miércoles, 3 de mayo de 2017

¿Por nosotros o por los otros?

Cierto estoy de que todos cuando infantes escuchamos en casa sentencias de chantaje o manipulación que lograban hacernos sentir mal, aun cuando no hubiera razón para ello. Frases que al paso del tiempo volvemos a escuchar en nuestra relación de pareja, en el trabajo o con los socios, jefes o asociados.

Lo peor de todo es que son locuciones o sentencias que repetimos y decimos a los nuestros con igual o mayor carga de persuasión emotiva que la que nos aplicaron a nosotros. Todas estas frases o dichos tienen como objetivo exacerbar el sentido de culpa o de compromiso de aquel o aquella a la que van dirigidas.

No obstante la realidad es que estas locuciones son estériles e inútiles. No hablan bien de nosotros. Al contrario, dicen mucho de nuestras inseguridades e incapacidades, ya que solo usamos la persuasión emotiva cuando estamos ciertos de que no podemos convencer con la razón.

¿Por quién hacemos las cosas: por nosotros o por los otros?
Las cosas las hacemos por nosotros, poniendo de pretexto a los otros. Nadie hace nada por nadie. Las cosas las hacemos porque nosotros queremos hacerlas, ya sea para lograr el reconocimiento del otro, su compromiso o su sentido de culpa o responsabilidad, pero no es el otro el motor de nuestras acciones.

El otro es un pretexto, una justificación que nos decimos a nosotros mismos y a ellos, pero el motor real no son ellos, somos nosotros.

Un ejemplo de esto son los padres de familia. Estos hacen las cosas buscando su satisfacción personal, su vanidad, su prestigio, su calificación moral, social y demás intereses. No quiere decir que no tengan un interés real en los hijos, lo tienen y basto, pero lo que hacen es por ellos mismos, no por los hijos. Estos son los beneficiarios colaterales de un beneficio no buscado por ellos, sino por sus padres.

Es frecuente escuchar a los padres decirles a sus hijos frases como estas:
·         Cómo me respondes así, después de todo lo que hecho por ti;
·         Todo lo que hago lo hago por ti;
·         Ni idea tienes de todo lo que me privo para poder darte lo que doy…
Y así como estas muchas más, todas falsas y estúpidas, pero reales y comunes en nuestro diario acontecer.

Si los hijos tuvieran la capacidad de escoger, seguramente escogerían tener menos de lo se les da y más de esas otras cosas cualitativas y sustanciales que poco les damos y ofrecemos. Lo mismo aplica con la pareja, amigos, socios y demás personas con las que interactuamos.

Vida pública, privada e íntima.
Nos es menester entender que una cosa es la vida pública -la social; otra muy distinta la vida privada -la familiar; y una totalmente diferente la vida íntima -la pareja.

La vida pública.
La vida pública es la social. Es una vida de máscaras y apariencias. De tránsito, no de permanencias. En esta vida es inusual el uso de frases o sentencias como las arribas mencionadas. No se usan debido a que el otro nos es transitorio, insustancial.

Es probable que el otro sea alguien importante en nuestra vida, pero lo es en un tránsito determinado. La realidad es que fuera de ese tránsito, poco o nada es lo que pensamos en esa persona. Poco nos importa, poco nos ocupa, razón por la cual nos es inútil usar este tipo de sentencias… El otro no es tan transitorio como nosotros lo somos en él.

La vida privada.
La vida privada es la que tiene ver con esos demás que si son nuestros demás, la familia.
La vida privada es estacional. La conforman todas esas personas que ocupan un espacio en nuestra vida de suma importancia, no obstante son personas que en un momento dado nos será menester dejar atrás para hacer una vida ajena a ellos, tal vez cerca de ellos, pero ya no como parte esencial de nuestra vida.

En esta vida están nuestros padres, hermanos y amigos de vida. Todos importantes y tal vez determinantes, pero al final ellos y nosotros nos veremos en la necesidad de hacer una vida lateral… Una vida que va a tener que ver más con los nuestros (pareja e hijos) que con ellos.  

Es común que en la vida privada se escuchen este tipo de frases, sin embargo la realidad es que son innecesarias, ya que por mucho que nosotros deseemos incidir en alma del otro, éste, este o no consciente de ello, terminara haciendo lo que desea hacer, ya que el deseo, en cuanto tal, siempre termina ganando.

