miércoles, 24 de julio de 2024

Crisis de futuro.

En la sesión de la Abstracción que se llevó a cabo esta semana, hablamos de lo inmanente y de lo cambiante en el ser humano, por lo que nos fue menester analizar ambas variables desde campos tan diversos como la antropología, filosofía, sociología y psicología.

Huelga decir que la filosofía y la antropología se centran más en lo inmanente que en lo mutante. Y si bien es cierto que estudian esto último, también lo es que esta parte, que por esencia es mudable e inconsistente, compete más a la sociología y psicología. Disciplinas que ineludiblemente están subordinadas al entorno y a las circunstancias de los individuos.

En lo inmanente analizamos la relación hombre mujer y el cómo está, sin haber dejado de ser lo que es, ha priorizado la relación más hacia los intereses del individuo que de la especie. Los fenómenos sociales y psicológicos que explican esto son más que evidentes (41.7% menos matrimonios que en el 2000 y una tasa de natalidad del 1.6%, cuando la de remplazo es 2.1%), no obstante, y dado que nuestra capacidad de anticipación es muy limitada, el precio que vamos a pagar como especie es muy alto, amén claro está, de los cambios socio estructurales que esto va a traer en un futuro que ya se empieza a vislumbrar.

Las generaciones pasadas crecieron en un entorno y con unas circunstancias que los impelía trabajar pensando en un futuro modélico que se venía repitiendo por generaciones: casarse, tener hijos y construir un hogar con roles y responsabilidades muy definidas, en donde el objetivo de los padres era construir un escenario económico, cultural y social que le permitiera a sus hijos empezar desde una plataforma mejor que la que ellos tuvieron.   

Hoy el entorno y las circunstancias son otras. En México país, la gran mayoría de las parejas se casan (36.9%) o viven en unión libre (17.8%) entre los 30 y 40 años, permaneciendo solteros solo un 33.1% de ese segmento etario, amén de que son muy raras las parejas que logran estar juntas más de 17 años.

En estás relaciones es más importante el acompañamiento que la relación en sí. Poco o nada piensan en tener hijos, no obstante, es justo reconocer que los hijos que llegan a tener obedecen más a una decisión que a un accidente.

Lo que también ha mutado es el significado de la relación sexual. Esta ha perdido la sacralidad que en el pasado poseía para pasar a hacer algo que tiene que ver más con la biología que con una vinculación sexo afectiva que une y suelda a las parejas. Esto lo menciono debido a que ese 33.1% que permanecen solteros mantienen relaciones intermitentes con parejas del sexo opuesto o del mismo, sin que represente para ellos un vínculo afectivo emocional.  

Este sentimiento de libertad absoluta en donde la relación es más un acompañamiento o una intermitencia ha desasociado a las nuevas generaciones del sentido del compromiso. Con esto no quiero afirmar que carecen de compromiso, lo tienen, pero no necesariamente en la construcción de una familia. Su compromiso tiene que ver más con sus proyectos profesionales y económicos que de pareja o familia.

Uno de los tantos cambios en el entorno que los ha llevado a esto es el alto costo de la vida. El progreso ha representado para todos una mayor oportunidad de desarrollo laboral y profesional, pero no necesariamente económico, por lo menos no en la forma en que lo fue para sus padres.

Hoy las parejas perciben un mayor nivel de dificultad para lograr el nivel de vida que desean, tanto que muchas de ellas piensan que antes era más fácil, ya que con el trabajo de uno o de ambos padres habían logrado un nivel de bienestar que hoy lo ven cada vez más remoto.

No dudo que las circunstancias hayan cambiado (costo de la vida y mayor competencia laboral), pero también ha cambiado el nivel de sacrificio que están dispuestos a hacer. Una muestra de ello es la forma en que sus padres vivieron su etapa escolar y laboral. Lo más probable es que muy pocos de ellos tuvieran el dinero y la oportunidad de gastar socialmente (restaurantes, bares, eventos y demás etcéteras) y de viajar como lo hacen los jóvenes de hoy. Sus padres tenían que limitar el gasto para poder subsanar los costos de manutención y educación.

Lo que distingue a estas generaciones, sin demeritar lo agudo de las circunstancias económicas y laborales que enfrentan, es que poseen una visión de futuro de muy corto plazo y un nivel de inmediatez que les impide ver más allá de sí mismos y de lo que van a enfrentar al paso del tiempo.

Están subordinando sus ideas (forma de vida – el bien ser) a sus intereses (nivel socio económico – el bien estar) en lugar de subordinar los intereses a las ideas. Esto, que no pueden o no quieren visualizar y entender en sus últimas consecuencias, les está generando un nivel de individualidad y liberalismo que no solo va en detrimento de ellos, sino de la sociedad en sí.

Pero de esto hablaremos en el siguiente artículo.

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