.
Si en sus genes no está la habilidad ingenieril, psiquiátrica,
comercial, etcétera, habrá ido a la escuela para obtener una licencia que le
permita trabajar en aquello que estudió, pero difícilmente aportara usted algo a
la ingeniería, psiquiatría y demás oficios en los que se haya preparado.
El que genéticamente es ingeniero se distingue de los que
estudiaron ingeniería, debido a que este crea ingeniera. Lo mismo pasa en los
demás oficios. Sigmund Freud no estudio psicología, la creo. Albert Einstein no
estudio la Teoría de la Relatividad, la creo. Steve Jobs, Bill Gates y muchos otros,
no estudiaron lo que hicieron, lo crearon.
Jamás
podrás dirigir y mucho menos cambiar lo que no conoces.
Para educar y dirigir nuestra natura, nos es menester
identificarla y definirla.
Otro de los grandes problemas que tenemos para identificar lo que nuestra naturaleza es, es la imagen que hemos hecho de nosotros mismos. Imagen que
obedece más a lo que otros esperan de nosotros que a lo que realmente somos.
Muchos de nosotros quisiéramos ser lo que no somos. La
probabilidad de lograrlo es nula. Nadie puede cambiar su genética. La puedes
administrar (atemperar o magnificar) pero no cambiar. De hecho este querer ser
lo que no somos y tener lo que no queremos es de lo que se nutre la envidia.
La envidia consiste en eso... En
querer ser lo que el otro es y tener lo que el otro tiene. Así pues, la envidia es una
falta de aceptación de sí mismo.
El no aceptar lo que soy es lo que me lleva a querer ser
otra persona y tener lo que tiene la otra persona.
No obstante la realidad es
que la gente no quiere pagar el precio que el otro paga para tener las cosas
que tiene. Lo que quiere es poder disfrutarlas sin pagarlas. Este es un falso
querer. Es por eso que decimos que en realidad el individuo no quiere lo que
otro tiene... Lo que quiere es disfrutar lo que el otro tiene.
Un ejemplo sencillo es el dinero... Todo el mundo dice
querer tener dinero, cuando la realidad es que no quieren tener dinero, lo que quieren es poder gastar
dinero. Si quisieran tener dinero, estarían haciendo todo lo necesario para
tenerlo, y lo cierto es que no lo hacen.
Ignorar lo que somos nos va a llevar a querer ser lo que no
somos. A no sentirnos plenos. A sentir un vació que no sabemos explicar y que
nos lleva a hacer cosas que no solo no nos ayudan en nada, sino que además nos desvían
de nuestra naturaleza.
A la naturaleza no le gustan los vacíos… y los vacíos los
llena con excesos. Entre más se aleje la persona de lo que su naturaleza es,
más proclive será a caer en excesos.
El paraíso sigue buscando al hombre perdido.
El paraíso está en nuestra natura, en nuestros genes. Identificar
lo que somos e identificarnos con ello es lo que nos permitirá magnificar
nuestras potencias y alcanzar la plenitud del ser.
Observarte, habla con tus padres y
abuelos. Habla con aquellos que te conocen desde la infancia. Aquellos que
pueden hilvanar lo que eres hoy con lo que manifestabas ayer. Aquellos que en
su decir te permitan identificar lo que has dejado de hacer con tu ser.
Ya una vez identificado y aceptado el ser, te será menester
edificar nuevas costumbres...
Para ello va a hacer necesario que siembres actos
que obedezcan a eso que eres, a eso que quieres rescatar de ti mismo. Actos
conscientes que al repetirlos una y otra vez se convertirán en hábitos y estos
en costumbre. De tal suerte que tu segunda naturaleza (costumbre) complementará adecuadamente a la primera, construyendo el destino que puedes y debes
alcanzar.
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