El deseo siempre gana. Es inevitable. Tal vez a la persona en cuestión le tome más o menos tiempo que a los demás, y con un mayor o menor sentido de culpa, pero terminara haciendo lo que en realidad desea. Un ejemplo de ello con los carros deportivos. Estos los compran los Juniors (porque se los compran sus papas) o los viejos rabo verdes que ya tienen el dinero para hacerlo.

Otro ejemplo son las motocicletas Harley Davidson. Observe usted quien las compra y a quien va dirigida la publicidad de estas. En las mujeres, por mencionar algunos ejemplos, está la cirugía de busto, las joyas, viajes y muchas cosas más. Pero al final ellas y ellos terminaran haciendo aquello que en realidad desean hacer, con o sin fases manipuladoras de por medio.  

La razón por la cual el deseo siempre gana es debido a que los motores antropológicos más fuertes que posee el ser humano son: el confort y la satisfacción. Observe usted que es lo que hacen los suyos el fin de semana o los días de asueto… Todo lo que hacen tiene  que ver con el confort y con la satisfacción.

Así pues, el deseo siempre termina abriéndose camino en el cerebro. Construye, a veces lenta y a veces rápidamente, las razones de la razón para que este se convenza a si mismo del porque debe hacer las cosas, ya que nada nos satisface más que el logro de nuestros deseos.

Antropológicamente lo que el ser humano busca son satisfactores. Cierto es que no todas las cosas nos satisfacen igual, no obstante hay sujetos y objetos que nos generan un nivel de satisfacción tal, que no hay poder humano que pueda con él. Razón por la cual el otro terminará haciendo lo que desea, sin importar lo mucho que hagamos para manipularle o chantajearle.

La vida íntima.
Por ultimo esta la vida íntima. La real. Esa que solo conoce aquel o aquella con la que hacemos la vida. Cierto que siempre hay cosas que el otro no conoce, pero también lo es el que esa persona conoce mucho más de nosotros que cualquier otra persona. Aquí, en la vida íntima, es donde más frecuentemente echamos en cara nos echan en cara las sentencias arriba mencionadas:  
-          Todo lo que hago lo hago por ti;
-          Ni idea tienes de todo lo que me privo para darte lo que te doy;
-          Ni idea tienes de todo lo que dejo de hacer para darte gusto y cosas así…  

La realidad es que es falso. El otro no hace nada por nosotros, así como nosotros no hacemos nada por él o por ella. Hacemos las cosas porque así las queremos, y si estas benefician al otro, pues que bien. Es un beneficio colateral. Pero el motor no es el otro, somos nosotros.

Las hacemos por vanidad, por nuestra propia satisfacción. Porque nos hace sentir muy bien la felicidad que le causamos al otro con nuestras acciones… Pero no nos confundamos. El otro no es un fin, es un medio.

El fin a lograr es nuestra propia satisfacción, lo cual no está mal. Lo que está mal es que creamos que hacemos las cosas por los otros y no por nosotros. Eso no existe. Es antinatural. Antihumano.  

Nadie hace nada por los demás, ni por los hijos, ni por la pareja, padres, hermanos o alguien más… Aquel que este cierto y seguro de que él si hace las cosas por los demás, o está loco o idiota, ya que las cosas las hacemos única y exclusivamente por y para nuestra propia satisfacción.  

Por favor no se irrite. Obsérvese y analícese a usted mismo. Cierto que hace las cosas esperando lograr una reacción, la cual, si todo sale bien, le va a proporcionar el satisfactor que busca. No obstante si es sincero con usted mismo se va a dar cuenta que las cosas las hace por y para usted, no por el otro. Esto no quiere decir que el otro no le interesa. Le interesa y mucho, pero nunca como se interesa usted por usted mismo.

Lo ideal es reconocer que hacemos las cosas por nosotros mismos y no por los otros. Entre más aceptemos esto, más fácil nos será dejar de usar el chantaje o persuasión emotiva con aquellos que amamos para establecer una relación de responsabilidad donde cada uno es dueño y responsable de sus actos.

La relación será más satisfactoria y los hijos crecerán con un sentido de responsabilidad de sí mismos que jamás tendrán aquellos que crecen engañando o manipulando al otro.


Nos leemos en el siguiente artículo. 

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